La
Jornada, 29 de septiembre, y 6 de octubre de 2013
Remedios Varo:
apuntamientos y testimonios/Raquel Tibol/
El
8 de octubre se cumple medio siglo de la muerte de la pintora Remedios Varo,
figura fundamental en la historia de la plástica mexicana. Para recordar a la
artista, la crítica de arte Raquel Tibol, una de las voces más autorizadas en
el tema, comparte con los lectores de La Jornada un testimonio acerca de la
autora de una vasta, compleja y deslumbrante obra. La segunda parte se
publicará el domingo próximo
Remedios
Varo pertenece a la generación que vivió de manera consciente y fue marcada por
la primera y la Segunda Guerra Mundial. Llegó a México en 1942 en compañía de
Benjamin Péret, a quien había conocido en 1936 en España, cuando él decidió ir
personalmente a expresar su solidaridad a los anarquistas concentrados en el
frente de Aragón y tratar de unirse a las Brigadas Internacionales.
Cuando
comenzaron a vivir juntos en 1937, ella tenía 29 años de edad y llevaba cuatro
separada de su marido, el pintor Gerardo Lizárraga, condiscípulo suyo en la
Academia de San Fernando de Madrid, con quien se había casado en 1930. Su unión
con Péret, hombre de extrema izquierda, demuestra que no compartía la filiación
política de su hermano Luis, menor que ella y su adorado compañero de juegos
infantiles, quien militaba en las filas del franquismo. Su hermano mayor,
Rodrigo, era republicano, fue encarcelado por los falangistas y debió exiliarse
en Venezuela para poder ejercer su profesión de médico.
¿Habrá
sido Remedios la gacela perdida en un cine de los bulevares, la que tenía en la
mirada picaflores que huían por los espejos, a quien Péret declara su amor en
el poema ¡Hola!, publicado en Je sublime justamente en 1936?
En
1937 Remedios y Péret llegan a París pensando tramitar su pronta salida hacia
México, alentados por los planes que desde 1936 venía elaborando en tal sentido
André Breton, quien sí logró partir a fines de 1937. El 9 de junio de 1938
Péret le escribe angustiado la siguiente carta a Breton:
Mi
querido André: Recibí ayer tu tarjeta postal. Desde hace casi seis semanas
estoy esperando los papeles que necesito para partir. Fraysse me ha prometido
arreglar las cosas en el Quai d’Orsay, de conseguir un pasaporte a Remedios y
de obtener después nuestras visas diplomáticas. El Quau d’Orsay nos ha hecho
dar vueltas de semana en semana para finalmente negar toda posibilidad alegando
que yo deseo ir allá por razones políticas y que mi pasado en este terreno no
le permite confiar en mí, etc. Ya puedes imaginarlo. Además también han negado
el pasaporte a Remedios y ahora me encuentro con el dinero del viaje asegurado
y en la imposibilidad de partir a causa de este pasaporte y por la
imposibilidad en que estoy de sacar trescientos dólares para depositar en la
aduana mexicana. Telegrafié a Lupe (a quien escribo al mismo tiempo que a ti) y
quien probablemente te ha hablado de esos telegramas.
Testimonio
de aquel difícil tiempo parisino lo encontramos en la Historia del surrealismo
de Maurice Nadeau:
Péret,
vigilado a su vuelta de España es, algunos meses después de la movilización,
encarcelado por sus actividades revolucionarias. Evadido durante el éxodo, fue,
antes de partir para México, el único surrealista de nota que residió en París
en los años 1940 y 1941. Siempre el mismo intransigente y el mismo poeta
natural y grande. Varias veces corrió el rumor de su muerte que nunca quisimos
creer. Luego se supo que continuaba su lucha en México.
