Para
salvar el derecho a manifestarse/Pascal
Beltrán del Río
Excelsior, 15/09/2013 00:00
Los
hechos de los 26 días que pasaron entre la llegada de los miembros de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación al Zócalo y su desalojo
por parte de la Policía Federal nos demuestran que no podemos seguir esperando
más tiempo para definir con absoluta claridad algunos de nuestros derechos
constitucionales y regularlos en beneficio de todos.
El
que termina será un mes que se recuerde por la incapacidad de las instituciones
para conseguir que todos pudieran ejercer sus derechos sin entrar en choque
unos con otros.
Por
supuesto que la violencia de la CNTE para lograr sus fines fue evidente: sus
integrantes destruyeron propiedad pública y privada, impidieron casi diario la
libre circulación de las personas en una ciudad a la que es muy fácil colocar
del lado del caos; cerraron los recintos oficiales del Congreso; obstaculizaron
la operación de pequeños y medianos comercios; agredieron a periodistas y a
personas que se manifestaban en su contra, y cometieron actos de ultraje a la
autoridad.
Sin
embargo, uno tiene que preguntarse por qué lo lograron. ¿Cómo consiguieron
hacerlo en una ciudad que se jacta de ser un oasis de paz en un país asolado
por la violencia, y que lo es, en buena medida, por tener un numeroso y bien
dotado órgano de seguridad pública con mando centralizado?
La
respuesta es obvia: porque se les permitió. Difícilmente encontraremos un grupo
de manifestantes dispuestos a autorregularse para no pasar encima de los
derechos de los demás. Las protestas llegan hasta donde las autoridades
quieren, y eso es cierto tanto en el caso de grupos reducidos como numerosos,
en países desarrollados y en países en desarrollo.
Sólo
el tiempo dirá, pero es muy posible que este mes marque el resto del sexenio de
Miguel Ángel Mancera, quien llegó a ser jefe de Gobierno del Distrito Federal
por haber sido un procurador General de Justicia muy eficaz que actuó siempre
con base en el derecho.
Estoy
seguro de que la motivación de Mancera para no actuar con mayor vigor en contra
de los desmanes de la CNTE fue la prudencia en su mejor sentido, es decir, una
determinación de no empeorar las condiciones de convivencia en la ciudad
mediante la exacerbación de la furia de los manifestantes.
Sin
embargo, al final, el mandatario capitalino parece haber perdido la confianza
del ciudadano común, que resultó afectado en sus actividades cotidianas —como
ir a trabajar o pasar por sus hijos a la escuela—, pero también del militante
de la izquierda que simpatiza con las demandas de los maestros.
Y
lo digo consciente de que la autoridad constitucionalmente responsable de la
seguridad pública en la capital es el Ejecutivo federal, aunque en la práctica,
desde 1997, ésta haya sido depositada en la Jefatura de Gobierno.
Pero,
¿cómo evitar, en el futuro, el desprestigio de la autoridad? Sobre todo, ¿cómo evitar
que choquen derechos como las garantías de manifestación y libre circulación?
Para
comenzar, toda persona de buena fe tendría que admitir que lo ocurrido el
viernes 13 por la tarde no era un desenlace deseable (aunque es de celebrarse
que aquí no haya habido el saldo de muertos y heridos que hubo con motivo de
las protestas recientes en Brasil, Turquía y Egipto).
Obvio,
no podía prolongarse más la ocupación del Zócalo, que es la principal plaza del
país y que es de todos los mexicanos.
Y
no lo digo por la conmemoración de la Independencia, con todo y que creo que
esos festejos, instaurados por José María Morelos hace 200 años en los
Sentimientos de la Nación, tienen una gran importancia en la formación de la
identidad nacional.
De
hecho, hay un mensaje equivocado allí. Se ha hecho creer a los mexicanos y a
los capitalinos que todo está permitido en la protesta pública menos ocupar el
Zócalo durante los días del festejo de la Independencia.
Es
decir, se puede someter a los ciudadanos a la penuria de no encontrar
transporte para llegar a tiempo a la escuela de sus hijos o a una cita médica
importante, pero eso de impedir el Grito, pues nomás no.
Vuelvo
a la pregunta. ¿Cómo evitamos las escenas del mes pasado en la capital,
coronadas tristemente por maestros de escuela orinando en la pared de un museo
por el que México es conocido mundialmente o en las esculturas del Memorial de
las Víctimas de la Violencia?
Además
del reconocimiento de que lo sucedido no beneficia a nadie, debemos acabar con
la discrecionalidad.
La
discrecionalidad de los manifestantes, algunos de los cuales creen que todo les
está permitido, a raíz de los crímenes cometidos contra la disidencia política
durante la etapa autoritaria del país. Y la de las autoridades, que sólo aplican
la ley cuando consideran que es políticamente conveniente o redituable hacerlo.
