Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicado en Excélsior, a 19 de junio de 2009
El costo de no actuar a tiempo
Llueven los adjetivos y faltan las decisiones. Luego del ridículo de Iztapalapa, del dedazo de López Obrador a favor de Juanito, el nombre con el que se conoce a Rafael Acosta, este ignoto candidato del PT que hasta hace unos días era torero (por aquello de vendedor ambulante sin puesto fijo, que tiene que huir con su mercancía cuando llegan la policía o los inspectores), así como del registro de Silvia Oliva por la dirección nacional del PRD, porque la del DF se negó a hacerlo, debería ser momento de sacar conclusiones.
Es verdad, el PRD ya no puede de aquí al 5 de julio expulsar a López Obrador. Tendría que haberlo hecho desde marzo pasado, cuando quedó en claro que apoyaría a los candidatos del PT y Convergencia en contra del PRD. Pero, en ese momento, Ortega y su equipo no se atrevieron a dar ese paso, querían llegar a las elecciones. Se equivocaron: pensaron que dándole espacios a López Obrador, Bejarano y sus seguidores, podrían calmar las aguas y seguir el proceso sin rupturas adelantadas graves, y apostaron también a poder construir una alianza con Marcelo Ebrard. Las cosas no se calmaron sino que, como siempre sucede con el ex candidato presidencial, cuanto más se le da, más exige, tenga o no derecho a ello. Se quedó con un tercio de las candidaturas del PRD y, sin embargo, le negó el apoyo a ese partido, a cuyos dirigentes envió el martes en la noche al carajo. Su partido parece ser, incluso más que Convergencia (a la que en los hechos sólo ha apoyado en Veracruz y Oaxaca), el PT. Es lógico, el PT en realidad no existe como fuerza autónoma. Desde la elección de 1994, cuando impulsaron la candidatura de Cecilia Soto, sus números han ido decreciendo día con día, elección con elección, y mantuvieron su registro porque siempre lograron terminar en alianzas con otras fuerzas que se lo garantizaron. Hoy sirve como franquicia para el lopezobradorismo, con candidatos tan identificados con el maoísmo original de ese partido como Porfirio Muñoz Ledo y el ahora célebre (a nadie se le pueden negar sus cinco minutos de fama, diría Andy Wharhol) Juanito. Por eso el PT se adapta perfectamente a lo que quiere López Obrador: una franquicia partidaria donde pueda colocar a su gente, donde nadie lo moleste con eso de las dirigencias colegiadas o la discusión sobre quién encabeza el partido o quiénes serán los candidatos. Lo vimos con toda claridad en Iztapalapa: el líder preguntando a la masa (esa noche en realidad un puñado de personas de la tercera edad, llevados por la gente de Bejarano) si aceptaba lo que él mismo acababa de ordenar, el cambio de la candidatura y el apoyo a otro partido. El líder, haciendo subir al podio a un candidato ignoto a quien le hace jurar que renunciará a su cargo si gana. Las órdenes al PRD-DF para que no registrara la candidatura de Silvia Oliva. Nadie en el PT ha dicho una palabra. No lo dirán, lo que cobran por prestar la franquicia (más temprano que tarde la tendrán que entregar al nuevo dueño, pero eso es otra historia) es demasiado para molestarse con las formas de la política.
Pero todo este affaire revela también otras cosas. Una de ellas es la extrema debilidad de Marcelo Ebrard. El jefe de Gobierno capitalino, que apoyó con la estructura de su administración (tanto que esos apoyos estuvieron, entre otras irregularidades, entre las causas de la pérdida de esa candidatura) a Clara Brugada, hizo el miércoles la peor declaración posible. Dijo que López Obrador no lo había consultado sobre el cambio de candidatura en Iztapalapa, pero que él consideraba que esa es una acción “legítima” y aseguró que René Arce tampoco lo consultó antes de impugnar la candidatura de Brugada, de quien dijo que hubiera preferido que se quedara como candidata. Eso luego de que había declarado, el lunes, que la decisión del TEPJF debía aceptarse porque era legal, lo que molestó a López, así que, al día siguiente, éste le “ordenó” proponer a Brugada en lugar de Acosta, una vez que éste ganara la elección local y renunciara a su cargo. “Ebrard se va a enterar de esto”, dijo, en Iztapalapa, López Obrador, y el jefe de Gobierno dio aviso de recibido.
