La batalla por
el Zócalo/LA REDACCIÓN
Revista
Proceso. Portada No. 1924, 14 de septiembre de 2013:
Los
medios, destacadamente la televisión, se encargaron de alimentar el odio
ciudadano contra la movilización magisterial que inundó la capital del país las
últimas semanas, y festinaron en vivo el desalojo de los profesores que
acampaban en la Plaza de la Constitución. Pero no mostraron todo. Nada dijeron
de los soldados disfrazados de policías, de “halcones”, de los golpes a
mansalva hasta contra la prensa, del uso de gases y chorros de agua para
dispersar a contingentes que iban en retirada. Tras horas de tensión el Zócalo
quedó vacío, listo para las fiestas patrias…
La
madrugada del viernes 13 corrió el rumor. Los maestros disidentes de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), en plantón desde
el 19 de agosto en la Plaza de la Constitución, fueron alertados por sus
dirigentes de un posible desalojo violento.
La guerra (Sic) se
percibía en el aire. Dos helicópteros de la Policía Federal (PF) pasaban casi
al ras sobre el campamento, haciendo volar los plásticos con que los maestros
se cubrían. Llovía.
Desorientados, los maestros
comenzaron a empacar sus cosas y a sacar niños y mujeres de la zona. Explicaban
que no pensaban marcharse. Permaneció la
sección 22, de Oaxaca, que nutrió mayoritariamente el plantón. Se
preguntaban unos a otros por sus dirigentes, reunidos en negociaciones truncas
con representantes de las bases desde la noche anterior en el auditorio del
SME, en la colonia Tabacalera.
De lo que fue
su refugio 25 días tomaron tubos, cortaron tablas, juntaron piedras.
Incendiaron plásticos. Formaron vallas en las bocacalles que conducen al
Zócalo y ahí también prendieron fuego. “Nos
vamos a quedar, hasta las últimas consecuencias. Los dirigentes nos pidieron
que nos salgamos y que nos regresemos a Oaxaca, pero son 30 años de lucha y
no los vamos a tirar a la basura. La base decide y decidimos resistir”, dijo un
profesor de apellido Mata mientras se cubría el rostro con un trapo, como
tantos otros.
Primeras
escaramuzas
A
las dos de la tarde del viernes 13 se encararon por vez primera maestros y
granaderos. Con el despliegue oficial llegaron los primeros enfrentamientos en
Pino Suárez, a un costado de la Suprema Corte de Justicia. “Que empiecen ellos.
Nosotros somos pacíficos, esto es resistencia”, se escuchó por un altavoz a una
mujer desesperada, al tiempo que se dio aviso de una propuesta oficial pacífica
para resolver el conflicto.
Al cruce de 20
de Noviembre con Venustiano Carranza llegaron Héctor Serrano, secretario de
gobierno del Distrito Federal y Alfonso Gómez, secretario de Gobierno de
Oaxaca.
Ofrecieron a los maestros una “vía segura” para salir de la zona. Y dieron un
ultimátum. Los maestros tenían dos horas para salir –a cumplirse en punto de
las cuatro de la tarde– antes de que entrara la policía.
Rondaban la
zona visitadores de la CNDH a quienes los maestros increpaban: “¿Qué hacen
aquí, si ustedes aprobaron la represión?”
Ante la amenaza
las bases improvisaron líderes y asambleas. Decidieron quedarse. A las tres de
la tarde comenzó la cuenta regresiva.
“Nos asusta la represión. Desde 2006 nosotros
en Oaxaca aprendimos a comer gas. Sin embargo no queremos llegar a lo bélico,
no tenemos armas. Si nos ponemos al tú por tú con Peña Nieto y con su ejército,
sabemos que vamos a estar como un niño peleando con un adulto: nos van a
agarrar de la cabeza mientras nosotros sólo vamos a estar dando manotazos.
“Son el mismo PRI de la APPO, de Atenco.
Sabemos que nos van a madrear. Pero no nos queremos ir. Queremos dejar claro el
punto de que venimos aquí a resistir y que lo único que queremos es estar bien,
que los gobernantes sean honestos con su país. Es todo”, dijo Heriberto Iván
Díaz Casimiro, mazateco de 31 años que ejerce como psicólogo en la sierra de
Oaxaca por “un sueldo miserable”.
“Lo que me tiene acá es el amor a la patria y
el coraje por cómo a los pobres nos manipulan. En mi pueblo nos dicen que
quiénes somos nosotros para pelear contra el gobierno, si el gobierno lo pone
Dios. Le han dicho a la gente que el que se mete con el gobierno se mete con
Dios y el enemigo de Dios es el diablo. Así nos ven a los maestros”, se le
escucha entre los dientes apretados.