Cuando
escuchaba el viernes por la noche al secretario de Gobernación decir, durante
la transmisión de Excélsior Televisión, que en la democracia se debe buscar el
diálogo pero que esa búsqueda tiene un límite, me puse a pensar en quién decide
cuál es ese límite y por qué.
Creo
que no exagero si digo que los capitalinos vivieron un mes de infierno. Dos
veces se bloqueó el Periférico, y otras dos, la ruta al Aeropuerto; el Paseo de
la Reforma parecía haber sido privatizado por la CNTE, igual que la plancha del
Zócalo, y muchos negocios sufrieron pérdidas, con lo que se pusieron en riesgo
fuentes de empleo… pero en la decisión de poner un hasta aquí a la CNTE parece
haber pesado sobre todo la celebración tradicional de las fiestas patrias.
A
mí me gusta la ceremonia del Grito, con toda su carga histórica. Me gusta que
se celebre en el Zócalo, y disfruto ver pasar el desfile militar por Paseo de
la Reforma (de niño lo presencié trepado en los hombros de mi padre). Pero esa
no puede ser la razón para desalojar el Zócalo, que llevaba un mes ocupado
ilegalmente y con costo para el erario (adivine quién pagará la cuenta de la
luz que usaba la CNTE en la plaza).
¿Cómo
acabamos con la discrecionalidad de los manifestantes y las autoridades? No hay
otra forma más que con la ley y su estricta observancia.
Por
eso deben quedar claras, de una vez por todas, las reglas para manifestarse. Es
cierto que hay algunas, pero no habido la determinación de aplicarlas y la
Asamblea Legislativa del DF se ha empeñado en hacer lo contrario: debilitar el
marco legal que aplica en estos casos.
Es
necesaria una nueva legislación. Que la conozcan quienes ejercen el derecho de
expresar su descontento, y que la autoridad la aplique.
Hay
muchos ejemplos en el mundo de ciudades liberales que regulan la protesta
pública. En Ámsterdam usted puede ir a un café a fumarse un cigarro de
mariguana, pero trate de hacer una manifestación sin avisar a la autoridad y la
policía le caerá a garrotazos (o trate de caminar por una vía para ciclistas:
quienes van en bicicleta seguramente lo insultarán).
No
hay derechos sin obligaciones, y esa es una realidad que debemos entender si
queremos convivir pacíficamente en este país.
Las
razones de los manifestantes pueden ser poderosas. Deben tener derecho a expresarlas
pero sin pasar por encima de los derechos de los demás. Y, en este caso, dejar
sin clases a cientos de miles de niños, agredir a quienes protestan en su
contra o cerrar las calles por horas o por días, es pasar por encima de ellos.
Si
no regulamos el derecho a manifestarse, ¿qué dirá la autoridad la próxima vez
que alguien bloquee una calle y no sea retirado? Con razón le podrán reclamar
que por qué a la CNTE no se le permitió continuar con su plantón y a otros sí.
No
encuentro mejores palabras para reflexionar sobre la necesaria convivencia de
los distintos derechos que las del célebre organizador social portugués Eduardo
Gill-Pedro.
“La
protesta pública no es extremista ni ilegal. Es una parte vital de una sociedad
democrática. Muchos de los derechos y libertades de que gozamos hoy se
obtuvieron porque hubo gente dispuesta a salir a las calles y protestar.
“Sin
embargo, es importante recordar que el derecho a manifestarse no da carta
blanca a la protesta política (...) Los derechos de los individuos a reunirse y
expresarse libremente son dos entre una serie de derechos que deben ser
considerados y sopesados uno contra otro.
“Si
bien algunos tipos de protesta pública pueden ser violatorios de las leyes,
entre ellas las que protegen a los individuos de no ser hostigados (aquí se
refiere al derecho británico), usted no cometerá ningún delito si su conducta
es razonable. Y porque usted tiene derecho a la protesta pública, si protesta
pacíficamente tendrá un argumento muy fuerte a su favor pues su conducta se
verá como razonable”.
Al
recurrir a la violencia y pisotear los derechos de los demás, la CNTE se echó
encima a la opinión pública. Igual que lo hizo la autoridad que dejó a los
maestros hacer y deshacer.
La
única forma de evitar que siga deteriorándose el prestigio del indispensable
derecho a la protesta, así como el de la autoridad como árbitro de la
convivencia, es legislar.
Hay
que poner en papel, y de forma precisa, lo que se puede y no se puede a la hora
de ejercer derechos como el de manifestación. Hay que hacerlo ya. Y luego,
aplicarlo sin miramientos, sin cálculos políticos y sin ideología.
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