El papel jugado es triste, pero más aún que se reconozca que ninguna de las dos fuerzas principales de su partido en la capital, consulte al jefe de Gobierno sobre lo que harán, en temas que afectan directamente la gobernabilidad de la ciudad. Si lo consultaron y Ebrard no pudo encauzar las cosas, está mal; si lo ignoraron y no le informaron, peor. Pocos salen tan lastimados de esta historia como Ebrard.
Los Chuchos tampoco salen bien parados, porque han tardado demasiado en decidir un curso de acción. Su apuesta es que el 5 de julio su partido triplique la votación del PT y Convergencia juntos e incluso, si alguna de esas dos fuerzas no logra el registro, sería de una utilidad política adicional importantísima. Pero deben asumir desde ahora la pérdida de una parte muy considerable del partido, inmediatamente después de las elecciones. Una pérdida que podría haber sido menor de haber tomado decisiones con anterioridad.
Tampoco gana López Obrador porque, con estas historias, nos recuerda, por si alguien lo había olvidado, cuál es su verdadero rostro. Su forma de hacer y entender la política y el poder. Y menos que nadie ganan los habitantes de Iztapalapa: les esperan, por lo menos, otros tres años perdidos.
La gestión
El hijo del candidato panista a diputado en Campeche, José Ignacio Seara, fue detenido con su banda cuando estaban efectuando un secuestro. El candidato lamentó los hechos, pero no renunció a su cargo. Antes, en cuanto supo de la detención, recurrió a las instancias de gobierno más altas del estado, desde donde gentilmente se comunicaron con las oficinas de la SSP federal para pedir el favor de la liberación del joven secuestrador. El no fue tan rotundo que aún resuena en la ciudad amurallada.
Publicado en Excélsior, a 19 de junio de 2009
El costo de no actuar a tiempo
Llueven los adjetivos y faltan las decisiones. Luego del ridículo de Iztapalapa, del dedazo de López Obrador a favor de Juanito, el nombre con el que se conoce a Rafael Acosta, este ignoto candidato del PT que hasta hace unos días era torero (por aquello de vendedor ambulante sin puesto fijo, que tiene que huir con su mercancía cuando llegan la policía o los inspectores), así como del registro de Silvia Oliva por la dirección nacional del PRD, porque la del DF se negó a hacerlo, debería ser momento de sacar conclusiones.
Es verdad, el PRD ya no puede de aquí al 5 de julio expulsar a López Obrador. Tendría que haberlo hecho desde marzo pasado, cuando quedó en claro que apoyaría a los candidatos del PT y Convergencia en contra del PRD. Pero, en ese momento, Ortega y su equipo no se atrevieron a dar ese paso, querían llegar a las elecciones. Se equivocaron: pensaron que dándole espacios a López Obrador, Bejarano y sus seguidores, podrían calmar las aguas y seguir el proceso sin rupturas adelantadas graves, y apostaron también a poder construir una alianza con Marcelo Ebrard. Las cosas no se calmaron sino que, como siempre sucede con el ex candidato presidencial, cuanto más se le da, más exige, tenga o no derecho a ello. Se quedó con un tercio de las candidaturas del PRD y, sin embargo, le negó el apoyo a ese partido, a cuyos dirigentes envió el martes en la noche al carajo. Su partido parece ser, incluso más que Convergencia (a la que en los hechos sólo ha apoyado en Veracruz y Oaxaca), el PT. Es lógico, el PT en realidad no existe como fuerza autónoma. Desde la elección de 1994, cuando impulsaron la candidatura de Cecilia Soto, sus números han ido decreciendo día con día, elección con elección, y mantuvieron su registro porque siempre lograron terminar en alianzas con otras fuerzas que se lo garantizaron. Hoy sirve como franquicia para el lopezobradorismo, con candidatos tan identificados con el maoísmo original de ese partido como Porfirio Muñoz Ledo y el ahora célebre (a nadie se le pueden negar sus cinco minutos de fama, diría Andy Wharhol) Juanito. Por eso el PT se adapta perfectamente a lo que quiere López Obrador: una franquicia partidaria donde pueda colocar a su gente, donde nadie lo moleste con eso de las dirigencias colegiadas o la discusión sobre quién encabeza el partido o quiénes serán los candidatos. Lo vimos con toda claridad en Iztapalapa: el líder preguntando a la masa (esa noche en realidad un puñado de personas de la tercera edad, llevados por la gente de Bejarano) si aceptaba lo que él mismo acababa de ordenar, el cambio de la candidatura y el apoyo a otro partido. El líder, haciendo subir al podio a un candidato ignoto a quien le hace jurar que renunciará a su cargo si gana. Las órdenes al PRD-DF para que no registrara la candidatura de Silvia Oliva. Nadie en el PT ha dicho una palabra. No lo dirán, lo que cobran por prestar la franquicia (más temprano que tarde la tendrán que entregar al nuevo dueño, pero eso es otra historia) es demasiado para molestarse con las formas de la política.
Pero todo este affaire revela también otras cosas. Una de ellas es la extrema debilidad de Marcelo Ebrard. El jefe de Gobierno capitalino, que apoyó con la estructura de su administración (tanto que esos apoyos estuvieron, entre otras irregularidades, entre las causas de la pérdida de esa candidatura) a Clara Brugada, hizo el miércoles la peor declaración posible. Dijo que López Obrador no lo había consultado sobre el cambio de candidatura en Iztapalapa, pero que él consideraba que esa es una acción “legítima” y aseguró que René Arce tampoco lo consultó antes de impugnar la candidatura de Brugada, de quien dijo que hubiera preferido que se quedara como candidata. Eso luego de que había declarado, el lunes, que la decisión del TEPJF debía aceptarse porque era legal, lo que molestó a López, así que, al día siguiente, éste le “ordenó” proponer a Brugada en lugar de Acosta, una vez que éste ganara la elección local y renunciara a su cargo. “Ebrard se va a enterar de esto”, dijo, en Iztapalapa, López Obrador, y el jefe de Gobierno dio aviso de recibido.
El papel jugado es triste, pero más aún que se reconozca que ninguna de las dos fuerzas principales de su partido en la capital, consulte al jefe de Gobierno sobre lo que harán, en temas que afectan directamente la gobernabilidad de la ciudad. Si lo consultaron y Ebrard no pudo encauzar las cosas, está mal; si lo ignoraron y no le informaron, peor. Pocos salen tan lastimados de esta historia como Ebrard.
Los Chuchos tampoco salen bien parados, porque han tardado demasiado en decidir un curso de acción. Su apuesta es que el 5 de julio su partido triplique la votación del PT y Convergencia juntos e incluso, si alguna de esas dos fuerzas no logra el registro, sería de una utilidad política adicional importantísima. Pero deben asumir desde ahora la pérdida de una parte muy considerable del partido, inmediatamente después de las elecciones. Una pérdida que podría haber sido menor de haber tomado decisiones con anterioridad.
Tampoco gana López Obrador porque, con estas historias, nos recuerda, por si alguien lo había olvidado, cuál es su verdadero rostro. Su forma de hacer y entender la política y el poder. Y menos que nadie ganan los habitantes de Iztapalapa: les esperan, por lo menos, otros tres años perdidos.
La gestión
El hijo del candidato panista a diputado en Campeche, José Ignacio Seara, fue detenido con su banda cuando estaban efectuando un secuestro. El candidato lamentó los hechos, pero no renunció a su cargo. Antes, en cuanto supo de la detención, recurrió a las instancias de gobierno más altas del estado, desde donde gentilmente se comunicaron con las oficinas de la SSP federal para pedir el favor de la liberación del joven secuestrador. El no fue tan rotundo que aún resuena en la ciudad amurallada.
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