El
20 de noviembre de 1941, con la ayuda de varios amigos y vía Casablanca parten
Remedios y Péret hacia el Nuevo Mundo. Por la militancia política de él no
pueden ingresar a Estados Unidos y se acogen al único destino posible: México,
donde ella, se ganará la vida diseñando publicidad para la industria
farmacéutica Bayer, decorando paredes y muebles para restaurantes y residencias
y restaurando cerámica prehispánica. Por su parte Péret hace traducciones y da
clases de francés en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura de la
Secretaría de Educación Pública y en otros lugares. En una nómina de esa
escuela, de marzo de 1944, el nombre de Péret figura junto al de Esteban
Francés, el pintor que en 1934 iniciara a Remedios en los movimientos vanguardistas
al invitarla a participar en el grupo Logicófobo que él había organizado en
Barcelona. Figuraban también en la nómina Diego Rivera, Germán Cueto (primo
mexicano de Marie Blanchard), dos artistas que habían despertado el interés de
Antonin Artaud: el escultor Luis Ortiz Monasterio y la pintora María Izquierdo,
y Frida Kahlo, la pintora cuya contribución al arte de nuestra época había sido
señalado por Breton como llamada a tomar, entre las diversas tendencias
pictóricas que se abren camino, un valor de participación muy particular.
Cuales
no serían mi sorpresa y mi alegría –escribió André Breton– al descubrir, al
llegar a México, que su obra, concebida en toda ignorancia de las razones que
han podido hacernos actuar a mis amigos y a mí, florecía con sus últimas telas
en pleno surrealismo. En el punto actual del desarrollo de la pintura mexicana
que es, desde principios del siglo XIX, la que mejor se ha sustraído a toda
influencia extranjera, la más profundamente prendada de sus recursos propios,
volvía yo a encontrar en el otro extremo del mundo esa misma interrogación
espontáneamente brotada: ¿a qué leyes irracionales obedecemos, qué signos
subjetivos nos permiten a cada instante dirigirnos, qué mitos están en potencia
en tal amalgama de objetos, en tal forma de acontecimientos, qué sentido
atribuir a ese dispositivo del ojo que nos hace aptos para pasar del poder
visual al poder visionario?
El
cuadro que Frida Kahlo de Rivera estaba terminando entonces –Lo que el agua me
ha dado– ilustraba sin saberlo la frase que recogí en otro tiempo de labios de
Najda: Soy el pensamiento sobre la tina en la pieza sin espejos. No falta ni
siquiera en este arte la nota de crueldad y de humorismo que es la única capaz
de unir los raros poderes afectivos que entran en composición para formar el
filtro cuyo secreto tiene México [...] Me he visto llevado a decir, en México,
que no había, en el tiempo y en el espacio, pintura que me pareciese mejor
situada que ésta. Añado que no la hay más exclusivamente femenina en el sentido
de que, siendo la más tentadora, consciente de buen grado en hacerse
alternativamente la más pura y la más perniciosa. El arte de Frida Kahlo de
Rivera es una cinta alrededor de una bomba.
Antonin
Artaud había llegado a México en febrero de 1936. Los días 26, 27 y 29 de
febrero, patrocinado por el Departamento de Acción Social de la Universidad
Nacional Autónoma de México, impartió tres conferencias en el Anfiteatro
Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, teniendo a sus espaldas el mural
La Creación, pintado por Diego Rivera en 1922. Las conferencias versaron sobre
Surrealismo y revolución, El hombre contra el destino y El teatro y los dioses.
Para la publicidad se habían divulgado unos resúmenes escritos por el propio
Artaud. El referido al surrealismo decía:
Mostraremos
en esta conferencia el nuevo estado de espíritu de la juventud de Francia.
Diremos lo que piensa del surrealismo y diremos cómo ha evolucionado.
Hablaremos del materialismo histórico y dialéctico de Karl Marx y de Lenin.
Trataremos de definir la situación de los intelectuales franceses con respecto
al proletariado y a la cuestión social en conjunto. Describiremos la inquietud
de la juventud frente a todas las grandes cuestiones que agitan al mundo.
