La
lección de Mamá Rosa/JAVIER SICILIA
El
chivo expiatorio, como lo ha mostrado René Girard, es un ser que, dadas ciertas
características, la sociedad convierte en el objeto de la violencia y del odio
que se ha generalizado y se ha vuelto incontrolable; un ser que, como la
fabricación de las brujas en el medioevo, sirve como catalizador del mal
social. Mamá Rosa, en las condiciones de violencia del país, pertenece a esos
seres.
Mujer
buena, que en un momento de su vida tomó el camino de asumir, con la
complacencia del Estado, los males de una sociedad: niños abandonados,
huérfanos o no queridos, tiene en su accionar algo desagradable: sus maneras
–no era una pedagoga, sino una mujer caritativa enfrentada a cientos de niños
que debía alimentar y educar– abrevaban en una educación añeja: la
verticalidad, el manotazo, el castigo duro y ejemplar.
¿En
qué momento ese orden difícil de mantener en los límites perdió su proporción
para convertirse en un régimen de hacinamiento y brutalidad? No lo sabemos –es
una tarea que las autoridades deben investigar con verdad y castigar en su
justa proporción–. Sin embargo, la manera en la que la policía y los medios
tomaron la parte por el todo y redujeron a Mamá Rosa a un monstruo de maldad
cuyo objetivo, por sus maneras de educar, era desde siempre la trata y la
inhumanidad, obedece a ese mecanismo social que canaliza la violencia sobre una
persona para ocultar la verdadera violencia y su degradación moral.
En
el caso de México, esa degradación está en las auténticas redes de trata y de
explotación sexual que el Estado no ha querido desmantelar –el caso de Cuauhtémoc
Gutiérrez de la Torre es, en este sentido, impecable–, en los miles de niños
que a lo largo de 60 años familias enteras, con la aprobación y el beneplácito
de la sociedad zamorana y de las autoridades del estado, entregaron a Mamá Rosa
y a su albergue, en más de 100 mil muertos que no hallan justicia y se siguen
acumulando, en más de 30 mil desaparecidos que el Estado no encuentra, en
cientos de extorsiones, secuestros y asesinatos que diariamente padecemos, en
los miles de niños que han cruzado por nuestro territorio y han terminado,
después de vejaciones sin fin, en las instituciones migratorias de los Estados
Unidos, en los cientos de indocumentados centroamericanos que son extorsionados
y desaparecidos con la colusión de las propias instituciones de migración
mexicanas.
Ese
mecanismo permite que la mezquindad social –de allí el éxito de los talk show–
proyecte sus miserias y su incapacidad para asumirlas en el “monstruo” y lave
así su conciencia. Permite también que el Estado, corrompido y fracasado,
recupere su imagen de garante de los derechos humanos, de salvaguarda de la
justicia y protector de la infancia y de la paz.
Lo
que, sin embargo, ese mecanismo revela en su ocultamiento es la monstruosidad
de un Estado que ha abdicado de su vocación fundamental y la ha entregado a
otros; revela también la monstruosidad de una sociedad que, desgarrada en su
tejido social, es incapaz de garantizar la dignidad de su niños y de sus
jóvenes y ha preferido abandonarlos.
La
imagen que la PGR y la nota mediática construyeron de Mamá Rosa y su albergue
es el rostro de la degradación moral de un país y de un Estado que lentamente,
a pesar de sus buenas intenciones, de sus maravillosas leyes, de su buena
conciencia, de sus discursos morales, ha convertido la casa de sus hijos en un
muladar y en una escuela del crimen, el desprecio, la irresponsabilidad y el
abandono; es la imagen de nosotros mismos que no queremos reconocer y delante
de la cual, asqueados, nos desgarramos las vestiduras y nos lanzamos contra ella.
Lejos
de salvaguardarnos, la monstruosidad que hemos hecho de Mamá Rosa nos acusa
irremediablemente y nos dice que ella es en realidad nosotros, y que debemos
asumirlo y cambiar si algún día queremos escapar de la degradación y la
violencia que hemos construido y que buscamos eludir con toda suerte de chivos
expiatorios.
Además
opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra,
liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los zapatistas y
atenquenses presos, hacer justicia a las víctimas de la violencia y juzgar a
gobernadores y funcionarios criminales.
1 comentario:
BIEN FRED. LO BUENO ES QUE DIOS PERDONA TODO ESTO. TEN FE EN DIOS.
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