21 nov 2023

Milei: el desenlace deseado por (casi) nadie y generado por (casi) todos/

 Milei: el desenlace deseado por (casi) nadie y generado por (casi) todos/ Martín Robles es politólogo, ha trabajado para distintos gobiernos argentinos y consultoras de opinión pública y ha investigado para el Centro de Gobernanza Pública de Esade (EsadeGov).

El Mundo, Martes, 21/Nov/2023


Argentina se encuentra nuevamente ante una situación de incertidumbre extrema. Esta se acentúa a su vez por condiciones históricas nunca antes vistas (otra excepcionalidad, paradójicamente habitual en nuestro país). La victoria, el domingo, de Javier Milei presenta contradicciones sobre el devenir y sobre el porqué de esta situación. Sin hacer un intento de desgranarlas es probable que nos encontremos siempre en el mismo lugar.

Javier Milei, candidato de un partido con solo dos años de existencia -La Libertad Avanza (LLA)- se ha consagrado como el futuro presidente de los argentinos. Tras cosechar el 55,7% de los votos, es el candidato que más votos ha obtenido en una segunda vuelta desde el regreso de la democracia. Durante la campaña, y en su discurso de consagración de la victoria, ha prometido lo mismo: reformas estructurales, política de shock y el comienzo de una era ultraliberal. El problema: parece no tener con qué ni con quién.

Para poder llevar a cabo la mayoría de las medidas que ha enunciado (reducción de 15% del déficit fiscal, privatización/reestructuración de empresas públicas deficitarias, cambio del sistema educativo y de salud, dolarización de la economía, reducción de impuestos...) falta una pieza esencial: las mayorías legislativas en el Congreso de la Nación. Si bien Milei hizo historia con la cantidad de votos obtenidos, es, en términos históricos, el presidente con menos representación de escaños en la Cámara de Senadores y Diputados (menos del 10% y del 15% de escaños respectivamente). Y, para llevar a cabo esas reformas, en muchos casos el Congreso debe sancionar los marcos regulatorios necesarios.

En cualquier país se pensaría salir de esta posible situación de bloqueo buscando consensos, a través de negociaciones. Es decir: mediante atributos relacionados con el profesionalismo político y con vocación de diálogo. Paradójicamente son los dos atributos de los que carece (y se jacta) Milei. Cualquier focus group o votante núcleo reconoce esta falta, y en muchos casos ha sido uno de los motivos de su voto. La situación requiere un político profesional y, en cambio, está en manos de un outsider que desprecia a «la casta» y a la política, y que se presenta como intransigente, recurriendo con frecuencia a insultos y expresiones hasta ahora desterradas de la alta política argentina.

Las otras paradojas no afloran tanto cuando uno trata de vislumbrar el futuro inmediato, sino cuando mira el pasado (hasta ayer presente): el 70% restante de la oferta política no buscaba, en principio, la elección de Milei y, sin embargo, hizo todo para que ganara.

Por parte del oficialismo (peronismo), de acuerdo con el discurso dominante tanto en la dirección como en sus bases, esta segunda vuelta era una elección sobre la continuidad y seguridad de la democracia como tal. De los derechos adquiridos, de la convivencia pacífica y de la tolerancia con quien piensa distinto. Sin embargo, parte de los legisladores de las listas de Milei pertenecen o pertenecieron al oficialismo saliente y fue la estructura de Sergio Massa -actual ministro de Economía y candidato de Unión por la Patria a quien se enfrentó Milei- la que asistió a LLA en la fiscalización de las primarias de agosto, logrando así su consolidación como principal fuerza opositora a su Gobierno y desplazando a la alianza de centroderecha moderna más consistente de Argentina: Juntos por el Cambio (JxC).

