Expediente
abierto: Los últimos días de “El Lazca”/JUAN
ALBERTO CEDILLO
Proceso # 1965, 28 de junio de 2014
En
abril de 2012, seis meses antes de su ejecución en Progreso, Coahuila,
Heriberto Lazcano, El Lazca, estuvo a punto de ser capturado por elementos del
Ejército. Por esas fechas había comenzado a interesarse por las minas de carbón
y la organización criminal que encabezaba –Los Zetas– no tenía fisuras
notorias. Todo iba bien con Miguel Ángel Treviño Morales, El Z-40, su socio.
Pero éste terminó por delatarlo y llamó a los marinos para darles la ubicación
de “un comandante de Los Zetas” y éstos lo ejecutaron el 7 de octubre de ese
año. A partir de documentos y declaraciones oficiales de sicarios detenidos,
Proceso reconstruye los últimos días de El Lazca.
PROGRESO,
COAH.- El 7 de octubre de 2012 las escasas gradas del polvoriento campo de
beisbol local estaban llenas. Alrededor de 80 personas animaban a los equipos
de los ejidos de Aura y San Alberto que esa tarde se enfrentaban. Distribuidos
a lo largo de un estrecho camino, los pobladores seguían el partido.
La
zona deportiva se ubica a un costado de la Carretera 57, justo antes de
traspasar un arco de concreto que anuncia la llegada al pequeño poblado,
desértico como la mayoría de los que se encuentran en el norte del estado.
Al
filo de las 15:00 horas, cuando apenas se habían realizado las primeras
jugadas, una camioneta Ford blanca de doble cabina se estacionó a la orilla de
la carretera. El conductor y su acompañante observaron el encuentro desde el
interior del vehículo.
Quince
minutos después varias camionetas de la Secretaría de la Marina Armada de
México (Semar) invadieron la localidad. Algunas llegaron por brechas, quizá
para evadir a los halcones que trabajan para Los Zetas; otras lo hicieron por
la estrecha carretera, mientras un helicóptero sobrevolaba la zona.
Los
marinos se dirigieron a la camioneta blanca. Los dos hombres que se encontraban
en ella abrieron fuego y mataron a un efectivo de la Semar. Sus compañeros
respondieron y cundió el caos en el campo de beisbol. Aficionados y peloteros
se dispersaron en todas direcciones. Los marinos intentaban reunirlos detrás
del área del home para protegerlos, al tiempo que los dos hombres abandonaron
la Ford blanca e intentaron huir.
Uno
de ellos empuñaba un fusil de asalto AR-15 adaptado con un dispositivo
lanzagranadas. Apenas avanzó 300 metros cuando fue alcanzado por los disparos
de los marinos que se impactaron en su espalda y sus glúteos; cayó al lado de
uno de los pedestales del arco que da la bienvenida a Progreso. El otro fue
abatido ahí mismo.
La
zona está lejos del municipio, pues para llegar a él se debe abandonar la
Carretera 57 –que comienza en la Ciudad de México y termina en Piedras Negras–
y recorrer un tramo de 22 kilómetros.
En
la Ford blanca el Ministerio Público (MP) encontró un lanzacohetes con dos
proyectiles hábiles, dos granadas de fragmentación, armas y municiones de
diversos calibres.
A
las 18:05 horas de ese 7 de octubre de 2012, empleados de la agencia del MP de
Sabinas recibieron una llamada de elementos de la Semar en la que pedían la
presencia de aquéllos, así como asistencia de personal de Servicios Periciales
y de la Policía Investigadora en las inmediaciones del campo de beisbol, “toda
vez que dos civiles habían fallecido”.
Tras
revisar sus pertenencias, las autoridades encontraron una credencial que
identificaba a uno de ellos como Mario Alberto Rodríguez Rodríguez, de 44 años,
con domicilio en la calle Abedul 137, colonia La Joya, en Sabinas. Algunos
pobladores comentaron que solía visitar a una mujer del ejido Aura.
En
ese lugar Los Zetas tenían un campo de entrenamiento; incluso llevaron ahí a
los 131 reos que escaparon del Cereso de Piedras Negras a finales de
septiembre, semanas antes del operativo de los marinos en el campo de beisbol.
Como
en la región no hay ninguna morgue, las autoridades solicitaron los servicios
de la Funeraria García, de Sabinas, la más grande de la región, para trasladar
los cuerpos. Los peritos de la Procuraduría General de Justicia del Estado
fotografiaron los cadáveres, les tomaron las huellas dactilares y enviaron las
muestras a Saltillo para que las compararan con las bases de datos de la
procuraduría y las de Plataforma México.
