“Si
Freud me hubiera conocido, el complejo de Edipo se llamaría complejo de
Almudena”
Almudena
Grandes lleva la escritura en su ADN
JUAN
CRUZ
EL País Semanal, 7 MAR 2014
–Hablemos
primero sobre la calma…
–Esa
desconocida…
Quise
plantearle esa cuestión a Almudena Grandes porque es muy difícil asociar a esta
mujer grande, de risa asaltada por el humo del tabaco y de ojos inquisitivos y
cariñosos, con la palabra calma. Su casa, donde escribe “desde que los demás se
van a clase o al trabajo”, respira sosiego y recuerdos, pero ella misma solo se
calma cuando escribe. “Para mí la escritura es como una vida paralela”.
Así
que ahí se serena, en ese escritorio que hubiera envidiado Galdós, aunque quién
sabe qué hubiera hecho su admirado novelista canario ante este ordenador
inmenso que mira Almudena desde que se queda sola.
Su
nueva obra, que sale ahora publicada por Tusquets, se titula Las tres bodas de
Manolita y es el tercero de seis episodios en los que se propuso contar la
interminable posguerra española. Cuando lo abres y comienzas a leer esta
escritura minuciosa y calma, en seguida te viene a la mente aquella Almudena
activa, que no para ni en la casa ni en el mercado ni en la calle ni en los
bares, donde habla e inquiere con una velocidad que ya lleva su nombre, la
velocidad de Almudena.
Pues
aquí se apacigua, y de ahí proceden estos volúmenes. Alrededor del ordenador
están sus cajas estrujadas de tabaco, hay fotos de amigos (el poeta Ángel
González es como uno de los santos laicos de estos altares) y hay abundante
material gráfico de los libros que ya publicó, sobre todo de estos Episodios de
una guerra interminable al que corresponde Las tres bodas de Manolita.
Es
una casa (en la que vive con su marido, el poeta Luis García Montero) de la que
ahora se van los hijos (“van y vienen, viven cerca”), pero donde hay sillones y
sillas por doquier, y mesas, y rincones que, cuando se hace de noche (sobre
todo si hay partido y juega el Atlético de Madrid, su equipo), se llenan de
amigos, entre los que estuvo Ángel González y entre los que siguen viniendo
Joaquín Sabina, Chus Visor, Benjamín Prado… Es un hogar, por así decirlo, de
familia numerosa, acaso como estos propios libros de Almudena Grandes.
Así
que es dos Almudenas, la que vive en el barullo y la que se queda sola en casa.
“Aprendí hace mucho tiempo que para escribir novelas tenía que aislar mi vida
verdadera de la vida de la novela… Lo que no puede pasar es que cuando seas
feliz, todo lo que pase en la novela sea estupendo, y que cuando estés mal,
todo lo que ocurra en el libro resulte un horror”.
Para
que se concentre en la obra, “el escritor ha de gestionar la soledad”. Esa
respiración solitaria es la que confiere sosiego: “Cuando me levanto, entro en
mi despacho, enciendo el ordenador y me enfrento a lo que he escrito, entro en
un espacio que es exclusivamente mío y en el que no dejo que nada me preocupe”.
Va
sola, escribe sola, pero en la cabeza hay un volumen de hechos, de diálogos y
personajes. Como en Las tres bodas de Manolita. Me la imagino dando manotazos a
la vida cotidiana para encerrarse al fin con toda esa enorme familia de
ficción. “Me da vergüenza contar estas cosas, sobre todo en los institutos,
porque los chicos me miran como si fuera una médium con experiencias
paranormales… La verdad es que tengo un sistema de trabajo que me permite saber
mucho de la novela antes de empezarla; antes de escribir la primera palabra,
trabajo durante meses en un cuaderno”.
Cuando
escribo, entro en un espacio exclusivamente mío y en el que no dejo que nada me
preocupe
En
los cuadernos se cuenta la historia a sí misma, traza los personajes por
separado, cómo son, qué les ha pasado… Es como si construyera un edificio en el
que hay cronologías, sucesos, gente, y todo eso está en la cabeza que al fin se
sienta delante del ordenador que hubiera envidiado Galdós… Pero cuesta imaginar
que tuviera ya las seis novelas de la serie en la cabeza. “Me enganché a la
historia contemporánea de España cuando estaba empezado a escribir El corazón
helado (2007). Desde entonces solo leí libros relacionados con la posguerra,
solo veía cine de posguerra, y vi fotos, todas las fotos que pude de esa época…
Un día ya me imaginé las seis novelas y vi que era capaz de contármelas a mí
misma… Supongo que porque tengo la suerte de mezclar memoria y cotilleo, las
condiciones que debe tener un novelista según Juan Marsé”.
Muy
cotilla “porque con la propia vida no vas a ninguna parte, necesitas nutrirte
de la de los demás”, y además has de tener mucha memoria “para almacenar y
poder contar cuando te conviene”. Un día llamó a su editor en Tusquets: “Juan
Cerezo estaba en Londres, y se quedó de piedra cuando le dije que iba a empezar
a escribir una serie de seis novelas. ‘¿Por qué seis?’, me dijo”. Se acordó de
don Benito Pérez Galdós y de sus Episodios nacionales.
–Pero
ímpetu y Almudena es lo mismo, ¿no?
–Bueno,
sí; ímpetu cuando acierto, pero también cuando me equivoco. Es verdad que soy
enérgica…
–Y
habrá tenido momentos lánguidos…
–Que
han sido normalmente buenos; pero también he tenido episodios de desactivación.