¿Estaba tan en juego la democracia que la estrategia fue ayudar a que aquella «amenaza» llegara a la segunda vuelta y jugarse a un 50/50 la derrota o la victoria del «fascismo»? La apuesta salió mal (evidentemente). ¿Será que el pragmatismo y vocación de poder del hoy oficialismo poco tenían que ver con la democracia y más con intentar la reelección de un gobierno deficiente? Los valores democráticos y la convivencia cívica parecían ser algo que podía ponerse en riesgo frente a la posibilidad de ponerlos en práctica y alternar el poder con la consolidada oposición de JxC, espacio que, de llegar a la segunda vuelta para enfrentarse al peronismo, para todo analista y político era evidente que tenía más probabilidades de ganar que La Libertad Avanza.

Por otro lado, Juntos por el Cambio (JXC) logró HACER repetir la historia (que un liberalismo de centro no sea gobierno) en condiciones inéditas (hasta ahora). El peronismo unido venía de sufrir su mayor derrota (en 2021) y con ello había perdido su capacidad de imponer una mayoría propia en el Senado. JxC es la primera alianza en consolidarse a lo largo de ocho años como alternativa democrática sin sufrir rupturas internas, e incluso el Gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) fue el primero no peronista, desde la vuelta de la democracia, en terminar su mandato, ahuyentando así el fantasma siempre presente en el país sobre la gobernabilidad de los ejecutivos no peronistas. Pero, además, y aquí está lo novedoso, fue una alianza que sobrevivió a la derrota en las presidenciales de 2019, conservando incluso su caudal de votos.

Como consecuencia de su consistente desempeño electoral a lo largo de tres elecciones (2017, 2019 y 2021), JxC iba camino de tener mayoría propia en ambas cámaras del Congreso de la Nación. Situación estratégica para llevar a cabo las reformas estructurales que pregonaba. Y nunca antes vista desde la vuelta de la democracia (es decir, los últimos 40 años). No sólo eso, sino que tras las elecciones a gobernadores de este año, otra rara avis aparecía: 16 de 24 provincias gobernadas por el no peronismo y, de estas, 10 por JxC. Preparados, listos... A foja cero.

Lo que no parece tenerse en cuenta es la segunda paradoja: la alianza que otorgaba a JxC su carácter de extraordinaria y su fortaleza constituyen su debilidad. Macri, uno de los creadores de la alianza, intenta incorporar a Milei a la misma. Ante su fracaso, debido a la oposición del resto de los socios y de no pocos de su propio partido (el PRO), tiende puentes extraoficiales y hace un juego doble con apoyos poco entusiastas a sus candidatos oficiales y guiños permanentes al outsider. Macri no estuvo solo en este juego. Parte de JxC apoyó implícita o explícitamente a Milei. Esta fue una de las causas evidentes que licuaron a JxC como alternativa real de poder y de posicionamiento opositor. Se diluyó, se desdibujó y, sobre todo, despertó la frustración de aquellos que esperaban de JxC certezas y consensos, y se encontraron con zancadillas, jugadas mezquinas y un internismo delirante. Tras la elección, la disolución de JxC en tanto alianza de centroderecha competitiva es inevitable, así como su eventual fractura en un centro con poco peso y una derecha que casi no representa a la mayoría de la sociedad que la ha apoyado desde 2015.

¿Explican las malas decisiones de ambas alianzas (la oficialista Unidad Popular -UP-, la opositora JxC) el resultado de esta elección? En parte sí, pero faltaría un factor fundamental que, si es ignorado, nos condena a seguir tropezando con que todo se reduce al voluntarismo político. Hace 12 años que el país vive en recesión económica, la pobreza y la desigualdad sólo se han incrementado desde la vuelta de la democracia (con un suelo del 30% y picos del 50%) y la inflación ha crecido de forma sostenida (hoy en día está en el 140%). Por esto, el hastío y la desazón frente a la centroderecha y centroizquierda (cualquiera que sea su configuración) parecen ser transversales. Un reducto cada vez menor de la sociedad elige a esos dos bloques y un porcentaje cada vez mayor está dispuesto a saltar al vacío con tal de no volver a intentar «lo que no funcionó».