Los
cuerpos permanecieron en la funeraria. Pasada la una de la madrugada del 8 de
octubre de 2012 arribaron al negocio varios hombres armados y el rostro
cubierto. Tras amagar a los empleados, sustrajeron los dos cadáveres y se los
llevaron en una carroza, que condujo el propietario de la funeraria, presionado
por los encapuchados.
La
procuraduría estatal aceleró las investigaciones para identificar al hombre que
murió junto a Mario Alberto Rodríguez. De acuerdo con la base de datos de
Plataforma México, las huellas pertenecían a Heriberto Lazcano Lazcano, El
Lazca, un antiguo cabo de infantería del Ejército que en ese tiempo era el
líder de Los Zetas.
Desde
que el grupo criminal llegó al norte del estado, la Carretera 57 comenzó a ser
vigilada por decenas de halcones, quienes alertaban a sus jefes sobre los
despliegues militares en el entorno. La vigilancia se incrementó desde que la
Marina instaló una improvisada base naval entre Progreso y Sabinas, cerca del
entronque que conduce a Múzquiz.
La
historia de “El Lazca”
De
acuerdo con el expediente que se encuentra en el Archivo Histórico de la
Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), Heriberto Lazcano –quien nació en
Apan, Hidalgo, el 25 de diciembre de 1974– se dio de alta en la milicia el 5 de
junio de 1991 en el Campo Militar Número 18-A “General Pedro María Anaya”, de
Pachuca.
“Me
permito hacer de su superior conocimiento de usted, que teniendo verdaderos
deseos de abrasar la carrera de las armas por considerar que tengo bocación
para ello solisito con todo respeto sea aceptada mi alta en el Ejército
Mexicano” (sic), dice la solicitud escrita por él mismo.
Siete
años después, el 20 de marzo de 1998, Lazcano acudió al Archivo Histórico de la
Sedena a solicitar su baja; por problemas familiares, dijo. Lo cierto es que
meses antes se había ido a Reynosa, Tamaulipas, con un grupo de cabos de
infantería de la Sedena, al frente de los cuales estaba Arturo Guzmán Decena.
Cada integrante se identificaba con la letra zeta y un número.
La
clave militar tenía la finalidad de distinguir a los grupos según iban llegando
a la región. A cada uno se le asignaba una letra del abecedario y un número
progresivo; todos estaban bajo las órdenes del general Ricardo Martínez Perea y
del capitán Pedro Maya.
Lazcano
y los otros cabos no arribaron como militares, sino como miembros de la Policía
Judicial Federal (PJF), pues habían sido trasladados a la Procuraduría General
de la República como parte de los acuerdos del gobierno federal con el de
Estados Unidos para que ayudaran a combatir al narcotráfico desde esa
dependencia.
El
expediente de Guzmán Decena, también en el Archivo Histórico de la Sedena,
destaca que desertó del Ejército en 1997 luego de ser reclutado como escolta de
Gilberto García Mena, El June, y Zeferino Peña Cuéllar, los capos del Cártel
del Golfo (CDG) que controlaban Ciudad Alemán y la Frontera Chica.
Tras
abandonar el Ejército, Guzmán Decena reclutó a 10 personas, entre ellas a
Lazcano. En ese tiempo Juan García Ábrego era el líder del CDG; su
lugarteniente era El June, quien se apoyaba en Osiel Cárdenas Guillén; éste,
posteriormente, fue designado jefe de plaza de la organización en Matamoros.
El
June y Peña Cuéllar introducían por Camargo, Miguel Alemán y Guardado de Abajo
alrededor de 50 toneladas de mariguana a Estados Unidos cada mes. No usaban
armas, pues sabían que las sanciones por el delito de narcotráfico en esa época
eran menores que las impuestas por la portación de armamento para uso exclusivo
del Ejército. Para protegerse, ambos reclutaron a Guzmán Decena, Lazcano y a
los cabos de infantería.
Tras
la caída de García Ábrego (1996) y El June (2001), Osiel Cárdenas asumió la
jefatura del CDG y el grupo de 15 escoltas autodenominado zetas quedó a su
disposición. Osiel pidió a Guzmán Decena que lo reforzara. Muy pronto, el grupo
se duplicó con cabos del Ejército que llegaron a Tamaulipas y a otras regiones
del norte del país.
Los
exmilitares mostraron su efectividad en los primeros años del nuevo siglo,
cuando eliminaron a los sicarios del Cártel de Sinaloa que intentaron arrebatar
al CDG la estratégica ciudad de Nuevo Laredo.
