En la oscuridadJosé Gil Olmos
Revista Proceso # 1777, 21/11/2010;
El jueves 18 y el viernes 19, el gobierno federal realizó en un salón del hotel María Isabel Sheraton una subasta pública que hubiera sido como tantas otras si no fuera porque ahí se ofrecieron desde juguetes y maquinaria agrícola, hasta helicópteros y carísimas joyas presuntamente incautadas a los jefes del narcotráfico en operativos recientes. Y aunque presumieron de transparencia, los funcionarios se empeñaron en ocultar la identidad de los dueños originales…
Revista Proceso # 1777, 21/11/2010;
El jueves 18 y el viernes 19, el gobierno federal realizó en un salón del hotel María Isabel Sheraton una subasta pública que hubiera sido como tantas otras si no fuera porque ahí se ofrecieron desde juguetes y maquinaria agrícola, hasta helicópteros y carísimas joyas presuntamente incautadas a los jefes del narcotráfico en operativos recientes. Y aunque presumieron de transparencia, los funcionarios se empeñaron en ocultar la identidad de los dueños originales…
Tres veces llamó el subastador a los 800 asistentes que llenaron el salón del lujoso hotel María Isabel Sheraton, pero nadie alzó su paleta. El silencio reinó hasta que, con un golpe seco de su martillo de madera, el pujador retiró de la venta el anillo masculino de oro y diamantes con un precio inicial de 1 millón 400 mil pesos, que bien pudo alcanzar un precio comercial de más de 2 millones de pesos.
Esa narcojoya era la pieza maestra del primero de los dos días de la “gran subasta pública SAE 2010”. “Ni quién se atreva a comprar ese anillo entre tanta gente”, espetó uno de los participantes.
En esa subasta pública se pusieron a la venta 150 lotes de relojes finos y joyería decomisados al crimen organizado, decenas de autos, tres avionetas, dos helicópteros que eran propiedad del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y otros bienes confiscados, con los que se esperaba recaudar 80 millones de pesos.
El amplio salón estaba completamente lleno desde temprano. Además de los 424 postores, que depositaron en garantía un total de 60 millones de pesos para participar, había muchos otros curiosos que asistieron a la subasta del Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE, órgano descentralizado de la Secretaría de Hacienda), organizada por la empresa de subastas CARASA, a la que le pagaron un porcentaje de la venta total, que rebasó los 100 millones de pesos.
Al principio había expectación por ver los lotes de narcojoyas y a los compradores que abarrotaron el salón, rebasando las expectativas del director del SAE, Sergio Hidalgo Monroy Portillo. Este funcionario se ufanaba de conducir la subasta con transparencia, pero cuando se le preguntó a qué narco le decomisaron el anillo de oro y diamantes que nadie compró, se defendió:
–Yo me entero hasta el final del proceso. Si en la causa penal se procedió a decomisar, entonces en el expediente me entero cuál fue la causa penal que generó el aseguramiento. O también cuando lo tengo que devolver a la persona que estaba involucrada. Hasta entonces tengo la información y no tendría problema en darla a conocer, pero nosotros no participamos en las acciones en contra del crimen organizado, el SAE no está hecho para eso.
“A mí simplemente la PGR me dice: aquí están estos bienes, te los entrego en administración, resguardados, y el día de mañana te informo cuál es el resultado de las acciones criminales. Cuando hay operativos muy importantes sabemos el origen y se nos da el resguardo de esos bienes, pero en la gran mayoría no tengo la información de su procedencia.”
–Pero no le afectaría en nada al SAE tener esa información y manejarla públicamente…
–Tampoco me ayudaría, porque no participo en esos procesos. Me parece que quien debería hacer pública esa información es la PGR o, en su caso, las propias aduanas del país.
Lo cierto es que entre los probables compradores de varios estados del país que acudieron al Sheraton había precaución, incluso miedo. “No queremos que nos confundan con prestanombres de algún narco o que sepan que alguno de nosotros compró un reloj o una pulsera que querían mucho y luego quieran recuperarla”, confió uno de ellos.
