Por Adriana del Moral Espinosa
La cita es el domingo 17 de julio a las 12:00 horas en la Sala
Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Dolores
Castro es una mujer entrañable. Poeta, madre, esposa, maestra y amiga, para
todos los que la conocen es imposible evitar una sonrisa al pensar en ella.
Lolita, como la llaman muchos de los que la quieren, transforma con su trato el
ambiente. La sonrisa es su atuendo característico, las palabras son sus
compañeras fieles.
Lolita
vive en la colonia Lomas de Sotelo, rodeada de plantas. “Al casarnos estrenamos
esta casa”, explica refiriéndose a su marido, el también poeta, Javier
Peñalosa. En su sala, sillones acogedores dan la bienvenida, en medio de los
montones de libros que no podían faltar en casa de quien ha pasado tanto y tan
feliz tiempo con las palabras. Los libros, adquiridos en su mayoría por ella y
por su marido, fueron testigos también de la historia de amor entre dos personas
consagradas a la literatura y a la familia.
A
sus ochenta y dos años, la autora de Cantares de vela, recuerda todavía su
infancia. Estudió unos años en el Colegio Francés, que ahora es el Colegio
Francés del Pedregal, pero que entonces estaba en Mayorazgo, en la colonia del
Valle y “tenía puras maestras francesas”. Recuerda que después de las clases se
quedaba a estudiar francés, “porque yo no entendía ni papa”... dice riendo. “Me
costó mucho... todo era en francés.”
“Coser
no me gustaba mucho. Tejer sí. Hice a mano una camisa de dormir, y un mantel que
me ayudó mi abuelita a terminar”, ríe. “No son muy gratos mis recuerdos del
Colegio Francés. No me gusta la disciplina rígida en ninguna parte; ni en
familia, ni en la escuela. Uno debe tender a una libertad, sin que sea
desorden, pero una libertad.”
Siete
hijos, nacidos “porque yo quise”
Es
madre de cinco hombres y dos mujeres, a quienes llama medio en broma “elemento
civilizador”. Para ella “es muy distinto educar mujeres que educar hombres, si
es que uno educa”, ríe. Cuenta que los hombres ocupaban dos habitaciones
contiguas, reconocibles por el reguero de zapatos y demás pertenencias que
había en ellas. “Cada uno de mis hijos nació porque yo quise”, afirma
convencida.
Sus
hijos se llevan un año entre ellos. Criarlos fue un constante escándalo, un
tiempo muy difícil, y “muy bonito”, recuerda con cariño. Siempre disfrutó mucho
a sus hijos, sobre todo “en la adolescencia, aunque fuera difícil, y luego
fueron personas con las que podía conversar.”
Javier
“es periodista y tiene también bastante facilidad para escribir”, trabaja en
relaciones públicas. Ignacio es doctor en biología y funcionario de la ENEP
Iztacala de la UNAM. Eduardo es psicólogo, está a punto de terminar un
doctorado en formas de aprendizaje a distancia. Gustavo siguió la carrera de
literatura española y dirige Lirio , una editorial independiente. Alejandro
estudió biología, pero es director del departamento de cómputo del diario El
Universal . Lolita estudió pedagogía y trabaja en la Biblioteca Nacional.
Isabel trabaja en una oficina de relaciones públicas.
“Igual
que pasa con los hijos que de pronto se independizan, así pasa con los poemas,
como que se independizan. Fueron parte muy importante de una vida interior,
pero ya son independientes,” explica refiriéndose a sus numerosos libros de
poesía.
Explica
que la última antología bilingüe francés-española que le publicaron en París le
trajo grandes satisfacciones, ya que le permitió conocer de otra forma esa
ciudad, porque antes la había visitado sólo en invierno. “Ahora la conocí en
plena luz, y movimiento y hermosura.”
El
grupo de Ocho Poetas: “ Los buenos amantes comparten los libros”
—
¿Cómo conoció a su esposo Javier Peñalosa?
—
Alejandro Avilés, del grupo de Ocho Poetas que siempre nos reunimos, nos hizo
una entrevista a Rosario Castellanos, a mi esposo, a otros de los ocho y a mí.
En la primera reunión que sostuvieron después de las entrevistas no asistí; a
la segunda asistí y fue una reunión preciosa. No paramos de reírnos como de las
ocho de la noche que llegué hasta las tres de la mañana que nos separamos. Eso
[me valió] una buena regañada, pero valió la pena.
