Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate, Viernes, 27/Jul/2018
El lunes pasado, una calamidad bíblica se abatió sobre el Ática. Vi los primeros signos bien entrada la mañana, en el aeropuerto de Atenas, donde me despedía de mi hija que partía a Australia. Un fuerte olor a madera en combustión me hizo mirar al cielo, donde me atrajo un pálido sol, envuelto en la elocuente oscuridad diurna que sólo un eclipse, o una espesa y alta columna de humo pueden causar.
Al atardecer empezaron a llover noticias. Las casas de muchos amigos y parientes en el este de Ática estaban destruidas. Incendios forestales descontrolados se habían extendido hacia la densamente edificada línea costera, aislando los pueblos de Mati y Rafina de Atenas y obligando a los residentes a huir hacia el mar.Me enteré de que había muertos cuando me contaron la suerte que habían corrido unos activistas de nuestro movimiento político, DiEM25. Las llamas destruyeron su casa en Mati, y todas las otras casas en la misma calle; pero al menos habían podido huir con vida. Por muy poco. Los vecinos de al lado perecieron; a la mañana siguiente encontraron sus cadáveres, en cuclillas, con la hija de tres años en medio, en un abrazo estremecedor.
Y las noticias funestas no se detuvieron. Una amiga y su marido están desaparecidos; su hogar quedó totalmente destruido. Un primo tuvo que huir del incendio de su casa, construida sobre un acantilado a la orilla del mar, saltando desde 70 metros de altura a las peligrosas aguas; felizmente, lo rescataron unos pescadores. Pero otras 26 personas, que habían llegado muy cerca de la misma línea costera, sucumbieron bajo el humo y las llamas antes de alcanzar el agua. En el momento en que escribo, la cifra oficial de muertos es 81, con una cantidad no determinada de desaparecidos. No tengo palabras.
¿Por qué pasó? Un invierno seco agostó grandes extensiones de bosques y arbustos que, en un día con temperaturas que alcanzaron los 39°Celsius (102° Fahrenheit) y vientos con ráfagas de 130 kilómetros (80 millas) por hora, fueron pasto de las llamas. Pero en este lunes negro para Grecia, el clima conspiró con los fracasos crónicos del Estado y la sociedad griegos y convirtió un incendio forestal en un infierno mortal.
El modelo económico griego de la posguerra se basó en un desarrollo inmobiliario anárquico y sin planificación en el que se construyó en cualquier lugar (incluidos desfiladeros y bosques de pinos). Eso nos dejó (como cualquier país en desarrollo) a merced de terribles incendios forestales en verano e inundaciones repentinas en invierno (como el año pasado, cuando 20 personas murieron en casas construidas sobre el lecho de un antiguo arroyo).
Naturalmente, a este fracaso colectivo contribuyó la perpetua falta de preparación del Estado griego: por ejemplo, que no haya limpiado durante el invierno y la primavera los campos y bosques de material combustible acumulado, ni creado y mantenido vías de escape para los residentes. A lo cual hay que sumar los delitos usuales de la oligarquía, por ejemplo la instalación ilegal de vallados en la costa en torno de las villas con frente al mar a efectos de privatizar la playa. Según testigos con los que hablé, muchas personas murieron o sufrieron graves heridas luchando contra los cercos de alambre de púas que los ricos habían interpuesto entre ellas y el mar.
Y no hay que olvidar la culpa colectiva de la humanidad. Si algo demuestra esta catástrofe es cómo el cambio climático acelerado está potenciando fenómenos naturales que obran como castigo de nuestras faltas humanas.
Como suele ocurrir cuando un incendio forestal azota Grecia, el gobierno insinuó que tal vez fue intencional. Aunque no puedo descartar la posibilidad de un acto ilícito, la tesis no me convence. A los gobiernos griegos siempre les ha convenido culpar a especuladores, pirómanos, terroristas e incluso agentes extranjeros: mientras esas afirmaciones incendiarias dominan las noticias, los funcionarios evitan tener que admitir su falta de preparación y el no haber adoptado y fiscalizado leyes y regulaciones de seguridad apropiadas.
¿Tuvieron las medidas de austeridad y la actual Gran Depresión griega algo que ver con la ineficacia de la respuesta? Los departamentos de bomberos, los organismos de protección civil, los servicios de ambulancias y los hospitales tienen terribles faltantes de personal. Es verdad que ni con el triple de bomberos y aviones contra incendio se hubiera podido detener el fuego, pero de un país donde los servicios públicos, las comunidades y la moral están en declive hace una década no puede esperarse que esté bien preparado para una calamidad agravada por el cambio climático.
Algunos periodistas me preguntan si la Unión Europea está ayudando. La realidad es que hemos tenido incendios destructivos antes y después de unirnos a la UE y cambiar el dracma por el euro. La UE no tuvo participación en el combate a las llamas (tarea que no es de su competencia) y no se la puede hacer responsable por los incendios o por setenta años de abuso del entorno natural por parte de la sociedad griega. Pero es indiscutible que la troika de acreedores oficiales de Grecia (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) lleva una década privando activamente al Estado griego de los recursos y capacidades que se necesitan en situaciones como esta.
¿No habrá llegado entonces la hora (me preguntan los mismos periodistas) de que Atenas se rebele y exija el fin de unos programas de austeridad y recorte de gasto nocivos para la supervivencia de Grecia? ¡Pero por supuesto! Cualquier hora es buena para confrontar a la troika por la camisa de fuerza de una austeridad sin sentido y unas políticas sociales misantrópicas, que crearon una crisis humanitaria permanente en Grecia.
En la última década hemos perdido mucha más gente por la tragedia causada por el establishment de la UE que en cualquier inundación o incendio forestal. Desde 2011 se suicidaron más de 20 000 personas, mientras uno de cada diez griegos en edad de trabajar emigró por la depresión económica que la UE impuso a Grecia.
Preveo que en Bruselas se derramarán lágrimas de cocodrilo por las víctimas de los incendios, y que el gobierno griego adoptará una pose igualmente hipócrita. Pero no preveo ningún cambio en la misantropía organizada que aflige a Grecia, sólo porque hayan muerto casi cien personas en un solo día. Mientras los progresistas de toda Europa no se organicen, acepten responsabilidades locales y se unan para presionar en el nivel de la UE, nada cambiará, excepto que se seguirán fortaleciendo fuerzas políticas orgullosamente misantrópicas como Amanecer Dorado en Grecia, la Liga en Italia, la Unión Social Cristiana y Alternative für Deutschland en Alemania, el gobierno austríaco de Sebastian Kurz y el tándem iliberal de Polonia y Hungría. En este contexto, los incendios forestales de Grecia son un recordatorio trágico de la responsabilidad colectiva que tenemos como europeos.
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