Cacería
en Taxco/ALEJANDRO
PÉREZ UTRERA
Revista
Proceso # 1948, 1 de marzo de 2014;
REPORTAJE
ESPECIAL
No.
Aquí no hay túneles de escape. Solamente una terraza –tentadora pero riesgosa–
y la cuenta regresiva que te angustia, la certeza de que van a detenerte…
*
* *
Taxco
de Alarcón, domingo 23 de febrero. Hotel Posada de la Misión. 5:45 am (24 horas
después de la captura de El Chapo Guzmán en Sinaloa).
Duermes…
En
el subconsciente algo se habrá quedado de la agitación del sábado: la noticia
sobre la detención del líder del Cártel de Sinaloa continuaba desparramándose
como los turistas en todas partes: en el zócalo, en los restaurantes y bares,
en vestíbulos de hoteles, en las platerías, en paraderos de taxis (“¿Que detuvieron
a quién?…”)…
Desde
temprano del mismo sábado los huéspedes del Posada de la Misión comenzaban a
torcer la boca (mal presagio): Una horda de rugientes transformers –unos 30
quizás– había elegido la apacible hospedería de arquitectura colonial, catalogada
como patrimonio histórico, para concentrarse con vistas a un rally de
cuatrimotos y vehículos side by side…
“¿Sabías
que #Taxco es amigable con los motociclistas?”, rezaba un tuiter sin su
contraparte que respondiera: “¿Sabías que los motociclistas no son tan
amigables con Taxco?”… Ay de quien no se cuidara de torear las maquinotas que
arrancaron del hotel pilotadas por tipos acelerados en compañía de mujeres
llamativas, de niños y adolescentes bullangueros…
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Pese
al insomnio nacional, quizás en esta república que no deja de sangrar se salven
algunos remansos de tranquilidad; suficiente dosis de autoengaño para
reconfortarte mientras desde tu terraza de este hotel venido a menos te
abandonas al fulgor soberbio de Santa Prisca.
Qué
más da si en esta encantadora ciudad guerrerense la delincuencia organizada
también cava fosas y las retaca de cadáveres. Como en otras plazas tibias
controladas por el narco, aquí las bandas actúan dentro de los márgenes
reglamentarios, en tanto que la presencia ostensible de la Policía Federal
busca crear la sensación de que las cosas están bajo control.
Serán
peras o manzanas pero tú, en soledad, estás sumido en la etapa más profunda del
sueño, gozando tus 70 plácidos latidos por minuto en esa región narcótica en la
que no hay ni frío ni calor, ni preocupación ni miedo…
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–¡Policía
federal!…
–¡Abra
la puerta!… ¡Policía federal!…
La
ráfaga es infame, una descarga súbita de adrenalina que aniquila cualquier
vestigio de aplomo en tu mente, en tu cuerpo, en tu alma… Tus autodefensas
activan la alerta máxima. Das urgentes bocanadas para oxigenarte –ahora con
120, 130 latidos por minuto– y alivianar la losa que acaba de caer sobre tu
pecho… Si estás soñando o no, el caso es que ya saltaste de la cama sin haberte
dado cuenta.
Son
las 5:55 de la madrugada y este huracán de gritos, órdenes y amenazas, pujidos
extraños y puertas golpeadas hasta casi venirse abajo, te recuerda el México
que vivimos…
–¡Le
dije que abra!
Pero…
¿quién le ordena a quién? Porque hay federales que son narcos y narcos que se
hacen pasar por federales. Y hay narcos que no lo son, que son ciudadanos tan
inocentes como miles y miles que pagan sin deberla ni temerla… Porque hay
sueños que parecen realidad, y realidades que parecen pesadilla…
La
ubicación del estruendo sugiere que los presuntos federales se dirigen a tu
cuarto en sucesivo, inevitable avance… En el sector habrá unas siete
habitaciones, muchas de ellas ocupadas por los de la caravana motorista. Tú
tienes la penúltima del corredor. En la lógica del cateo serás el penúltimo que
detengan. Todo indica que no te salvarás, como no se están salvando los sujetos
que, uno a uno, son sacados por la fuerza…
–¡Policía
federal!… ¡Que abra la puerta le digo…!
(Traqueteo,
murmullos incomprensibles, objetos que caen.)
–¡Cállese!…
¡Le dije que se calle!