Para salir de este problema económico y político hace falta que tengamos una mirada crítica e intelectualmente honesta de cómo hemos manejado nuestra economía y los recursos estatales desde la vuelta de la democracia. Combatir la colonización dogmática y la falta de matices y de política que imperan en Argentina, y que se han intensificado desde el 2003, es condición necesaria si queremos, algún día, dejar de ser sinónimo de incertidumbre y asombro.

Discusiones en torno a la administración responsable del Estado, la rendición de cuentas, el crecimiento y la deuda sostenible, la transparencia institucional y el respeto de las reglas de juego son todavía en nuestro país banderas «de la derecha», cuando son temas que en cualquier otra parte del mundo desarrollado se reconocen como precondiciones de cualquier partido -sin importar su ideología--. Curiosamente, entender que para poder tener políticas de derecha o de izquierda primero tiene que haber recursos disponibles es una discusión que todavía ninguno de los dos bloques comparten, ni las mayorías que solían representar.

Es el momento de darse cuenta de que la mirada dogmática nos trajo a una situación que muy pocos querían, pero que todos ayudamos a generar. Nos deja una vez más a la vera de lo incierto.

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El enfado le abre el camino a la ultraderecha en Argentina/  Érika Rodríguez Pinzón 

El Español, Lunes, 20/Nov/2023

Si hay un cliché que se asocia a la imagen de Argentina es el dramatismo. Y las últimas elecciones presidenciales del domingo no han decepcionado en ese sentido.

Una apuesta de máximos en la que el todopoderoso pastiche peronista se ha enfrentado con un candidato que supera todos los extremos, Javier Milei. El libertario reconvertido a ultraconservador, la estrella emergente de la extrema derecha, ha arrasado en la segunda vuelta electoral con un 56% de los votos.

Argentina se suma así a un camino que ya han recorrido Estados Unidos y Brasil, al entregar el poder a un candidato emergente, representante de una idea de rebeldía contra las instituciones, contra el Estado y contra la izquierda, que no conoce de mesura. Al menos discursiva.

La fórmula del éxito de los ultras sigue una agenda común que les ha permitido construir una suerte de corriente internacional en la que Milei promete jugar un rol protagonista.

El presidente electo hizo de la motosierra su logo de campaña. La "herramienta" perfecta para representar su idea de acabar con la "casta política". Su programa recoge elementos del neoliberalismo más clásico: recorte del Estado, pasando a sólo 8 ministerios; fin de una política social de subsidios a la oferta, concentrándose únicamente en los subsidios a la demanda. En el caso argentino, siempre marcado por la crisis, la propuesta se complementa con una radical dolarización del país y el cierre del Banco Central.

Pero el neoliberalismo, en estos tiempos, ha hecho buena amistad con el conservadurismo social. De hecho, Milei es uno de los mejores ejemplos de este proceso.

Libertario extremo, defensor del libre comercio de armas, órganos o incluso niños, pasó a convertirse en férreo opositor al aborto, que promete prohibir. Una fusión que el expresidente Bolsonaro representó de forma muy efectiva, aunque en Brasil la importancia del voto evangélico es mucho más alta que en el caso argentino.

Otro punto, en el que converge con sus compañeros de cartel en los extremos es el revisionismo histórico. Un punto que también llama la atención en una Argentina que sufrió una de las dictaduras militares más amargas y sanguinarias.

Pero las heridas de la dictadura y el valor de la democracia están amortizadas para las nuevas generaciones, que ya no miran con espanto el pasado, sino el futuro. El voto de Milei es un voto joven y popular al que sólo se le resiste la provincia de Buenos Aires.

El voto del miedo también hizo presencia en la campaña. La inseguridad ciudadana creciente fue un punto clave, y Milei siguió el guion correspondiente con promesas clásicas de mano dura. Aunque quizás este era el único punto en el que no había mayor diferencia entre los candidatos. Massa, el contrincante peronista, es recordado por su política inflexible en sus tiempos como alcalde del municipio de Tigre.

