Garrote
fiscal... para casi nada/CARLOS ACOSTA CÓRDOVA
Revista
Proceso.
No. 1924, 14 de septiembre de 2013:
Calificada
por el presidente Enrique Peña Nieto como “la madre de todas las reformas estructurales”,
la hacendaria (o fiscal) que él propone no le ha gustado a nadie, ni al sector
empresarial… La propuesta acabaría con la mayor parte de las exenciones del
Impuesto Sobre la Renta y gravaría con IVA hasta los chicles y la comida para
mascotas. En todos los casos quien pagará el pato es el ciudadano de a pie, al
cual las empresas le cargarán las alzas de precios al tiempo que mermarán sus
prestaciones.
Desde
su campaña electoral y con énfasis a partir de su toma de posesión como
presidente, Enrique Peña Nieto anunció la hacendaria (o fiscal) como “la madre
de todas las reformas estructurales”.
Dijo
que esa sería la palanca para la transformación económica del país, la cual
haría posible que las finanzas públicas ya no dependieran de los ingresos
petroleros y proveería de recursos suficientes para enfrentar las ingentes
necesidades de gasto, para echar a andar la economía y brindarle bienestar
social a la población.
Pero
víctima de una conducción errática de la economía, la cual está a un paso de la
recesión, y acosado por la presión social que han desatado sus otras reformas,
Peña Nieto se vio obligado a claudicar.
El
domingo 8 presentó una propuesta de reforma hacendaria más bien coja y manca,
muy menor en sus efectos. Si se aprueba como está, el año próximo sólo
aumentará la recaudación en 240 mil millones de pesos, es decir apenas 5.6% del
total de los ingresos presupuestados (casi 4 billones 480 mil millones de
pesos) en la Ley de Ingresos para 2014, enviada al Congreso el mismo día.
Esos
240 mil millones de pesos adicionales representan apenas 1.5% del producto
interno bruto (PIB), según el propio Peña Nieto en la presentación de la
reforma.
La
primera condición para que la reforma fuera “estructural” quedó descartada,
pues no dará los recursos suficientes para disminuir la dependencia de los
ingresos petroleros. El faltante deberá cubrirse con más deuda. En efecto, para
el próximo año el paquete económico propone un déficit público de 1.5% del PIB,
y para este año –contraviniendo lo aprobado por el Congreso en diciembre de
2012– el gobierno incurrirá en un déficit de 0.4% del producto.
Es
la muerte anunciada del dogmático e imposible “déficit cero” que tanto habían
festejado Peña Nieto y su secretario de Hacienda, Luis Videgaray.
Y
el déficit se cubre con recortes al gasto o con más deuda. El gobierno optó por
lo segundo. Lo primero sería darle la última patada a una economía que está al
borde del precipicio, pues apenas creció 1% en el primer semestre de 2013 y no
se ve cómo pueda lograr en el segundo un crecimiento del PIB de 2.6% para
alcanzar la meta de 1.8% para todo el año. Los primeros datos del
comportamiento de la economía entre julio y septiembre hacen vislumbrar un
trimestre perdido.
IVA
a discreción
Si
bien en términos macroeconómicos no resultó la reforma “estructural” que se
buscaba, la iniciativa de Peña Nieto sí revoluciona el esquema tributario a tal
grado que tiene indigesto a medio mundo, indignada a la sociedad y de cabeza a
especialistas, empresarios y contribuyentes.
No
es para menos. Con los cambios propuestos a la Ley del Impuesto al Valor
Agregado se eliminan exenciones a muchos servicios y productos que son
consumidos por gran parte de la población.
En
la Ley del Impuesto Sobre la Renta hay un cambio total. De hecho es una nueva
ley que incorpora muchas características y mecanismos del Impuesto Empresarial
a Tasa Única (IETU) y del Impuesto a los Depósitos en Efectivo (IDE), vigentes
desde 2008 y los cuales serán abrogados, según la propuesta presidencial.
Respecto
del IVA, Peña Nieto se vio obligado a renunciar a su propósito de generalizar
la tasa de 16%, incluyendo alimentos y medicinas.
Iba
a ser el gran cambio en materia de IVA, la fórmula que permitiría aumentar
sensiblemente la recaudación y hacer más fácil la administración de ese
impuesto.
