Flores
de amor/ Oscar Wilde (1954-1900):
Ґ λνkύιкрς Έρώς
Amor,
no te culpo; la culpa fue mía,
no hubiera yo sido de arcilla común
habría
escalado alturas más altas aún no alcanzadas,
visto aire más lleno, y día más
pleno.
Desde
mi locura de pasión gastada
habría tañido más clara canción,
encendido
luz más luminosa, libertad más libre,
luchado con malas cabezas de hidra.
Hubieran
mis labios sido doblegados hasta hacerse música
por besos que sólo hicieran sangrar,
habrías
caminado con Bice y los ángeles
en el prado verde y esmaltado.
Si
hubiera seguido el camino en que Dante viera
los siete círculos brillantes,
¡Ay!,
tal vez observara los cielos abrirse, como
se abrieran para el florentino.
Y
las poderosas naciones me habrían coronado,
a mí que no tengo nombre ni corona;
y
un alba oriental me hallaría postrado
al umbral de la Casa de la Fama.
Me
habría sentado en el círculo de mármol donde
el más viejo bardo es como el más
joven,
y
la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
de lira están siempre prestas.
Hubiera
Keats sacado sus rizos himeneos
del vino con adormidera,
habría
besado mi frente con boca de ambrosía,
tomado la mano del noble amor en la
mía.
Y
en primavera, cuando flor de manzano
acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos
jóvenes amantes yaciendo en la huerta
habrían leído nuestra historia de
amor.
Habrían
leído la leyenda de mi pasión, conocido
el amargo secreto de mi corazón,
habrían
besado igual que nosotros, sin estar
destinados por siempre a separarse.
Pues
la roja flor de nuestra vida es roída
por el gusano de la verdad
y
ninguna mano puede recoger los restos caídos:
pétalos de rosa juventud.
Sin
embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más
podía hacer un muchacho,
cuando
el diente del tiempo devora y los silenciosos
años persiguen!
Sin
timón, vamos a la deriva en la tempestad
y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin
lira, sin laúd ni coro, la Muerte,
el piloto silencioso, arriba al fin.
Y
en la tumba no hay placer, pues el ciego
gusano se ceba en la raíz,
y
el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
y el árbol de la pasión ya no tiene
fruto.
¡Ah!,
qué más debía hacer sino amarte; aún
la madre de Dios me era menos
querida,
y
menos querida la elevación citérea desde el mar
como un lirio argénteo.
He
elegido, he vivido mis poemas y, aunque
la juventud se fuera en días
perdidos,
hallé
mejor la corona de mirto del amante
que la de laurel del poeta.
Versión
de E. Caracciolo Trejo
Edición
de Libros Río Nuevo 2001
Oscar
Wilde: Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde3 (Dublín, Irlanda-6 de octubre de
1854 – Difunto en París, Francia, 30 de noviembre de 1900), poeta, ensayista,
novelista y dramaturgo, estudió en el Trinity College de Doublin y
posteriormente en la Universidad de Oxford,
gracias a una beca obtenida por sus
brillantes trabajos en latín y griego.
A
los 24 años obtuvo el título de Bachelor of Arts con máximos honores. De allí
en adelante, ya instalado en Londres, publicó obras de gran fama, en poesía,
novela, ensayo y teatro, tales como, Poemas 1881, El fantasma de Canterville 1887, El retrato
de Dorian Gray 1891, El abanico de Lady Windermere, 1892, Una mujer sin
importancia 1893, La importancia de llamarse Ernesto 1895 y La balada de la
cárcel de Reading 1898.
En
1895, fue condenado a dos años de cárcel por sus relaciones homosexuales con el
hijo del Marqués de Queensberry.
Recobrada
la libertad, se instaló en Paris bajo el nombre de Sebastian Melmoth. Allí
falleció el 30 de noviembre de 1900.
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