Los iraníes debemos aprender de la Historia/Shahriar Mandanipour, escritor iraní. Sus obras sufrieron censura en Irán. La versión española de este artículo, originalmente escrito en farsi, ha sido traducida del inglés
Publicado en español en EL MUNDO, 06/07/09;
Irán es la tierra de la reincidencia, un país diferente a todos los demás de Oriente Próximo. En 1905, fue el primer país de la zona en el que se produjo una revolución por la democracia y la libertad. Sin embargo, a partir de aquella revolución, los iraníes hemos tenido que afrontar nuevas formas de dictadura y opresión. En 1953, gracias a un golpe de Estado orquestado por los Estados Unidos, el Sha destituyó a nuestro primer ministro, democráticamente elegido y partidario de la nacionalización del sector petrolero, y los iraníes perdimos la mejor oportunidad que hemos tenido para graduarnos en democracia. Al golpe de Estado le sucedió una nueva etapa de represión y ejecuciones. En los años siguientes tuvimos unas cuantas sublevaciones más, que asimismo fueron sofocadas.
No pasó mucho tiempo sin que los mejores y más brillantes de nuestros universitarios se sumaran a los grupos de oposición y a facciones guerrilleras, y muchos de ellos fueron ejecutados. Fue entonces cuando llegamos a la revolución islámica de 1979. Sabíamos lo que no queríamos, pero no sabíamos lo que queríamos. Durante el régimen del Sha, no sufrimos problemas económicos graves; simplemente queríamos libertad. Así que montamos otra revolución y cambiamos de régimen. Sin embargo, la libertad no era para nosotros más que una palabra, un lema que nos parecía bien. No teníamos una idea cabal de lo que era. Se crearon innumerables partidos políticos, pero ninguno tenía un plan de futuro. Paralelamente, se fundaron centenares de revistas y periódicos, todos ellos con sus respectivas orientaciones políticas, y cada uno publicaba artículos en contra del resto de las publicaciones y de los demás partidos políticos. Todo aquello tomó unas proporciones tan desmesuradas que unos oportunistas se hicieron con el control del poder. Y entonces todo degeneró en lo que ha degenerado.
La historia se está volviendo a repetir hoy en Irán. Los de mi generación, la de los que tenemos más de 50 años, hemos sido testigos de cómo nuestros sueños se han ido quedando en nada uno tras otro. Ahora, las nuevas generaciones se manifiestan valientemente en las calles. Los muelen a palos, los detienen, los torturan y, cuando la policía los mata al cargar contra ellos, el Gobierno se muestra reacio a entregar sus cadáveres a las familias, que con frecuencia se topan con la prohibición de celebrar funerales por sus hijos. El problema que tenemos los iraníes es que las nuevas generaciones no aprenden de las amargas experiencias de las anteriores y terminan por hacer lo mismo que ellas.
Quizá la razón de esta reincidencia sea la censura férrea que ha echado raíces en Irán. Para borrar la memoria histórica del pueblo, cada régimen ha empezado por cambiar los libros de Historia. Han prohibido que se reimpriman libros publicados con anterioridad y han cambiado los nombres de las calles que el respectivo régimen anterior había puesto en honor de personajes notables y acontecimientos importantes. Quizá la razón de esta reincidencia sea que se han prohibido las publicaciones independientes y que las generaciones anteriores se ven imposibilitadas para transmitir sus experiencias a las generaciones posteriores. Quizá la razón de esta reincidencia sea que los iraníes leen realmente poco; a pesar de contar con una población de más de 70 millones de habitantes, las tiradas de libros se han quedado reducidas a 700 ejemplares. Quizá la razón de esta reincidencia sea que nos aferramos a nuestro pasado y son raras las ocasiones en que miramos hacia el futuro. Nos sentimos orgullosos de nuestra gloriosa Historia antigua y satisfechos con ella. Sólo hemos adoptado una ligerísima apariencia de modernidad. Conducimos los últimos modelos de Mercedes y BMW por nuestras avenidas, aceptamos diseños arquitectónicos posmodernos en la construcción de nuestras viviendas, centros comerciales y tiendas. Sin embargo, a muchos de nosotros todavía nos corre por las venas una cultura de celo y fanatismo religiosos. En fin, quizá la razón de esta reincidencia sea que Irán no ha pasado por la experiencia de un Renacimiento.
En Irán hay otro movimiento en marcha. La policía antidisturbios del país, armada con la parafernalia más moderna que puede adquirirse en países europeos, reprime y sojuzga a los manifestantes iraníes. Con la ayuda de una de las versiones más ultramodernas de aplicaciones informáticas, comprada también en occidente, se filtran miles de páginas web y blogs. Se ha reducido la velocidad de internet y, a consecuencia de ello, las noticias se propagan fundamentalmente de boca en boca en un país que se enorgullece de albergar el mayor número de blogueros de todo Oriente Próximo. La literatura iraní, que había experimentado un florecimiento durante los años ochenta y noventa a pesar de la censura, se ha visto aquejada de asfixia y de desesperanza bajo la presidencia de Ahmadineyad.
Irán tiene la posibilidad de ser uno de los países más ricos y cultos del mundo. Sin embargo, más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. En consecuencia, los iraníes están descontentos. Durante treinta años se han visto sometidos a presiones políticas, sociales y económicas. No han tenido siquiera la libertad de elegir la forma de vestirse. Muchos tienen que trabajar pluriempleados para sacarse un sueldo de miseria. No es de extrañar que ahora salgan a las calles a manifestarse. No obstante, carecen de un auténtico líder. La mayoría de los que, en estas circunstancias, podrían encabezar este movimiento han sido asesinados o recluidos en prisión incomunicada, o se han hecho viejos en un rincón de su casa. La Historia en Irán no hará sino repetirse de nuevo. Vamos a dar por hecho que el pueblo iraní culminará con éxito el cambio o la reforma del régimen actual. ¿Qué ocurrirá después? ¿Qué vamos a querer hacer a continuación? No hay respuesta a estas preguntas.
Noche tras noche, los iraníes gritan ¡Allahu Akbar! (Dios es grande) y ¡Muerte al dictador! desde las azoteas de sus casas. Son las mismas frases que se repetían en las noches de la revolución contra el Sha. Sin embargo, hay una novedad alentadora en esta nueva sublevación y es que, con independencia de que logren su objetivo o los aplasten, los manifestantes desfilan por las calles en silencio. No se ve ni un solo puño cerrado ni se oyen consignas de muerte a esto o a aquello, y en este silencio se encierra un secreto que, en algún momento del Irán futuro, con todas sus paradojas, se revelará al mundo.
No pasó mucho tiempo sin que los mejores y más brillantes de nuestros universitarios se sumaran a los grupos de oposición y a facciones guerrilleras, y muchos de ellos fueron ejecutados. Fue entonces cuando llegamos a la revolución islámica de 1979. Sabíamos lo que no queríamos, pero no sabíamos lo que queríamos. Durante el régimen del Sha, no sufrimos problemas económicos graves; simplemente queríamos libertad. Así que montamos otra revolución y cambiamos de régimen. Sin embargo, la libertad no era para nosotros más que una palabra, un lema que nos parecía bien. No teníamos una idea cabal de lo que era. Se crearon innumerables partidos políticos, pero ninguno tenía un plan de futuro. Paralelamente, se fundaron centenares de revistas y periódicos, todos ellos con sus respectivas orientaciones políticas, y cada uno publicaba artículos en contra del resto de las publicaciones y de los demás partidos políticos. Todo aquello tomó unas proporciones tan desmesuradas que unos oportunistas se hicieron con el control del poder. Y entonces todo degeneró en lo que ha degenerado.
La historia se está volviendo a repetir hoy en Irán. Los de mi generación, la de los que tenemos más de 50 años, hemos sido testigos de cómo nuestros sueños se han ido quedando en nada uno tras otro. Ahora, las nuevas generaciones se manifiestan valientemente en las calles. Los muelen a palos, los detienen, los torturan y, cuando la policía los mata al cargar contra ellos, el Gobierno se muestra reacio a entregar sus cadáveres a las familias, que con frecuencia se topan con la prohibición de celebrar funerales por sus hijos. El problema que tenemos los iraníes es que las nuevas generaciones no aprenden de las amargas experiencias de las anteriores y terminan por hacer lo mismo que ellas.
Quizá la razón de esta reincidencia sea la censura férrea que ha echado raíces en Irán. Para borrar la memoria histórica del pueblo, cada régimen ha empezado por cambiar los libros de Historia. Han prohibido que se reimpriman libros publicados con anterioridad y han cambiado los nombres de las calles que el respectivo régimen anterior había puesto en honor de personajes notables y acontecimientos importantes. Quizá la razón de esta reincidencia sea que se han prohibido las publicaciones independientes y que las generaciones anteriores se ven imposibilitadas para transmitir sus experiencias a las generaciones posteriores. Quizá la razón de esta reincidencia sea que los iraníes leen realmente poco; a pesar de contar con una población de más de 70 millones de habitantes, las tiradas de libros se han quedado reducidas a 700 ejemplares. Quizá la razón de esta reincidencia sea que nos aferramos a nuestro pasado y son raras las ocasiones en que miramos hacia el futuro. Nos sentimos orgullosos de nuestra gloriosa Historia antigua y satisfechos con ella. Sólo hemos adoptado una ligerísima apariencia de modernidad. Conducimos los últimos modelos de Mercedes y BMW por nuestras avenidas, aceptamos diseños arquitectónicos posmodernos en la construcción de nuestras viviendas, centros comerciales y tiendas. Sin embargo, a muchos de nosotros todavía nos corre por las venas una cultura de celo y fanatismo religiosos. En fin, quizá la razón de esta reincidencia sea que Irán no ha pasado por la experiencia de un Renacimiento.
En Irán hay otro movimiento en marcha. La policía antidisturbios del país, armada con la parafernalia más moderna que puede adquirirse en países europeos, reprime y sojuzga a los manifestantes iraníes. Con la ayuda de una de las versiones más ultramodernas de aplicaciones informáticas, comprada también en occidente, se filtran miles de páginas web y blogs. Se ha reducido la velocidad de internet y, a consecuencia de ello, las noticias se propagan fundamentalmente de boca en boca en un país que se enorgullece de albergar el mayor número de blogueros de todo Oriente Próximo. La literatura iraní, que había experimentado un florecimiento durante los años ochenta y noventa a pesar de la censura, se ha visto aquejada de asfixia y de desesperanza bajo la presidencia de Ahmadineyad.
Irán tiene la posibilidad de ser uno de los países más ricos y cultos del mundo. Sin embargo, más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. En consecuencia, los iraníes están descontentos. Durante treinta años se han visto sometidos a presiones políticas, sociales y económicas. No han tenido siquiera la libertad de elegir la forma de vestirse. Muchos tienen que trabajar pluriempleados para sacarse un sueldo de miseria. No es de extrañar que ahora salgan a las calles a manifestarse. No obstante, carecen de un auténtico líder. La mayoría de los que, en estas circunstancias, podrían encabezar este movimiento han sido asesinados o recluidos en prisión incomunicada, o se han hecho viejos en un rincón de su casa. La Historia en Irán no hará sino repetirse de nuevo. Vamos a dar por hecho que el pueblo iraní culminará con éxito el cambio o la reforma del régimen actual. ¿Qué ocurrirá después? ¿Qué vamos a querer hacer a continuación? No hay respuesta a estas preguntas.
Noche tras noche, los iraníes gritan ¡Allahu Akbar! (Dios es grande) y ¡Muerte al dictador! desde las azoteas de sus casas. Son las mismas frases que se repetían en las noches de la revolución contra el Sha. Sin embargo, hay una novedad alentadora en esta nueva sublevación y es que, con independencia de que logren su objetivo o los aplasten, los manifestantes desfilan por las calles en silencio. No se ve ni un solo puño cerrado ni se oyen consignas de muerte a esto o a aquello, y en este silencio se encierra un secreto que, en algún momento del Irán futuro, con todas sus paradojas, se revelará al mundo.
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