22 dic 2009

La respuesta está en el viento

Aminatu y el viento/Pedro J. Ramírez, director de El Mundo
Publicado en EL MUNDO, 20/12/09):
Y en pleno follón va el tío y dice que «la tierra sólo pertenece al viento». Bueno, bueno… La verdad es que la semana no pudo empezar peor ni terminar mejor para un Zapatero al que tras la cursilería de Copenhague habrá que empezar a llamar ya Hijo del Viento. Con la importante salvedad de que, aunque es de justicia reconocer que a la hora de cambiar de posición en asuntos esenciales su desparpajo y capacidad de aceleración en el sprint superan a los del mismísimo Carl Lewis, este hombre tiene problemas endémicos que surgen de su lentitud en la arrancada y la falta de armonía de sus movimientos.
Cuando el lunes intentó conseguir, poco menos que a punta de pistola, un pacto sobre la forma de salir de la crisis en la Conferencia de Presidentes Autonómicos, muchos dijeron que esos no eran los modales adecuados. Lo primero que a mí se me vino a la cabeza fue el viejo refrán castellano que empezó glosando la proverbial tardanza de la Santa Hermandad en tiempos de los Reyes Católicos y fue aplicándose sucesivamente a los cuerpos uniformados que la sustituyeron, heredando sus colores: «¡A buenas horas, mangas verdes!».
O sea, que más de un año y medio después de que voces de toda índole hayamos venido clamando en pro de un gran acuerdo de Estado, al modo de los míticos Pactos de La Moncloa, no obteniendo por su parte sino sarcasmos y desdenes, el presidente se cae del guindo y se da cuenta ahora de que necesita a los gobiernos autonómicos del PP para reactivar el empleo y reducir el déficit.
Puesto que estamos en Navidad y Zapatero no va a tener más remedio que afinar pronto sus conocimientos bíblicos, este sería el momento de alegar que en el Reino de los Cielos hay más alegría por un pecador que se convierta que por la llegada de 99 justos (Lucas 15 1-10), pero en política hay algo que se llama ventana de oportunidad. Y esa ventana estaba abierta de par en par tras el resultado de marzo de 2008, pues garantizaba una legislatura estable y quedaban tres años y pico para las primarias -municipales y autonómicas- de 2011. Era el horizonte ideal para impulsar un consenso en torno a las reformas estructurales que necesita nuestra economía.
Pero el negacionismo de la crisis primero y la obcecación en buscarle una salida ideológica después, llevaron a un presidente, mucho más dado al diálogo que al acuerdo, a ni siquiera considerar ese empeño. Ahora el margen se ha reducido a la mitad. Y así como la opinión pública no habría entendido que Rajoy se hubiera negado hace 18 meses a entrar en ese juego, todo lo ocurrido desde entonces le legitima hoy para dar la espalda al presidente. Encaramos la segunda parte de la legislatura, Zapatero tendrá grandes dificultades para que le aprueben los siguientes Presupuestos y parece lógico que la oposición lo fíe ya todo a las urnas, máxime cuando cree tener una receta muy diferente a la aplicada en materia de política económica.
Incluso con tal ventana ya entornada, Zapatero tenía una posibilidad real de haber conseguido llevar a buen término ese súbito propósito pactista, si hubiera seguido el libro de ruta de todo hábil negociador: primero, un discreto contacto con Rajoy para advertirle del plan; luego, conversaciones entre los segundos de a bordo; después, un encuentro público en La Moncloa con declaración de intenciones a la salida; a continuación, mesas sectoriales de trabajo y, por último, el gran acuerdo en la Conferencia de Presidentes. Al PP también le habría interesado acotar así coincidencias y discrepancias.
Lo que no tenía ni el menor sentido ni la menor opción de prosperar era el «aquí te pillo, aquí te mato» que intentó escenificar el presidente, improvisando en el último momento un documento lleno de vaguedades -incluidas muchas de las enunciadas por el propio PP- y recabando la adhesión ritual antes de que se ponga el sol. Como dije en el videoblog, no es que él quisiera empezar la casa por el tejado, sino que pretendía que le pusieran un tejado sin tan siquiera tener la menor intención de construir luego la casa. Y encima, cuando el bloque popular aguantó impávido el tirón, Zapatero reaccionó enfurruñado, mascullando la palabra «deslealtad» y otras similares, tal y como ya lo había hecho a finales de julio con Díaz Ferrán.
Fue el rostro más crudo de la impotencia gubernamental, enmarcado además por la sucesión de malas noticias sobre la marcha de la economía. Zapatero ha tratado de restar credibilidad a las agencias de calificación, pero cualquiera puede hacer la cuenta de la vieja que ha llevado a Moody’s a ponernos a la cabeza del ranking de países desarrollados peligrosos para los inversores: vamos camino del 20% de desempleo y del 10% de déficit; 20 más 10, 30; ninguna otra economía de la OCDE suma ese índice de envenenamiento que antes o después requerirá de un duro tratamiento de desintoxicación.
Con ese panorama económico, el Estatut atascado en el Constitucional, un buen número de alcaldes del PSC jugando a la ambigüedad en las consultas secesionistas, el fiasco del Alakrana muy fresco en la memoria, el secuestro de los cooperantes en Mauritania pendiente de resolver y el desánimo cundiendo en las propias filas del Grupo Socialista, sólo le habría faltado a Zapatero que el caso Haidar hubiera continuado bloqueado en la perspectiva de un desenlace trágico. De ahí que su resolución satisfactoria suponga un importante elemento de descompresión ambiental, además de un indudable éxito personal del presidente.