Pero
los cambios propuestos irritaron a todos. De ser aprobados se pagará 16% de IVA
en colegiaturas, en la compra o renta de casas y en hipotecas, así como en las
entradas a todos los espectáculos –cine, conciertos, eventos deportivos–
distintos del circo y del teatro.
Otra
“ingeniosa” manera en que el gobierno pretende recaudar más es aplicándole IVA
a los chicles y a los alimentos para mascotas. Y también a la compra de éstas.
En el primer caso porque el chicle “no es un alimento”. En el segundo, porque
los alimentos de los animales domésticos “evidentemente no están destinados al
consumo humano y, por otra parte, quienes adquieren estos bienes reflejan
capacidad contributiva y, en consecuencia, se trata de manifestaciones de
riqueza que deben ser gravadas”.
Y
para que los “ricos” no se quejen de que sólo a ellos les pega la reforma
propuesta, también pagarán 16% de IVA quienes –al año son millones– usen el
servicio de transporte público foráneo de pasajeros.
Igualmente
las empresas maquiladoras y los importadores pagarán IVA cuando introduzcan
mercancías al país. También se pagará ese impuesto por la venta al mayoreo de
oro, joyería, orfebrería, piezas artísticas u ornamentales y lingotes. Y los
habitantes de las zonas fronterizas verán mermada su capacidad de compra pues
se propone eliminar la tasa baja de la cual gozan (11%) para subirla al 16%
general.
Lo
peor es que a fin de cuentas, según la propia iniciativa presidencial, los
cambios propuestos en el IVA –golpe seco a los bolsillos de la gente– dejarán
una recaudación adicional de sólo 54 mil millones de pesos: 0.34% del PIB de
2014 (estimado en 16 billones de pesos), 1.2% de todos los ingresos
presupuestados para ese año o 22.5% de los ingresos adicionales que dejará la
reforma.
En
total los ingresos por IVA (incluidos los cambios) están estimados en 632 mil
368 millones 500 mil pesos, 3.95% del PIB.
En
pocas palabras, las modificaciones al IVA no resuelven la baja recaudación por
ese impuesto. La exposición de motivos de la iniciativa señala que por IVA
México recaudó en 2012 el 3.74% del PIB, muy por abajo del promedio de las
naciones de la OCDE (6.9%) y de los países de América Latina (6.5%), y menos de
la mitad de lo que recaudaron Argentina (8%), Chile (7.7%) y Uruguay (9.7%).
Irritación
empresarial
Pero
es la nueva Ley del Impuesto Sobre la Renta la que causa todavía más dolores de
cabeza a los contribuyentes, sobre todo a empresarios y personas físicas con
ingresos presuntamente “altos”.
El
aplauso inicial que mereció la reforma de parte de los empresarios por la
propuesta de desaparecer el IETU y el IDE, se trocó en desencanto cuando se
anunció la eliminación del régimen especial llamado consolidación fiscal… y en
irritación apenas se conoció el resto de las medidas propuestas, que en su
mayoría apuntan a eliminar deducciones, exenciones y tratamientos
preferenciales para sectores específicos.
La
exposición de motivos de la nueva ley argumenta: “La estructura del ISR vigente
contiene diversos regímenes preferenciales y tratamientos de excepción que
generan distorsiones, restan neutralidad, equidad y simplicidad, y generan
espacios para la evasión y elusión fiscales, derivando en una importante
pérdida de recursos fiscales”. Es el mismo argumento esgrimido los últimos
cuatro sexenios, durante los cuales no se pudieron hacer cambios sustanciales
en ese gravamen.
Y
como era casi imposible modificarlo y hacer que las empresas, sobre todo las
grandes, pagaran la tasa efectiva de dicho impuesto, optaron por mecanismos de
control. Los más relevantes fueron el Impuesto al Activo (Impac) y el IETU. El
primero se inventó al inicio del gobierno de Carlos Salinas. Ante la costumbre
de miles de empresas de declarar en ceros en lapsos de hasta 10 años, se les
aplicó un impuesto de 2% sobre sus activos para que por lo menos pagaran algo.
Pero
como las empresas y sus planeadores fiscales siempre van por delante de la
autoridad, buscándole huecos a la ley para darle la vuelta y no pagar o pagar
cantidades irrisorias, el Impac acabó siendo insuficiente.
