A muchos nos importa/Javier Gómez de Liaño es abogado y juez en excedencia.
Publicado en El Mundo |14 de octubre de 2013
El director de EL
MUNDO, que es un epistológrafo pertinaz al estilo de Unamuno y, a lo que se ve,
como éste, sin ganas de corregir tan saludable costumbre, en su penúltima carta
dominical, o sea, no en la de ayer sino en la del pasado 6 de los corrientes,
que titulaba ¿A quién le importa?, lamentaba el nulo interés que otros medios
de comunicación y los partidos políticos sin excepción mostraban por la
investigación judicial que se está llevando a cabo para esclarecer el delito de
falso testimonio que pudieron haber cometido dos testigos en el juicio por el
atentado del 11-M y que sería decisivo para revisar la sentencia que condenó a
Jamal Zougam a la pena de 42.922 años de prisión por ser miembro de una célula
terrorista de tipo yihadista y, como tal, autor de 191 homicidios consumados y
de 1.856 homicidios en grado de tentativa.
No me gusta jugar con
la ventaja que supone responder en tiempo más que sobrado a las reflexiones del
director de este diario, pero tampoco creo que deba dejar huir la ocasión de
contestarle y no, precisamente, para salir al paso del que me parece un
reproche tan severo como justificado, sino con la finalidad de constatar que el
asunto importa a muchos ciudadanos que, como él dice, «todavía dan alguna
importancia a los derechos humanos, la justicia y el valor de la verdad». Y
así:
IMPORTA A QUIENES
piensan que determinados interrogantes que la tragedia del 11-M suscita no
recibieron cumplida respuesta judicial. Tan legítimo y respetable como sentir
satisfacción por la sentencia condenatoria, lo es considerar que tal vez
aquella resolución no contenga toda la verdad, de la misma forma que en
relación a los procesos por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o los
asesinatos de los GAL, muchas dudas siguen en pie.
IMPORTA A QUIENES
opinan y lo hicieron desde los primeros pasos, que la instrucción sumarial por
el atentado pudo incurrir en el fallo que se conoce como investigación de vía
única, en el sentido de no haberse reparado en otras posibilidades o alternativas
diferentes a las que la policía ofreció sobre su autoría, desde el mismo día de
la tragedia. Es más que probable que en su momento y aún hoy, algunos no
percibieran con precisión la diferencia entre buscar pruebas, que es labor
policial, y verificar, que es función judicial, con olvido de que una de las
causas más importantes de los errores judiciales está en no hacer en fase de
instrucción todo aquello susceptible de producir resultados procesales útiles.
IMPORTA A QUIENES
lamentan el retroceso que se ha producido en la aplicación del derecho penal,
despreciando la vieja regla de que el acusado se reputa inocente mientras no se
pruebe su culpabilidad y que ha sido firme axioma en nuestra justicia desde que
aprobamos la Constitución. Hoy, la situación es que oímos hablar de presuntos
delincuentes o de que el acusado no puede dar cuenta de sus actos, pasándonos
por alto el principio de que es la acusación quien debe aportar las pruebas que
no dejen lugar a la duda.
IMPORTA A QUIENES
afirman que en el supuesto de que el juez no está persuadido de la culpabilidad
del acusado y tampoco convencido de su inocencia, incluso por leve que la duda
sea, tiene que beneficiarle y, por consiguiente, pronunciar una sentencia
absolutoria. Es cien veces más angustioso deshonrar y encarcelar a un inocente
que dejar en libertad a uno que no lo es. Los locos y los fanáticos son los
únicos que tienen el privilegio de no abrigar duda alguna.
IMPORTA A QUIENES
están convencidos de que una de las peores miserias del proceso penal es cuando
se construye bajo la inspiración del prejuicio. El prejuicio es la forma más
segura de alejarnos de la Justicia. Lo mismo que las fobias de raza o de
religión, quien juzga con prejuicios prefabrica la culpa y jamás se detiene
ante la ley de la honestidad y la verdad.
IMPORTA A QUIENES
saben que las identificaciones equivocadas de testigos oculares, sean fruto del
perjurio, o de la buena fe, son la principal causa de condena erróneas. La
ciencia que se ocupa de la psicología del testimonio demuestra que hay crímenes
en los que es muy difícil que el testigo acierte en la identificación mediante
la exhibición de álbumes fotográficos y prefiere que alguien, normalmente la
policía, le ayude a poner la cara del autor. Las identificaciones equivocadas son,
aproximadamente, la causa del 80% de las condenas de personas inocentes. Nadie
seguramente se confiesa amigo de lo falso y enemigo de la verdad, pero
precisamente por esto, el vicio intelectual resulta más temible en la práctica.
Léase a Bacon, en el primero de sus Sermones, cuando escribe que «los hombres
aman lo falso por causa del trabajo que pide el descubrir la verdad y también
por el deleite mismo que lo falso produce».
IMPORTA A QUIENES
siempre dudaron de la autenticidad de los testimonios prestados en su día por
esos viajeros de uno de los trenes del 11-M, a los que se otorgó el estatuto de
testigos protegidos, cuando por las diligencias judiciales que actualmente se
practican hay indicios de que aquellas fueron declaraciones propias de testigos
«elegidos» sobre los que es muy probable que se ejerciera una presión
insoportable, sin descartar el precio, la recompensa o la promesa.