La
pobreza enseña a valorar las cosas y las personas
—
Los dos escritores y con siete hijos, supongo que a veces fue difícil
mantenerlos...
—
A veces era casi imposible, pero es por eso que creo más en la divina
providencia. Decía yo ‘ahora, ¿cómo vamos a solucionar esto?: niño enfermo, no
han pagado a tiempo…'. Al principio el sueldo de mi esposo era lo fundamental y
yo trabajaba a veces. Siempre él trabajaba como freelance, que antes se llamaba
destajo. Era muy difícil. Pero la pobreza no es mala, la miseria sí. La pobreza
le enseña a uno a valorar las cosas, a las personas. La dificultad también va
haciendo crecer a la gente y a los hijos.
—
¿Por qué se fueron a vivir a Veracruz?
Nos
fuimos a Veracruz con todos los muchachos. Mi hija menor todavía no cumplía los
seis años. Ahí duramos casi tres años, pero dijo mi marido: “Prefiero morirme
en el Distrito Federal, pues esa es mi provincia.” Entonces regresamos acá, y
él estuvo ya con la salud muy mal, pero llegó a dirigir un Centro de
Documentación en Masaryk. Luego se empezó a agravar y murió [cuando] la más
chica tenía trece años.
Yo
me quedé con los hijos y sin dinero, porque además él necesitaba oxígeno todo
el tiempo...pero me creerás que en todo ese tiempo no dejé de leer y de
escribir.
(La
muerte de su esposo, tras más de veinte años de matrimonio, fue un episodio muy
doloroso para ella. “Cuando murió él se me desapareció como la mitad de mi
vida.” Sin embargo, ante la enfermedad de su marido, había tomado ya algunas
precauciones, “desde antes yo veía venir lo que iba a suceder. Me actualicé en
muchísimas cosas.” Así, consiguió trabajó de tiempo completo en el Seguro
Social, y además trabajó en todo lo que pudo; “salimos adelante”, recuerda.)
—
¿Cómo le hizo para combinar el trabajo con el cuidado de sus hijos pequeños?
—
Desde que nació la última de mis hijas, yo siempre he tenido una auxiliar. Se
llama doña Cástula. Ella me ayudó muchísimo en todo. Se hizo cargo de la casa,
era buena hasta para educar a mis hijos cuando yo no estaba. Hasta en el último
libro mío le hice un poema, porque realmente es una mujer como pocas en la
vida. Ya para mí es como una hermana, no una gente que me ayuda.
(Dolores
interrumpe la entrevista para presentar a doña Cástula, que es como su ángel de
la guarda. Bajita, de piel morena y una sonrisa blanquísima, la señora reconoce
que también Lolita ha sido un ángel para ella,”porque es muy generosa y muy
buena”. El afecto que se tienen las dos mujeres es evidente. Pronto, doña
Cástula desaparece por una pequeña puerta y vuelve a sus labores domésticas.)
—En
todo el proceso de tener hijos y cuidarlos pequeñitos, siguió escribiendo,
¿verdad?
—
Seguí escribiendo, con mayor razón, porque las mujeres podemos sentirnos a
veces como más próximas a ser animales que seres racionales cuando están todos
los niños chiquitos. O bien a sentirnos cosas, porque el arreglo de la casa, la
limpieza y todo eso también esclaviza. Pero si uno tiene la literatura, y sobre
todo la poesía…La poesía es la que me ha sacado adelante siempre, porque es
mucho más ordenada que la vida. Si tú tienes la poesía como auxiliar el amor no
se acaba. El amor a la vida, a la naturaleza, a la gente; porque la vas viendo
con mayor profundidad; con mayor profundidad vas aquilatando todo.
El
orden implacable de la poesía
El
poema ¿Qué es lo vivido? Lo escribió tras la muerte de su marido. “Creo que un
poema así siempre responde a un interrogante muy profundo, a una especie de
problema anímico. Yo me sentía como fragmentada, no encontraba mi lugar, ni
nada, y fui a Zacatecas. Y al regresar de Zacatecas encontré una forma de
expresar ese poema.”
—
¿Qué tiene dentro un poeta?