Diremos, para concluir, que en Francia una idea nueva sobre el hombre está a
punto de constituirse. En cierto modo, un humanismo que no es ya del siglo XVI.
A
partir del mes de mayo de 1936 Artaud comienza a colaborar en varios periódicos
mexicanos, principalmente en el diario gubernamental El Nacional. Por la
crítica implícita al surrealismo, interesa recordar algún párrafo del artículo
La pintura francesa joven y la tradición donde afirmaba:
En
la pintura francesa actual hay una reacción antisurrealista marcada. Esta
reacción está representada sobre todo por el joven pintor Balthus, quien
fatigado de una pintura de larvas, trata de organizar su mundo, un mundo suyo,
pero aprovechando los profundos sondeos que el auténtico pensamiento
surrealista ha realizado en el mundo del inconsciente. La pintura surrealista
era una negación de lo real, una especie de descrédito fundamentalmente
arrojado sobre las apariencias. El mundo surrealista no niega los objetos, pero
los desorganiza. Introduce en el primer plano de la concepción de las cosas un
divorcio entre los sinfines y la razón. En él no existe diferencia entre el
mundo de los sueños y el de la razón aplicada.
De
los artistas mexicanos activos entonces, fue la pintora María Izquierdo quien
despertó el máximo interés de Artaud. A ella le dedicó dos artículos y un poema
por su inspiración verdaderamente indiana y por su pintura sincera, espontánea,
primitiva, inquietante, aunque aclaraba:
Esta
pintura es espontánea, pero no pura: aquí y allá, en ciertas obras, puede
encontrarse una influencia directa del arte moderno europeo. Este es el
peligro: se diría que, a medida que se desenvuelve la actividad pictórica de
María Izquierdo, está cada vez más influida por las técnicas modernas de Europa
y, en ciertas telas, hasta por el espíritu. Y esto es aún más lamentable.
Como
Rimbaud en África y Gauguin en Tahití, Antonin Artaud buscaba en México un
mundo aborigen incontaminado y creía percibir esencias de ese mundo en las
obras de María Izquierdo:
El
espíritu de la raza india habla tan fuerte en ella que aun inconscientemente
repite su voz [...] Toda la pintura de María Izquierdo se desarrolla en este
color de lava fría, en esta penumbra de volcán. Y esto es lo que le da su
carácter inquietante, único entre todas las pinturas de México, lleva el destello
de un mundo en formación, de un mundo que se funde. Sus ruinas no evocan un
mundo en ruinas, evocan un mundo que se rehace.
A
diferencia de Artaud, Breton no llegó a México para descubrir lo incontaminado,
sino a divulgar y reafirmar sus ideas. Prueba de ello son opiniones suyas
publicadas el 14 de mayo de 1938 en la revista Hoy, referidas a la situación de
la literatura francesa del momento, a la posición de los intelectuales
franceses ante los avances del fascismo, a las causas del fracaso del gobierno
del frente popular y también a la situación de la pintura en Francia.
En
París acaba de celebrarse una exposición internacional del surrealismo que
siguiendo a las de Londres, de Copenhague, de New York, reunía las obras de
sesenta artistas, originarios de quince países diferentes [uno de los sesenta
fue Remedios Varo]. La reputación mundial de Max Ernst, de André Masson, de
Joan Miró, de Yves Tanguy, de Salvador Dalí, encontró en esta manifestación su
consagración definitiva, al mismo tiempo que se revelaban con un brillo
particular Wolfgang Paalen y Kurt Seligmann y que se descubría el más
admirablemente dotado de todos los jóvenes pintores –tiene veintitrés años de
edad–, Matta Echaurren. También aquí, como en el dominio de la poesía, me
agradaría hablar de tendencias nuevas –exteriores al surrealismo– si esas
tendencias existieran, pero forzoso es reconocer que todo lo que se desenvuelve
al margen de este movimiento es de naturaleza puramente regresiva.
