21 oct 2013

A muchos nos importa/Javier Gómez de Liaño


A muchos nos importa/Javier Gómez de Liaño es abogado y juez en excedencia.
Publicado en El Mundo |14 de octubre de 2013
El director de EL MUNDO, que es un epistológrafo pertinaz al estilo de Unamuno y, a lo que se ve, como éste, sin ganas de corregir tan saludable costumbre, en su penúltima carta dominical, o sea, no en la de ayer sino en la del pasado 6 de los corrientes, que titulaba ¿A quién le importa?, lamentaba el nulo interés que otros medios de comunicación y los partidos políticos sin excepción mostraban por la investigación judicial que se está llevando a cabo para esclarecer el delito de falso testimonio que pudieron haber cometido dos testigos en el juicio por el atentado del 11-M y que sería decisivo para revisar la sentencia que condenó a Jamal Zougam a la pena de 42.922 años de prisión por ser miembro de una célula terrorista de tipo yihadista y, como tal, autor de 191 homicidios consumados y de 1.856 homicidios en grado de tentativa.
No me gusta jugar con la ventaja que supone responder en tiempo más que sobrado a las reflexiones del director de este diario, pero tampoco creo que deba dejar huir la ocasión de contestarle y no, precisamente, para salir al paso del que me parece un reproche tan severo como justificado, sino con la finalidad de constatar que el asunto importa a muchos ciudadanos que, como él dice, «todavía dan alguna importancia a los derechos humanos, la justicia y el valor de la verdad». Y así:

IMPORTA A QUIENES piensan que determinados interrogantes que la tragedia del 11-M suscita no recibieron cumplida respuesta judicial. Tan legítimo y respetable como sentir satisfacción por la sentencia condenatoria, lo es considerar que tal vez aquella resolución no contenga toda la verdad, de la misma forma que en relación a los procesos por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o los asesinatos de los GAL, muchas dudas siguen en pie.
IMPORTA A QUIENES opinan y lo hicieron desde los primeros pasos, que la instrucción sumarial por el atentado pudo incurrir en el fallo que se conoce como investigación de vía única, en el sentido de no haberse reparado en otras posibilidades o alternativas diferentes a las que la policía ofreció sobre su autoría, desde el mismo día de la tragedia. Es más que probable que en su momento y aún hoy, algunos no percibieran con precisión la diferencia entre buscar pruebas, que es labor policial, y verificar, que es función judicial, con olvido de que una de las causas más importantes de los errores judiciales está en no hacer en fase de instrucción todo aquello susceptible de producir resultados procesales útiles.
IMPORTA A QUIENES lamentan el retroceso que se ha producido en la aplicación del derecho penal, despreciando la vieja regla de que el acusado se reputa inocente mientras no se pruebe su culpabilidad y que ha sido firme axioma en nuestra justicia desde que aprobamos la Constitución. Hoy, la situación es que oímos hablar de presuntos delincuentes o de que el acusado no puede dar cuenta de sus actos, pasándonos por alto el principio de que es la acusación quien debe aportar las pruebas que no dejen lugar a la duda.
IMPORTA A QUIENES afirman que en el supuesto de que el juez no está persuadido de la culpabilidad del acusado y tampoco convencido de su inocencia, incluso por leve que la duda sea, tiene que beneficiarle y, por consiguiente, pronunciar una sentencia absolutoria. Es cien veces más angustioso deshonrar y encarcelar a un inocente que dejar en libertad a uno que no lo es. Los locos y los fanáticos son los únicos que tienen el privilegio de no abrigar duda alguna.
IMPORTA A QUIENES están convencidos de que una de las peores miserias del proceso penal es cuando se construye bajo la inspiración del prejuicio. El prejuicio es la forma más segura de alejarnos de la Justicia. Lo mismo que las fobias de raza o de religión, quien juzga con prejuicios prefabrica la culpa y jamás se detiene ante la ley de la honestidad y la verdad.
IMPORTA A QUIENES saben que las identificaciones equivocadas de testigos oculares, sean fruto del perjurio, o de la buena fe, son la principal causa de condena erróneas. La ciencia que se ocupa de la psicología del testimonio demuestra que hay crímenes en los que es muy difícil que el testigo acierte en la identificación mediante la exhibición de álbumes fotográficos y prefiere que alguien, normalmente la policía, le ayude a poner la cara del autor. Las identificaciones equivocadas son, aproximadamente, la causa del 80% de las condenas de personas inocentes. Nadie seguramente se confiesa amigo de lo falso y enemigo de la verdad, pero precisamente por esto, el vicio intelectual resulta más temible en la práctica. Léase a Bacon, en el primero de sus Sermones, cuando escribe que «los hombres aman lo falso por causa del trabajo que pide el descubrir la verdad y también por el deleite mismo que lo falso produce».
IMPORTA A QUIENES siempre dudaron de la autenticidad de los testimonios prestados en su día por esos viajeros de uno de los trenes del 11-M, a los que se otorgó el estatuto de testigos protegidos, cuando por las diligencias judiciales que actualmente se practican hay indicios de que aquellas fueron declaraciones propias de testigos «elegidos» sobre los que es muy probable que se ejerciera una presión insoportable, sin descartar el precio, la recompensa o la promesa.
IMPORTA A QUIENES están convencidos de que Jamal Zougam nada tuvo que ver con ese terrible atentado, algo que él mismo viene proclamando desde que fue detenido y lo repite constantemente para sus adentros en la celda donde vive aislado durante 20 horas al día, al igual que declaró el 2 de julio de 2007, al final del juicio, cuando en uso del derecho a la última palabra, afirmó que la policía sabía que esos testigos no eran de verdad y que esperaba que algún día se demostrase que mintieron o se equivocaron. La madre y hermana de Zougam que llevan años en batalla desesperada por defender su inocencia sostienen que la noche del 10 al 11 de marzo de 2004, aquél la pasó en casa y que en la mañana del 11-M, cuando la televisión daba la noticia del atentado, dormía junto a su hermano Mohamed.
IMPORTA A QUIENES lo mismo que Bartolomeo Vanzetti dijo al juez antes de ser condenado a muerte por un delito de asesinato que juraba y perjuraba no haber cometido, están seguros de que Jamal Zougam asumiría aquellas palabras de «No desearía a un perro o a una persona, a la criatura más baja y desafortunada de la tierra, lo que yo estoy sufriendo».
IMPORTA A QUIENES repugna el inhumano y degradante régimen cerrado que sufre Jamal Zougam y como él o parecidos a él, otros internos recluidos en prisiones varias, lo que merecería la intervención drástica de un competente juez de Vigilancia Penitenciaria y hasta justificaría la aplicación a sus responsables, empezando por el superior de todos ellos, del artículo 533 del Código Penal que castiga a quienes impusieren a los reclusos sanciones o privaciones indebidas o usaren con ellos un rigor innecesario.
IMPORTA A QUIENES de antiguo sostienen que error e injusticia son cosas muy distintas. No es el error de buena fe sino la injusticia consciente lo que mata la Justicia. En una de sus magníficas cartas que dedica a la condena de Jean Calas, Voltaire subraya con ardor que la buena fe de los jueces no excusa la condena de un inocente. Él es el padre de la expresión «cruelle bonne foi des juges».
IMPORTA A QUIENES partidarios y militantes de movimientos en busca del «mejor de los derechos penales posibles», el pensamiento de la inocencia atormentada entre las redes de la justicia es un axioma en los juristas y no juristas invadidos por sentimientos humanitarios. Así es como el gran penalista Manzoni fundaba todos los progresos de la ciencia penal moderna: «Más vale agitarse en la duda que descansar en el error».
IMPORTA A QUIENES la condena de un inocente siempre produce viva desazón y cada vez que una de esas sentencias se revoca y, por tanto, el fallo injusto se elimina, sienten un alivio infinito. Para ellos la conciencia vale por mil jueces y están convencidos de que con el alma en paz y el ánimo muy entero, la verdad termina saliendo al encuentro.
IMPORTA A QUIENES poseedores de un espíritu elevado, piensan que admitir que se ha condenado a un inocente refuerza la autoridad moral del Estado y que nada acrecienta más la confianza de un pueblo en la Justicia que saber que aquél puede lograr la revocación de la sentencia errónea, lo cual, por cierto, no importa a quienes con elevada dosis de indolencia entienden que las sentencias erróneas son algo lamentable, pero natural y sin duda inevitable.
IMPORTA A QUIENES en la pugna entre la verdad real y la verdad legal determinada por el fallo de una sentencia, ha prevalecer la primera cuando resulta comprobado de una manera eficaz que el que se halla sufriendo el peso de una condena es inocente, o, por lo menos, no responsable del delito por el que se condenó. El recurso de revisión responde a eso, a la necesidad de solucionar el conflicto entre las dos verdades en liza e impedir la completa consumación de la pena injusta.
IMPORTA A QUIENES hace años que aprendieron que defender a un inocente es tarea muy digna y saben que lograr que se declare la inocencia de Zougam convertiría a sus protagonistas en vengadores de la inocencia. «En la lucha hallarás tu derecho», decía Ihering con el entusiasmo necesario para no caer en la resignación de que las sentencias erróneas son simples fatalidades del destino.
IMPORTA A QUIENES desde las redes sociales y hasta en silencio, piden a EL MUNDO que persista en su empeño y que para ello cuente con la ayuda de los muchos a quienes sí importa plantear si los jueces que condenaron a Jamal Zougam pudieron equivocarse. Para todos ellos, nunca la inocencia de un hombre estuvo más probada ni la culpabilidad menos demostrada.
Esto que he escrito y otras cosas más, creo que sí importa a una gran mayoría. Ojalá que algún día no muy lejano podamos leer en estas mismas páginas una carta que lleve por título «Porta patens est. La revisión ha triunfado», en la que el autor transmita el éxito de sus convicciones a quienes aún hoy siguen indiferentes a la tragedia del error judicial o les resulta insuperable el miedo que les produce la cosa juzgada o, lo que es igual, res iudicata pro verita habetur, ese sofisma que vive en una atmósfera de reverencia, hasta el extremo de que aquél que invoque su nombre lo hará en vano y merecerá ser llamado sacrílego.

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¿Y ocurrió el milagro!