Esto puede explicar por qué nadie respondió a los dos llamados a realizar ofertas por el anillo de oro y diamantes: entre los asistentes se especuló que pertenecía a un capo abatido este año.
Fuera cámaras
En los primeros minutos de la subasta los fotógrafos y camarógrafos pudieron tomar aspectos generales de la puja, y hasta se hizo un breve simulacro para mostrar cómo sería la compra de los bienes. Sin embargo, los participantes pidieron que no se captaran sus rostros, porque temían que algún jefe del crimen organizado viera en sus manos alguna prenda codiciada.
Después, las autoridades pidieron que las cámaras salieran y sólo se quedaran los reporteros para atestiguar el desarrollo transparente de la venta.
Instalado tras un atril, sobre una plataforma en la que había también una larga mesa con funcionarios del SAE, la Comisión Nacional Bancaria y la empresa subastadora, el rematador anunció con potente voz la compra de los relojes y la joyería. De éstos sólo se mostraron imágenes en las pantallas gigantes.
De inmediato, edecanes vestidas de negro se distribuyeron por el salón. Cada una portaba su paleta amarilla con un sol pintado para señalar a los pujadores. Y aunque ya se han llevado a cabo otras subastas públicas, e incluso vía electrónica se realizan cada 15 días, ésta era la primera vez que se abrió relativamente a los medios de comunicación.
“Reloj para caballero marca Rolex, con caja de oro de 18 kilates, con incrustaciones de 70 diamantes corte baguette en bisel y 241 diamantes corte princesa en el pulso… Precio inicial, 65 mil pesos. ¿Quién da más?”, gritó el subastador a pesar del micrófono de diadema que le dejaba las manos libres para señalar a quienes levantaban su paleta.
Había toda clase de público: amas de casa interesadas en adquirir un auto, comerciantes apasionados por los relojes, parejas jóvenes en busca de un anillo de compromiso, joyeros deseosos de un lote de alhajas a buen precio, un líder de vendedores ambulantes ansioso por conseguir la esclava de diamantes y personajes que rehuían las miradas cada vez que levantaban la paleta con su número de registro para comprar un reloj Corum de oro blanco, con diamantes incrustados y una calavera en la carátula.
Uno a uno los relojes Rolex de todos los modelos y tamaños, Wyler con caja de oro, Girard-Perregaux, Chopard, Ulysse Nardin, Graham, Versace, Carrera, Hublot Genève, Franck Muller, IWC, Daniel JeanRichard, Jaeger-LeCoultre, Richard Mille, Panerai, Patek Philippe, Roger Dubuis, Romain Jerome, Cartier, Charriol, Bvlgari y un Audemars Piguet que causó sensación.
Este reloj rosado del modelo Royal Oak salió en el lote 75 con un precio base de 520 mil pesos. Su caja de oro rosado de 18 kilates, y la carátula, las costuras y el pulso de piel negra sedujeron a los prospectos de compradores. Comenzó la puja y el precio alcanzó 880 mil pesos, arrancando el aplauso del comprador con la paleta 346, cuyo nombre quedó en el misterio, igual que el de su dueño original.
“Esto es por seguridad de los compradores”, aclaró el director del SAE, quien explicó que para asegurar que el dinero de un cliente no provenga del crimen organizado ni se realizara “lavado de dinero” comprando sus propias alhajas, se exige un depósito en cheque de caja.
–¿Funcionan esos candados? –se le pregunta.
–Me parece que la pregunta es si el sistema bancario tiene los controles suficientes para detectar si recursos del crimen organizado se están limpiando a través de la banca. Yo creo que el Estado mexicano ha caminado muy bien en una serie de medidas para evitar esto. Hay reportes que tienen que presentar los bancos por operaciones que rebasan un monto determinado y todas esas operaciones se reportan a la Unidad de Inteligencia Financiera; por supuesto, son investigadas, se cruzan bases de datos para saber quiénes están atrás de esas cuentas bancarias.