Hay que dejar constancia ante todo de que una vez que Moratinos ha admitido que su homólogo marroquí le metió el gol del envío de Haidar -poniendo, por cierto, en evidencia la trola de la normalidad administrativa avalada por Rubalcaba-, España no tenía más remedio que reparar el daño causado y obligar a Marruecos a readmitirla. Por lo tanto, el mérito de Zapatero ha sido en este caso el de desfacer el entuerto causado por su ministro de Asuntos Exteriores. El de empatar el partido, vamos.
Pero dicho esto, hay que reconocer que más vale haberlo conseguido por las buenas -y sin un coste aparente para los intereses de España, a menos de que Rajoy nos demuestre lo de los tomates- que haber tenido que apretarle las tuercas a Rabat con una escalada de gestos hostiles. La crítica a la debilidad de nuestra política exterior debe ser compatible con el reconocimiento de las ventajas de tener amigos poderosos dentro de un panorama internacional en el que se abre camino el multilateralismo. España ha jugado bien sus bazas tanto en las grandes instituciones mundiales -implicando a la ONU, teniendo a punto la resolución del Parlamento Europeo que tanto preocupaba a Rabat- como en Washington y París.
Frente al titular categórico y pesimista de uno de nuestros colegas, ya me pareció un buen síntoma que Hillary Clinton no mencionara el asunto tras su encuentro con Moratinos. El silencio era mucho mejor augurio que cualquier comentario para salir del paso, pues era un indicio de que se estaba gestando algo. Estamos pues, ante un nuevo fruto de la mejora de nuestras relaciones con Washington y no me extrañaría que pronto viéramos más señales de la sintonía personal que se ha creado entre Zapatero y Obama, otro Hijo del Viento. Esto de la levedad une mucho.
En este contexto tiene todo el sentido que sea Sarkozy quien haya aparecido en el escaparate como broker del acuerdo. Es la figura más importante de la Europa mediterránea, ha dado pruebas reiteradas de su disposición a ayudar a España tanto si se trata de la lucha contra ETA, como de colarnos en el G-20 y es el gran protector de Marruecos. El caso le venía como anillo al dedo a Sarko, pues estaban en juego derechos civiles básicos -ni en uno solo de sus grandes discursos ha dejado de invocarlos- y, además, tenía nombre y apellido.
Pero para el líder francés se trataba, sobre todo, de una oportunidad de hacer un favor simultáneo a dos amigos en apuros con el pleno respaldo de la Casa Blanca. No sólo ha sacado a Zapatero del atolladero, sino también al rey Mohammed que corría el riesgo de aparecer como el responsable de la muerte de una heroína, a costa de un capricho. Lo más inteligente por parte de Sarkozy ha sido encontrar una fórmula diplomática -España «constata que la ley marroquí se aplica en el Sáhara Occidental»- que Rabat puede vender como un éxito y para Madrid no implica sino el reconocimiento de una situación de facto, al margen de que resulte repudiable o no.
«Esta es una victoria para los Derechos Humanos, para la Justicia y para la causa saharaui», dijo la protagonista antes de abandonar la isla española en la que durante más de un mes ha hecho su ayuno, arropada por la solidaridad y el afecto de tanta gente. Las dos primeras afirmaciones son jubilosamente verdad, pero no la tercera. El desenlace de su pulso con Marruecos supone un gran triunfo personal para la valiente Aminatu, pero también un retroceso para las pretensiones políticas de la comprometida Haidar.
Puede parecer paradójico pero es así, en la medida en que ha quedado apuntalado el statu quo que implica el control marroquí sobre el Sáhara. No se trata tanto de las concesiones retóricas de los comunicados oficiales, porque también el Parlamento español aprobó su resolución recuperando la demanda de un «referéndum de autodeterminación» para el Sáhara y al final las palabras se las lleva -con perdón- el viento. Lo importante es el mensaje implícito de que al final el régimen de Rabat no es tan brutal como se dice y, bien tutelado por sus padrinos más poderosos, termina aviniéndose a razones.
El Frente Polisario goza de grandes simpatías en España, pero sólo una involución represiva del régimen de Rabat, del estilo de la de los últimos meses del franquismo, llevaría a un inquilino de La Moncloa a hacer nada práctico a su favor. Por terrible que resulte, únicamente la muerte de Haidar habría impulsado su causa. Tal y como está el entorno, es obvio que la real politik siempre va a preferir la apuesta por la evolución del régimen marroquí hacia una dictablanda que la incertidumbre de su desestabilización.
Es inevitable que tras lo ocurrido quede pues una sensación agridulce. No hemos dejado morir a Rosa Parks y eso nos honra como país, pero ni hemos hecho ni vamos a hacer nada para que la segregación racial desaparezca de los autobuses de Montgomery. Seguro que a Zapatero no le sorprenderá que los más idealistas le acosen a preguntas como éstas: «¿Cuántos años puede una montaña existir antes de que sea arrastrada al mar? ¿Cuántos años pueden algunas personas existir antes de que se les permita ser libres? ¿Cuántas veces puede un hombre volver su cabeza fingiendo simplemente que no ve?». Pero desde el jueves el presidente ya tiene clara la respuesta: «The answer my friend is blowin’ in the wind… blowin’ in the wind… blowin’ in the wind»..

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