Revista
Proceso No. 1001, 27 de diciembre de 2014
Es
hora de un nuevo Constituyente/ARTURO
RODRÍGUEZ GARCÍA
En
medio de la corrupción, la indolencia y la ineficacia gubernamentales, que se
evidenciaron en la desaparición de 42 normalistas de Ayotzinapa, el obispo Raúl
Vera lo tiene claro: hay que refundar el Estado mexicano. Y el último obispo
mexicano cercano a la teología de la liberación tiene un plan para ello,
estructurado en tres fases. El objetivo es que el 5 de febrero próximo una asamblea
decida los puntales de una nueva Constitución. En el mismo espíritu que motivó
la redacción de Los Sentimientos de la Nación en 1813, Vera explica: “Hay que
remediar el país, no remendarlo”.
Para
el obispo de Saltillo, Raúl Vera López, los partidos políticos exhibieron este
año, como nunca, su decadencia; la clase gobernante, perpetuada a través de
varias generaciones, es corrupta de origen, y lo ocurrido con los estudiantes
de la Normal de Ayotzinapa sumado a los escándalos de corrupción plantean una
sola vía para evitar que el desenlace sea violento: que la sociedad cambie la
forma de Estado y su sistema político.
La
perspectiva del último obispo mexicano en activo de la teología de la
liberación va más allá de la opinión, pues está convocando a lo que define como
un “congreso constituyente alternativo”, cuyo propósito es que, al margen de
los grupos de poder, sea el pueblo el que ejerza su autodeterminación, su
soberanía.
Se
trata, explica en entrevista, de refundar el país, de acoger todas las voces y
las aspiraciones, “no impulsando superliderazgos, y sí dando los pasos
necesarios para acrecentar la conciencia política de todos los ciudadanos”.
Su
plan consiste en construir “sujetos sociales”, un concepto que empleaba con
frecuencia Samuel Ruiz, el fallecido obispo de San Cristóbal de las Casas,
Chiapas, y que Vera ha recogido y empleado desde que fue coadjutor de esa misma
diócesis en los años noventa, para referirse al empoderamiento de la sociedad.
Reticente
a aceptar –como en su tiempo lo hacía Samuel Ruiz– que se le identifique como
“teólogo de la liberación”, Vera prefiere describirse como un sacerdote que
tomó la “opción preferencial por los pobres”, y considera que su deber pastoral
consiste en escuchar “el clamor de los pobres, de las víctimas y de los que
sufren”.
En
la sociedad mexicana, excluyente y desigual, afirma, “la voz de los pobres no
está presente en las decisiones, la economía ha perdido el rumbo y, en lugar de
ponerse al servicio de la equidad y la igualdad con oportunidades para todo ser
humano, ha generado injusticias y desigualdades que cada día y a cada hora
crecen de manera escandalosa.
“Porque
la vida y el destino de las mujeres y los hombres pobres no cuentan, esta
sociedad ha entrado en un proceso vertiginoso de deshumanización, que en lugar
de producir vida para todos, crea estructuras de muerte donde no se defiende la
vida, sino que se le ataca mediante procesos de militarización y
paramilitarización.
“Los
grupos del así llamado crimen organizado son vistos por no pocos funcionarios
como organismos simbióticos con las estructuras de los tres niveles de
gobierno, municipal, estatal y federal. En el mundo empresarial y financiero
que les lava el dinero, son vistos como colegas y compañeros de negocios.”
La
única alternativa, insiste, es reaccionar ante la barbarie, empezando a
trabajar en la construcción de una sociedad en la que todos sean incluidos, en
especial los más vulnerables –los pobres–, a quienes reconoce como la parte de
la sociedad que sigue siendo humana y con sentimientos.
Son
ellos quienes “recorren caminos de muerte en los procesos de migración; en las
mujeres y los niños víctimas de la trata y la esclavitud moderna; en los
jóvenes que no tienen el derecho a vivir las ilusiones del futuro que todo joven
debería tener, y que son expuestos a una existencia cruel, donde su destino
final es la muerte o la cárcel”.