—
Tiene una gran necesidad de entender el mundo, porque tiene un gran amor a la
vida. Es como resolver un rompecabezas, porque uno llega a la vida sabiendo que
va a morir, y que en este corto lapso tiene que descubrir para qué vino, quién
es, de dónde viene, hacia dónde va. La mayor parte de estas respuestas, a mis
ochenta y dos años, no las he encontrado. Pero sí he tratado de ver con la
mirada más profunda, lo que ocurre, lo que cambia, lo que queda. Dentro de mí
hay una necesidad todavía de seguir averiguando qué pasa. Además tengo alegría
de vivir, necesidad de conocer más. Ya que sólo una vez estamos en la vida, hay
que aprovecharla.
—
¿La poesía es entonces una actitud ante la vida, aunque uno no escriba?
—
¡Claro que es una actitud ante la vida!, y desde que abres los ojos. Mi mamá le
escribió una carta a mi papá porque él no estaba cuando yo nací en
Aguascalientes, y mi papá estaba viajando porque era agente del Ministerio
Público. En la carta le decía mi mamá: “Ya tienes una nueva hija. Es morena,
pero tiene los ojos muy vivos.” No los tuve grandes, pero vivos sí.
—El
papel que para usted tiene la poesía, ¿ha cambiado a lo largo de todos estos
años dedicados a escribir poemas?
—
Yo creo que ha cambiado, pero nunca ha dejado de ser un interés profundísimo.
Ha cambiado porque cada vez tengo más necesidad de comunicar y comunicar bien.
Comunicar con un trabajo constante para que la palabra sea transparente.
—
¿Escribe cada vez más?
—
Sí, escribo cada vez más, no sé si cada vez mejor.
La
ciudad y el viento es la única novela publicada de Dolores Castro. Pero en su
tiempo, recibió una crítica tan feroz que la hizo pensar “yo no soy para
escribir narrativa.” Sin embargo, Lolita cuenta: “últimamente un investigador
de Estados Unidos me dijo que le había gustado mi novela, y Severino Salazar,
un zacatecano, me dijo ‘yo escribí mis novelas porque leí La ciudad y el
viento'.”
—Usted
ha impartido muchos talleres para jóvenes, ¿piensa que ha cambiado la forma en
que los muchachos de ahora se acercan ahora a la poesía?
—
Lo que veo es que hay una multitud de muchachos que se acercan a la poesía,
porque ese caos en el que vivimos invita a tratar de resolverse. Pero a veces
muchos muchachos se acercan a la poesía en una forma que no es la mejor, que es
el desahogo. Y los que se acercan en esta forma generalmente es porque no leen
suficiente; porque para poder escribir poesía se necesita también leerla. Uno
va construyéndose como poeta y como persona con una tradición que le respalda.
Y si uno conoce esa tradición a través de la lectura, puede situarse en el
ayer, en el antier, o en el antes de antier.
Quizá
sea imposible pensar la poesía mexicana sin la influencia de Dolores como
maestra de incontables alumnos. Entre los que le vienen a la mente en el
instante, recuerda a Raúl Tapia, que todavía toma clases con ella; a Edna
Ochoa, que está terminando un doctorado en Estados Unidos y a Raquel Olvera,
quien a su vez dirige el taller de percepción poética Cardo.
También
recuerda con cariño a Mauro Ramírez, ganador del premio Nezahaulcóyotl el año
pasado quien “tiene una fuerza expresiva realmente extraordinaria”. Dos cuadros
suyos se encuentran en la casa de la maestra. Uno muestra unos alcatraces, y
otro es un retrato de la propia Lolita.
No
ser iguales a los hombres en lo que ellos han fallado
—
En los ochenta usted decía que la poesía de las mujeres todavía no alcanzaba a
decir todo lo que diría cuando las mujeres fueran libres. ¿Siente que en esta
época ya lo somos?
—
Las mujeres tenemos que ser libres, tenemos que luchar por eso. Una libertad
que no consista en agredir la libertad de otro o transgredirla. Actualmente con
esa libertad (...) hay una literatura femenina erótica que muchas veces no
consiste más que en quitar una mordaza que alguien tenía y decir todo . En ese
todo no está transformada la palabra en poesía. La poesía erótica femenina o
masculina [merece] mis respetos, siempre que no sea sólo una descripción del
acto erótico por todos conocido.
—
¿Piensa que ahora hay mejor poesía erótica de la que había antes?