Con
Felipe Calderón –y Agustín Carstens en Hacienda– se llegó a la conclusión de
que era prácticamente imposible hacer cambios contundentes en el Impuesto Sobre
la Renta. Se optó por crear el IETU, que sería un control del ISR
–prácticamente sin deducciones– para tapar las vías de elusión y evasión y toda
la gama de posibilidades de las empresas para pagar un gravamen muy por debajo
de la tasa general.
Con
todo y el rechazo de los empresarios –se interpusieron más de 25 mil amparos
contra el impuesto–, quienes se quejaban de que el IETU significaba una doble
tributación, complicaba el pago de los impuestos y la misma contabilidad de las
empresas y hacía excesiva la carga impositiva, en un principio el impuesto funcionó
pues aumentó la recaudación.
Pero
la crisis financiera de 2008-2009 realmente hizo padecer a las empresas. Por
eso se pusieron felices cuando Peña Nieto anunció la desaparición del IETU y
del IDE.
Poco
les duró el gusto: la nueva Ley del ISR incorpora muchos mecanismos del
primero, pues elimina o topa múltiples deducciones, acaba con exenciones y
desaparece tratos preferenciales. El problema es que se recarga en los
causantes cautivos, los mismos que ya pagan impuestos.
Uno
de los cambios que más ha irritado es la imposición de una tasa de 32% de ISR
–dos puntos arriba de la tasa general– a los contribuyentes de presuntos
“altos” ingresos.
Pagarán
eso todas las personas físicas que ganen desde 500 mil pesos al año (cerca de
42 mil brutos al mes, pero menos de 30 mil netos) y que ya van a ser apaleados
con los pagos de 16% de IVA en colegiaturas, renta y compra de casas y en
créditos hipotecarios.
Además
la ley reduce las deducciones personales –gastos médicos, hospitalarios,
dentales y de transporte escolar, entre otros– a “la cantidad que resulte menor
entre el 10% del ingreso anual total del contribuyente, incluyendo ingresos
exentos (prestaciones) y un monto equivalente a dos salarios mínimos anuales
correspondientes al área geográfica del Distrito Federal”. (Dos salarios
mínimos al año son 46 mil 627 pesos).
Pero
para que puedan deducir esos gastos los contribuyentes deberán pagar sus
consumos con tarjeta de crédito o débito, cheque o transferencia bancaria. Si
lo hacen en efectivo no podrán deducir esos gastos personales.
A
las grandes empresas con subsidiarias la propuesta de desaparecer el régimen de
consolidación fiscal los tiene alarmados. Este mecanismo les permite pagar el
ISR como si fueran una sola empresa, aunque sean varias.
En
dicho esquema se les permite compensar las pérdidas de unas con las ganancias
de otras, con la ventaja de que si resulta alguna utilidad del conjunto pueden
diferir el pago del impuesto. Antes, desde su creación en los setenta, ese
diferimiento podía ser al infinito y se traducía en que nunca pagaban. Con
Calderón –y Carstens– se limitó el monto a consolidar y se acotó a cinco años
el diferimiento.
Eliminada
la consolidación, si se aprueba la propuesta ahora cada empresa que pertenezca
a un grupo deberá pagar el ISR de manera individual. Pero será un impuesto más
agresivo y que le pegará no sólo a las grandes empresas, sino a todo mundo,
incluidos los trabajadores.
Esto
último porque los patrones ya no podrán deducir, o lo harán limitadamente
–hasta 41%–, los ingresos no gravados de los trabajadores, que son
prácticamente todas las prestaciones hasta ahora exentas, pero que de prosperar
la reforma estarán gravadas. En ese caso se hallan la participación de
utilidades, los fondos y cajas de ahorro, el aguinaldo, la prima vacacional,
los vales de despensa y los bonos de asistencia, puntualidad y productividad.
Para
los fiscalistas que se han abocado a revisar la iniciativa presidencial, esto
podría llevar a los patrones a no otorgar alguna de esas prestaciones y a
aumentar el salario, para deducir vía nómina. Pero así los trabajadores
ingresarían a un segmento superior en la tarifa del ISR y pagarían más
impuestos. Las consecuencias: se encarecería la relación laboral, se
desincentivaría la contratación y a fin de cuentas aumentaría la informalidad.