En política exterior, Milei moderó su discurso hacia el final de la campaña. De su rechazo frontal a comerciar con la China "comunista" pasó a dejar el asunto en manos del libre comercio. Una cosa es la ideología y otra cerrarle la puerta al mayor socio comercial del país, por muy socialista que sea.

En este punto, tanto Milei como Bolsonaro marcan distancia con Trump. Los ultraderechistas latinoamericanos son fieles al libre comercio y al alineamiento con Estados Unidos. Por su parte, el expresidente y candidato norteamericano es proteccionista, y poco o nada interesado en el otrora conocido como patio trasero de EEUU.

La victoria de Milei es un terremoto de dimensiones regionales. Por un lado, confirma lo que el giro a la izquierda en la zona planteó: en América Latina, el enfado domina los procesos electorales. El castigo a los anteriores gobiernos es la marca de la región. Y hemos de reconocer que sobraban las razones para el enfado de los ciudadanos argentinos.

Llegando a la mitad de su mandato, los líderes latinoamericanos de la izquierda en el poder harán bien en ajustar sus espejos retrovisores para ver a sus opositores más ultras empezar las maniobras para adelantarles. Milei, además, será una piedra en el zapato para los esfuerzos de coordinación regional que tan lentamente empezaban a promover los presidentes alineados por las simpatías izquierdistas.

Quizás el mas afectado será el MERCOSUR. La relación con Brasil se prevé tensa, en un marco regional que ya acusaba fracturas importantes en Uruguay y Paraguay. Una mala noticia para Europa y para España, que en sus últimos días en la presidencia de la Unión apuraba para destrabar, de una vez por todas, los más de veinte años de negociaciones, y poder crear el acuerdo comercial birregional de la mayor zona de libre comercio del mundo.

Argentina ha dado un salto al vacío buscando salir de su sempiterna crisis. Falta saber si Milei, con 38 diputados, encontrará en los congresistas macristas el apoyo que le dé alas a sus propuestas. Epecialmente, la dolarización, cuyos efectos en el corto plazo pueden ser devastadores socialmente y peligrosos en el largo plazo.

Para las fuerzas políticas argentinas más tradicionales viene un periodo durísimo. El peronismo habrá de revisar su vigencia, y muy en especial la corriente del kirchnerismo. Macri, por su parte, líder de la oposición que dio el poder a Milei, tendrá que jugar al equilibrismo de facilitar el proyecto que apoyó sin desvanecerse ante su creciente fuerza. Haría bien en recordar lo que ocurrió en el vecino Brasil.

Érika Rodríguez Pinzón es profesora de la Universidad Complutense, investigadora del ICEI y Special Advisor del Alto Representante de la Unión Europea.

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No es la economía, estúpido/Claudia Piñeiro es escritora. Su último libro es El tiempo de las moscas (Alfaguara).

El País, Miércoles, 15/Nov/2023 

Dicen que la famosa frase: “¡Es la economía, estúpido!” llevó a Bill Clinton a la presidencia de Estados Unidos. Se le atribuye a James Carville, asesor del demócrata en la exitosa campaña de 1992. Clinton cambió así su sillón de gobernador de Arkansas por el del Despacho Oval de la Casa Blanca. George Bush, padre, había centrado su campaña en la política exterior —el fin de la Guerra Fría o la Guerra del Golfo Pérsico— y parecía menos preocupado por los problemas que enfrentaban día a día los estadounidenses. La frase es usada desde entonces por analistas políticos para referirse a procesos similares en otras partes del mundo.