Jugando
contra el miedo dos jóvenes tehuanos pateaban una pelota de plástico en el
centro de la plancha. “Estamos contando los minutos. Llegamos al hartazgo.
Hartamos al gobierno y a la sociedad. Nos hartamos nosotros. No queremos ser
mártires pero esperamos que nos golpeen: ojos, narices… Fuimos punta de lanza y
ahora somos carne de cañón. Sabemos el costo, pero los que van a quedar
desnudos son ellos. Un gobierno que se dice democrático puede desintegrar una
propuesta por la fuerza. Al menos no vamos a tener vergüenza para ver a
nuestros niños, hijos y alumnos. No venimos por el salario. Somos formadores de
seres humanos libres, no sumisos. Ser sumiso te lleva a ser esclavo”, sentenció
Noel Arista.
A las 3:15 de
la tarde apareció Rubén Núñez, secretario general de la sección 22,
quien había sido señalado por sus bases. Sin afeitar, descompuesto el
semblante, caminaba solo debajo de la carpa central del plantón, la que sería
quemada minutos más tarde y por donde pasarían las tanquetas de la PF. Atrás
quedaron las marchas en que lo cobijaban multitudes.
“Estamos en espera de que la Segob nos pudiera
recibir para seguir el diálogo. Pero ante el condicionamiento de salir o que
entrarían a la fuerza, los compañeros de base fueron muy claros. Vamos a
permanecer aquí”, dijo en entrevista y negó haber formado parte de cualquier
negociación oscura con algún representante gubernamental.
Francisco
Bravo,
líder de la sección 9, del Distrito Federal, fue contundente minutos antes de
la represión: “Para llegar a esto y justificar la represión desataron una
despiadada campaña de odio en contra nuestra durante semanas, dirigida desde la
televisión por los sectores que han estado impulsando muchas de las reformas en
el país. Nos hemos dado cuenta de que son los grupos empresariales los que han
dictado lo que se tiene que hacer en el país, incluso en el terreno educativo”.
Hizo
un balance de las negociaciones de las últimas semanas con distintas instancias
de gobierno: “El gobierno federal y el Poder Legislativo –uno ya no sabe
diferenciarlos porque parece que son los mismos– mientras platicaban con nosotros
por otro lado tomaban las decisiones. Acudimos con la convicción de que
podíamos llegar a acuerdos pero resulta que ellos siguieron con la línea de la
simulación.
“A medida que iba avanzando el tiempo ellos
iban cerrando las pinzas. Pero no vamos a renunciar a la lucha. El gobierno
calculó mal. Desataron la indignación y el coraje de la clase trabajadora por
el proyecto de país que quieren imponer. Está muy lejos de que todo esto
termine”, dijo y advirtió que la “insurgencia” magisterial se ha propagado a
todos los estados.
Cumplida la
hora el Zócalo estaba cercado. Miles de efectivos de las policías
Federal y capitalina, militares uniformados y encubiertos, “halcones” con
radios de comunicación, tanques y helicópteros armados con cañones de agua, extintores
y gases lacrimógenos listos para la tarea.
En
cada calle que daba al corazón del país había maestros y granaderos
confrontados. Los primeros gritaban, de coraje y de nervios. Diseñado el
operativo para infundir miedo, los segundos blandían los toletes y golpeaban
los escudos contra el suelo.
A las 4:15 el
Zócalo se difuminó entre el dolor y el humo.
El
cerco
La
Presidencia de la República ya había informado –a las cuatro de la tarde–que
las ceremonias cívicas del 15 y 16 de septiembre se llevarían a cabo en el
Palacio Nacional.
Para
entonces en las calles aledañas al Zócalo el cerco estaba listo: anillos de la
PF en las inmediaciones, de granaderos capitalinos un par de calles más allá… y
finalmente los trabajadores de limpia, quienes esperaban nerviosos el
desenlace.
Desde
un día antes tres brigadas de la Policía Militar habían sido concentradas en el
Campo Militar Número 1, donde los dotaron de uniformes y cascos de la PF.
Armados con toletes y escudos, los soldados disfrazados de policías no ocultaban
su grito reglamentario de batalla al formarse o romper filas: “¡Por la Patria!”
“¡No están solos, no están solos!”, coreaban
en cada bocacalle pequeños contingentes de apoyo a los maestros.
