El
miedo a “L”/Kaushik Basu is Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank and Professor of Economics at Cornell University.
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Syndicate | 5 de enero de 2014
En
los últimos años, los economistas han estado repasando el alfabeto para
describir la forma de la tan esperada recuperación… empezando por una optimista
V, continuando con una más pesimista U y acabando con una desesperante W, pero
ahora una ansiedad más profunda está empezando a acechar a la profesión: el
miedo a lo que yo llamo una recuperación “en forma de L”.
Visto
a la luz de los deprimentes cinco últimos años, 2013 no ha sido malo para las
economías avanzadas. La zona del euro salió, técnicamente, de la recesión, la
tasa de desempleo en los Estados Unidos fue inferior a la de años anteriores y
el Japón empezó a moverse después de un largo letargo y el negativo golpe del
terremoto y del maremoto en 2011.
Pero,
si miramos debajo de la superficie, resulta evidente que seguimos asomándonos
al borde del precipicio. En el tercer trimestre de este año, el PIB se
contrajo, con carácter interanual, no sólo en casos muy conocidos como los de
Grecia y Portugal, sino también en Italia, España, los Países Bajos y la
República Checa, y en algunos países, como Francia y Suecia, el PIB creció con
tasas menores que la de aumento de la población, lo que quiere decir que los
ingresos por habitante disminuyeron.
Además,
las condiciones del mercado laboral se deterioraron hacia el final del año. El
número de desempleados en Alemania aumentó durante cuatro meses consecutivos
hasta noviembre. Entre los países industrializados, los Estados Unidos son los
únicos que tienen una buena ejecutoria, pero incluso en este país, aunque la
tasa de desempleo ha bajado durante el año y ahora asciende al siete por
ciento, el desempleo de larga duración representa un 36 por ciento,
inhabitualmente alto, del desempleo total, lo que amenaza con erosionar la base
de aptitudes y hacer que la recuperación resulte tanto más difícil.
Entretanto,
la reactivación del Japón se ha debido a una muy necesaria inyección de
liquidez, pero la mejora del Japón no durará demasiado, a no ser que el
gobierno del Primer Ministro, Shinzo Abe, llegue hasta el final con su promesa
de reformas estructurales más profundas.
Así
las cosas, algunos comentaristas han hablado recientemente de la posibilidad de
una desaceleración prolongada en los países industrializados. No es una opinión
que se acoja con agrado, pues otros critican a quienes la profesan de alimentar
el pesimismo, pero no se puede rechazarla sin más ni más.
El
miedo a una recuperación en forma de L es legítimo. La tecnología moderna ha
permitido a los trabajadores de las economías en ascenso participar en un
mercado laboral mundial; a falta de una importante innovación importante en
materia de políticas, es probable que ese fenómeno represente un prolongado
lastre para los países ricos y hay pocas señales de innovación.
En
cambio, hay una crisis en la profesión de los economistas, que refleja la
crisis de los países avanzados. Gracias al cambio tecnológico y a la incesante
mundialización, en los 50 últimos años el carácter de enteras economías ha
cambiado espectacularmente sin que ese fenómeno haya ido acompañado de cambios
en el pensamiento de las autoridades.
¿Por
qué esa estasis? Una posibilidad es la de que los mismos factores que están
volviendo a los empresarios excesivamente cautelosos sobre nuevas iniciativas
están inclinando a las autoridades a la prudencia. Un interesante trabajo de
las economistas del Banco Mundial Leora Klapper e Inessa Love muestra que una
consecuencia importante de la crisis financiera ha sido la renuencia de los
empresarios a crear nuevas empresas. Sus autoras muestran que, después de un
aumento constante de 2004 a 2007, la creación de empresas se redujo marcadamente.
En el Reino Unido, por ejemplo, el número de sociedades de responsabilidad
limitada de nueva creación bajó de 450.000 en 2007 a 372.000 en 2008 y 330.000
en 2009.
Lo
interesante es que, si bien esa reducción es más pronunciada en las economías
avanzadas, que dependen particularmente de los mercados financieros, se aprecia
en casi todos los 95 países que las autoras estudiaron. La razón no es difícil
de entender. Una recesión es una época en la que tenemos tendencia a adoptar
una actitud prudente, atenernos a lo conocido y renunciar a proyectos nuevos.
La
misma actitud ha resultado patente entre los economistas y las autoridades. En
tiempos de profunda incertidumbre la tendencia es a mantenerse en el ámbito de
lo conocido y evitar el pensamiento innovador. Resulta particularmente
desafortunado en la actualidad, cuando la estructura de la economía mundial
está cambiando rápidamente.
Una
señal reveladora de la excesiva cautela que exhiben los economistas y las
autoridades ha sido su propensión a convertir la necesidad de documentación en
una aversión a la creatividad analítica. Naturalmente, debemos utilizar la
mejor documentación disponible para la formulación de políticas, pero hay
sectores en los que no se dispone de ella. En esos territorios inexplorados, debemos
basarnos en una combinación de intuición y teoría. Objetar nuevas políticas con
el argumento de que no se basan en pruebas sólidas es quedarnos atrapados en el
status quo.
Para
comprender el error de esa crítica, imaginemos que, a partir de una teoría y
algunos supuestos, recomendemos una nueva política X, aun cuando no haya
pruebas sólidas sobre si funciona o no. Y ahora utilicemos Y para referirnos a
la actitud de “no aplicar X”. Si no hay pruebas sobre si X funciona, resulta
claro que tampoco las hay sobre si Y funciona. Así, pues, si se considera la
falta de pruebas una buena razón par no aplicar X, también lo es para no
hacerlo en el caso de Y, pero se trata de una contradicción, porque es
imposible no aplicar ni X ni Y.
La
propensión a recurrir a ese argumento incoherente refleja una proclividad en
pro del status quo y una parcialidad contra la innovación en materia de
políticas, pero ahora necesitamos precisamente la clase de pensamiento
analítico que espoleó los grandes avances de la economía como disciplina
durante los dos últimos siglos y medio… y que propició importantes avances en
materia de políticas durante la Gran Depresión.
La
falta de ese pensamiento creativo es la que ha abocado la profesión de los
economistas a un atolladero y ha obligado a los economistas y las autoridades a
tener en cuenta el miedo a “L”.
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