11 jul 2014

"Soy un hombre de pluma y me llamo Renato", en 56 Feria del libro, en la Univ. de Guanajuato



 "Soy un Hombre de Pluma y me llamo Renato...” (Ed. Artes e Historia de México, 2013), estuvo en la Quincuagésima Sexta Feria del Libro y Festival Universitario  en la Universidad de Guanajuato (UG), durante la conmemoración de los centenarios de Octavio Paz, Julio Cortázar, José Revueltas, y Efraín Huerta.
La cita fue el día 17 de abril a las 18 horas en el patio de la sede Belem, con la participación como presentadores de los maestros Carlos Mata Lucio, Elva Sánchez Rolón y Lilia Solórzano Esqueda.
Carlos Mata Lucio es poeta y periodista; la doctora Elba Margarita Sánchez es profesora del Departamento de Letras Hispánicas de la Universidad de Guanajuato. Ha publicado entre otros volúmenes: “Cautiverio y religiosidad en El luto humano de José Revueltas” (Tierra Adentro, 2006), con el cual fue merecedora del Premio Nacional de Ensayo “José Revueltas” y “La escritura en el espejo: Farabeuf de Salvador Elizondo” (U de Gto, 2008). Lilia Solórzano Esqueda es editora de la revista Valenciana, es especialista en investigación de la poesía mexicana siglo XX.
Gracias mil por la presentación!
"Leduc- el Jefe pluma blanca por su porte Sioux-, vivió los grandes cambios del siglo XX. La vida lo llevó a vivir e Europa en donde entabló amistades con varios escritores y pintores surrealistas; Bretón, Miró, Picasso, Dalí y (Leonora) Carrington: Fue lo que quiso ser: poeta y periodista, pero sobre todo el gran bohemio de México, el último, según Carlos Monsiváis. (Leduc, le contestó no la chingues Carlos, soy de barril, no de Bohemia).
 Borges decía que los libros son extensión de la imaginación y la memoria. Ricardo Garibay veía en ellos una forma de felicidad. En “Soy un hombre de pluma…” se destaca el hecho de que Renato Leduc vivió su larga y productiva vida en el centro de este triángulo virtuoso: imaginación, memoria y felicidad. Amén de periodista, nuestro personaje fue poeta de versos clásicos y francamente albureros como podrá apreciarse en este libro. Esta mezcla que pareciera tan extravagante, no lo es tanto: tiene antecedentes en clásicos como Quevedo o Lope —en nuestro idioma— o en autores de lengua francesa como Rabelais, autor desparpajado al que Leduc tanto le debe. Nuestro recordado tlalpense escribía y hablaba con “malas palabras” porque era un hombre culto y conocía el idioma.”, José Falconi y Fred Alvarez, cuarta de forros.
 Fragmento del texto del poeta Roberto López Moreno: "La dicha inicua"
 Octavio Paz alzó la voz y con ella los calificativos, que desde él siempre fueron marcas del indeleble fuego, es decir, de materia eterna, arrebatada, de donde bullen y rebullen los antros de la Tierra. Los adjetivos tomaron destino y fueron a investir al hombre mal hablado y culto que quisimos tanto tantos; malhablado y culto: combinación extravagante.
 Habló Paz, y se refirió a un excéntrico y francotirador de la poesía; habló de un personaje que escribió su propio perfil en el que aparece como sentimental, erótico y sarcástico, autor de una literatura en la que, con estos atributos, convierte a Leduc, el autor, en un vivo personaje de sí mismo.
 Para mejor describir a su sujeto, el poeta mayor habla de Laforgue, de una especie de eco de Laforgue que se paseó en París y en las calles de México. ¿Y por qué precisamente del simbolista Jules Laforgue? ¿Por ser Leduc descendiente de francés pero nacido en América Latina? ¿Por los momentos de penurias que algunas veces vivieran ambos? ¿Por ser poetas raros, de difícil clasifica­ción? ¿Por la sorpresiva frase rasposa junto a lo que se encamina a posible formalidad en el poema? ¿Por ser Laforgue clasificado dentro del decadentismo? ¿Por la manera de Leduc de burlarse de sí mismo y de los demás, de verso en verso y de verso a verso?
 Quizá por un poco de cada cosa; y eso lo sospechamos los que convivimos con Renato más de alguna vez en la inolvidable Morada de Paz,
“donde el que menos o más/
lleva su astilla de luz/
o llega dando traspiés/
porque le sangran los pies/
 bajo el peso de su cruz”.
Aquella inolvidable Morada de Paz que se encontraba en las calles de Donceles en un costado de la entonces Cámara de Senadores y en donde pasaron tantas cosas agradables y desagradables, hijas del gran talento o de la simple procacidad, de valiosos actos  humanísticos o simples bellaquerías que ni la pena vale mencionar; en donde convivió el teporochito con personajes que desparramaban luz, como era el caso de Renato, quien nos daba a conocer entre mentadas lo que sabía, que era mucho.
 La Morada de Paz sufría de una concurrencia desigual. A veces se encontraban en ella verdaderos maestros del lenguaje o de la vida, o a veces alguno que otro sujeto sin importancia que había llegado a la caza de una copa gratis.
 Se trataba de un edificio de departamentos, en donde vivían familias decentes, sólo que el de­partamento señalado con el número uno, lo rentaba el odontólogo Daniel Martínez Montes. La parte de enfrente funcionaba, exactamente como clínica dental, pero entre los cuartos de atrás, la recámara más pequeña era la Morada de Paz.
 Por ese sitio pasó toda la bohemia de México de ese tiempo y la de un tiempo anterior convertido ya en leyenda. ¡Se contaban tantas cosas de ese lugar!, ¡tantas anécdotas y prodigios de personajes que habían transitado por ahí! Por ahí había pasado gente pendenciera como el Retinto Márquez, de quien se decía que debía más de alguna vida, hasta gente tan refinada y de tan amplia cultura como el compositor Juan Helguera. Justamente una vez Leduc coincidió en la Morada con su amigo el compositor Helguera, entonces alguien sugirió que en honor de ambos, de Helguera y de Leduc, Leduc leyera un poema y Helguera tocara algún estudio, algún preludio. O sea, que ambos se iban a homenajear a ambos.....

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