Columna TOLVANERA
Granados/Roberto Zamarripa
Reforma, 17 Oct. 11
Afines de los ochenta, cuando los debates sobre la energía eléctrica no eran tan estridentes como ahora, un apagón dejó en la penumbra al primer cuadro de la Ciudad de México y no sólo estropeó la noche a miles de vecinos de la zona sino que puso en jaque la edición del periódico La Jornada, cuyas oficinas estaban ubicadas en Balderas 68, Centro.En el primer piso del edificio donde estaba instalada La Jornada, justo en la esquina, se ubicaba la oficina del subdirector del diario, Miguel Ángel Granados Chapa. Para los trabajadores que permanecieron a la espera de que volviera a encenderse un foco, el ritmo de una agradable música los tuvo entretenidos en esa boca del lobo. Era el tecleo de la máquina mecánica que, nítido, sonaba desde la oficina de Miguel Ángel. Así sonaba la Plaza Pública, hecha a párrafo por cinco segundos. Cuando sucedía el silencio, era porque el autor se levantaba a consultar un libro o un documento que encontraba de inmediato. Aquella noche, la del apagón, aunque hubiera querido, Miguel Ángel no hubiera podido consultar nada. Así que el texto salió de un tirón.
Cuando terminó de escribir, salió de su oficina y al percatarse de la ausencia de directivos y la parálisis en la que se hallaban varios trabajadores, en plena oscuridad organizó el trabajo y condujo a un grupo de redactores literalmente a la calle, donde la luz de la luna alumbraba tenuemente. Alguien bajó una máquina de escribir, otro trajo las cuartillas, y reunidos alrededor de un auto compacto cuyo cofre sirvió de escritorio para la máquina de tecleo, se escuchó la voz de Miguel Ángel quien de corrido dictó la nota principal de esa edición.
Aquel editorial era una explicación obligada a los lectores. Sellaba la divisa del trabajo de Granados y la enseñanza a sus colegas: primero, los lectores.
Como pocos, el mundo laboral, profesional y cultural del periodismo ha cambiado de manera dramática. No sólo por las nuevas tecnologías que han provocado una mayor velocidad en la difusión de la información, y también una amplísima disposición de la misma por lectores y comunidades que ahora acceden vía internet a las zonas que antes eran privilegiadas para los periodistas o las élites del poder.
El brutal cambio en la forma de obtener la información, de confeccionarla y difundirla por parte de los medios colectivos ha provocado también y de manera lamentable la desaparición de jerarquías informativas, pesos específicos de dichos y hechos, y la expansión de saturaciones de asuntos frívolos o aparentemente insustanciales en detrimento del conocimiento de las cosas que pasan, por qué pasan, cómo pasan y hacia dónde pasan.
Como nunca antes los periodistas tienen ante sí un extraordinario y fascinante mundo de información a su alcance, que pueden ayudar a explicar a la comunidad. Pero también, como nunca antes muchos han encontrado zonas para escabullirse de su compromiso para difundir esa información. Son valientes en un medio y cobardes en otro; se engallan en el blog pero se achican ante el micrófono de la radio. Son oportunos en el Twitter y serviles en la televisión. La modernidad y la expansión informativa han llevado a que en algunos lugares sean conocidos periodistas "políglotas", es decir que hablan distintos idiomas según el medio y el auditorio. No tienen una línea continua, única, singular. Confunden, como dirían los clásicos, medio y mensaje. En uno dicen una cosa, en otro otra, para disimular su falta de compromiso con lectores y audiencias.
Miguel Ángel Granados Chapa hizo televisión, radio, también política, y en todos los lugares habló como si leyera la Plaza Pública: con pulcritud, precisión y contundencia.
No decía nada ahí, en ninguno de los foros, que no fuera capaz de decirle en la cara a cualquiera de sus interlocutores.
Miguel Ángel Granados ha profesado y enseñado eso: el periodismo es congruencia, es también un acto de servicio; es, desde luego, una enorme responsabilidad y obedece de manera directa al interés de los lectores.
Granados mostró que el periodista debe saber decir bien las cosas a plena luz del día. Pero si hay tinieblas, oscuridad u obnubilaciones, enseñó a no arredrarse. A asumir sin dobleces la obligación de informar.
El 13 de octubre de 2011, al escribir su última Plaza Pública, Miguel Ángel volvió a escribir desde la penumbra. En su texto, deseó el renacimiento de la vida en un país que parece naufragar.
Más allá de la efeméride -pues el 13 de octubre de 2010, por ejemplo, fueron rescatados desde la penumbra decenas de mineros chilenos quienes nunca perdieron la esperanza de renacer- él abogó por la esperanza y el compromiso.
Granados apostó, en el último golpe de tecla, de nuevo por la vida y la congruencia. Apostamos por ello, un 13 de octubre, con su ejemplo. Muchas gracias, Maestro.
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