Pero claro, los argentinos somos gente muy particular. Y aquello que es regla en otras latitudes, en mi país no funciona. De otro modo no podría explicarse que se postule como candidato a presidente Sergio Massa, actual ministro de Economía de un país que acumula a septiembre de 2023 una inflación del 103,2% —140% interanual—, con un índice de pobreza del 40,1 % en el primer semestre de este año, que afecta al 56,2% de los niños argentinos. Carville se caería de espaldas si se enterara de que ese ministro fue el candidato a presidente más elegido en la primera vuelta, con el 36,42% de los votos.

También a la luz de la frase que llevó a Clinton a la presidencia resultaría un análisis apresurado decir que quienes votaron a Javier Milei, candidato que sacó el 30,13% de los votos, lo hicieron principalmente por repudio a la crítica situación económica. Algunos, seguramente sí. Pero, reitero, somos argentinos y nos mueven otras pasiones. Hace unos días fue viral el video de una mujer, a punto de subir a un transporte público, a la que se le preguntaba si estaba de acuerdo con que se quitaran los subsidios al transporte interurbano, y respondió rotundamente que no, que no podría trabajar si los eliminaban. Pero ante la segunda pregunta —a quién votaría en las próximas elecciones—, su respuesta fue: Milei, justamente el candidato que propone el fin de este tipo de subsidio. Tampoco parecen muy sinceros quienes esgrimen como razón de su voto la pericia económica del candidato, muy festejada en paneles de televisión de programas de distinto tipo donde se lo ha visto cantar imitando a Leonardo Favio, bailar disfrazado de superhéroe, contar que habla con su perro muerto frente a la foto de sus cinco perros clonados, por solo dar algunos ejemplos. No parecen muy sinceros porque esa misma pericia fue puesta en duda por economistas prestigiosos de todo el mundo. Esta última semana se publicó en The Guardian, y en otros medios internacionales, una carta firmada por académico s de todo el mundo, que alerta sobre el peligro del plan económico de Milei. Dice la carta: “Dadas las frecuentes crisis financieras de Argentina y los recurrentes brotes de inflación altísima, es comprensible que exista un deseo arraigado de estabilidad económica. Sin embargo, aunque las soluciones aparentemente sencillas puedan resultar atractivas, es probable que causen más estragos a corto plazo, al tiempo que reducen el espacio de maniobra de las políticas a largo plazo”. Entre las firmas están las de Jayati Ghosh, Branko Milanovic, Thomas Piketty o José Antonio Ocampo. Dudo que este mensaje de alerta, al que se suman tantas otras advertencias vertidas en los últimos tiempos, modifique el voto ni de la señora que subía al transporte público ni de quienes votan a Milei por un antikirchnerismo rabioso, que propone votar “lo que sea” con tal de que no vuelva a gobernar esa fuerza política.