Inevitable
la evocación histórica:
–Suena
a replantear Los Sentimientos de la Nación… –se le comenta.
–Sí,
lo sé. Me lo han dicho. El padre Morelos interpretó lo que el pueblo quería, no
eran sus sentimientos, eran los sentimientos del pueblo. Hoy, el pueblo quiere
una salida pacífica, ya no quiere pobreza, cinismo, injusticia ni violencia.
Hay que remediar el país, no remendarlo, pero tiene que hacerlo el pueblo.
El
origen del llamado
Cuando
en 1996 los Acuerdos de San Andrés sobre derechos indígenas fueron desconocidos
por el gobierno de Ernesto Zedillo, en Chiapas se planteó una discusión: llevar
el proceso de consulta para refundar el país.
Vera
acude a ese recuerdo para explicar que, desde entonces, era claro que las
aportaciones que hizo la población indígena para generar un nuevo marco
jurídico que reconociera y protegiera los derechos y la cultura indígenas tenía
que realizarse con todas las comunidades rurales y urbanas de México.
Desde
aquellos años, el planteamiento de “generar sujetos sociales” para que en pleno
ejercicio de la autodeterminación se planteara el rumbo que debía seguirse en
México fue una constante en las declaraciones de Vera, que sin embargo, luego
de lo ocurrido con los normalistas en Iguala, Guerrero, a finales de septiembre
pasado, decidió encausar un plan para generar un constituyente ciudadano.
Vera
López cuenta que desde hace meses maduraba la idea, luego de la serie de
diálogos que sostuvo con Bernardo Barranco y que se convirtieron en el libro El
evangelio social del obispo Vera (Grijalbo, 2014), pues fue en una de esas
conversaciones cuando expresó sus preocupaciones sobre México. Barranco le
preguntó cuál era la solución a los problemas actuales y el obispo expresó la
necesidad de refundar el país:
“En
Chiapas, luego de que el Estado traicionó los acuerdos de San Andrés, sabíamos
que no era suficiente y que el modelo de diálogo podía ser la guía para generar
una nueva Constitución. Ya veíamos que Salinas se había ido sobre lo agrario,
entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio. La tendencia se agravó y hoy
debe reconstruirse el país.”
Hubo
otro momento que robusteció la idea. Durante los diálogos relativos a la
reforma energética, en el llamado “Grupo de los Siete”, el planteamiento fue
hecho por el intelectual Pablo González Casanova, sin embargo, Cuauhtémoc
Cárdenas se opuso.
“Cárdenas
ya andaba con que una consulta popular podía parar la reforma. Don Pablo tenía
una opción, una propuesta concreta que no se quiso discutir. El episodio nos
convenció aún más de que los partidos políticos no son opción”, rememora Vera.
Como
garante y juez del Tribunal Permanente de los Pueblos, Capítulo México (TPP),
Vera se convenció de la necesidad de un constituyente durante las mesas de
trabajo que emprendió dicha instancia internacional no gubernamental.
Particularmente,
a mediados de noviembre pasado, cuando el TPP emitió el informe de su Audiencia
Final, entre sus recomendaciones estableció: “(Apartado) 9.4. Avanzar en la
refundación de México”, en la que se expone la “crisis institucional y de
legitimidad del Estado”, en especial a partir de los hechos ocurridos en
Iguala.
El
documento del TPP menciona que se debe revertir la imposición “de un modelo
insostenible que sólo sirve al interés económico de unos pocos en el corto
plazo y que excluye a la gran mayoría de la población”.
De
acuerdo con el TPP, la refundación del Estado debe conseguir que la estructura
política reasuma su función básica del interés público: garantizar los derechos
humanos y prevenir su violación, instaurar las medidas para la eliminación de
la discriminación contenidas en instrumentos internacionales, reasumir los
derechos laborales fundamentales y reconocer los derechos indígenas recogidos
en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo.
Además,
debe replantear la problemática de migración, libertad de expresión y derecho a
la información; cesar las prácticas de represión y criminalización de los
movimientos sociales; retirarse del TLCAN; detener el proceso de privatización
industrial y reconstruir el tejido industrial; salvaguardar el régimen de
propiedad ejidal; asumir la responsabilidad en la protección del maíz nativo
prohibiendo el maíz transgénico; emprender un programa de restauración
ambiental; entre otras de naturaleza económica, política, judicial, fiscal y
militar.
