Lo que el presidente aún no entiende/BERNARDO BARRANCO V.,
*Exconsejero del Instituto Electoral del Estado de México, vaticanólogo y estudioso de las religiones.
Revista
Proceso
No. 1899, 24 de marzo de 2013
La
presencia de Enrique Peña Nieto en la ceremonia de entronización del Papa
Francisco es un hecho relevante que va más allá de una visita protocolaria.
Mientras los diferentes jefes de Estado priistas se habían resistido a asistir
a cultos públicos, Peña Nieto es el primer presidente priista que asiste a una
ceremonia de tal relevancia. Se ha sacudido viejos estigmas e indica, según él,
cómo ha cambiado el mundo en tan sólo unos años. Sin embargo, su presencia
puede tener otras lecturas. Una de ellas es la del presidente muy católico que
quiere hacer de la Iglesia una asociada incondicional en su mandato y un factor
básico de gobernabilidad. Pareciera que Peña Nieto rescata las viejas tesis que
el binomio Prigione-Salinas estableció en los años ochenta.
La elección del
Bergoglio tiene consecuencias no sólo religiosas sino políticas. Francisco es
el primer pontífice latinoamericano y el peso del Vaticano puede tener
diferentes incidencias políticas en la región. Si el Papa
actúa como Bergoglio en Argentina, la Iglesia será no únicamente crítica sino
intransigente frente al debate por alcanzar una mayor diversidad, flexibilidad
y pluralidad en las opciones sociales; es decir, la moral católica se dejará
sentir en temas como aborto, mujeres, sexualidad y rechazo homosexual.
Bergoglio cuestionó las políticas “populistas” del kirchnerismo; potencialmente
el Papa Francisco puede convertirse en un nuevo polo de gravitación en el área.
Así lo entendieron los mandatarios que se dejaron ir de manera copiosa a la
ceremonia religiosa de inicio del pontificado y breves encuentros que
sostuvieron con el nuevo Papa, entre ellos Rafael Correa, de Ecuador; Cristina
Fernández, de Argentina; Dilma Rousseff, de Brasil; Laura Chinchilla, de Costa
Rica, y Sebastián Piñera, de Chile; Federico Franco, de Paraguay; Porfirio
Lobo, de Honduras; Ricardo Martinelli, de Panamá, y Enrique Peña Nieto, de
México.
En
tanto católico que es, el presidente Peña Nieto se conmovió con la ceremonia
religiosa. “Es un momento emotivo. Sin duda es un momento especial”, expresó en
rueda de prensa. En la víspera de la misa, concedió una entrevista a Televisa,
y de manera confusa reiteró que su presencia en Roma se da en el marco del
Estado laico: “México es un país laico, un país que respeta los diferentes
credos religiosos y en el marco de esta condición se debe reconocer también de
que México es un país mayoritariamente católico. Por eso, me congratulo de
estar aquí presente representando al pueblo de México”.
No queda
suficientemente claro si su presencia se debe a que representa al pueblo
mayoritariamente católico o a un Estado que respeta todos los credos
religiosos.
En todo caso, la obligación primordial del Estado moderno en un contexto de una
notoria mayoría religiosa como la católica, el caso mexicano, es defender y
proteger principalmente a las minorías religiosas.
Un
Estado laico debe garantizar la equidad, es decir, la no discriminación, y
garantizar los derechos, principalmente de las minorías. La justificación de su
presencia en Roma refuerza los privilegios y trato diferenciado del jefe del
Estado hacia una religión, corre el riego de irritar a los no católicos, que
suman cerca de 20 millones de mexicanos.
El
presidente Peña Nieto debe entender que la laicidad de todo Estado moderno, más
allá de ser una herramienta jurídica, es un instrumento político de convivencia
armónica y civilizada entre diferentes y diversos grupos sociales, para
coexistir en paz en un espacio geográfico común.
En
la misma entrevista, cuando se le inquiere sobre las afirmaciones del Papa
Francisco de una “Iglesia pobre y una Iglesia para los pobres”, Peña Nieto se
entusiasma: “me gusta porque es una gran coincidencia con una de las
prioridades de mi gobierno… creo que los postulados del Papa son plenamente
coincidentes con la política pública que tiene mi gobierno. Yo espero que en lo
que haga a una misión de carácter espiritual con la que tiene un gobierno, como
el nuestro, pues haya coincidencias para propiciar unidad social, armonía
social, cohesión social. Un ánimo como el que venimos construyendo en México
para alcanzar los grandes objetivos que sean de beneficio para todos los
mexicanos”.
La confusión
aquí es mayor, pues una cosa es celebrar las coincidencias y otra es no saber
diferenciar la autonomía en el espacio público de las políticas del Estado de
la esfera religiosa.
¿El presidente Peña Nieto espera una bendición hacia su Cruzada contra el
Hambre? o ¿intenta sumar a la Iglesia al Pacto por México?
El
Estado laico moderno debe garantizar la autonomía de lo político frente a lo
religioso, la separación Estado-Iglesia debe prevalecer en cada uno de los
programas del gobierno. Si los actores eclesiales operan de suyo en el espacio
público, el presidente Peña Nieto no puede invitar a la Iglesia católica a ser
un factor de unión, cohesión ni armonía en las políticas públicas, así sea un
programa o una meta, porque corre el riego de propiciar la invasión de esferas
y confusión de roles.
Los asesores
políticos del presidente le deben recordar que el laicismo radical y los
jacobinismos surgen como reacción política a la excesiva injerencia del clero
en el ejercicio del poder y en los asuntos de política pública, es decir, son
una reacción al clericalismo político. La laicidad moderna no se reduce a
acallar, acotar ni reprimir la expresión, ni la libertad y la práctica política
de ninguna Iglesia; debe respetar la libertad religiosa.
Sin
embargo, el Estado laico debe canalizar todas estas expresiones con equidad de
manera institucional, evitar regular su participación con miras de legitimación
o de fortalecimiento de una determinada acción o programa público. Ha
trascendido que la reunión privada del presidente Peña Nieto con los cuatro
cardenales en Roma giró en torno al tema educativo, lo cual puede resultar muy
grave y delicado.
El
planteamiento del presidente es potencialmente regresivo. Estado laico expresa
la esencia de la democracia moderna. Gran parte de la clase política tiene una
concepción imprecisa de la laicidad del Estado, sobre todo su lugar frente a
los desafíos de pluriculturalidad en este siglo XXI.
Las
necesidades de corto plazo, el excesivo pragmatismo y los intereses tribales
propician que la clase política desarrolle versiones utilitarias de la
laicidad. Un ejemplo claro lo encontramos en la presidenta Cristina Kirchner y
su fallecido marido; ambos reprochaban la excesiva injerencia política de la
Iglesia y en especial de Bergoglio como “verdadero representante de la
oposición”.
Cristina se
enfrentó al cardenal de Buenos Aires por hacer proselitismo contra la ley de
matrimonio igualitario; no obstante, hace unos días, en Roma, durante un
almuerzo que mantuvieron a solas en la residencia Santa Marta, le pidió al Papa
Francisco su “intermediación” para que Gran Bretaña dialogue por las Malvinas.
Primero
le pidieron a Bergoglio que no se entrometa en la política del país, y en otra
le piden que haga política para interceder por la recuperación de las islas.
Con qué autoridad se le va a reprochar a la Iglesia, en nuestro país, no
incidir en cuestiones políticas o electorales cuando su presidente se muestra
abierto e invita a la religión mayoritaria a “propiciar” que la Iglesia sea
socialmente cohesionadora.
¿Qué
tan religiosa es la clase política mexicana? ¿Pareciera salir del clóset para
beneplácito clerical o es más conservadora de lo que pretende aparentar?
Probablemente ante el notorio alejamiento de la ciudadanía, la clase política
refleja que la debilidad de los partidos y de las instituciones es tal que
buscan formas alternativas de legitimidad.
Es
posible que la atmósfera del cónclave haya reavivado la nostalgia por los
tiempos idos en que la legitimidad política no era otorgada por el pueblo ni
mucho menos por medio del sufragio, sino que la legitimidad venía de Dios. Aquí
pareciera que el pragmatismo de los políticos mexicanos se puede volver casi
mágico y hasta místico.
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