Es verdad que soy muy tenaz, es un rasgo de mi carácter: nunca doy una causa
por perdida.
Una
vez escribió (Castillos de cartón, 2004): “Estábamos en 1984 y teníamos veinte
años, Madrid tenía veinte años, España tenía veinte años y todo estaba en su
sitio”. Ahora el tiempo lo ha roto todo, ¿o lo hemos roto nosotros? “No creo
que haya sido el tiempo; aquel fenómeno era verdadero, yo lo vi, era
adolescente en una ciudad y en un país adolescente. Como todos los momentos de
gran felicidad en la vida de las personas, de las naciones, tenía un porcentaje
importante de ilusión; era real porque las ilusiones y las fantasías son
reales, pero esa exaltación tenía bases frágiles. Y ahora vivimos, como decía José
Álvarez Junco, en una democracia hermética, en un país anonadado”.
omo
observadora de las heridas que quedaron, ¿cuándo acabó la guerra? “Cuando llegó
la democracia… ¿Sabes por qué mi protagonista se llama Manolita y por qué en
todas partes hay una Manolita? Son homenajes distintivos de los que te das
cuenta después de poner ese nombre a la Manolita de Las bicicletas son para el
verano, de Fernando Fernán-Gómez. Al final de esa obra, el niño le dice al
padre: ‘Pero, papá, ahora que se ha acabado la guerra, el verano que viene me
podré comprar una bicicleta porque ya estaremos en paz’. Y el padre le dice:
‘Hijo, no ha llegado la paz. Ha llegado la victoria’… Es lo que creo que pasó
en España, y en Manolita… se repite mucho: una joven muy desarmada, que no es
de buena familia ni tiene dinero, de repente observa que la paz se ceba con
ella, la echan de casa, encarcelan a su padre, se queda con unos niños
pequeños, y en seguida empieza a sentir que la paz ha traído otra guerra a su
vida. Para esta gente, la guerra se terminó cuando llegó la democracia, cuando
se cerró el paréntesis de aquella guerra prolongada por la paz, que no fue una
paz, sino una victoria, como decía Fernán-Gómez”.
Todos
los libros de Almudena pueden contar la historia de Almudena, la de sus padres,
la de sus barrios madrileños… En sí misma, la historia de su padre, Manolo, es
una novela: ferretero, vividor, mujeriego, obsesionado “porque me fuera bien en
la vida, porque me dieran premios”… Y la de la madre, Benita (todos la llamaban
Moni), que murió cuando la escritora tenía 22 años…
Soy
muy tenaz, es un rasgo de mi carácter, nunca doy una causa por perdida
Bisabuelos
y abuelas excéntricas o desaparecidas, historias familiares que parecen
habitantes de los cuadernos de sus ficciones, y cuyo enunciado solo sería otra
novela de Almudena Grandes. De todo ello, una curiosidad: ¿por qué se enfadó
con su madre? “No fue enfado exactamente. Ocurre que una persona te puede
querer mucho, pero no comprenderte en absoluto… Lo que sucedió con ella pasó
con todas las mujeres de mi generación… Cuando las madres de las mujeres
italianas, por ejemplo, eran feministas y quemaban el sujetador, mi madre vivía
en el siglo XIX, en un país donde el estatuto jurídico de las mujeres era
decimonónico, y el código penal, ni te lo cuento… Esa diferencia producía un
elemento inconsciente de hostilidad hacia nuestras madres. Había un océano de
incomprensión muy grande que las mujeres que han tenido la suerte de no perder
a su madre tan pronto han podido resolver. Después de haber llorado a mi madre,
lloré un montón con la dedicatoria de Usos amorosos de la posguerra española,
de Carmen Martín Gaite, que dice: “A los hijos de las mujeres de mi generación
con la esperanza de que entiendan mejor a sus madres”.
Manolo,
el padre, fue un cómplice, sin embargo. Vivió hasta 2005. “Era un trueno, un
señor muy inclasificable. Tenía 73 años cuando murió, mi madre había muerto con
47… Si Freud me hubiera conocido a mí, el complejo de Edipo se hubiera llamado
Almudena porque estaba enamorada de mi padre y del padre de mi padre. Era un
francotirador total, un trueno…”.
–Mi
padre siempre temía que yo fracasara. Ahora, cuando me dan un premio u ocurre
cualquier cosa que le hubiera halagado, yo digo: “¡Qué putada, papá, qué
putada…, si en realidad te lo habrías pasado mejor que yo!”.
–La
calma, pues…
–La
calma hubiera sido que él estuviera aquí todavía, que estuviera mi madre… Pero
la vida es así de cabrona. Ya no están ellos, pero en general me siento una
persona afortunada.
En
la puerta de salida hay unos papeles con versos de Cernuda, de Ángel González,
de Bécquer. Los deja la hija de Luis, Irene, que hasta hace nada vivía con
ellos. Y con ellos se ha quedado Elisa, la hija de ambos. “Sí, la vida es sabia
y cabrona, pues te acaba jugando la pasada habitual, y ahora me encuentro
diciéndole a mi hija adolescente las cosas que mi madre decía, haciendo lo que
ella hacía… Es normal, es así, solo que yo tuve la mala suerte de perder a mi madre
a los 22 años”. La oyes hablar y entiendes que después del trueno de la vida y
de las nostalgias que esta deja, la escritura calme el semblante de Almudena
Grandes.
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