IMPORTA A QUIENES
están convencidos de que Jamal Zougam nada tuvo que ver con ese terrible
atentado, algo que él mismo viene proclamando desde que fue detenido y lo
repite constantemente para sus adentros en la celda donde vive aislado durante
20 horas al día, al igual que declaró el 2 de julio de 2007, al final del
juicio, cuando en uso del derecho a la última palabra, afirmó que la policía
sabía que esos testigos no eran de verdad y que esperaba que algún día se
demostrase que mintieron o se equivocaron. La madre y hermana de Zougam que
llevan años en batalla desesperada por defender su inocencia sostienen que la
noche del 10 al 11 de marzo de 2004, aquél la pasó en casa y que en la mañana
del 11-M, cuando la televisión daba la noticia del atentado, dormía junto a su
hermano Mohamed.
IMPORTA A QUIENES lo
mismo que Bartolomeo Vanzetti dijo al juez antes de ser condenado a muerte por
un delito de asesinato que juraba y perjuraba no haber cometido, están seguros
de que Jamal Zougam asumiría aquellas palabras de «No desearía a un perro o a
una persona, a la criatura más baja y desafortunada de la tierra, lo que yo
estoy sufriendo».
IMPORTA A QUIENES
repugna el inhumano y degradante régimen cerrado que sufre Jamal Zougam y como
él o parecidos a él, otros internos recluidos en prisiones varias, lo que
merecería la intervención drástica de un competente juez de Vigilancia Penitenciaria
y hasta justificaría la aplicación a sus responsables, empezando por el
superior de todos ellos, del artículo 533 del Código Penal que castiga a
quienes impusieren a los reclusos sanciones o privaciones indebidas o usaren
con ellos un rigor innecesario.
IMPORTA A QUIENES de
antiguo sostienen que error e injusticia son cosas muy distintas. No es el
error de buena fe sino la injusticia consciente lo que mata la Justicia. En una
de sus magníficas cartas que dedica a la condena de Jean Calas, Voltaire subraya
con ardor que la buena fe de los jueces no excusa la condena de un inocente. Él
es el padre de la expresión «cruelle bonne foi des juges».
IMPORTA A QUIENES
partidarios y militantes de movimientos en busca del «mejor de los derechos
penales posibles», el pensamiento de la inocencia atormentada entre las redes
de la justicia es un axioma en los juristas y no juristas invadidos por
sentimientos humanitarios. Así es como el gran penalista Manzoni fundaba todos
los progresos de la ciencia penal moderna: «Más vale agitarse en la duda que
descansar en el error».
IMPORTA A QUIENES la
condena de un inocente siempre produce viva desazón y cada vez que una de esas
sentencias se revoca y, por tanto, el fallo injusto se elimina, sienten un
alivio infinito. Para ellos la conciencia vale por mil jueces y están
convencidos de que con el alma en paz y el ánimo muy entero, la verdad termina
saliendo al encuentro.
IMPORTA A QUIENES
poseedores de un espíritu elevado, piensan que admitir que se ha condenado a un
inocente refuerza la autoridad moral del Estado y que nada acrecienta más la
confianza de un pueblo en la Justicia que saber que aquél puede lograr la
revocación de la sentencia errónea, lo cual, por cierto, no importa a quienes
con elevada dosis de indolencia entienden que las sentencias erróneas son algo
lamentable, pero natural y sin duda inevitable.
IMPORTA A QUIENES en
la pugna entre la verdad real y la verdad legal determinada por el fallo de una
sentencia, ha prevalecer la primera cuando resulta comprobado de una manera
eficaz que el que se halla sufriendo el peso de una condena es inocente, o, por
lo menos, no responsable del delito por el que se condenó. El recurso de
revisión responde a eso, a la necesidad de solucionar el conflicto entre las
dos verdades en liza e impedir la completa consumación de la pena injusta.
IMPORTA A QUIENES
hace años que aprendieron que defender a un inocente es tarea muy digna y saben
que lograr que se declare la inocencia de Zougam convertiría a sus
protagonistas en vengadores de la inocencia. «En la lucha hallarás tu derecho»,
decía Ihering con el entusiasmo necesario para no caer en la resignación de que
las sentencias erróneas son simples fatalidades del destino.
IMPORTA A QUIENES
desde las redes sociales y hasta en silencio, piden a EL MUNDO que persista en
su empeño y que para ello cuente con la ayuda de los muchos a quienes sí
importa plantear si los jueces que condenaron a Jamal Zougam pudieron
equivocarse. Para todos ellos, nunca la inocencia de un hombre estuvo más
probada ni la culpabilidad menos demostrada.
Esto que he escrito y
otras cosas más, creo que sí importa a una gran mayoría. Ojalá que algún día no
muy lejano podamos leer en estas mismas páginas una carta que lleve por título
«Porta patens est. La revisión ha triunfado», en la que el autor transmita el
éxito de sus convicciones a quienes aún hoy siguen indiferentes a la tragedia
del error judicial o les resulta insuperable el miedo que les produce la cosa
juzgada o, lo que es igual, res iudicata pro verita habetur, ese sofisma que
vive en una atmósfera de reverencia, hasta el extremo de que aquél que invoque
su nombre lo hará en vano y merecerá ser llamado sacrílego.
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