Me escribe el poeta Roberto López Moreno, a propósito de los 100 años de Paz.
En
este 2014 se cumplen 100 años del natalicio del poeta Octavio Paz, una de las
cumbres de nuestra poesía. Recuerdo el día en el que el poeta Adolfo Castañón
me presentó con él. Yo había escrito una serie de artículos muy agresivos hacia
Paz en el periódico del PSUM y en los pocos lados en los que se podía.
Siempre
admiré su poesía, como uno de los mayores, pero siempre me había molestado su
perfil como ciudadano proclive hacia la derecha. Mis textos habían sido
especialmente violentos. Sin embargo, cuando fui presentado por el poeta
Castañón sentí una vibración especial que nunca olvidaré, su “mucho gusto”
estaba cargado de muchas cosas, de muchas historias, de muchas leyendas, de
muchas sabidurías. Fue entonces cuando escribí para mi libro “Ábrara”, unos versos
que decían: “no es lo mismo hablar de la llama que hablar con la llama”
Este
poema que comparto ahora con ustedes apareció por primera vez en mi libro “De
la obra poética”, Ediciones “Papeles Privados” y en él vuelo a ver al hombre de
letras que tanto me ha deslumbrado en la vida. Por cierto que ese, “De la obra
poética”, fue el primer libro de poesía
publicado en México en 1955, apareció precisamente el dos de enero de ese año.
OCTAVIO
PAZ
No
vio nacer al mundo,
más
se enciende su sangre cada noche…
No
vio nacer al mundo
más
se incendia su sangre cada noche;
desde
ese palpitar otea el día,
lo
descifra, traduce,
lo
acomoda en todo lo que nombra.
El
día aquí
es
una herida por donde fluye
un
motín de buganvilias.
Baja
la fecha a nuestro somos,
recorre
litorales de barro y nube.
Asombros.
Ometecutli
–huitzillin amarillo-
(bujía
de mis más rotundos desconciertos)
eleva
sobre
nuestros destinos
la
sed del fósforo
y
nos convierte en la patria
de
su penacho incandescente.
Cisne
y nahual se ciñen a esta fecha
(este
es un cisne que sí conoce
su
peso en el paisaje,
nahual
que sabe su embrujada brasa)
cucharada
de azúcar,
cucharada
de sal.
En
la pupila azul de la memoria
se
dibujan los perímetros del viento,
descienden
hasta el cisne y el nahual
que
laten en la sangre
-adentro
del gran árbol de su sangre-.
A
la menor provocación
salta
la sangre a ver el mundo,
a
encontrarse con los líquidos
de
la tierra de la que fue hecha árbol.
En
el profundo cielo se refleja el mar.
El
mar es un tumulto de agua estancada
en
el que apenas cabe el huracán de la palabra.
El
reflejo brama.
En
el centro del espejo
un
relámpago verde, fluido verde, manantial
verde,
verdad verde de alegría
y
alegría de verde,
arquitectura
de los siglos verdes,
verbo
verde
con
todos los caminos inventados
para
vivir sus construcciones verdes.
La
vida, tocada por su mano verde,
arriba
y abajo, a los lados,
adentro
del tigre curvo
rayonado
de años luz. Verdes.
El
ansia bracea a contra-río,
va
asumiendo la pequeñez de su distancia.
Bracea.
Hay
valles y planicies en el recorrido
que
se habían encuclillado
Bracea
río arriba.
Redescubre
paisajes despintados
por
un tiempo a la inversa.
Reconstruye
paisajes.
Bracea
hasta ovillarse, diminuto,
en
un principio de agua mansa y misteriosa,
laguna
de sombra y de sustancia eléctrica.
El
ansia regresa a conocer la fuente.
Volvió
a su centro,
a
empaparse de la primavera incógnita;
está
ahí, ovillada,
segundos
antes de que haga saltar
en
mil novecientas noventa y cuatro astillas
el
cristal que la contiene.
Ahora
el ansia bracea río abajo,
asumida
otra vez a la corriente.
Ahora
es una fuerza más verde que nunca.
Ya
creó de nuevo el día.
No
vio nacer al mundo
pero
lo está inventando
al
encender su sangre cada noche,
al
arder en la inmensa y silenciosa noche,
al
alzar la noche
repozo
de Dios,
oración
del Diablo,
sacerdota
y poetisa,
fruto
derramado desde el cosmos,
oscura
sabihonda,
cuna
de la próxima ecuación verde.
(Abecedario
Ave se diario Abecedario
A
veces sedario
A
veces sed … a río…)
Ya
está aquí el día y su azul memoria. Verde.
Es
un libro que no cesa,
Bracea.
Prende.
Delata
mis blasfemias.
Roberto
López Moreno
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