La estación/GERARDO GALARZA
Cambio de vías
Excelsior...
En la práctica, las campañas políticas en pos de la Presidencia de la República concluyeron la noche del pasado martes 12 de junio, al terminar el tercer debate entre los cuatro candidatos presidenciales.
Su saldo es terrible: una ciudadanía polarizada, crispada, enfrentada sin mayores argumentos que la soberbia, la revancha o la impotencia.
Los cierres de campaña serán sólo intentos de mostrar el mayor “músculo” político, dicen ahora, no para convencer a los votantes indecisos, sino para hacerles creer que deben sumarse a una candidatura supuestamente ya ganadora o lo contrario; a la búsqueda de votos provenientes de las emociones y sentimientos, más que de la reflexión.
El saldo terrible de estas campañas no tiene su origen en las mismas; es más bien la consecuencia más profunda del enojo social, que raya en casi un Estado de ira nacional.
Son muchas las causas de ese malestar, entre ellas: la criminalidad y la inseguridad, la impunidad, la insatisfacción económica, la corrupción galopante, sin que los ciudadanos se den cuenta, quieran darse cuenta o acepten que también son parte de esos problemas. A éstos se agrega el desprestigio superlativo de los políticos (todos), sus partidos (todos) y los altos funcionarios, quienes vendieron la democracia a los ciudadanos como la panacea para todos sus males.
¿Cuándo comenzó la iracundia nacional que tiene su mayor manifestación en el 2018? Ponerle fecha será tarea de los analistas; lo cierto es que no fue ayer ni con las actuales campañas políticas; vamos, ni siquiera con el actual gobierno federal ni los anteriores. La acumulación del enojo nacional viene de antes, gota a gota, golpe a golpe. Y, naturalmente, hay un culpable: el gobierno, que en buena parte sí lo es,
pero no el único.
Fue esa cólera social la que marcó las campañas presidenciales y hubo un candidato que supo aprovecharla… desde hace casi dos décadas. La cólera, como otros sentimientos humanos, casi siempre es irracional y provoca revanchas.
El problema no será el domingo 1 de julio. El nuevo problema nacional comenzará el día 2, quizás una hora antes. Gane quien gane las elecciones presidenciales. Si las gana el candidato que encabeza a quienes vienen por la revancha, el país tendrá problemas; si pierde ese candidato que se dice vencedor, como lo creen sus seguidores, también habrá graves problemas poselectorales.
Esta disyuntiva es peor a la que enfrentan en lo individual los ciudadanos que todavía no saben por quién votar y no ven a ninguno de los candidatos como posible beneficiario de su voto.
El escribidor es de los que creen que la elección presidencial no está decidida, que las elecciones no las definen las encuestas ni siquiera el acarreo en los mítines ni el voto corporativo o duro, comprado; romántico que no ingenuo, cree que las elecciones las definen los ciudadanos a la hora que cruzan un logotipo o el nombre de un candidato en la boleta electoral, y que otros ciudadanos cuidan, registran y cuentan ese voto.
Eso es parte formal de la democracia. Sin ella no existe. Así, antes de que entre la veda electoral y todas esas restricciones que imponen los políticos a los ciudadanos, el exhorto es: olvídese de los mítines y las encuestas, de las presiones y coerciones, piense por sí mismo, alejado de la ira o la complacencia (no le dé miedo, pensar no es peligroso; actuar, sí), actúe entonces: vaya a votar libremente, por quien quiera y asuma las consecuencias de su voto.
CAMBIO DE VÍAS.- Hay estaciones que son terminales. En sus andenes se termina un viaje, aunque no necesariamente sea el destino final. Esta estación es una de ésas.
En ella, el escribidor anuncia, por decisión absoluta-mente personal, el fin de viaje como director editorial adjunto de Excélsior. Han sido casi 12 años y medio en esta casa editorial.
Mi agradecimiento profundo a don Olegario Vázquez Raña y al licenciado Olegario Vázquez Aldir por el rescate de esta catedral del periodismo mexicano y por la confianza. También al ingeniero Ernesto Rivera Aguilar, mi director general; a Pascal Beltrán del Río, mi director editorial; a los insustituibles en mi trajinar diario Nacho Anaya, Fabi Guarneros, Lore Rivera y Marco Gonsen, pero, sobre todo a mis compañeros coordinadores, editores, reporteros, fotógrafos, diseñadores, talleristas y voceadores, sin los cuales es imposible el mágico truco —en muchos casi milagro, como dice Pascal— de hacer aparecer un periódico todos los días.
A los lectores, también mi agradecimiento y el anuncio de que esta estación cerrará sus puertas temporalmente… sólo por reconstrucción. En sentido contrario, las estaciones terminales son el inicio de nuevos viajes....3
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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