El el semanario alemán «Die Zeit» dio a conocer que el Papa quiere ejos del Vaticano al que fuera secretario personal de Benedicto XVI; en efecto, Mons. Georg Gänswein tiene que mudarse del monasterio Mater Ecclesiae, el 1 de febrero.
El lunes, la Oficina de Prensa de la Santa Sede anunció que el Papa recibió a Gänswein en audiencia privada. Aunque se desconoce el contenido de esa conversación, varios medios informan que el arzobispo fue llamado a filas el sábado antes por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin y el Papa Francisco.
¡Adiós del Vaticano!
Georg Gänswein, un francotirador en el Vaticano/ Roberto Esteban Duque es sacerdote.
«Eh, tú» espeta Sócrates a Alcibíades, «¿qué te propones?». La respuesta de Alcibíades es simple, aunque resulta difícil de entender: «Voy a decir la verdad. ¿Crees que me lo permitirás?». Cuando Alcibíades nos informa más en detalle de la naturaleza de la verdad que se propone decir, empezamos a entender la razón de que se haya puesto a la defensiva.
Como si de un francotirador se tratara, guiado por el «hombre exterior» y espoleado por sectores que suspiran por recobrar un poder perdido hace una década en la Iglesia, quien fuera secretario de Benedicto XVI, monseñor Georg Gänswein, anuncia por capítulos ya filtrados en la prensa la publicación de Nada más que la verdad. Mi vida al lado de Benedicto XVI, un libro coescrito con el periodista Saverio Gaeta, un grave exceso propio de trepas resentidos, una especie de suicidio en lo personal y de veneno terrible en una Iglesia suficientemente dividida. Aceptar que tu tiempo ya ha terminado y saber ponerse a un lado es más noble y de mayor humildad que la extrañeza ante una herida mal curada.
Con la elección de Francisco el 13 de marzo de 2013, a Gänswein las cosas se le fueron complicando con un doble rol: como prefecto de la Casa Pontificia, sirviendo a Francisco, y como secretario privado de Benedicto XVI, ya Papa emérito, y con quien se mudó a vivir al Monasterio Mater Ecclesiae, en el Vaticano.
Todo se precipitó a principios de 2020, cuando Benedicto XVI se vio obligado a pedir que sacaran su nombre y firma de un libro en defensa del celibato del que negó ser coautor junto al cardenal Robert Sarah. Ese libro había desatado una tormenta en el Vaticano porque había aparecido como una indebida presión del retirado Ratzinger sobre su sucesor. Esto, en momentos en que se esperaba un documento posterior al Sínodo sobre la Amazonía, en el que se había discutido la posibilidad de implementarse la ordenación excepcional de hombres casados diáconos para suplir la escasez de sacerdotes en áreas remotas.
Fue entonces cuando Gänswein quedó mal parado, en lo que apareció como una operación del frente «conservador» contrario al Papa «reformista». Y fue en ese momento que el cargo de prefecto de la Casa Pontificia de Gänswein quedó congelado. Francisco le pidió que se tomara una licencia para cuidar mejor de Benedicto XVI. Un virtual despido que ahora ve los sórdidos efectos de un despechado.
Una comunidad se reconoce a sí misma cuando vive y actúa mediante las virtudes comunes de la confianza, la paciencia, la buena voluntad y el perdón. Una comunidad así no tiene necesidad de ventilar trapos sucios, donde se pone en juego la lealtad de sus miembros, ni de hacer que prevalezcan los «derechos» de unos para limitar y destruir los «derechos» de otros. Una comunidad no puede construirse con bajos golpes ni sostenerse sin la lealtad y el afecto de sus miembros. Pero hace mucho tiempo que estas condiciones no se dan en la Iglesia. Y lo que es todavía peor: ¿quién puede creer en una Iglesia tan dividida, o pensar que una comunidad de semejante naturaleza pueda todavía influir con alguna autoridad en la sociedad?
Presa de su ánimo y cegado por su resentimiento al ver cómo un ascenso cardenalicio estaba en juego; sin apenas dejar entrar una luz mayor que los rencores y ajustes de cuentas, pero alentado por la coacción de quienes también vieron truncados sus propósitos de alcanzar más poder, el exsecretario del difunto Benedicto XVI relata el dolor que causó a Ratzinger «Traditionis custodes», o el momento en que fue «despedido» por el Papa Francisco en 2020 como jefe de la Prefectura de la Casa Pontificia: «Sigues siendo prefecto pero a partir de mañana no volverás a trabajar», supuestamente le dijo el Papa.
El libro de quien dice ser coautor y que fuera portada de Vanity Fair, hijo de un herrero y de una maestra, cartero, instructor de esquí, y que terminara como profesor en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, del Opus Dei, no hará más que seguir descomponiendo el estado devastador en que yace actualmente la institución eclesial. El peligro no está en la representación, sino en la reducción que supone el riesgo de la representación y que está implícita en la mayoría de las representaciones. Lo terriblemente arrogante es pensar que lo que se anuncia en el libro es toda la verdad y «nada más que la verdad», que es todo lo que hay.
El título del libro es toda una declaración de intenciones, evoca un evidente litigio pero realizado con pretensión de abismo: las memorias del secretario de un Papa son peligrosas como asunto público cuando reina la sospecha y la desconfianza. En rigor sólo puede ser público aquello de lo que el público pueda tener un conocimiento real en el que se pueda confiar. Lo escrito por dos es un asunto sin más testigos, «habladurías y chismes», mera competición entre luchas de poder que no hará sino socavar más la credibilidad de la Iglesia.
Pasar de supuesta víctima a declarado verdugo asquea por su fealdad. «¿Qué cosa más horrible que un verdugo ni más truculento y fiero que su ánimo?», nos dice san Agustín. La desafección interna hacia la Iglesia se vive desde las pequeñas comunidades, pasando por las diócesis hasta las más altas esferas. La salud de una comunidad depende absolutamente de la confianza; perdida ésta, se retira la posibilidad de pertenencia. El chismorreo desconsiderado o malicioso destruye a la comunidad al destruir el respeto a la dignidad personal y al destruir la compasión. Pero también es cierto, como dice el Hiponense, que la maldad no puede arruinar el orden de las cosas, que el mismo verdugo «tiene un lugar en las leyes y está incorporado al orden con que se debe regir una sociedad bien gobernada».
La crisis de la Iglesia es una crisis de salud entre sus miembros, de quienes originan las fracturas y de quienes se ofrecen a remediarlas creando más patologías. La verdad contada por Georg Gänswein es una verdad vivida desde su propia experiencia, desde su particularidad. Pero esta verdad no puede captarse desde fuera, solo con el pensamiento, sino desde el interior de un problema y sintiéndolo como algo propio. Los aspectos sensibles y particulares son inútiles para una correcta visión de la verdad. «Tengo que decir la verdad», parece decirnos en tono desafiante el arzobispo alemán. «¿Crees que podrás soportar la verdad?», parece insinuar el papa Francisco.
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