Estas
declaraciones pueden tomarse como el preludio para la versión mexicana de la
Exposición Internacional del Surrealismo que, alentada por André Breton,
organizaron en enero-febrero de 1940 Wolfgang Paalen y el pintor y poeta
peruano César Moro para la Galería de Arte Mexicano. Hubo dibujos, pinturas,
fotografías, objetos, collages, reproducciones. Diego Rivera prestó piezas de
arte prehispánico y máscaras de danzantes. Paalen aportó obras de arte tribal
de Nueva Guinea y otros lugares. Entre originales de Max Ernst, Óscar
Domínguez, Yves Taguy, Eva Sulzer, Paalen, Francis Picabia, Man Ray, Gordon
Onslow Ford, Esteban Frances, Henry Moore, Joan Miró, Matta, Masson, Magritte,
Klee, Kandinsky, Alberto Giacometti, Víctor Brauner, Salvador Dalí, Frida Kahlo
(que presentó Las dos Fridas y La mesa herida, este último infelizmente
inlocalizable), De Chirico, Delvaux, Alice Rahon, Diego Rivera, Kurt Seligmann,
Carlos Mérida, Moreno Villa y otros de aquí y de allá, surrealistas o no.
Remedios (que entonces no usaba apellido) figuró con Recuerdo de la walkyria, pintura
de 1935.
Entre
los mexicanos seleccionados no estuvo María Izquierdo, la pintora preferida de
Artaud y considerada después como figura de primer rango dentro del surrealismo
mexicano, el cual nunca llegó a constituirse en grupo o en movimiento. Las afinidades
fueron planteadas por críticos e historiadores, no por los artistas. Hay, sí,
muchas obras catalogables como surrealistas después de someterlas a examen
según la metódica clasificación hecha por el norteamericano Alfred H. Barr y
recogida por Jorge Romero Brest: imagen simple compuesta, doble imagen,
perspectiva fantástica, animación de lo inanimado, metamorfosis, aislamiento de
fragmentos anatómicos, confrontación de cosas incongruentes, milagros,
anomalías, abstracciones orgánicas, máquinas fantásticas, pinturas de sueño,
creación evocativa del caos, pinturas y dibujos automáticos o casi automáticos,
objetos transformados, alegoría, neorrealismo fantástico. Antes de 1940 María
Izquierdo ya combinaba con certeza en sus telas elementos incongruentes,
perspectivas fantásticas y cosas fragmentadas.
En
la presentación de la Exposición Internacional del Surrealismo, escrita en
noviembre de 1939, César Moro entonaba un ditirambo desmedidamente
publicitario:
Por
primera vez en México, desde siglos, asistimos a la combustión del cielo, mil
signos se confunden y se distinguen en la conjugación de constelaciones que
reanudan la brillante noche precolombina. La Noche purísima del Nuevo
Continente en que grandiosas fuerzas de sueño entrechocaban las formidables
mandíbulas de la civilización en México y de la civilización en el Perú. Países
que guardan a pesar de la invasión de los bárbaros españoles y de las secuelas
que aún persisten, millares de puntos luminosos que deben sumarse bien pronto a
la línea de fuego del surrealismo internacional. La pintura surrealista es la
ventura concreta por excelencia. Es el salto que aplasta las cabezas babosas y
amorfas de la canalla intelectual (...) Naturalmente todavía quedan
espectadores para el largometraje de telas anecdóticas, decorativas o
simplemente sucias. El espectador de la pintura surrealista puede encontrarse
bruscamente ante sí mismo y esto es lo que muchos no perdonan. La libertad de
pintar como Picasso, para los que alegremente sostienen que es muy fácil pintar
así, queda inaugurada (...) El surrealismo muestra sus armas terribles: la
palabra, una tela, colores, humo, cola. Lo que durante siglos cretinizó al
hombre, está ahora en manos del hombre y no en las manos de fantasmas
académicos.