Los
presuntos federales siguen sacando y callando a los demás pero tú ya estás
listo para el interrogatorio, para el paseo. Te mal vestiste a oscuras en
previsión de que te lleven tal como te encuentren. Pero la frágil tranquilidad
que acabas de ganar la pierdes ipso facto:
¿Y
si me levantan? ¿Y si me encierran por error? ¿Y si me matan?…
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Un
SOS a tu jefe –un par de mensajes de texto que nunca le llegarán– y otro de
WhatsApp a una amiga te exigen esfuerzos sobrehumanos al teclear: estás hecho
un Parkinson… Todo te tiembla así como retiemblan las paredes y las puertas a
unos cuantos pasos de tu habitación…
¡Voy
a reventar! ¡No puedo más!: Desde el comienzo de esta película vulgar tu vejiga
no ha dejado de gritártelo: ¡Voy a reventar! No es todo: cada cinco segundos te
arqueas como punzante recordatorio del mole de la tarde… Pero no vas a echar
todo a perder delatándote mientras desalojas en el baño, cuya ventana da, por
cierto, al corredor.
Estás
decidido. No tienes de otra: con movimientos rapidísimos tendrías que abrir la
puerta a la terraza para después lanzarte del balcón… Dos metros y medio de
altura has calculado si es que brincas hasta el empedrado para poder huir
aprovechando este caos de locos…
Craso
error…
Apenas
has abierto la puerta cuando ya las lámparas te dejan ciego…
–¡Quién
anda ahí!
Quieres
responder que “un huésped” pero te sale “un inquilino”…
–¡Levante
las manos!
Las
levantas…
Las
sigues alzando…
Y
esperas… Sigues esperando… Cinco, diez segundos… así, lampareado como conejo…
Estás
solo. Desamparado. Te acaban de cazar…
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En
las oficinas de la Comisión Nacional de Seguridad (CNS), dependiente de la
Secretaría de Gobernación, el personal de prensa prepara los datos básicos del
operativo de Taxco y sólo espera que la misión se reporte como cumplida para
emitir el boletín número 55. Singular coincidencia la de este otro “golpe”
antinarco 24 horas después del asestado al Chapo.
El
objetivo ahora es uno de los supuestos líderes del Cártel del Golfo, Javier
Garza Medrano, señalado por el organismo de seguridad como probablemente
“vinculado con la distribución de droga en el Distrito Federal y en Tamaulipas,
(que) además era el responsable de coordinar su traslado hacia los Estados
Unidos…”.
Consumado
el operativo, el lunes 24 la CNS informa que además de este sujeto fueron
detenidos otros cinco, integrantes al parecer del grupo delictivo de Garza
Medrano, dedicado presuntamente “a los delitos de secuestro, extorsión y robo
de hidrocarburos…”.
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Sigues
lampareado pero ya no hay más preguntas. Ninguna orden. Y sin embargo las
violentas luces siguen sobre tu cara… No alcanzas a ver sino siluetas en la
balconería vecina, a unos 10 metros de tu terraza…
Empiezas
a bajar los brazos… Lo haces muy despacio para no provocar a los federales –no
vaya a ser que se les salga un tiro– hasta que en cámara lenta te metes de
nuevo a la habitación a oscuras y la atrancas otra vez.
Ahora,
un golpazo contra tu puerta principal la estremece como te estremeces tú…
¡Puta
madre! ¿Pues de qué se trata?…
Transcurren
tres, siete segundos…
No
la vuelven a golpear. Nadie exige que te salgas… El instinto de protección te
mantiene agazapado, incrustado en el vértice de dos paredes, al fondo del
cuarto.
Y
entonces escuchas que comienzan a ocuparse del huésped del final… (¡Te
brincaron! )
Alcanzas
a oír las palabras tranquilas del vecino, dando explicaciones a las voces
atronadoras que lo someten, que no dejan de callarlo… Algo murmura su compañera
pero tampoco entiendes. Lo único que entiendes son dos frases luminosas, justo
enfrente de tu cuarto:
–¿Ya
buscaste aquí…?
–¡No
hay nadie!
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10.30
am. Central del Sur Taxqueña. Ciudad de México.
No
aprovechaste para dormir siquiera un poco en el camino… Y no puedes decir que
te sientes liberado. Mientras no retornes de la pesadilla te sentirás
prisionero aquí, como millones de ciudadanos, y en Taxco y en cualquier otra
ciudad, en tu propio país que ya no es tuyo.
Tienes
ganas de vomitar, de largarte todavía más lejos…
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