–¡Encaucen
la marcha, encaucen la marcha! –pedía en 20 de Noviembre uno de los dirigentes
de la CNTE, para evitar enfrentamientos en su ruta hacia el Monumento a la
Revolución.
Desde
los edificios de las desoladas 20 de Noviembre, Mesones y Vizcaínas, hombres y
mujeres saludaban con vivas de apoyo o permanecían observando en silencio.
En
el Eje Central se empezaron a escuchar las rechiflas ciudadanas desde el
interior de los comercios, pero el contingente no se amilanó y respondió con
consignas que pretendían suavizar el rechazo. La tensión iba en aumento, pero
el llamado era constante: no caigan en provocaciones.
Cerca
de 16 de Septiembre, por donde los maestros pretendían salir rumbo al Monumento
a la Revolución, alguien advirtió el peligro. De pronto por Venustiano Carranza un grupo de jóvenes lanzaba piedras,
palos, tubos y lo que tuviera a la mano contra un grupo de granaderos.
–¡Formen
la valla, aseguren la valla! –gritaban las cabezas de la CNTE. Pero el
contingente ya empezaba su retirada hacia el sur por el Eje Central.
–¡Aguanten,
aguanten! –gritó una vez más Rubén Núñez.
Parecía
que el enfrentamiento seguiría por Venustiano Carranza, cuando el grupo de
jóvenes intentó refugiarse en el contingente de maestros, quienes quisieron
dispersarse. No lo lograron. Los soldados disfrazados de policías empezaron a
golpear a todos, hasta derribar a Núñez y otros dirigentes.
El grueso del
contingente de la CNTE se replegó por Eje Central, pero la confrontación siguió
con otro encontronazo en las inmediaciones de Bellas Artes.
Choques
previos
Patricia
Juan Pineda y José Juan Gómez, dirigentes del Frente Auténtico del Trabajo,
fueron testigos de la represión. Aseguran que el operativo comenzó desde la una
de la tarde porque la PF cercó a un grupo de profesores en 16 de Septiembre,
Venustiano Carranza, Eje Central e Izazaga.
Aseguran
que estaban “seleccionando a los detenidos. Ya los tenían ubicados. A algunos
los dejaban ir…”
Patricia
dijo que hacia mediodía le avisaron que estaban desalojando la Asamblea
Legislativa del Distrito Federal y edificios aledaños “por seguridad”. Una hora
más tarde los maestros de la CNTE pidieron ayuda en las redes sociales.
“Cercaron el primer cuadro. Ya estaban
llegando las tanquetas. Desde la noche anterior les dieron el ultimátum: se
retiraban voluntariamente o los iban a desalojar. Se reunieron y tomaron
decisiones; algunos se fueron, otros permanecieron en el lugar”, contó.
Los
helicópteros lanzaban desde el aire bolsas con pintura azul para marcar a los
manifestantes.
Los maestros comenzaron a montar barricadas, cuando se escucharon los cohetones;
las empezaron a quemar para impedir la visibilidad de los helicópteros. “Fueron
40 minutos de que no supimos qué pasaba. El objetivo fue causar confusión”.
Retirada por
Mesones
Tuvieron
que irse contra su voluntad. Hacia las cuatro de la tarde los profesores de la
sección 22 empezaron a replegarse gritando consignas.
A dos cuadras
del Zócalo, en el cruce de 20 de Noviembre y Uruguay, atravesaron un tractor
como escudo frente a los uniformados que avanzaban replegando a los
manifestantes por Mesones. No sirvió de mucho el vehículo. La fuerza se
impuso.
La
tarde fue nublada y fría. El pavimento mojado y los edificios coloniales
atestiguaron el repliegue de los maestros. Las consignas: “¡Pinche Peña Nieto
puto, reprimes a los maestros!”, “¡La CNTE vivirá por siempre!”, “¡Que sube,
que baja, la CNTE no se raja!”
Sostenían
mantas en las que mostraban su repudio a las reformas y el rechazo a su líder,
Rubén Núñez.
Las bases
estaban enojadas. Cientos de maestros estaban dispuestos a cualquier cosa para
demostrar el poder de su lucha, pero los pasos acelerados y en bloque
de los federales obligaron a los docentes de Oaxaca a correr, a retroceder por
Mesones.
Ahí,
algunos jóvenes y maestros lanzaban cohetones contra la muralla azul de
toletes, escudos y cascos. El estruendo estremecía las viejas construcciones
donde los vecinos se asomaban desde balcones, azoteas y ventanas.
En
la Plaza Meave un maestro y el reportero de un medio independiente fueron
golpeados por uniformados. Ambos acabaron chorreando sangre.