Pero
las empresas padecerán incrementos en sus costos por otras vías, además de que
verán complicados sus proyectos de inversión, pues gracias a la nueva Ley del
ISR propuesta se elimina la deducción inmediata de las inversiones de los
bienes nuevos en activos fijos. La ley actual permite deducir 100%, en el mismo
año en que se haga, ese tipo de inversión. Ahora la deducción deberá hacerse a
través de los años de la vida útil del bien.
Además,
las empresas no podrán deducir anticipadamente, como ahora, las aportaciones
para la creación o incremento de las reservas destinadas a fondos de pensiones
o jubilaciones, complementarias a las que establece la Ley del Seguro Social,
así como de primas de antigüedad en los términos de la misma ley. La nueva
establece que dichas aportaciones deben deducirse en el momento en el cual la
empresa realice una erogación real a favor de sus trabajadores.
Por
otra parte los vales de despensa sólo serán deducibles cuando “se otorguen a
través de monederos electrónicos autorizados por el SAT, con lo cual se logrará
un control de quién es el beneficiario efectivo de los vales y asegurarse que
sea él quien los utilice”.
Las
empresas sólo podrán deducir 41% –y no el 100% vigente– de las remuneraciones
exentas otorgadas al trabajador, como la previsión social, cajas y fondos de
ahorro, pagos por separación, gratificación anual, horas extras, prima
vacacional y dominical y la participación de los trabajadores en las
utilidades, entre otros, además de que ya no serán deducibles las cuotas al
IMSS a cargo de los trabajadores y las cuales son pagadas por los patrones.
También
se elimina la deducción de 12.5% en el consumo en restaurantes y desaparece el
régimen de sociedades cooperativas de producción, que se desvirtuó al grado de
utilizarse para pagar un ISR muy bajo o no pagarlo.
Las
empresas que se dedican a la construcción y venta de desarrollos inmobiliarios
ya no podrán deducir el costo de adquisición de sus terrenos en el ejercicio en
que los adquieren. Tampoco podrán deducir las erogaciones estimadas relativas a
los costos directos e indirectos de las obras realizadas o de la prestación del
servicio.
Las
ganancias de capital también serán gravadas: se aplicará un impuesto de 10%
sobre las que obtengan las personas físicas por la venta de acciones en la
bolsa de valores.
Y
la venta de una casa o un departamento, que hasta ahora está exenta, quedará
gravada cuando el inmueble tenga un valor de 250 mil udis (1.2 millones de
pesos) o superior. Con la ley vigente sólo paga el impuesto quien venda un
inmueble con un valor de 7.4 millones de pesos (o 1.5 millones de udis).
La
lista es enorme, pero vale la pena apuntar el régimen propuesto para el sector
agropecuario y el de los transportistas de carga, que sin duda será uno de los
más polémicos.
Actualmente
los contribuyentes de esos sectores pagan una tasa de ISR menor en 30% a la que
paga todo mundo, pues tributan en el llamado “régimen simplificado”. La ley
propone eliminar ese régimen, del que se han beneficiado sobre todo las grandes
empresas agropecuarias y transportistas. Además las primeras cuentan con los
beneficios de los programas de gasto público directo en apoyo a sus actividades
(Procampo en primer lugar).
Sin
embargo, dice la iniciativa, “con el tiempo se han detectado distorsiones y
cuestionamientos de inequidad entre los contribuyentes del sector primario y
del régimen general, tanto en el caso de personas morales como físicas”.
Por
tanto desaparece el trato preferencial, y los contribuyentes del sector
primario y los transportistas pagarán como el resto: 30% de ISR.
De
acuerdo con la iniciativa de nueva Ley del Impuesto Sobre la Renta se obtendrán
recursos adicionales por 131 mil millones de pesos, pero –admite el propio
texto– si se descuenta la pérdida recaudatoria esperada por la eliminación del
IETU, el efecto neto de la reforma en el ISR empresarial será de apenas unos 16
mil millones de pesos en 2014.
Una
bicoca que sin embargo lastimará a todos los contribuyentes, incluyendo a los
de menores ingresos, por más que se prometa seguridad social universal y seguro
de desempleo.
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