Con
los 20 puntos recomendados para la refundación que emitió el TPP, el obispo
Vera se declara “muy motivado”.
“Lo
que más abona son las torpezas de lo que están haciendo los poderosos. Si los
pobres estuvieran en lugares de decisión no estuviéramos viviendo así, porque
ellos sí tienen sentimientos”, expresa.
La
ruta difícil
El
obispo Vera convocará para el próximo 5 de febrero a una asamblea en la que se
presentará la iniciativa o plan de un nuevo congreso constituyente. A su
juicio, nunca el país tuvo un momento tan grave como éste y sostiene que lo
ocurrido a los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa a manos del Estado abrió
los ojos de la sociedad, porque mostró las intenciones de lo que el poder
quiere hacer con el pueblo.
El
itinerario que planea implica al menos tres fases, cada una compuesta por
diferentes acciones.
La
primera fase se propone redactar la nueva Constitución. Dentro de la fase hay
seis pasos: difundir y convocar a legislar, con acompañamiento de la
universidad; recibir las aportaciones del conjunto de la sociedad generando una
democracia participativa; entregar a un grupo de expertos y académicos las
propuestas para construir el nuevo texto constitucional, que una vez redactado
se regresa al pueblo para que lo apruebe.
La
segunda fase se propone renovar las instancias legislativas federales y
locales, preparando el camino para el nuevo gobierno que se quiere.
La
tercera fase se plantea instalar el nuevo congreso que aprobará el nuevo orden
constitucional.
“No
soy tonto. Sé que no es fácil, pero hablaré con organizaciones que ya tienen
camino recorrido. Yo estoy tratando de concientizar, de fomentar el diálogo, de
buscar que estemos unidos y podamos salir el 5 de febrero con la decisión de
cómo lo vamos a hacer. Vamos a mover al pueblo para que tenga un Congreso que
lo represente.”
–¿Tiene
alguna relación con el proceso electoral de 2015? –se le pregunta.
–No.
La coyuntura no tiene nada que ver. Como he dicho, los partidos no son opción,
viven una terrible decadencia. Se escogió el 5 de febrero por ser una fecha
emblemática para nuestras constituciones de 1857 y 1917.
Hasta
ahora, el obispo ha encabezado dos talleres y dice que ya hay grupos trabajando
en varios estados, entre éstos Michoacán. Su ideal es alcanzar una
representación durante el proceso de nuevo constituyente similar a la que
participa en un proceso electoral, es decir, alrededor de 60% del padrón, que
legitime el nuevo documento constitucional.
“Tenemos
que ser muchos los ciudadanos generosos, escuchando al pueblo, como ocurrió en
los Acuerdos de San Andrés, y lograr una participación enorme”, advierte.
Su
esperanza va más allá. Al finalizar la elaboración de la nueva Constitución,
las grandes mayorías del país se conocerán, y sabrán quién puede representarlos
legítimamente en las cámaras, para salir finalmente “de los apellidos que se
repiten y que ya nadie quiere”.
Es
claro: no se trata de una propuesta violenta. “Llegaremos a eso con la
Constitución vigente, pero para una elección por consensos y no por partidos,
para renovar las cámaras… ellas serán quienes aprueben la nueva Carta Magna.
“Se
trata de que ya no queden en las curules los que han echado a nuestro país a
pique. La redacción de la Constitución la tenemos que hacer para generar leyes
que no estén contra el pueblo y que benefician a unos cuantos.”
Entre
las figuras que plantea están la introducción del plebiscito, el referéndum, la
consulta popular y la revocación de mandato.
“No
soy experto constitucionalista pero tiene que ser un cambio pacífico. No dudo
que va a haber actos violentos, meter (el gobierno) su paramilitarización, su
violencia… eso vamos a enfrentar, pero tenemos que llevarlo a cabo, conscientes
de que México tiene que cambiar con la voz del pueblo”, concluye.
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