HACE 29 AÑOS
En honor a Miguel Ángel Granados Chapa.
Por:
Guadalupe Loaeza
Fue hace tanto tiempo que temo que un día termine por olvidarlo por completo. Para que esto no ocurra, quiero contarles hoy, como un pequeño homenaje a Miguel Ángel Granados Chapa, cómo me inicié en el periodismo como periodista en el Unomásuno.¿Por qué deseaba de pronto escribir en el único periódico de la oposición, en el cual colaboraban las mejores plumas de los intelectuales de esa época? ¿Por qué una señora tan burguesa y aparentemente frívola necesitaba expresarse en las páginas del único diario que no tenía Sección de Sociales? Sin duda había algo en mi vida tan supuestamente glamorosa y resuelta, que no embonaba bien. Sin saberlo algo en mí se estaba gestando. ¿Se trataba de una rebelión tardía? O, acaso la gana de una toma de conciencia y por ende una búsqueda de una identidad propia. Entonces, no tenía la más remota idea de quién, diablos, era esa mujer de 38 años que vivía entre París y Las Lomas, muy bien casada, con tres hijos y que trabajaba como Publirelacionista para una de las casas de moda más prestigiada en el mundo, Nina Ricci.
Todo sucedió hace 29 años y muchos meses. ¿Cuántos? ¡¡¡Muchísimos!!!. Sin embargo parece que fue ayer cuando, me presenté por primera vez a las oficinas del Unomásuno: “Buenas tardes, quisiera, por favor, ver al Jefe de Redacción”, dije tímidamente. “Ahorita están en junta, señora, pero puede usted esperar”, contestó la secretaria. Me instalé en una pequeña antesala y tomé un ejemplar del periódico de ese día, lunes 23 de agosto de 1982. El gobierno determina que la totalidad de los depósitos legalmente constituidos con denominación en moneda extranjera en los bancos nacionales, serán liquidados en pesos y al tipo de cambio general, que es notablemente más bajo que el libre, leí estupefacta en una de las tantas notas. Esa misma mañana mi madre me había llamado para manifestarme su preocupación respecto a sus mexdólares.
En la tarde, después de comer, había ido al tapicero en Avenida Revolución a recoger unos cojines. “Fíjese, güerita, que todavía no están. ¿Por qué no regresa como dentro de dos horas?”, me preguntó el encargado del local con la boca llena de tachuelitas. Al salir de la tapicería miré el reloj, eran veinte para las cinco. “¿Qué hago? ¿Adónde voy?, me pregunté en tanto me dirigía hacia al coche. Estaba a punto de arrancar, cuando de pronto pensé: “Aaaaaah, creo que aquí cerca está el Unomásuno. Podría aprovechar para ir…”. No hay duda que ese día tenía una cita con el destino, porque hasta la fecha aún no sé por qué razón tuve esa extraña ocurrencia, cuando en realidad hubiera podido matar el tiempo tal vez leyendo el Hola!, en uno de los tantos Sanborn’s que se encontraban por el rumbo.
Después de preguntar más de diez veces dónde se encontraba la calle de Correggio en la colonia Nochebuena, finalmente llegué al periódico. Antes de bajar del coche, en mi ejemplar busqué el índice para saber con exactitud por quién debía preguntar. Al entrar a las oficinas del diario me llamó la atención lo modesto de las instalaciones. Por absurdo que parezca pensaba que la redacción de un periódico que ya empezaba a tener mucha influencia en la sociedad mexicana era semejante a la casa matriz de un banco. En tanto subía las escaleras al primer piso, bajaban dos jóvenes de jeans, pelo largo y morral. Atrás de ellos los seguía una muchacha de melena esponjada, falda larga tipo hindú y sandalias. Los tres me miraron extrañados. ¿Qué diablos estaba haciendo allí una señora cuya apariencia no tenía nada que ver en ese contexto?
Mientras esperaba a que terminara la junta, continuaba leyendo el periódico: Ciento treinta y tres bancos del mundo otorgan a México una moratoria de tres meses para el pago de la deuda externa, así como un préstamo de 56 mil millones de dólares para la compra de insumos… De todas mis amistades, la única que compraba el Unomásuno era yo. “¿Cómo puedes leer ese pinche periódico si es de rojillos?”, me preguntaban intrigadísimos. “Porque es el único in-de-pen-dien-te. Sus periodistas no aceptan ningún tipo de chayote y además no hay otro tan crítico del gobierno como éste”, contestaba muy ufana de saberme distinta a mis amigos y amigas, cuyo destino del país los tenía totalmente sin cuidado.
Por fin salió el Jefe de Redacción con cara de apuro y muchos papeles en la mano. “Señor, lo está esperando esta señora”, le avisó la señorita. “Sí, dígame usted”. “Vine para ver ¿qué posibilidades habría de escribir en el periódico? Estoy en el taller literario de Elena Poniatowska y hace un mes gané un segundo lugar en el concurso de cuento. Entonces me preguntaba si podía colaborar, siempre y cuando no tuviera que firmar con mi nombre. Lo que intentaría hacer es describir a la burguesía frente a la crisis que en esos momentos está viviendo el país. ¿Me entiende?”.
No, el señor no me entendía en lo absoluto, de hecho, no daba crédito respecto a mi propuesta. ¿Escribir sin firmar con mi nombre? Con todo lo que tenía qué hacer: revisar las planas, cabecear, elegir las fotografías, presionar a los de la mesa de redacción, etc., etc., “Mire, señora, en primer lugar aquí uno se responsabiliza por lo que escribe. Y en segundo, no es conmigo con quien tiene que hablar, sino con el subdirector, el Lic. Miguel Ángel Granados Chapa. Con permiso”, le dijo cortante al dar la media vuelta y desaparecer.
Me quedé confusa. Antes de tocar a la puerta semiabierta del subdirector, respiré hondo y profundo. “Adelante”, dijo el licenciado de espaldas frente a su máquina de escribir. “Buenas tardes, licenciado, perdóneme que lo interrumpa”, dije sumamente apenada. El licenciado se incorporó y me invitó a tomar asiento. Parecía muy cortés y relajado. Una vez más le expuse mis intenciones. “Mire, en estos momentos tenemos dificultades de papel y de espacio. Por lo tanto, no le garantizo nada. Pero si quiere hacemos un intento. Por todo lo que me ha platicado se me ocurre que podría escribir algo sobre cómo vive la gente de su medio, las últimas devaluaciones”, me sugirió. “Muchas gracias, sin falta se lo mando mañana licenciado”, agregué al despedirme aparentando mucha confianza en mí misma. Sin embargo, bastó con que empezara a descender las escaleras para sentir tras mis talones, a mi peor enemiga: ¡¡¡la inseguridad!!! “¡Qué irresponsable soy! Si no sé nada sobre el tema de la devaluación, ¡Estoy loca!”, pensaba de regreso a la casa sobre la avenida Patriotismo. Puesto que ya eran después de las siete de la noche ya no pasé por los cojines. De hecho, me pregunto si al cabo de todos estos años, todavía existan en algún rincón de la bodega del tapicero.
Muchas veces he pensado que si llegué a ser periodista y escritora fue gracias a la impuntualidad mexicana… y claro, también por la buena voluntad de Miguel Ángel Granados Chapa. Si los cojines hubieran estado listos ese día, seguramente, en estos momentos, no estaría escribiendo este texto y cómo empecé a escribir en los periódicos.
Gracias Miguel Ángel Granados Chapa.
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