Se
pueden confrontar con esta verborrea autocomplaciente unas declaraciones hechas
por Benjamin Péret, poco después de su arribo a México, al reportero Ulises
Monferrer:
Los
surrealistas aspiramos a traducir, en cifra de arte, lo más característico del
hombre, a presentarlo tal como no se le conoce, buscando la expresión de su
subconsciente. Todas las imágenes son expresión de un proceso reactivo de tipo
subconsciente (...) La afluencia de preocupaciones surrealistas en la pintura
más moderna es de sobra conocida. Tanto en la pintura como en la literatura del
pasado, los atisbos más geniales de pintores, escritores y poetas fueron
surrealistas. Goya, el Greco y tantos otros ¿no fueron surrealistas? Orozco
tiene muchas cosas de tipo surrealistas y también Diego Rivera. En nuestro
tiempo se necesita un lenguaje nuevo y una manera de ver e interpretar al
hombre y al mundo muy diferente de la que está en uso. ¿Cómo se podría dar una
imagen o un trasunto de la vida actual, si no es por medio del surealismo?
Guerras, revoluciones, angustia sin fin: los prodigios de la técnica empleados
para aniquilar a los pueblos y desatar por todas partes el caos y la
destrucción. Un enorme cambio se está produciendo (...) Una honda y enorme
revolución camina hacia su meta en todos los continentes. El parto del futuro
es siempre doloroso, pero nunca lo ha sido tanto como ahora. Un mundo se hunde
envuelto en sus propias contradicciones.
Poco
se ha insistido en la profunda lesión que la Guerra Civil Española primero y la
Segunda Guerra Mundial después provocaron en el alma de Remedios Varo. En sus
primeros años mexicanos se retrajo, dejó de pintar, frecuentó a pocas personas.
Tuvo una sola amiga fraterna: Leonora Carrington, la escritora y pintora
inglesa que entró al círculo surrealista al unirse en 1936 a Max Ernst. En 1940
él es internado en un campo de concentración y ella sufre un colapso
sicológico. Es enviada a un hospital siquiátrico en Santander, España. A los
seis meses se escapa, viaja a Lisboa y se refugia en el Consulado de México.
Conoce al periodista y poeta mexicano Renato Leduc, con quien contrae
matrimonio. Viven un tiempo en Portugal y durante un año en Nueva York. Cuando
en 1943 llegó a México quiso Remedios que Leonora compartiera con ella su
precaria vivienda. Desde entonces hasta su muerte fue su hermana espiritual.
Leonora adquirió la nacionalidad mexicana, paso que nunca dio Remedios, quien
conservó su nacionalidad española, aunque jamás quiso regresar a su tierra
natal. Cuando en 1947 Péret decide volver a París, Remedios prefiere la
separación definitiva. Nunca más pisaría los escenarios de sus angustias
juveniles.
Poco
importa para atar cabos en torno a la estética de Remedios lo que pudo haber
ocurrido con el surrealismo en México entre 1947 y 1953, año de su
reincorporación a la pintura, cuando la convivencia con Walter Gruen, hombre
culto, discreto y de gran finura de trato, la induce a una concentración
intelectual que no había logrado recuperar durante una larga década. Pero quizá
resulte muy ilustrativo conocer lo que en 1953 pensaba uno de los grandes
protagonistas del surrealismo: Luis Buñuel, llegado a México en 1947. En una
entrevista que le hice mientras filmaba La ilusión viaja en tranvía expresó:
Yo
ya no soy surrealista porque no pertenezco a ningún grupo. El cambio de la vida
y las necesidades han hecho que no me interese pertenecer a ningún grupo. La
reacción surrealista correspondió a determinada realidad; ahora comprendo que
no se puede enfrentar la realidad exclusivamente con el surrealismo. Pero
aunque ya no pertenezco a grupo alguno, la educación, la disciplina surrealista
están en mí. El surrealismo fracasó como revolución –una revolución no la
pueden hacer treinta y tres individuos–, pero se integró a la vida en general.
El surrealismo no es algo inexistente que se agrega a la realidad, no inventa
la realidad, la ve más completa; no es algo que haya que buscar, está ahí. La
Academia nos acostumbró a pensar racionalmente, pero el hombre no es racional.
Freud ha puesto al descubierto su condición irracional. La razón es un elemento
de contacto social, una cláusula de convivencia; pero el subconsciente existe;
por eso hoy podemos afirmar que el surrealismo era lo que faltaba para
completar nuestra visión de la realidad, ya que ésta encierra un sentido terrible
y extraordinario que hay que descubrir. No soy surrealista porque el
surrealismo como escuela ha cumplido su cometido, ya ha dejado su huevo. Es una
contribución al conocimiento humano y seguirá existiendo hasta el final del
hombre. El surrealismo nació como fuerza del humor, se fundamentó en el humor
como fuerza liberadora. Siendo el último elemento poético subversivo en la
sociedad actual, y por lo mismo un producto de alta civilización, el humor
forma parte de él, lo integra fatalmente. Pero no hay que confundir humor con
ironía. La ironía es un elemento parcial, individual, aislado. Es decorativa,
puede acentuar. Yo estoy contra la ironía. El humor es tremendo, violento y
liberador. Es un escape para producir sensaciones subversivas y desagradables a
través de la risa (...) Lo sentimental es lo contrario del humor. Lo
sentimental es conformista, agrada al hábito emocional de la gente. Todo el
público entra por lo sentimental. El surrealismo, en cambio, es mezcla de
ternura y crueldad, y en esa mezcla justamente reside su calidad. Es una
ternura que el público agradece porque la que espera es más oficial. Yo le doy
enorme alcance a la ternura. Ternura por ambivalencia, por oposición a la
crueldad. La ternura como efusión humana. El sentimiento en cuanto a emoción es
valioso, muy distinto por cierto a la expresión lloricona, aunque no debemos
olvidar que hay lágrimas subversivas (...) La cosa poética es lo que me
interesa, es un manto que se extiende sobre todo, y no puede haber poesía sin
humor. Mi línea estética no es tal, sólo reconozco una línea moral. La estética
me viene floja. Renuncio a lo estético o a lo bonito. Persigo una finalidad
moral; pero esa moral no es la consuetudinaria. El buen o el mal gusto me da
igual. Por instinto me acerco más al mal gusto que es de por sí antiartístico.
El mal gusto me atrae, como me atrae la pugna entre dos seres humanos, sus
deseos, sus odios, sus amores, la reacción ante la sociedad que los rodea, su
bien, su mal, su patria, su familia (...) Lo que busco es dejar a la gente
completamente intranquila, demostrarle lo falso de su actual seguridad. Lo
ideal para mí sería provocar una desconfianza absoluta en el público respecto
de sus sentimientos, su economía y sus relaciones fundamentales. Por eso es que
no le puedo dar ninguna importancia a la opinión de la gente, porque me opongo
al conformismo, a la certeza de su seguridad y su serenidad, certeza que niega
toda rebelión.
Estas
opiniones de Luis Buñuel permiten constatar hasta qué punto fueron divergentes
las plataformas estéticas de los dos surrealistas españoles afincados
definitivamente en México. Remedios no miró el entorno de su país de adopción.
Nada más lejos de su impulso inventivo que la subversión crítica de Los
olvidados, Subida al cielo o La ilusión viaja en tranvía.
Creo
que fui la única periodista que logró tener con Remedios Varo un atisbo de
entrevista. Fue en 1957, a más de un año de su primera exposición individual
(25 de abril al 15 de mayo de 1956) en la muy pequeña galería Diana de Rosita
Bal y Gay, esposa del conocido musicólogo de esos apellidos. Remedios vivía
entonces en un humilde departamento de la avenida Álvaro Obregón, al que me
costó mucho llegar porque la dueña de la galería se negaba a darme sus señas.
Seguramente su excesivo cuan calculado celo llevó a Remedios a buscar otro
representante. Fue Juan Martín, con quien hizo el resto de sus exposiciones y
que se convirtió en su perpetuo acompañante. La primera exposición estuvo
integrada por dos dibujos y diez pinturas: Flautista, Hallazgo,
Prestidigitador, Ruptura, Ermitaño, Roulotte, Revelación, Trasmundo, Tarea,
Simpatía.
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Remedios
Varo: apuntamientos y testimonios/Raquel
Tibol
Aquí
la segunda y última parte del puntual testimonio de la crítica de arte Raquel
Tibol acerca de Remedios Varo, el cual comparte con nuestros lectores con
motivo del 50 aniversario luctuoso de la artista que será el martes 8 de
octubre. El texto es continuación del que apareció publicado en estas páginas
el domingo pasado.
En
el reportaje de 1957 hice la siguiente descripción:
La
gabardina y el peinado que lucía el día de la inauguración de la muestra le
daban aspecto de maestra con muchísimos años de ejercicio o de una señorita
resignada a la soledad. La mujer flaca, forrada con pantalones a cuadros, blusa
negra, pelo rojizo oscuro y suelto, párpados engrasados, curtida por el sol,
que me recibió una tarde de julio de 1957, daba golpe de coquetería, de esa
coquetería desconcertante, sensual, pausada, nunca agresiva, que domina a las
mujeres muy sensibles que han pasado los cuarenta años, aunque esas mujeres
sean, como Remedios Varo, el colmo del retraimiento. Antes de hablar comprendí
que no hablaríamos y lo que reproduzco son las señales emergidas del silencio,
de la espesa niebla tras la que gusta esconderse o escurrirse para no repetir
experiencias desagradables, para no recordar cosas que se quisieran olvidar. No
insistí, no arañé en forma insolente, pues siempre cuido no pasar la frontera
señalada por Maiacowsky: No se puede en el alma con botas. Decidle a esos
bomberos que suban al corazón ardiendo con un par de caricias.
Cuando
en 1955 exhibe sus obras en una exposición colectiva de la galería Diana –decía
otro párrafo de aquel reportaje–, quienes gustan de los refinamientos
artesanales y de la imaginería, conjugados en un plano de rigor y exquisitez,
se sorprenden muchísimo, sorpresa que se acrecienta cuando la misma galería
ofrece en 1956 una muestra individual de la artista. Desde entonces Remedios
Varo, la de la excepcional sensibilidad y del inconfundible estilo, sólo
retiene en su casa el cuadro que está pintado con lentitud de miniaturista y
una responsabilidad que sobrepasa la honradez, para estampar en la superficie
todos los elementos necesarios a su relato maravilloso y seductor, que en
ningún momento pretende oponerse o entrar en conflicto con la realidad
histórica o circundante. Basta esta cualidad para afirmar que la imaginera
Remedios Varo no pertenece a la gran familia surrealista, eminentemente
rebelde, que utilizó el humor negro, el disparate, el absurdo, la sorpresa, el
erotismo e incluso la fantasía y el alegorismo para expresar su hastío y su
negación del mundo que les había tocado vivir. La actitud emocional de Remedios
Varo es eminentemente romántica, sus leyendas son el vehículo para exaltar
valores de armonía y de ensueño. Si algún conflicto se percibe en sus
composiciones es siempre un conflicto doméstico, íntimo, muy personal, que si
produce alguna inquietud es por la rara y brillante inteligencia que ha
construido la imagen deliciosa, la fábula sin moraleja.