“Creo que lo que debe seguir haciendo el SAE es utilizar al sistema bancario como seguro de cualquiera que vaya a adquirir un producto y que los recursos vengan de procedencia lícita. Dejamos esos trabajos a la Comisión Nacional Bancaria, que transparente esas acciones; ellos tienen las herramientas para garantizar que esas operaciones son de procedencia lícita.
–Aún así queda la duda, ¿no?
–Me parece que cualquier criminal puede intentar utilizar el sistema bancario, pero estaría incurriendo en riesgos muy importantes porque toda esa información se va acumulando y es una forma de detectar sus operaciones.
–En el caso de las subastas, donde se venden bienes caros, ¿se hace una investigación de los depósitos?
–Nosotros no hacemos investigación, dejamos que el sistema financiero corra con todas ellas. Por supuesto que si alguien compra un cheque de caja de 500 mil pesos, el banco tendrá que reportar esa operación a las instancias correspondientes. Me parece que el sistema bancario ha hecho muy buen trabajo en la detección de operaciones dudosas.
Otro lujo: el silencio
Después de cinco horas del primer día de subasta, los funcionarios del SAE ya se daban por bien servidos por el éxito de la venta pública de más de 600 piezas confiscadas al crimen organizado y a deudores de la banca.
Además de los relojes de marca, algunos con carátulas especiales, como era el Jean-Richard con la figura del equipo América “Campeonato 2005” –que salió con un precio inicial de 25 mil pesos y se vendió al doble–, o el Rolex de oro blanco con 48 diamantes y 12 zafiros que alguien compró en 305 mil pesos, también había lotes de alhajas con gargantillas, pulseras, o la medalla conmemorativa con la imagen del Papa Juan Pablo II en una de las caras y en la otra la Virgen de Guadalupe.
Ninguna de esas piezas fue llevada al salón. Se mostraron sus fotografías en un folleto finamente impreso que se regalaba a los compradores, y en las pantallas gigantes.
Había prendas extravagantes, como unos aretes en forma de cabeza de felino en oro amarillo de 14 kilates, con 70 diamantes corte brillante, dos esmeraldas y ocho rubíes; una pulsera con figuras de panteras, también en oro amarillo pero de 18 kilates y con incrustaciones de oro blanco.
En la subasta la religiosidad no estaba peleada con el lujo: se ofreció un rosario de estilo antiguo, con cuentas esféricas, cinco medallones y un crucifijo, todo en oro de 18 kilates y platino, con un peso de 332 gramos y 770 diamantes en corte de brillante; igual que tres cruces de oro blanco de 18 kilates en diferentes estilos, adornadas con ocho zafiros, 75 y 130 diamantes cada una; o la medalla con la figura de la Virgen de Guadalupe formada con 76 diamantes, 10 esmeraldas y 28 rubíes.
Al final del primer día se informó que el SAE ya había recuperado 55 millones de pesos y se esperaba rebasar los 80 millones inicialmente previstos.
En el segundo día la puja siguió con la venta de automóviles y aeronaves. El primer helicóptero, con precio de salida de 1 millón 600 mil pesos, se vendió en 3 millones 200 mil; el segundo, con precio inicial de 1 millón 350 mil, fue adjudicado en 2 millones 550 mil. En tanto que la primera avioneta Cessna salió con un precio de 30 mil pesos y fue comprada en 80 mil, la segunda, de 30 mil pesos, se vendió en 440 mil; y la tercera, de 30 mil pesos iniciales, se asignó por 300 mil.
Dos señoras esperaban el final de la subasta: la venta de vehículos importados (Audi, Alfa Romeo, Land Rover) y nacionales en buen estado. Algunos comerciantes esperaban los lotes de autos chatarra, de los que se ofrecieron decenas, igual que lotes de bicicletas para niños, tractores y hasta herramienta agrícola decomisada.
El pacto de silencio se mantuvo hasta el final. Nadie dijo de quiénes eran las alhajas, los autos, aviones y relojes decomisados, ni se reveló el nombre de los compradores.
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