Los grupos
“anarquistas” también se dejaron sentir. Cuando la mayoría de profesores se
concentró en el Monumento a la Revolución varios jóvenes apedreaban a los
policías capitalinos, quienes amurallaron el Paseo de la Reforma en su cruce
con Bucareli. Ahí un “anarquista” rompió uno de los gruesos vidrios del Hotel
Meliá.
“Halcones”
“Íbamos en el trole y a la altura de Salto de
Agua nos bajaron y tuvimos que caminar. Queremos entrar al Metro pero todo está
cerrado. Ahora nos mandaron hasta Balderas, ya no aguantamos”, se lamentaba
Daniela Ruiz, de 18 años, quien cargaba a su hijo de uno, y que impulsaba a su
anciano padre que ya no quería seguir.
Una
vendedora de la Central de Abasto, un jubilado y una desempleada corrían desde
Pino Suárez. Decían que habían sobrevivido a los “grupos de choque” que
encontraron en su camino.
“Pasábamos
por Pino Suárez cuando unos 50 comerciantes salieron con palos y detuvieron y
golpearon a los maestros y a la gente, salieron como grupos de choque”, decía
la desempleada.
En
el Eje Central nuevas vallas de granaderos y federales. Varios negocios con la
cortina metálica casi cerrada tenían “halcones” en la puerta. Cada tanto abrían
rendijas por donde salían clientes temerosos a las calles.
Hacia
las seis de la tarde, cuando los azules tenían tomado el control de las calles,
los comercios empezaron a reabrir.
La plancha
vacía
Una
enorme plancha de concreto con montones de basura incendiándose por varios
lados. Cazuelas, platos, ollas y trozos de plástico esparcidos. Piedras, tubos,
tablas y casas de campaña rotas y abandonadas alrededor del astabandera. Era
una pequeña ciudad destrozada cuyos rescoldos barrían policías con el pelo
cortado a lo militar, gritaban “patria” y se tomaban fotos con gesto
victorioso. En eso acabó el Zócalo.
Durante
varias semanas la Plaza de la Constitución se convirtió en la ciudad de los
maestros, con cientos de casas de campaña hechas de plástico donde habitaban
miles de docentes de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, principalmente. A partir de
mediados de agosto, mientras se discutían las reformas educativas, la ciudad de
casas remendadas comenzó a extenderse por toda la plaza formando pequeñas
calles.
De ahí salieron
las marchas que tanto criticaron los capitalinos, algunos con insultos racistas
y clasistas.
Marchas a Los Pinos, al Senado y a la Cámara de Diputados para pedir que se les
tomara en cuenta en las discusiones de las reformas educativas, que los
maestros siempre han calificado de laborales.
De
ahí salieron los dirigentes a dialogar con el secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, para demandar que no se aprobaran las reformas sin que
sopesaran sus opiniones.
Pero
a las cuatro de la tarde del viernes esa ciudad fue abandonada. El operativo
ordenado por el comisionado nacional de Seguridad, Manuel Mondragón, se cumplió
al pie de la letra.
Una
hora después el desalojo de la plaza se había cumplido. Los federales
comenzaron la operación limpieza destruyendo las casas de campaña. La lluvia y
los chorros de agua de la tanqueta habían apagado las piras, que aún humeaban.
Los
dos helicópteros azul oscuro con el logo de la PF sobrevolaron varias veces el
centro, encima de un Palacio Nacional resguardado por el Estado Mayor
Presidencial. Los miles de trozos de plástico de colores que cubrían la plancha
del Zócalo comenzaron a ser retirados por trabajadores de limpia del Gobierno
del Distrito Federal.
En dos horas el
Zócalo no tenía ni una huella del campamento.
El
saldo –según propaló en varios medios Mondragón y Kalb– fue de 30 detenidos y
15 policías heridos”.
A
las nueve de la noche del viernes 13, en conferencia de prensa, Osorio Chong
afirmó que el desalojo había sido “una operación profesional”, exitosa, que no
se habían violado los derechos humanos de nadie, que se había recuperado un
espacio histórico para todos los mexicanos y que el presidente Enrique Peña
Nieto se comprometía a respetar la ley.
A
esa hora un grupo de militares comenzaba a alistar el escenario para que Peña
Nieto diera su primer “grito”. (Santiago Igartúa, Arturo Rodríguez, Marcela
Turati, José Gil, Rosalía Vergara y Juan Carlos Cruz)
Nota: La Imagen nada que ver con la realidad de ese momento; solo es ilustrativa!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario