¿La
segunda guerra de Crimea?/Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.
La
Vanguardia |7 de marzo de 2014
¿El
mundo al borde de una guerra? Muchos libros y aún más artículos se han
publicado recientemente acerca de la Primera Guerra Mundial un siglo después de
su estallido. ¿Y ahora de repente la segunda guerra de Crimea? La primera
guerra de Crimea (1853-56) tuvo lugar principalmente en esa península, pero en
realidad no tenía nada que ver con ella –la causa inmediata fue si los rusos
mantenían ciertas prerrogativas en las iglesias de Jerusalén–. Las causas
reales fueron más profundas, pero de nuevo no tenían nada que ver con la
península.
¿Segunda
guerra en Crimea? Después de semanas de falso optimismo, hay una creencia
generalizada entre los políticos y los medios de comunicación de que el mundo
está al borde de un nuevo abismo (léase guerra), una oscilación brusca del
optimismo a casi la histeria. Hasta el 1 de marzo se produjo la firme creencia
de que si se había producido una crisis en Ucrania había sido resuelta. Obama
seguía creyendo que, como les había dicho a los rusos tiempo atrás, en su
segundo periodo como presidente tendría más libertad para un restablecimiento
real de relaciones rusoestadounidenses más amistosas y cooperativas. El presidente
parece que prefiere basar su juicio en su propia intuición y (a menudo un
deseo) pensar sin el estorbo de mucho conocimiento sobre el mundo exterior,
especialmente en relación con lo que los líderes de Rusia piensan sobre Estados
Unidos y el choque de intereses de estos países.
Pero,
¿por qué culparlo? Si se hubiera preguntado a los expertos de inteligencia le
habrían dicho que no había ninguna razón para tanto miedo y excitación. Ni a
largo ni a corto plazo. Los rusos eran una fuerza gastada, ningún peligro real
para los intereses norteamericanos, y si hubiera habido una crisis en Ucrania
en febrero, se hubiera resuelto. Los estadistas se felicitaban entre sí por
haber provocado esta relajación en los asuntos mundiales. Steinmeier, el
ministro de Exteriores alemán, fue felicitado por todos los partidos políticos
por el papel decisivo que había jugado; Sikorski, el jefe de la diplomacia
polaca, declaró que la iniciativa para las negociaciones había surgido de su
país –y se fue a Teherán, donde los problemas polacoiraníes sin duda son
vitales y urgentes–. Fabius, el titular francés de Exteriores, se marchó a
China para una visita que posiblemente no podía posponerse y los chinos nunca
le hubieran perdonado. Los medios de comunicación anunciaron que era impensable
que Putin pusiera en marcha una intervención militar.
Y
en unas pocas horas todo cambió porque unos pocos cientos (tal vez unos pocos
miles) miembros de la extrema derecha ucraniana –Svoboda y aún más extremistas–
se habían dedicado a la violencia en la plaza de la Independencia de Kíev. Hubo
disparos, se lanzaron cócteles Molotov y, donde semanas de pacíficas
manifestaciones habían sido ineficaces, la violencia causó su efecto. El
presidente huyó y se constituyó un nuevo gobierno. Yanukóvich había sido un
títere de Moscú pero había sido plenamente obediente. Estuvo de acuerdo con la
insistencia de Putin en declarar Ucrania como “interés legítimo” de Rusia, pero
aparentemente no quiso pagar por ello y la situación económica se volvió
desesperada. Se necesitaron miles de millones para evitar la bancarrota del
Estado ucraniano.
¿Quiénes
eran los hombres armados? Patriotas, algunos de ellos semifascistas, un poco
estúpidos y que, por supuesto, jugaron a favor de Putin. ¿Qué sucederá ahora?
¿Hasta dónde llegará Putin? ¿Cuánta ayuda puede esperar Ucrania de Occidente?
Putin sintió que tenía que actuar. Ya que no se podía restaurar la URSS, la
posición privilegiada de Rusia en las repúblicas perdidas tenía que ser
mantenida. Kíev fue la cuna de la civilización rusa y de su condición de
Estado, Sebastopol era la base de la flota del mar Negro rusa. La política que
siguió no fue un capricho personal, está apoyada por la abrumadora mayoría de
la opinión pública rusa, incluyendo la mayor parte de la oposición. Putin
quiere un gobierno amigo de Moscú en Kíev y que Crimea sea algo parecido a un
protectorado ruso. También quiere que Occidente mantenga a Ucrania
financieramente a flote con algo así como un nuevo plan Marshall, miles de
millones aportados de modo inmediata por Europa a cambio de la promesa rusa de
no ocupar Ucrania.
Los
líderes estadounidenses han usado un lenguaje fuerte: los líderes rusos deberán
pagar un precio –el aislamiento, tal vez la exclusión del G-8–. Pero, ¿qué
quiere eso decir en la práctica? No mucho. ¿Qué aislamiento? Rusia tiene el
apoyo de China y a la mayor parte de los estados de la ONU no les preocupa
mucho Ucrania y Crimea. Obama puede cancelar su visita prevista a Rusia, pero
esto no provocará muchas noches de insomnio a los rusos. ¿El daño económico?
Eso podría ser más grave. La política rusa tendrá como objetivo evitar esa
consecuencia en las próximas semanas, el Kremlin sabe que los poderosos
intereses económicos en Europa quieren mantener las relaciones económicas con
Rusia. ¿Qué va a hacer Europa? Los europeos del Este, ni que decir tiene, están
preocupados. Hay reuniones en Bruselas, también en la sede de la OTAN, para
coordinar políticas.
¿Qué
políticas, duras o blandas? Obama tuvo una larga conversación con Putin el
pasado sábado y es razonable esperar más llamadas telefónicas. Y al final, si
son razonables, los rusos lograrán lo que quieren. Desafortunadamente, siempre
hay el peligro de que las cosas se salgan de control, pero en este caso es muy,
muy pequeño.
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