Los
límites de las encuestas/Kiko Llaneras es ingeniero y analista de datos.
El
País, 12 de julio de 2016.
En
estas elecciones, además de las encuestas fallamos los analistas. Entre todos
—periodistas, politólogos, comentaristas— casi dimos por sentado un resultado,
aunque sabíamos, ¡por experiencia!, que los sondeos ni son precisos ni son
exactos.
Es
evidente que las encuestas fallaron. Infraestimaron al Partido Popular y
sobrestimaron a Unidos Podemos, que logró cuatro puntos menos de lo presagiado
por los sondeos. En el debate público se dio el sorpasso casi por seguro, pero
en realidad el sorpasso no se produjo.
Pero
esos errores no debieron cogernos tan por sorpresa. En 2011, el PSOE mejoró los
datos de las encuestas en dos o tres puntos. En 2014, Podemos entró en el
Parlamento Europeo batiendo a los sondeos por cinco puntos y el PP se quedó
siete por debajo. En 2015, Podemos obtuvo dos puntos menos de lo previsto en
las elecciones andaluzas, y Ciudadanos tres más en las catalanas. Unos meses
antes, Ada Colau batió a las encuestas por tres puntos y Manuela Carmena casi
por diez.
Ocurre
igual en otros países. El año pasado, en Reino Unido, las encuestas no vieron
la distancia de seis puntos que había entre los dos grandes partidos. Hace dos
semanas tampoco anticiparon que los británicos votarían por el Brexit.
Con
este repaso no quiero decir que las encuestas sean un desastre, sino recordar
que son un ejercicio de aproximación.
Quienes
participamos del debate público no fallamos tanto por hacer malas predicciones
del 26-J, sino por hacerlas demasiado rotundas. No transmitimos algo con la
fuerza suficiente: la idea de incertidumbre.
Es
una idea sencilla, pero escurridiza. Consiste en asumir que somos incapaces de
responder con exactitud muchas preguntas. No sabemos anticipar perfectamente el
rumbo de la economía o el futuro geopolítico de un continente. Tampoco es fácil
predecir un resultado electoral.
Los
sondeos a veces pueden reducir la incertidumbre, pero nunca evaporarla
Los
sondeos pueden capturar grandes tendencias, como que el PP marchaba primero o
que Ciudadanos ni desaparecía ni ganaba las elecciones —y aunque esos
pronósticos parecen poca cosa, en un mundo sin encuestas serían una incógnita—.
Los sondeos también pueden ofrecer predicciones probabilísticas, como hizo Nate
Silver hace unos días, cuando estimó que Donald Trump tiene un 22% de
probabilidades de ser elegido presidente de los Estados Unidos. Los sondeos, en
definitiva, como los datos y la teoría, a veces pueden reducir la
incertidumbre, pero nunca evaporarla.
Es
un reto para el debate público comunicar esa incertidumbre. Las personas
rechazamos la duda por naturaleza —seguramente por buenas y biológicas
razones—. En nuestras cabezas actúan un montón de atajos cognitivos contra
ella. Las explicaciones simplistas nos resultan más convincentes; y somos
máquinas de conectar causas y efectos sin mucho fundamento. Además, tendemos al
exceso de confianza: el 93% de los conductores estadounidenses piensa que
conduce mejor que la mayoría.
Si
el 26-J dimos por seguro el sorpasso, en parte fue porque caímos en una espiral
de confianza.
Primero:
exageramos el valor del consenso de encuestas. Imaginen una moneda imperfecta
que cae en cara el 51% de las veces. Si antes de lanzarla preguntamos a cien
expertos, los cien nos dirán que el resultado más probable es que salga cara.
Pero la probabilidad de que salga cruz seguirá siendo del 49%.
Segundo:
minoramos las alternativas. Según mis cálculos de antes de las elecciones
(basados solo en las encuestas y sus errores históricos), el PSOE tenía un 28%
de mantenerse segundo en escaños. Eso es mucho para ser ignorado.
Tercero:
¿y si se produjo un efecto cascada? La confianza en el sorpasso de algunos
analistas alimentó la confianza de otros, y así sucesivamente. En el debate
público, el eco puede hacer que una creencia se refuerce a sí misma.
El
26-J debimos estar más en guardia e insistir en que el resultado más probable
ni se produce siempre ni es siempre muy probable. Debimos recordar también que
no todos los consensos son firmes. Puede ocurrir que el consenso se equivoque,
que los indecisos no caigan del lado del statu quo y Reino Unido se despierte
sorprendido y fuera de la UE.
Si
queremos cometer menos errores, tenemos que hacer predicciones menos rotundas.
Y aunque es posible argumentar que las encuestas alimentan nuestro exceso de
confianza, yo pienso lo contrario. Creo que necesitamos más datos y más
teorías, porque como decía Montaigne, uno cree más firmemente en aquello que
menos conoce.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario