La batalla de Egipto continúa
Por Alaa Al Aswany, escritor egipcio, autor de El edificio Yacobian.
Traducción de Mª Luisa Rguez. Tapia
Publicado en EL PAÍS, 30/01/11;
Qué admirables me parecen los jóvenes manifestantes ante los que hablé el otro día, esos egipcios unidos contra las injusticias y que comparten una ira que nadie va a poder dominar. El martes fue para mí un día inolvidable. Me uní a los manifestantes en El Cairo, junto con los cientos de miles de personas que, en todo Egipto, salieron a la calle para exigir libertades y enfrentarse a la terrible violencia policial. El régimen posee un aparato de seguridad con 1.500.000 de soldados e invierte millones en entrenarlos para una tarea: reprimir al pueblo egipcio.
Me encontré en medio de miles de jóvenes que solo tenían en común su valor increíble y su determinación de hacer una cosa: cambiar el régimen. Unos jóvenes que son, en su mayoría, estudiantes universitarios sin ninguna esperanza sobre su futuro. Que no encuentran trabajo y, por tanto, no pueden casarse. Y que actúan movidos por una ira indomable y un profundo sentido de las injusticias existentes.
Siempre admiraré a estos revolucionarios. Todo lo que dicen demuestra una aguda conciencia política y un deseo de libertad que desafía a la muerte. Me pidieron que pronunciara unas palabras. Aunque he hablado cientos de veces en público, en esta ocasión era diferente: me encontraba ante 30.000 manifestantes que no estaban de humor para oír hablar de concesiones y que no dejaban de interrumpir con gritos de “¡Abajo Hosni Mubarak!” y “El pueblo dice: ¡Fuera el régimen!”.
Dije que estaba orgulloso de lo que habían conseguido, que habían logrado poner fin al periodo de represión, y añadí que, aunque nos golpearan o nos detuvieran, habíamos demostrado ya que no teníamos miedo y que éramos más fuertes que ellos. El Gobierno egipcio tiene a su disposición los instrumentos represivos más temibles del mundo, pero nosotros tenemos algo más fuerte: nuestro valor y nuestra fe en la libertad. La muchedumbre respondió con un grito unánime: “¡Acabaremos lo que hemos empezado!”. Yo estaba en compañía de un amigo, un periodista español que pasó muchos años en Europa del Este y vivió allí los movimientos de liberación. Dijo: “Mi experiencia es que, cuando sale tanta gente a la calle, y con tanto empeño, el cambio de régimen es solo cuestión de tiempo”.
¿Por qué se han rebelado los egipcios? La respuesta está en la naturaleza del régimen. Un régimen tiránico puede privar al pueblo de libertad pero, a cambio, le ofrece una vida fácil. Un régimen democrático puede no ser capaz de acabar con la pobreza, pero la gente tiene libertad y dignidad. El régimen egipcio ha quitado a sus ciudadanos todo, incluidas la libertad y la dignidad, y no ha cubierto sus necesidades diarias. Los cientos de miles de manifestantes de El Cairo no son más que una representación de los millones de egipcios que han vivido con sus derechos suprimidos.
Si bien en Egipto ya había llamamientos públicos pidiendo reformas mucho antes de los disturbios de Túnez, es evidente que los acontecimientos en dicho país sirvieron de inspiración. La gente empezó a ver con claridad que el aparato de seguridad no podía proteger a un dictador eternamente. Y teníamos más motivos que nuestros homólogos tunecinos para protestar, puesto que en Egipto hay más gente que vive en la pobreza y estamos sujetos a un gobernante que lleva más tiempo sujetando las riendas del poder. En un momento dado, el miedo empujó a Ben Ali a huir de Túnez. Es posible que nosotros obtengamos un éxito similar; algunos manifestantes de El Cairo copiaron el lema en francés que se había oído en Túnez, “Dégage, Mubarak”. Por otra parte, las revueltas han llegado ya a otros Estados árabes como Yemen. Las autoridades están descubriendo que sus tácticas no pueden detener las protestas. Las manifestaciones se han organizado a través de Facebook, que ha demostrado ser una fuente de información fiable e independiente; cuando el Estado intentó bloquearla, la gente fue más astuta y los blogueros explicaron las formas de saltarse los controles. Y la violencia de los servicios de seguridad es un peligro para las dos partes: en Suez, la gente se alzó contra la policía por haber disparado a los manifestantes. La historia enseña que llega un instante en el que los agentes de a pie se niegan a obedecer las órdenes de matar a sus conciudadanos.
Cada vez son más los ciudadanos que desafían a las fuerzas del orden. Un joven manifestante me contó que, cuando corría para huir de la policía el martes, entró en un edificio y llamó a un piso cualquiera. Eran las cuatro de la mañana. Le abrió la puerta un hombre de 60 años, con el miedo visible en el rostro. El manifestante pidió al hombre que le escondiera de la policía. El hombre le pidió que le enseñara su documento de identidad y le invitó a entrar, e incluso despertó a una de sus tres hijas para que le preparase algo de comer. Se sentaron a comer y beber té y acabaron charlando como viejos amigos. Por la mañana, cuando se había alejado el peligro de que detuvieran al joven manifestante, el hombre le acompañó a la calle, le buscó un taxi y le ofreció un poco de dinero. El joven se negó y le dio las gracias. Mientras se daban un abrazo, el hombre le dijo: “Soy yo quien debería darte a ti las gracias por defendernos a mí, a mis hijas y a todos los egipcios”.
