Para
el Cártel de Sinaloa, un impacto modesto/JORGE
CARRASCO ARAIZAGA
Revista
Proceso # 1948, 1 de marzo de 2014;
La
aprehensión más esperada de los últimos 13 años es menos importante de lo que
se cree, aseguran dos de los investigadores sobre el narcotráfico más reputados
del continente. Con el Cártel de Sinaloa, Joaquín Guzmán creó una organización
tan horizontal que su supervivencia ni siquiera depende de la violencia que
despliegue o del líder que la encabece. Este fenómeno es parte de una dinámica
global que el gobierno mexicano no ha analizado: se están diversificando la
naturaleza de los cárteles y el tipo de actores que participan en el sistema
criminal.
La
delincuencia organizada en México es una maquinaria tan desarrollada que la
caída de un jefe como Joaquín El Chapo Guzmán sólo tiene un impacto modesto en
su operación. Aun cuando la captura del líder más mediático del Cártel de
Sinaloa puede traer episodios de violencia, lo que se espera son nuevas
alianzas –empezando por las políticas– para garantizar el funcionamiento de sus
lucrativos mercados ilegales.
La
organización delictiva en activo más antigua de México, el Cártel de Sinaloa,
logró descentralizar su operación, incrementar sus redes de resguardo
gubernamental y extender su influencia a actores económicos e internacionales
para crear una de las mafias más poderosas del mundo.
Después
de tres décadas de existencia tiene una estructura horizontal que le otorga
niveles de resistencia altísimos, aseguran los investigadores colombianos Luis
Jorge Garay Salamanca y Eduardo Salcedo-Albarrán, quienes acaban de publicar el
libro Narcotráfico, corrupción y Estados. Cómo las redes ilícitas han
reconfigurado las instituciones en Colombia, Guatemala y México.
A
partir de expedientes judiciales, los autores identifican en su libro algunas
de las estructuras de protección política y los vínculos económicos que han
permitido la operación de las bandas en los tres países. Ya en otras obras
habían realizado análisis similares con el caso de la frontera de México con
Estados Unidos, la Cosa Nostra siciliana y las agrupaciones delictivas de Europa
del Este.
Entrevistados
en México cinco días después de la recaptura de Guzmán Loera, relativizan el
alcance de la detención por parte de la Marina y la DEA, el pasado 22 de
febrero en Mazatlán, Sinaloa.
“Estaba
mediatizado como el gran concentrador del poder en la organización. Puede haber
duda de que eso fuera así en las últimas épocas, porque el de Sinaloa ya no es
un cártel, sino una estructura de redes que trabaja simultáneamente en al menos
una decena de mercados ilegales”, explica Garay.
Añade:
Siempre es bienvenida la aprehensión de un líder o patrón de una organización
criminal trasnacional. Sin embargo las nuevas estructuras se conforman no sólo
por agentes del delito, sino primordialmente por actores que actúan entre la
legalidad y la delincuencia.
Los
investigadores colombianos proponen trascender el término “cárteles del
narcotráfico”. El concepto debe ser la “ilegalidad”, que comprende muchas
actividades: tráfico de estupefacientes, drogas sintéticas, armas, trata de
personas, extorsión, piratería, minería delictiva y otras.
“Hablar
de narcotráfico a estas alturas es perverso para el imaginario público. Hay que
hablar de la ‘ilegalidad trasnacional’, porque centrarlo sólo en el narco es
perder de vista que estamos en un contexto de ilegalidad mucho más amplio”,
detalla Garay.
Sobre
el funcionamiento de esas nuevas agrupaciones, Salcedo-Albarrán asevera: Cuando
se reconstruye una estructura delictiva se crean subredes, grupos con relativa
autonomía articulados por un actor que los vincula a la red general. Eso
implica que cada facción –y ese es uno de los motivos por los que no hay que
hablar de cárteles, sino de redes criminales– tiene un nivel muy alto de
descentralización.
Ya
no son organizaciones como el Cártel de Medellín –dirigido por Pablo Escobar
durante los ochenta, en Colombia–, que eran piramidales y donde toda decisión
pasaba por el capo. “(Ahora) se tendrían que retirar muchísimos actores para
que hubiera una desarticulación relativamente efectiva”, afirma.
Los
efectos que la detención del Chapo traiga a su grupo dependerán del nivel de
concentración que ejercía. “Hay personas que concentran capacidad de decisión y
cuando se retiran provocan cambios, pero en estricto sentido las redes sociales
y las redes criminales no desaparecen. No van a desaparecer 100, mil o 10 mil
personas que están interactuando. Lo único que hay es un cambio”.
Un
escenario es que la caída de Guzmán Loera desemboque en más violencia, pero
Garay lo pone en duda. Primero porque el Cártel de Sinaloa parece no tener
rivalidad importante en la mayoría de los territorios que controla. Segundo
porque la organización opera mediante entramados delictivos. “Lo que vamos a
presenciar es más bien una reestructuración relativamente silenciosa en algunos
casos”.
Advierte
del riesgo de que ese reacomodo sin mayor violencia se perciba como un
desmantelamiento y no como una consolidación y reafirmación del cártel: “Hay
que tener mucho cuidado con esas lecturas. El hecho de que eventualmente no
hubiera violencia no significaría que se acabó el grupo, sino que su
reestructuración ya estaba muy avanzada”.
Reacomodos
en todo el territorio
Director
académico del centro de investigación Scientific Vortex, considera que la
aprehensión del Chapo podría, eso sí, impactar en fenómenos como la
reestructuración de la actividad delictiva en Michoacán. “La lucha por
Michoacán es porque se busca con las autodefensas una autodepuración frente a
Los Caballeros Templarios. Pero hay evidencias previas sobre la presencia de
cárteles como Nueva Generación, que tenía un vínculo con Sinaloa y está
buscando entrar a la ciudad de Lázaro Cárdenas, cuyo puerto es clave para el
tráfico ilegal en el Pacífico”.
–En
las eventualidades hay que considerar a Los Zetas, el principal grupo opositor
al Cártel de Sinaloa –se les plantea.
Salcedo-Albarrán,
filósofo con maestría en ciencia política y director de Scientific Vortex,
responde: Los Zetas también operan a través de redes con autonomías relativas,
incluso en muchos casos con demasiada autonomía… pese a lo cual siguen siendo
zetas. Lo mismo pasa en California, donde absorben pandillas, y en Guatemala,
donde sus miembros ya se conocen como los guatezetas.
Refiere
el caso del tráfico de hidrocarburo condensado y su venta a empresas legales en
Estados Unidos, “que no tienen ningún problema en pagárselo directamente a la
banda”.
Esa
banda –que nació con un carácter paramilitar, al ser fundada por desertores del
Ejército mexicano– “es uno de los mejores ejemplos de descentralización
elevadísima, lo cual les da también un alto nivel de resistencia. Para
desaparecerlos tendrían que operar sobre muchísimos actores y redes simultáneas
en varios países”.
–¿Eso
explicaría que a la declaración oficial de muerte de Heriberto Lazcano, El
Lazca, y a la detención de Miguel Ángel Treviño, El Z-40, no se supiera de
grandes enfrentamientos? –se le pregunta.
–Su
carácter paramilitar propiamente dicho también pudo irse mutando. Como en el
caso del Cártel de Sinaloa, con Los Zetas podemos estar en un escenario de nuevas
alianzas, incluidas las políticas.
Advierte
que en el caso de Michoacán la preeminencia de las autodefensas no es la
solución. Por el contrario. Recuerda lo que ocurrió con las llamadas
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que surgieron como una sombrilla de los
grupos paramilitares, financiados por hacendados y comerciantes que luchaban
contra las guerrillas.
Estaban
apoyadas por fracciones del Estado, algunos gobernadores y alcaldes. Una vez
que avanzaron en el control social y militar, el siguiente paso fue el control
político para capturar o cooptar las estructuras gubernamentales y dar paso a
un Estado mafioso y autoritario. “Eso ocurrió a mediados de los noventa y aún
estamos sufriendo ese flagelo”, apunta.
El
propósito de las AUC –consignado en un documento llamado Refundar el Estado–
era consolidar el poder territorial de todos los agrupados (entre quienes había
terratenientes y latifundistas) mediante un movimiento de derecha que acabara
con la oposición, a la que asociaban con el terrorismo y la guerrilla. Las AUC,
no obstante, tuvieron una vinculación estrecha con el narco.
“Fue
un proyecto que conocí a fondo”, declara Garay, quien entre sus estadías en
Europa, en especial en Italia, funge como director del Proceso de Verificación
de la Comisión Nacional de Seguimiento a la Política Pública sobre
Desplazamiento Forzado en Colombia, un fenómeno entreverado entre el combate al
narcotráfico y la guerrilla.
Garay
y Salcedo-Albarrán se sorprenden de que en México no se haya emprendido una acción
sistemática contra los actores políticos y económicos relacionados con la
delincuencia a gran escala.
“Nos
da la impresión de que en México ha pasado lo mismo que en Colombia, donde las
organizaciones delictivas han cooptado a sectores del poder político para
garantizar sus actividades, aunque aquí no se ha judicializado nada sobre
legisladores federales, como fue el caso de Colombia, donde entre 2002 y 2006,
38% de los congresistas fue procesado por sus relaciones con el narco”,
coinciden.