—
Puede que más abundante, mejor no tanto. Por ejemplo, hay un poeta de Toluca
que tiene un libro de poesía erótica magnífica. Pero entre las mujeres sí hay
veces que solamente es como una especie de coquetería o una descripción que no
añade peso al mundo. Falta un trabajo femenino para poder comunicar libremente
la poesía erótica que no sea falta de significación.
—
¿Siente que esa búsqueda poética sea más difícil para las mujeres que para los
hombres?
—
Sí, porque las mujeres tenemos muchas trabas de educación, de entorno social.
Muchas veces dicen que en México somos las madres las que hacemos a los hijos
machistas. Yo digo ‘no somos las madres'. Es una cultura ya de muchos años que
permite esto. Y la cultura no se puede modificar en unos cuantos años.
—
Usted ha comentado que cuando era joven le daba pena escribir poemas que fueran
cursis, y que trató de escribir textos más irónicos. Pero finalmente su poesía
es una poesía muy dulce.
Traté
de no ser cursi...empezando por mi papá que me dijo: ‘Qué horror. Una mujer…y
poeta', y que las mujeres son cursis por naturaleza. (Una risa la interrumpe
antes de proseguir) Entonces evitaba yo lo cursi. Lo cursi es lo que aspira a
la grandeza y se queda en el camino. También [les pasa] a los hombres. Es como
decía Rosario Castellanos: se puede ser o poeta o poetastriso.
—
¿Usted cree que hay ya mujeres que escriben como hombres, o que el género pesa
menos al momento de escribir que en el entorno social?
D cen que la poesía no tiene género; eso es cierto, pero las mujeres sí lo
tenemos. Entonces yo creo que sí hay mujeres que van encontrando una forma de
expresión, que si bien no es totalmente diferente de la de los hombres, tiene
cauces que son propios de una mujer por su educación, bueno…y por su género.
Zacatecas,
ciudad esculpida donde todo habla de Dios
—
¿De las ciudades donde a vivido, cuál sería su favorita?
(Sin
dudarlo un segundo, responde: “Zacatecas”.)
—
Quiero mucho a Aguascalientes. Ya como adulta mayor, como se dice ahora, he
recibido mucho cariño de la gente de Aguascalientes. Y he podido también
apreciar lo que es mi ciudad natal. Si yo me fuera a vivir a algún lado, me
iría a vivir a Aguascalientes. Es una ciudad muy grata, de todo a todo, fácil
la vida allí. Pero... ya es mi provincia el Distrito Federal.
En
cambio Zacatecas es una ciudad con la que todavía sueño. Sueño en las noches
que estoy allá y que voy a ir a correr. Es una ciudad inolvidable, con una
fuerza de atracción que quien ha nacido allí o vivido ahí nunca olvida. Es una
ciudad que algunos dicen no fue edificada, sino esculpida. Y la gente tiene una
fuerza, que qué bárbaros. Mi papá [que era de allá] tenía ochenta y tantos
años, y todavía trabajaba mañana y tarde.
—
¿Se considera una mujer religiosa?
—
Yo sí me considero religiosa. Y si esto quiere decir ligarse uno a nuevamente;
a Dios, sí soy religiosa. La naturaleza y todo me habla de Dios. Pero lo que sí
no soy, y siempre me he defendido de ser, es mística. Porque esa diferencia
entre religiosidad y misticismo es enorme. A mí nunca me ha contestado Dios.
Quizá dentro de mí hay inspiración, conciencia, porque en la conciencia habita
Dios.
No
soy mística. Un día voy a ver a Dios, ya que me muera. Ahí hay una diferencia
grande. Creo que la respuesta está en eso que les respondía mi marido a los
hijos cuando les preguntaba: ‘Oye papá, ¿hay Dios?', y él decía: ‘Pues no te
voy a contestar yo. Nada más ve todo a tu alrededor‘.
Soy
católica, apostólica y romana y voy a misa y todo. Y por lo tanto a veces protesto
contra algunas cosas. Estoy mucho más cerca de la teología de la liberación,
pero soy católica, sí.
Mi
papá era anticlerical de raíz. Mi mamá era de las que cumple con todas las
cosas de la religión. Esa discusión constante entre mi papá y mi mamá me formó
a mí. Uno pasa por estudiar algo de filosofía, estudiar tantas cosas que están
en contra de la religión…pero yo sigo siendo creyente, sigo siendo católica.
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