Revista
Proceso
No.1986, 22 de noviembre de 2014.
No
entiende Ayotzinapa Pero entiende que para el Estado la ciudadanía no vale nada
La
Redacción
Palabra
De Lector
Señor
director:
Yo
no entiendo Ayotzinapa. No entiendo qué amenaza representaban para el Estado 43
estudiantes normalistas. Tampoco entiendo la amenaza que pudieron haber
significado para los narcos en una entidad como Guerrero, donde éstos se
encuentran perfectamente establecidos y adueñados de las esferas de poder.
Entiendo
que para el Estado su ciudadanía no representa nada. Cuando mucho, una fuerza
laboral a su servicio. Como si ser ciudadano fuera equivalente a trabajar en
una maquila bajo las órdenes de las cúpulas de poder de la nación.
Desde
hace poco más de un año soy parte la de fuerza laboral del país. Soy egresada
de una de las instituciones con más renombre de México, universidad privada,
hija de una pareja altamente educada y culta, de clase media pero bien
acomodada. No soy pobre, nunca lo he sido, nunca he entendido el yugo del
hambre. Nunca he tenido que luchar por mi educación, nunca he pasado frío.
Pocas
veces he usado transporte público, y muchas de ellas han sido por conveniencia
más que por necesidad. He tenido acceso a servicios de salud de manera fácil y
efectiva; casi nunca me he topado con las paredes de la burocracia de las
instituciones de salud pública.
Ahora
se preguntarán: ¿Por qué esta joven nos está enlistando los múltiples
privilegios de que ella goza mientras hay 43 desaparecidos que nunca los
tuvieron?
Porque,
como aclaré al inicio: Yo no entiendo Ayotzinapa.
Pero
no entender no me hace ciega ni sorda ni muda. No entender no me quita
conciencia sobre la realidad de México. No entender no me ahorra dolor ni
indignación sobre lo que pasa todos los días en las calles, sobre los abusos
del poder, sobre lo poco que le importa la ciudadanía al gobierno, sobre lo
maniatados que nos sentimos todos, sobre los miles de desaparecidos y los
recientemente sumados a esas cifras. No entender no debería impedirnos
empatizar, iMaraí
Flores
ndignarnos, hablar.
Actualmente
soy parte del grupo de ciudadanos jóvenes que “puede cambiar al mundo”. El
problema de esta frase es que ni yo ni muchos de mis contemporáneos entendemos
cómo lograrlo. Insisto, soy una joven educada y culta, he podido viajar y ver
cómo se hacen las cosas en otras naciones. Esto no me ha ahorrado sentir
vergüenza cuando no puedo explicar por qué no hacemos nada por mejorar al país.
Me
gusta pensar que hago mi parte, que mi trabajo es honesto y que pago impuestos.
Que no doy mordidas y no he obtenido ningún puesto o recibido alguna
conveniencia por métodos corruptos. Que cumplo las leyes y que trato de ayudar
a mi compañero ciudadano. Que las comidas que a veces doy a las personas que no
tienen que comer ayudan a mitigar el hambre, y que las cobijas que he donado
calientan la noche de quienes las reciben. Que las marchas a las que he ido
hacen alguna diferencia. Que mi voto fue tomado en cuenta.
Pero,
honestamente, el cambio que yo represento para la sociedad es mínimo. Y
entiendo la teoría romántica de que con acciones pequeñas lograremos cambios
grandes. Pero es muy difícil ser romántico en un estado de guerra, en un estado
de hambre, en un estado de olvido. Yo también ya me cansé.
No
entiendo Ayotzinapa, espero nunca entenderlo. Me duele Ayotzinapa. Me duele mi
país. No sé qué hacer por él, espero algún día saberlo. No estoy contenta, no
estoy conforme, no me quedo callada.
Atentamente
Maraí Flores
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