La libertad de ofender/CÉSAR NOVA.
La democracia se sustenta en un mínimo de condiciones que se pueden denominar como "derechos humanos". Uno de estos es el derecho a la libertad de opinión que tenemos todos los ciudadanos. Pero el derecho no es más que un mínimo, porque de nada sirven los derechos si no tenemos posibilidades.
El derecho humano más importante que tenemos todos en el contexto social y político es el derecho a opinar y, a su vez, a ser diferente. El derecho a opinar y de la forma en que uno quiera. Porque de no ser así uno no tiene más que el derecho a ser igual, a pensar igual y a escribir igual (qué atentado contra la Literatura), y todavía eso no es un derecho; pues el derecho -decía Marx- para que exista, necesita la posibilidad.
Generalmente se dice que democracia es libertad. Pero libertad es posibilidad. Uno no tiene las libertades porque están escritas en un papel, por hacer aquello que la ley no le prohíbe. Puede que la ley no le prohíba a nadie entrar a la universidad, pero si se lo prohíbe la vida, si se lo prohíbe la economía, si se lo prohíben los hechos; de todas maneras no tiene libertad de educarse. Es por ello que la libertad está en el orden de la posibilidad.
Ahora bien. ¿Qué libertad tiene un columnista de prensa si su forma de escribir es susceptible de una demanda por injuria y calumnia? ¡Tiene la libertad de escribir, pero después es posible que termine en la cárcel! De acuerdo con el filósofo político Isaiah Berlin, la libertad debe asumirse de manera positiva, es decir, como aquello que la vida nos permita hacer; y no "como aquello que no nos prohíban".
Por estos días se adelanta un proceso penal por injuria y calumnia contra el columnista y escritor Alfredo Molano: conocedor profundo de la realidad colombiana. Su único crimen fue escribir una columna de opinión que señalaba, con nombre propio, a los caciques políticos y económicos de Valledupar -que tienen el monopolio de la tierra, fuertes vínculos con los paramilitares y alto control político de la región-: los Araújo. Estos lo demandaron porque se sintieron aludidos por el retrato y las palabras que utilizó Molano en su columna sobre el secular "modo de hacer negocios" de las élites regionales, su fuerte injerencia política y cómo salen siempre indemnes de todo ello.
Es decir: lo único que hizo Molano fue cumplir con su oficio: informar a la opinión pública. Y utilizó el lenguaje que él consideró necesario: que no es procaz ni mucho menos; pero y si lo fuera, ¿qué? Está en su derecho. Porque para qué la libertad de expresión si no lleva implícita la libertad de ofender. En otras palabras, como dice el escritor Salman Rushdie, "sin el derecho a ofender, no se puede hablar de libertad de expresión". Entre otras cosas, porque el insulto, las palabras fuertes, aparte de ser una reacción humana bastante normal, son quizá la única arma de defensa que tienen los escritores y periodistas frente a los poderosos de todo tipo. Un ejemplo claro es la libérrima prosa de Fernando Vallejo que no da concesiones de ningún tipo a toda clase de poder. Y ahí radica, precisamente, su encanto, así como el de Molano y otros periodistas en denunciar lo que muchos ven y saben, pero no se atreven a decir.
La asociación de escritores más conocida del mundo, el Pen Club, lanzó hace cuatro años una campaña internacional para que sean abolidas en todas partes las leyes penales que castigan con cárcel los delitos de calumnia e injuria. El Pen Club intenta que se desmonten en todo el mundo las leyes que penalizan la injuria y calumnia, pues estas en realidad están siendo usadas (en Turquía contra Pamuk y otros, en Irán, en China, en países árabes, en Venezuela e incluso en Colombia, como en el caso de Molano, entre otros) para acallar a los escritores y periodistas.
Y puede que en Colombia las demandas por calumnia contra los periodistas no prosperen, pero sí hacen que ellos se muerdan la lengua por miedo a tener que encarar largos, agotadores y carísimos pleitos, con lo cual se promueve, indirectamente, la autocensura.
Una solución equilibrada, digo yo, podría ser que los delitos de injuria y calumnia sólo tengan consecuencias de tipo administrativo (indemnización y rectificación), pero en ningún caso penas de cárcel. Y así nos evitaríamos ver no sólo a Molano, sino a otros periodistas, en los juzgados y en el peor de los casos en la cárcel, que lo único que hacen es cumplir con su deber: informar a la opinión pública mediante el lenguaje que ellos consideran más apropiado. Así a los que sean objeto de su crítica no les guste. No hay nada más fácil de evitar que una columna de prensa nos ofenda: basta con cambiar la página del periódico.
Es triste que un escritor y periodista de la talla de Molano esté corriendo por los pasillos de los juzgados de Paloquemado para justificar jurídicamente su opinión. ¡Una opinión! Es desalentador ver que a las personas que llaman las cosas por su nombre, pueden llegar a terminar en la cárcel. Es una hipocresía total -propio de nuestra cultura- no poder siquiera decirles terratenientes a los terratenientes, tiranos a los tiranos, caciques a los caciques de las regiones, o hijos de lo que sea a los que se portan como tales. En suma: es una desgracia tener el derecho sin la posibilidad. Así las cosas, ¿para qué opinión sin la posibilidad... de ofender?
febrero 05 de 2010
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