Columna Razones
Excelsior, 23 de agosto de 2016
El secuestro en Puerto Vallarta de Jesús Alfredo e Iván Archivaldo Guzmán Salazar, los dos hijos de El Chapo Guzmán, no puede desligarse de lo sucedido el 11 de junio pasado en el poblado La Tuna, en Badiraguato, Sinaloa, la tierra natal de El Chapo, donde residen su madre y parte de su familia.
Ese sábado 11 de junio, un comando de 150 hombres, encapuchados, uniformados y fuertemente armados, ocupó La Tuna, luego de un recorrido que burló, algo inédito, los controles de seguridad del propio Cártel del Pacífico en torno a esa comunidad, en busca del hermano mayor de El Chapo Guzmán: Aureliano Guzmán Loera, El Guano.
Se aseguró que fue una expedición enviada por los Beltrán Leyva para vengar la muerte de un medio hermano de El Chapo, Ernesto Guzmán Hidalgo, ordenada por El Guano. Aureliano no estaba ese día en el pueblo, pero sí varios de sus principales operadores, que fueron ejecutados. La casa de la madre de Guzmán Loera, Consuelo, también fue tomada, y los sicarios se llevaron cuatrimotos, enseres y objetos de valor, pero ella no fue agredida. Como respuesta, los Guzmán enviaron 200 hombres, traídos de distintas partes del país, para que enfrentaran a los invasores y recuperaran La Tuna. Pero los invasores se retiraron antes, rumbo a Culiacán. Las fuerzas de seguridad llegaron casi una semana después cuando se enteraron de lo sucedido por los desplazados de las comunidades de Arroyo Seco, La Palma y La Tuna, quienes huyeron de sus hogares.
Lo sucedido en La Tuna era, para los parámetros del mundo del narcotráfico, inconcebible. Se dijo que había sido una incursión de los Beltrán Leyva porque así se presentaron los sicarios e, incluso, que éstos se habían reagrupado en torno a Rafael Caro Quintero, para disputarle el control a Guzmán Loera. El propio Caro Quintero, en una entrevista que no fue tal, sólo el envío de un mensaje para los propios cárteles, dijo que él no tenía nada que ver y que era amigo tanto de El Chapo como de El Mayo Zambada. No sé si son amigos, pero fue lo único aparentemente convincente que dijo Caro Quintero en aquella publicación.
Luego vino el secuestro de los hijos de El Chapo, en una operación demasiado limpia. Hay datos que hacen a ese hecho, como al ataque a La Tuna, inconcebible: ¿es verdad que los dos hijos de El Chapo, que son jefes de parte del Cártel del Pacífico, estaban cenando sin ningún operativo de seguridad cercano y perimetral que los protegiera?, ¿que pudieron ser secuestrados sin violencia, sin que nadie los defendiera, sin que aparecieran fuerzas de seguridad en un lugar tan público? No suena lógico: lo presumible es que haya existido, como debe haber ocurrido en La Tuna, una traición interna, alguien ordenó desprotegerlos, los entregaron, como alguien había desprotegido y entregado el poblado donde viven la madre y el hermano mayor de El Chapo.
Los Chapitos han sido liberados luego de una negociación con su padre y sus operadores cercanos. La filtración de las imágenes y videos del secuestro muy probablemente tuvo como razón de ser demostrar que se los llevaban sin violencia extrema, que no buscaban matarlos (podrían haberlo hecho sin problema), pero también mostrar lo desprotegidos que estaban. Se divulgaron porque fue un instrumento de negociación.
Me temo que algo similar está sucediendo con El Chapo, quizás con la diferencia de que El Mayo y otros mandos del cártel no quieren terminar de romper con él, pero tampoco aceptan que intente seguir mandando desde la cárcel y mucho menos que sus hijos, unos recién llegados desde la óptica de los viejos jefes, quieran presentarse como sus sucesores.
Uno de los más importantes hombres de la inteligencia mexicana me decía hace años que no era verdad que no se dialogaba con los cárteles o que éstos no lo hacían entre ellos. Lo que sucede, explicaba, es que ese diálogo se realiza por medio de acciones, gestos, decisiones, públicas o privadas, todo tiene una lectura y todo es un mensaje. La Tuna y el secuestro de los Chapitos, son, en ese sentido, mensajes claros y contundentes.
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