La
cooptación política en Colombia ha continuado y muchos de esos actores se han
reciclado en la vida pública colombiana, pero “en México no tenemos evidencias
judiciales sobre legisladores federales, sino del ámbito local y municipal”,
donde se padece la “institucionalidad más débil”, aseguran.
Los
investigadores opinan que ni la propaganda permanente de combate a las bandas
trasnacionales ni el silencio son la mejor forma en que un gobierno puede
enfrentar a estos grupos.
“Las
dos políticas se van a los extremos. Al expresidente Felipe Calderón se le
reprocha haber alborotado todo sin estar preparado con un plan de acción. Eso
implicó los niveles de violencia que se vivieron sin haber tenido la fuerza,
inteligencia ni acción necesarias para controlarla. Intentar acallar eso y
mantener algún tipo de pacto en el que los narcotraficantes pudieran seguir
operando habría sido totalmente deplorable.
“El
otro extremo es ya no llamarle ‘guerra contra el narco’, sino problemas de
seguridad aislados. Eso es evadir una situación dramática, lo que es poco
deseable porque hace que la sociedad no se percate de la verdadera magnitud del
problema. Saber lo que pasa es indispensable para tomar cualquier decisión”,
indica Salcedo-Albarrán.
Garay
comenta que México se encuentra en otra etapa de la delincuencia organizada,
donde la violencia ya no es la protagonista: “Puede haber una nueva
reconfiguración de relaciones políticas y de alianzas entre algunos cárteles.
Algo de ese estilo puede estar pasando”.
Los
especialistas advierten de otra manifestación del estadio actual de la
criminalidad: los narcotraficantes personales, que están aumentando y
fortaleciéndose. Se trata de narcoempresarios y profesionales que trabajan sólo
para sí mismos, expone Garay Salamanca, quien ha sido además asesor en el
Ministerio de Hacienda del gobierno de Colombia y consultor en el Banco
Interamericano de Desarrollo. Esos micronarcos devienen en “capital social
perverso”.
Instituciones
vulneradas
Sobre
los señalamientos desde Estados Unidos y México de que la delincuencia
organizada en territorio mexicano fue prohijada por el PRI, Garay rememora que
la infiltración en las instituciones y la sociedad ha ocurrido durante mucho
tiempo, por lo que el problema no se le puede atribuir de manera simplista a un
partido en específico: “Aquí ha habido rupturas en las transiciones políticas,
de alianzas, compromisos, acuerdos, y esto tiene influencia no sólo de lo
ilegal a lo político, sino de lo político a lo ilegal”.
Refiere
que ese proceso de ilegalidad suma ya muchas décadas en México, tal como ha
ocurrido en Colombia, y que grupos crecientes de la sociedad –políticos,
funcionarios, empresarios o profesionales, entre otros– van asumiendo patrones,
formas y conductas que al menos en la letra no contradicen o confrontan la
legalidad.
Sin
embargo, su actuación real linda con el delito. Los investigadores los llaman
“agentes opacos o grises”: Además de personas se trata de instituciones
públicas y privadas “que contribuyen de manera decisiva a la reproducción del
capital ilegal, entendido no sólo como capital económico o financiero, sino
también político, social y en algunas ocasiones cultural”.
Para
los investigadores, las manifestaciones del pasado miércoles en Culiacán y
Guamúchil, Sinaloa –en las cuales se exigió que El Chapo no fuera extraditado a
Estados Unidos– son una expresión de la “aculturación mafiosa”, que demuestra
cómo los patrones legales se han relajado.
–¿Es
posible revertir ese capital social de los cárteles? –se le inquiere a
Salcedo-Albarrán.
–Siempre
es posible que la sociedad avance hacia la adopción de patrones morales,
culturales y políticos dentro de la legalidad. El problema es que
progresivamente, a veces muy despacio, se han ido adoptando patrones culturales
de ilegalidad como si fueran normales. En la medida en que los Estados van
recuperando legitimidad y confianza, es posible revertir esta situación.
“Los
delincuentes han aprendido que ya no es enfrentando al Estado como van a
permanecer. Aspiran al control político, pero no a la participación política
directa. Lo que buscan a través de funcionarios afines es tener la influencia
suficiente sobre las instituciones y crear las condiciones más propias para
operar y ampliar su capital.
“Desde
principios del siglo XX los italianos aprendieron que mafia sin Estado no puede
existir. Nosotros hemos reaprendido que redes ilícitas trasnacionales sin
parcelas del Estado y sin parcelas de la sociedad tampoco podrían existir. No
tendrían cómo utilizar ese capital social acumulado.”
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