Así comenzó la primavera egipcia. Mañana veremos una auténtica batalla.
Traducción de Mª Luisa Rguez. Tapia
Publicado en EL PAÍS, 30/01/11;
Qué admirables me parecen los jóvenes manifestantes ante los que hablé el otro día, esos egipcios unidos contra las injusticias y que comparten una ira que nadie va a poder dominar. El martes fue para mí un día inolvidable. Me uní a los manifestantes en El Cairo, junto con los cientos de miles de personas que, en todo Egipto, salieron a la calle para exigir libertades y enfrentarse a la terrible violencia policial. El régimen posee un aparato de seguridad con 1.500.000 de soldados e invierte millones en entrenarlos para una tarea: reprimir al pueblo egipcio.
Me encontré en medio de miles de jóvenes que solo tenían en común su valor increíble y su determinación de hacer una cosa: cambiar el régimen. Unos jóvenes que son, en su mayoría, estudiantes universitarios sin ninguna esperanza sobre su futuro. Que no encuentran trabajo y, por tanto, no pueden casarse. Y que actúan movidos por una ira indomable y un profundo sentido de las injusticias existentes.
Siempre admiraré a estos revolucionarios. Todo lo que dicen demuestra una aguda conciencia política y un deseo de libertad que desafía a la muerte. Me pidieron que pronunciara unas palabras. Aunque he hablado cientos de veces en público, en esta ocasión era diferente: me encontraba ante 30.000 manifestantes que no estaban de humor para oír hablar de concesiones y que no dejaban de interrumpir con gritos de “¡Abajo Hosni Mubarak!” y “El pueblo dice: ¡Fuera el régimen!”.
Dije que estaba orgulloso de lo que habían conseguido, que habían logrado poner fin al periodo de represión, y añadí que, aunque nos golpearan o nos detuvieran, habíamos demostrado ya que no teníamos miedo y que éramos más fuertes que ellos. El Gobierno egipcio tiene a su disposición los instrumentos represivos más temibles del mundo, pero nosotros tenemos algo más fuerte: nuestro valor y nuestra fe en la libertad. La muchedumbre respondió con un grito unánime: “¡Acabaremos lo que hemos empezado!”. Yo estaba en compañía de un amigo, un periodista español que pasó muchos años en Europa del Este y vivió allí los movimientos de liberación. Dijo: “Mi experiencia es que, cuando sale tanta gente a la calle, y con tanto empeño, el cambio de régimen es solo cuestión de tiempo”.
¿Por qué se han rebelado los egipcios? La respuesta está en la naturaleza del régimen. Un régimen tiránico puede privar al pueblo de libertad pero, a cambio, le ofrece una vida fácil. Un régimen democrático puede no ser capaz de acabar con la pobreza, pero la gente tiene libertad y dignidad. El régimen egipcio ha quitado a sus ciudadanos todo, incluidas la libertad y la dignidad, y no ha cubierto sus necesidades diarias. Los cientos de miles de manifestantes de El Cairo no son más que una representación de los millones de egipcios que han vivido con sus derechos suprimidos.
Si bien en Egipto ya había llamamientos públicos pidiendo reformas mucho antes de los disturbios de Túnez, es evidente que los acontecimientos en dicho país sirvieron de inspiración. La gente empezó a ver con claridad que el aparato de seguridad no podía proteger a un dictador eternamente. Y teníamos más motivos que nuestros homólogos tunecinos para protestar, puesto que en Egipto hay más gente que vive en la pobreza y estamos sujetos a un gobernante que lleva más tiempo sujetando las riendas del poder. En un momento dado, el miedo empujó a Ben Ali a huir de Túnez. Es posible que nosotros obtengamos un éxito similar; algunos manifestantes de El Cairo copiaron el lema en francés que se había oído en Túnez, “Dégage, Mubarak”. Por otra parte, las revueltas han llegado ya a otros Estados árabes como Yemen. Las autoridades están descubriendo que sus tácticas no pueden detener las protestas. Las manifestaciones se han organizado a través de Facebook, que ha demostrado ser una fuente de información fiable e independiente; cuando el Estado intentó bloquearla, la gente fue más astuta y los blogueros explicaron las formas de saltarse los controles. Y la violencia de los servicios de seguridad es un peligro para las dos partes: en Suez, la gente se alzó contra la policía por haber disparado a los manifestantes. La historia enseña que llega un instante en el que los agentes de a pie se niegan a obedecer las órdenes de matar a sus conciudadanos.
Cada vez son más los ciudadanos que desafían a las fuerzas del orden. Un joven manifestante me contó que, cuando corría para huir de la policía el martes, entró en un edificio y llamó a un piso cualquiera. Eran las cuatro de la mañana. Le abrió la puerta un hombre de 60 años, con el miedo visible en el rostro. El manifestante pidió al hombre que le escondiera de la policía. El hombre le pidió que le enseñara su documento de identidad y le invitó a entrar, e incluso despertó a una de sus tres hijas para que le preparase algo de comer. Se sentaron a comer y beber té y acabaron charlando como viejos amigos. Por la mañana, cuando se había alejado el peligro de que detuvieran al joven manifestante, el hombre le acompañó a la calle, le buscó un taxi y le ofreció un poco de dinero. El joven se negó y le dio las gracias. Mientras se daban un abrazo, el hombre le dijo: “Soy yo quien debería darte a ti las gracias por defendernos a mí, a mis hijas y a todos los egipcios”.
Así comenzó la primavera egipcia. Mañana veremos una auténtica batalla.
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