Francisco, un papa
del Vaticano II/Thomas J. Reese, analista principal del ‘National Catholic Reporter’. Autor de ‘Inside the Vatican. The politics and organization of the Catholic Church’ .
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
La Vanguardia |11 de octubre de 2013
Aunque no estuvo en
el concilio Vaticano II (1962-1965), el papa Francisco es un papa del concilio.
No sólo está totalmente con los cambios procedentes del concilio, sino que
también se halla comprometido en la tarea de completar la obra inacabada del propio
concilio.
El concilio Vaticano
II abordó numerosas cuestiones, pero, en términos generales, los temas más
importantes fueron también los más controvertidos, a juicio del jesuita John
O’Malley en su importante e interesante libro Qué sucedió en el concilio
Vaticano II (Harvard, 2008). Algunos temas resultaron tan polémicos que fueron
retirados del orden del día del concilio: el celibato sacerdotal, el control de
la natalidad y la reforma de la curia romana. A estos tres O’Malley añadiría
asimismo el sínodo de los obispos, que creó Pablo VI durante el concilio, motu
proprio y en virtud de su autoridad apostólica, sin que el concilio participara
en su creación.
Ya hemos podido
observar que el papa Francisco ha incluido de nuevo la reforma de la curia y el
sínodo de los obispos en la agenda de la Iglesia. Él y su nuevo secretario de
Estado también han puesto énfasis en que el celibato es una ley que podría
cambiar, señalando así que se trata de una cuestión nuevamente abierta a
debate.
Otros temas polémicos
tratados en el concilio fueron el lugar del latín en la liturgia, la relación
de la tradición con la Escritura, la relación de la Iglesia con los judíos, la
libertad religiosa y la relación de los obispos con el papa. El concilio dedicó
mucho tiempo a tratar estas cuestiones.
El papa Francisco no
es un entusiasta de la misa en latín. ¿Le ha visto alguien celebrar la misa en
latín? Se siente a gusto con los judíos e incluso es coautor de un libro, El
cielo y la tierra, junto con un rabino. Y aunque se manifiesta dispuesto a
hablar con espíritu profético acerca de los problemas de la justicia y de la
paz, se muestra renuente a que la Iglesia apueste fuerte en la arena política.
Es tan respetuoso con la libertad religiosa que ha dicho: “El proselitismo es
un solemne disparate, carece de sentido. Hemos de conocernos, escucharnos unos
a otros y mejorar nuestro conocimiento del mundo que nos rodea”.
O’Malley califica
estas cuestiones de problemas “abiertos” del concilio, pero además de ellas
había otras tres que explican por qué estos problemas abiertos eran tan
polémicos. Los tres temas en cuestión eran:
1) Las circunstancias
en las que el cambio en la Iglesia es apropiado y los argumentos con los cuales
puede justificarse.
2) La relación, en el
seno de la Iglesia, del centro con la periferia o, dicho de modo más concreto,
la forma en que se distribuye adecuadamente la autoridad entre el papado,
incluidas las congregaciones (departamentos u oficinas) de la curia vaticana, y
el resto de la iglesia.
3) El estilo o modelo
según el cual debería ejercerse dicha autoridad.
Desde el inicio de su
pontificado, la gente se ha fijado en el estilo sencillo con el que Francisco
ejerce su autoridad (tema número 3). Confiesa que, como superior jesuita, era
demasiado autoritario y adoptó decisiones con demasiada rapidez y sin
consultar. Aprendió de sus errores y actuó de manera diferente como arzobispo
de Buenos Aires. Su aversión al clericalismo y al arribismo en la Iglesia es
bien conocida. Un líder no es un príncipe, sino un servidor de la comunidad.
A la hora de examinar
la reforma de la curia, el papa Francisco piensa claramente en la cuestión de
la redistribución de la autoridad del centro a la periferia. No quiere
limitarse a retocar la Pastor Bonus, la constitución apostólica que regula la
curia romana, y por otra parte quiere dejar que se adopten más decisiones a
escala local y también más elevada.
Por último, no teme
un cambio en la Iglesia. Sin dejar de respetar la historia y la tradición de la
Iglesia, no las idealiza como un edén perfecto al que hayamos de regresar.
Dice, en lugar de esto, que hemos de aprender de nuestra historia y tradición
para que podamos caminar con fe en el futuro, confiando en la inspiración del
Espíritu.
No es de extrañar que
el papa Francisco haya puesto nerviosas a algunas personas en el ámbito
eclesial, al igual que el concilio hizo lo propio con relación a otras
personas. Francisco, simplemente, quiere hacer realidad y llevar a buen término
lo que dio comienzo en el concilio Vaticano II.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario