El
caro voto de los diputados/JESÚS CANTÚ
Revista
Proceso
# 1970, 2 de agosto de 2014
La clave de la disciplina partidista estriba
en estos 170 mil pesos (calculados a partir de la información publicada en
Proceso 1968 y 1969) que recibieron en promedio los diputados de PRI, PAN y PRD
entre septiembre del 2012 y abril de este año.
Hasta aquí no hay un cambio importante
respecto a lo que sucedía en las pasadas legislaturas, es decir, la entrega de
recursos monetarios a los líderes en función del número de diputados que
tuviera su bancada, para que ellos los distribuyeran libremente; lo que marca
la diferencia en el neopresidencialismo (Proceso 1968) es que ahora se asignan
partidas adicionales para repartir discrecionalmente entre las cabezas de los
grupos camarales que respaldan las iniciativas presidenciales (Proceso 1969).
La novedad en esta legislatura es el incremento en el monto y la
discrecionalidad en la asignación de los recursos para el control de las
bancadas.
En general, salvo casos excepcionales y
memorables, los legisladores mexicanos se han caracterizado por una férrea
disciplina partidista, lo cual se manifiesta claramente en el voto casi unánime
de los grupos en los asuntos controversiales. Así que en este aspecto no hay
sorpresas. Lo novedoso es el intempestivo viraje en el sentido del voto de
legisladores de varios partidos políticos (particularmente los tres impulsores
del llamado Pacto por México: PRI, PAN y PRD), quienes ahora aprobaron
propuestas que hace muy pocos meses habían rechazado. Esto fue particularmente
notable en los tricolores en la reforma energética y en los blanquiazules y
amarillos en la de telecomunicaciones.
Una
explicación para este giro es sin duda este generoso reparto de recursos,
impulsado desde el Poder Ejecutivo; para ponerlo en términos muy llanos, es la
compra directa de votos legislativos con el fin de sacar adelante las
iniciativas presidenciales sin modificaciones relevantes.
Pero aunque todos los votos cuentan
exactamente igual al aprobar reformas legales o nuevas legislaciones, lo mismo
que al rechazar las mociones de los opositores, no todos los legisladores
tienen el mismo peso específico en sus grupos, y esto también se los reconocen
el Ejecutivo y los líderes parlamentarios. Sin embargo, las retribuciones para
estos legisladores con mayor influencia en sus grupos legislativos, sus distritos
o sus partidos, son a partir de las posiciones que ocupan dentro de las
cámaras, las comisiones o los grupos parlamentarios, y para ellos la
distribución pecuniaria se hace mediante el ejercicio presupuestal del Poder
Legislativo o las participaciones federales a los gobiernos de los estados y
municipios.
Así, los diputados más influyentes son los que
tienen injerencia directa en la asignación de las partidas presupuestales; en
el cobro de comisiones a los gobernantes de las entidades o municipios
beneficiados; en el condicionamiento de trabajar directamente con determinadas
empresas o personajes (particularmente el periódico Reforma ha sido prolijo en
destapar este tipo de escándalos); y en el manejo de las mismas partidas, lo
que Monreal denuncia en Proceso 1968 y que tiene que ver con la asignación
directa de contratos, la contratación de personal y demás vías que les permiten
allegarse recursos o beneficiar a sus amigos.
Para ponerlo en términos muy llanos: Los 500
diputados reciben mensualmente los 148 mil 558 pesos correspondientes a las
dietas, asistencia legislativa y atención ciudadana; los líderes de todos los
grupos parlamentarios tienen para repartir (arbitrariamente) entre los
integrantes de sus bancadas un promedio de 131 mil 697 pesos mensuales
adicionales, que ya no llegan igualitariamente a todos; además, los líderes de
las fracciones que apoyan las iniciativas presidenciales han recibido el
equivalente a casi 40 mil pesos mensuales por cada legislador de su grupo; y,
por si todo esto fuera poco, son los propios líderes los que definen a cuáles
legisladores (los supuestamente más influyentes) colocan en posiciones “donde
hay”.
Esta es la fórmula que permite al gobierno de
Enrique Peña Nieto sacar adelante las llamadas reformas estructurales tan
largamente anheladas. No ha sido, como muchos analistas políticos señalan, la
operación política de los tricolores o la conciencia nacional de la oposición;
simplemente, el manejo inescrupuloso de los recursos públicos para comprar los
votos necesarios. Seguramente, a los dirigentes partidistas, además de fórmulas
similares para hacerles llegar su recompensa económica, también les deben
incluir algunas concesiones como posiciones políticas y la incorporación de
algunas de sus demandas históricas en las reformas, como claramente sucedió con
el PRD en la reforma fiscal y con el PAN en la energética.
Pero, sin duda, en el Congreso de la Unión el
principal incentivo para lograr los votos que requieren las reformas
constitucionales y legales es el reparto de los recursos públicos entre los
legisladores. Una vulgar compra de votos.
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