Me atrevo a decir que por fortuna los argentinos somos particulares y no nos aplica la frase de la campaña de Clinton. Tal vez porque para muchos —yo confío que para la mayoría de nosotros— hay cuestiones de peso que están por encima de los graves problemas económicos que sin dudas tenemos que solucionar con urgencia, y que exigiremos vehementemente revierta quien gane en las próximas elecciones. ¿Cuáles son esas cosas que nos importan más que la economía? Sin duda, una de las de mayor peso es conservar el uso pleno de la democracia y no volver al infierno que vivimos durante la última dictadura militar. Supimos juzgar a esos militares y condenarlos en un juicio que es modelo y orgullo. Supimos seguir adelante con otros juicios a los autores de esos crímenes. La reivindicación de la dictadura militar que desde el partido de Javier Milei lleva adelante su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, es sin duda más grave que ningún índice económico. Con el agravante de que esa reivindicación —hecha no solo de modo general sino de manera precisa, dando nombres de militares condenados por desaparición de personas, robos de bebés, torturas y muerte, con el afán de hacernos creer que no son los criminales que parecen— habilitó a que otras personas se atrevieran a esgrimir conceptos aberrantes equivalentes. Por ejemplo, el militar retirado que subió a TikTok el video de un Falcon verde, el auto que usaban los dictadores para secuestrar y desaparecer personas, señalando que en el baúl del suyo hay lugar para meter a siete personas. Lo dijo hoy, noviembre de 2023, a 40 años de la recuperación de la democracia. O el usuario de Instagram que le envió un mensaje a la actriz Dolores Fonzi, después de que ella subiera un video llamando a no votar a Milei, en el que le advierte que enterraría a sus hijos en el jardín de su casa. O las fotos de picanas eléctricas que nos envían a diario a muchas de nosotras por las redes. O las fotos de Videla reclamando su regreso. A lo que podríamos sumar otras cuestiones: la venta de órganos, la libre portación de armas, las metáforas esgrimidas por integrantes de LLA (La Libertad Avanza) relacionadas con contenido de abuso sexual infantil, pornografía, comparando a la comunidad LGTBI+ con gente piojosa o con elefantes, el desprecio por la educación y la salud pública, la privatización de océanos y ríos, la negación del cambio climático, etc., etc., etc. Cada vez que uno de ellos habla, se suman más disparates a la lista. Todos estos disparates fueron dichos en algún momento de la campaña y desdichos —total o parcialmente— en cuanto quienes manejan la campaña verifican que producen un resultado adverso en sus potenciales votantes, bajo el argumento de que nunca dijeron semejante cosa, que no entendimos bien, que dijeron eso pero no, que nos falta comprensión de texto, un método esquizofrénico para hacernos creer que no escuchamos lo que escuchamos o no vimos lo que vimos. El disparate, evidentemente, nos preocupa mucho más que la economía.

En la serie El reino, que escribimos con Marcelo Piñeyro, un personaje pregunta: “¿A qué le puede tener más miedo la gente que a cagarse de hambre?”. Y otro personaje responde: “A un monstruo, hay que crear un monstruo que dé tanto miedo que cagarse de hambre no sea prioridad”. Y como la realidad supera a la ficción, y aun tratándose de una situación política inversa a la descrita en la mencionada serie, en mi país crearon ese Frankenstein. Lo crearon unos y lo sostienen otros, en una paradoja política digna del Underwood de House of Cards. Antes, en el origen, lo dejaron crecer fuerzas políticas a los que les interesaba sacarle votos a la coalición de centroderecha con la que competían históricamente. Ahora, lo apoyan fuerzas de derecha opositoras —parte de ese centro desmembrado después de la elección de octubre— que en campaña sostenían que Massa había propiciado el crecimiento de LLA. Antes y ahora, lo hicieron crecer algunos medios que especularon con los puntos de rating que genera un personaje disruptivo. Pero Milei resultó más que disruptivo, el “Frankenstein de la política” dejó de ser un experimento, cobró vida y puede llegar a gobernar la Argentina. En el medio nosotros, resistiendo aterrados, porque no es solo la economía, estúpido. Así aparecieron en estos días cartas pidiendo que no se vote a Milei o, más concretamente, que se vote a Massa, firmadas por un arco variopinto de argentinos preocupados: mujeres en democracia, oenegés, ciudadanos de la colectividad judía, intelectuales, egresados de distintas universidades, swfties argentinas, seguidores de Star Trek, economistas, fandom argentinos de BTS, un grupo de dirigente de la UCR (el partido de Raúl Alfonsín). Conocidos periodistas y personalidades de la cultura y la ciencia aparecen a diario pidiendo lo mismo. Yo misma lo pido en solicitadas, en las redes y cada vez que me convocan a una nota como esta: por favor, no voten a Milei.

Porque no es solo la economía.

Aunque, pensándolo bien, cabe la posibilidad de que la reivindicación de la dictadura que hace la candidata a vicepresidenta encarne la represión necesaria para poder imponer, en definitiva, un plan económico. ¿Acaso no hizo eso la dictadura? Entonces, al fin y al cabo, y por las peores razones, quizás Carville termine teniendo razón.


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