Porque
yo había juzgado de esa manera la obra de Remedios Varo es que e interesó su
opinión sobre el surrealismo. Lo que me dijo no llegó a conformar un
testimonio, es apenas una aproximación dicha con desgano:
Sí,
yo asistía a aquellas reuniones donde se hablaba mucho y se aprendía varias
cosas; alguna vez concurrí con obras a sus exposiciones; mi posición era la
tímida y humilde del oyente; no tenía la edad ni el aplomo para enfrentarme a
ellos, con un Paul Éluard, un Benjamín Péret o un André Breton; yo estaba con
la boca abierta dentro de ese grupo de personas brillantes y dotadas. Estuve
junto a ellos porque sentía cierta afinidad. Hoy no pertenezco a ningún grupo;
pinto lo que se me ocurre y se acabó. No quiero hablar de mí porque tengo muy
arraigada la creencia de que lo que importa es la obra, no la persona. No me
interesa la polémica ni ninguna actitud, soy sencillamente pacífica, necesito
la paz.
En
el mismo año de su primera individual, Remedios participó en el salón de
homenaje a Frida Kahlo, organizado por la Unión Democrática de Mujeres
Mexicanas e inaugurado el 13 de julio de 1956 en la galería de Lola Álvarez
Bravo. Entre las cuarenta pintoras, escultoras, grabadoras y fotógrafas que
concurrieron para recordar a su colega a dos años de su muerte, estuvieron
también Leonora Carrington, Alice Rahon, Fanny Rabel, Machila Armida, Celia
Calderón, Olga Costa, Andrea Gómez, Lucinda Urrusti. Fue entonces cuando por
primera vez en público se oyeron, en la voz de la actriz Rosaura Revueltas,
algunos párrafos del Diario de Frida:
¿Qué
haría yo sin lo absurdo y lo fugaz? (Entiendo ya hace muchos años la dialéctica
materialista años la dialéctica materialista). Los cambios y la lucha nos
desconciertan, nos aterran por constantes y por conciertos. La angustia y el
dolor, el placer y la muerte no son más que un proceso para existir. La lucha
revolucionaria, en este proceso, es una puerta abierta a la inteligencia. Yo
quisiera poder hacer lo que me da la gana detrás de la cortina de la locura.
Así: arreglaría las flores todo el día, pintaría el dolor, el amor y la
ternura, me reiría a mis anchas de la estupidez de los otros, y todos dirían:
¡Pobre, está loca! (Sobre todo me reiría de mi estupidez).
Cuando
Remedios murió, en octubre de 1963, una vez más escribí sobre ella:
Artista
estremecedoramente exquisita, había llevado la honradez artística al extremo de
un misticismo. Sus hermosos cuadros, que Diego Rivera admiró y exaltó, no
fueron producto de un estado de ánimo, ni excrecencias de pasiones más o menos
pasajeras; los fecundaba lentamente, como a seres vivos; los elaboraba con
minucia de orfebre; los soñaba en vigilias luminosas donde las pesadillas se
convertían en símbolos que, al enredar y trastocar la realidad, la
desentrañaban. Por las venas de su sentido creador corría sangre de los
primitivos flamencos, alimentada por tradiciones y experiencias personales que
la obligaban, a diferencia de aquéllos, a huir de lo circundante para descubrir
la vida. Jamás supuso Remedios Varo, como los primitivos, que las pasiones
divinas tenían la fuerza, la imperfección y la palpabilidad de lo humano. Trató
de representar lo imponderable, lo inasible, lo imposible.
La
primera vez que México envió obra de Remedios Varo al extranjero fue en vida de
ella, en 1961. Con Lilia Carrillo, Manuel Felguérez y otros, estuvo en la
sección mexicana de la VI Bienal de Tokio, Japón. Después de su muerte, en
1963, un conjunto importante de cuadros suyos estuvo en la VIII Bienal de São
Paulo, Brasil, inaugurada el 4 de septiembre de ese año. Para la sección del
surrealismo y el arte fantástico la aportación de México estuvo integrada con
pinturas de Frida Kahlo, Remedios Varo, Leonora Carrington y Juan O’Gorman.
Para entonces, tanto la obra de Remedios como la de Leonora había ganado un
sitio estelar dentro del movimiento plástico mexicano contemporáneo.
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