“Un
comandante de Los Zetas”
Los
Zetas impusieron una nueva estrategia. Sus integrantes, desertores del
Ejército, se especializaron en el uso de armamento pesado y se convirtieron en
un grupo paramilitar.
Además,
impusieron nuevas formas de ejecutar a sus enemigos: la decapitación, el
descuartizamiento, la incineración… Su propósito era infundir terror a los
rivales, un método copiado a los antiguos kaibiles del ejército guatemalteco.
Como
recompensa por haber derrotado al Cártel de Sinaloa, Osiel Cárdenas cedió a Los
Zetas la plaza de Nuevo Laredo. Desde esa ciudad fronteriza los sicarios de la
organización se convirtieron en la avanzada para abrir nuevas plazas en el
noreste, pero también comenzaron a operar independientemente, ya que ellos
nombraron a los capos de las nuevas ciudades conquistadas en Coahuila, Nuevo
León y Veracruz.
Tras
la muerte de Guzmán Decena en noviembre de 2002, Lazcano se integró a la
dirección de Los Zetas. La posterior caída de Osiel lo hizo ascender y formar
parte de la tríada del CDG, junto a Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta, y
Jorge Eduardo Costilla, El Coss.
Desde
el inicio de 2010 Los Zetas ya controlaban las principales ciudades de
Coahuila, Nuevo León, Zacatecas, Veracruz, Tabasco y Quintana Roo. Incluso
sacrificaron a uno de los suyos –Víctor Peña Valencia, Concord 3–, quien fue
ejecutado por el capo de Reynosa Samuel Flores Borrego, Metro 3, a finales de
febrero de ese año.
Con
ese asesinato comenzó la sangrienta narcoguerra entre el CDG y Los Zetas, pues
éstos decidieron independizarse y formar una nueva tríada de jefes. Lazcano
quedó como su estratega; Miguel Ángel Treviño Morales, El Z-40, como
responsable de las finanzas, y Enrique Rejón Aguilar como supervisor de todas
las plazas que controlaba la organización.
En
el juicio que se le sigue a Héctor Treviño Morales en un Gran Jurado en Austin,
Texas, Rejón Aguilar, El Mamito –uno de los fundadores de Los Zetas detenido
por agentes federales en julio de 2011 en el municipio de Atizapán de Zaragoza,
Estado de México– declaró que cuando fungió como supervisor del grupo se veía
casi todos los días con Treviño y Lazcano.
Ellos
se movían por todo el país. Unas veces amanecían en su rancho de Miguel Alemán;
otras en Casas de Seguridad de Nuevo León, Coahuila, unas más en un rancho
ubicado en la carretera Tuxpan-Veracruz, del empresario Francisco Pancho
Colorado, enlace de Los Zetas con el entonces gobernador Fidel Herrera Beltrán.
Después
de la captura del Mamito, presuntamente porque El Z-40 filtró su ubicación a la
Policía Federal, Lazcano se refugió en el norte de Coahuila y Treviño Morales
en Nuevo Laredo. En ese tiempo, su principal plaza para el contrabando de
drogas era la ciudad fronteriza de Piedras Negras. Así que Lazcano escogió
Monclova como su centro de operaciones, aunque solía alternar su estancia en
Sabinas y Progreso.
Incluso
tenía su búnker en Monclova, en la zona residencial California, a la salida
hacia Sabinas. El lugar era estratégico, ya que podía escapar a Monterrey hacia
la frontera, y por brechas hacia la sierra. La colonia era vigilada por decenas
de halcones a bordo de sus cuatrimotos.
A
diferencia de otros capos, quienes cuentan con decenas de pistoleros y circulan
en caravanas de hasta 10 vehículos en zonas rurales, Lazcano se movía con discreción,
acompañado por uno o dos escoltas. En abril de 2012, seis meses antes de su
ejecución, estuvo a punto de ser capturado por tropas del Ejército en un Centro
Recreativo de la Sección 38 del SNTE durante una fiesta que animaba la Banda
Jerez.
Por
esas fechas se había interesado en el lucrativo negocio del carbón, tras
comprar varias minas en Coahuila. Su compañero en la dirección, El Z-40, se
desplazaba con frecuencia de Tamaulipas a Coahuila. Lo hacía por las brechas y
caminos secundarios para coordinar operaciones y amarrar los negocios del
grupo.
Así
funcionaron Los Zetas hasta principios de octubre de 2012, cuando gente del
Z-40, mediante una llamada anónima, proporcionó a la Semar la ubicación de
Lazcano, si bien sólo habló de “un comandante de Los Zetas”.
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