Parecían
buenos muchachos, pero secuestraban, torturaban, mataban.../RODRIGO
VERA
Revista
Proceso # 1970, 2 de agosto de 2014
Todos
estudiaban en el Instituto Tecnológico de Acapulco y eran bien vistos en su
escuela y en sus círculos sociales, pero formaban una banda de secuestradores y
asesinos que demostró una crueldad extrema y una absoluta falta de escrúpulos.
Secuestraban a sus compañeros de la universidad y, aun cuando cobraban el
rescate, los mataban para que ellos no pudieran identificarlos. Vienen de
familias con influencias, por lo cual los padres de las víctimas temen que
pronto queden en libertad… y busquen vengarse.
ACAPULCO,
GRO.- La noche del 4 de enero de 2013 la señora Elisa recibió una llamada
telefónica de unos desconocidos quienes le dijeron que tenían secuestrado a su
hijo Arturo Ríos Ceballos, de 18 años y estudiante de ingeniería del Instituto
Tecnológico de Acapulco (ITA). Le pedían un rescate de 800 mil pesos.
Doña
Elisa sólo pudo reunir 45 mil pesos. Los secuestradores aceptaron esa suma. Le
pidieron que se vistiera de blanco y fuera a dejar el dinero –en una bolsa de
plástico– a una calle solitaria que le indicaron. Cumplió las instrucciones,
pero jamás le devolvieron a su hijo.
Tres
días después, el 7 de enero, fue hallado el cadáver del muchacho. La madre fue
a identificarlo al Servicio Médico Forense. Lo habían ahorcado con una cuerda
después de haberlo torturado.
Doña
Elisa recordó la última conversación telefónica que tuvo con su hijo, el mismo
día de su secuestro: él dijo que una amiga del ITA, Leslie Cahori Jiménez
García, lo había invitado insistentemente a su casa. La madre de Arturo levantó
una denuncia penal y ahí mencionó ese hecho.
La
policía localizó e interrogó a Cahori y descubrió en su teléfono celular videos
de jóvenes siendo sometidos a tortura. Ella confesó que pertenecía a una banda
de estudiantes del ITA dedicada a secuestrar y asesinar a sus propios
compañeros. Entre sus víctimas estaba Arturo Ríos.
Pronto
se capturó a los nueve integrantes de la banda homicida. En los celulares de
todos ellos había videos de jóvenes torturados que enviaban a los familiares de
las víctimas para amedrentarlos; también había registro de las llamadas en las
cuales pedían los rescates.
Todos
ellos, estudiantes del ITA, tenían buenas calificaciones, su conducta era
irreprochable y no tenían vicios… Parecían buenos muchachos.
Entre
2010 y enero de 2013 la “Banda de los Cahori” –como se conoce en el puerto–
secuestró y asesinó a unos 39 jóvenes acapulqueños, según cálculos de
familiares de las víctimas.
Su
modus operandi era el siguiente: primero escogían a alguno de sus compañeros,
lo invitaban a salir, lo llevaban a una casa de seguridad y ahí lo
secuestraban. Luego de obtener el rescate lo ahorcaban con un cable de luz y lo
descuartizaban con un hacha. Tiraban sus restos en algún lugar. Solían ir a los
funerales de sus víctimas para dar el pésame a las familias.
Doña
Elisa –cuya denuncia hizo caer a la banda– comenta en la sala de su casa, junto
a la foto enmarcada de su hijo: “Leslie Cahori era muy amiga de mi hijo,
seguido venía aquí a la casa. Nunca imaginé que ella y otros amigos de la
universidad cometieran ese crimen tan perverso. Ya después, conforme avanzaron
las investigaciones, hemos calculado que mataron a unos 39 jóvenes. Mi hijo fue
el último. Filmaron su tortura en uno de sus celulares. Todavía no doy crédito.
Es algo espantoso”.
–¿Pertenecían
a algún cártel del narcotráfico?
–No.
Actuaban por cuenta propia. Y ellos mismos declaran que el dinero de los
rescates lo usaban para darse buena vida: comprar ropa, buenos carros, irse de
vacaciones y cosas así. Su objetivo era obtener dinero. Y se veían obligados a
matar porque sus secuestrados los conocían.
–¿Gracias
a su denuncia se detuvo a la Banda de los Cahori?
–Sí.
Era una banda que llevaba unos tres años operando. Mi denuncia hizo que dieran
con ella y arrestaran a sus integrantes, quienes fueron soltando los nombres de
algunas de sus víctimas y los familiares de éstas empezaron entonces a poner
denuncias penales.
–¿Se
conocen entre sí las familias de las víctimas? ¿Están actuando en conjunto?
–Mire,
hay familias que no denuncian por temor, prefieren mantenerse al margen;
algunas hasta huyeron de Acapulco. Respetamos su decisión. Pero ya hemos
logrado juntarnos las familias de seis víctimas. En grupo estamos exigiendo
justicia pues vemos que los miembros de la banda todavía no reciben sentencia,
a pesar de que ya confesaron sus crímenes. Los detuvieron hace año y medio y
aún siguen en proceso.
Una
de las familias que se atrevió a denunciar fue la del joven Martín Ríos Chávez,
estudiante de comunicación secuestrado en mayo de 2012. La familia pagó 350 mil
pesos de rescate. Al cadáver del joven lo tiraron atrás de una gasolinera de la
colonia Las Cruces.
Su
madre, la señora Leonor, cuenta su drama: “Mientras tenían secuestrado a mi
hijo recibimos un telefonazo de los secuestradores que nos dijeron: ‘Salgan
afuera de su casa, ahí van a encontrar un chip de celular’. El chip contenía un
video donde estaba mi hijo amarrado y con los ojos vendados. Alguien le ponía
un cuchillo al cuello. Mi hijo gritaba de miedo. Pagamos el rescate pensando
que nos lo entregarían con vida. Pero no. Lo mataron con una saña brutal; de
nueve puñaladas en el corazón.
“En
sus funerales estuvo Leslie Cahori. Nos dio el pésame como lo hacía con las
demás familias de sus víctimas. Ocho meses después, una conocida me habla por
teléfono y me avisa: ‘Ya detuvieron a la banda que mató a tu hijo y a otros
más. Acaba de confesar sus crímenes. Chécalo en internet’. Me llevé la gran
sorpresa al ver ahí a Cahori, la amiga de mi hijo. Resultó ser la principal
enganchadora del grupo.”
–¿Sabían
los directivos del Instituto Tecnológico de Acapulco que ahí había una banda de
secuestradores?
–Corren
versiones de que algo sabían pero no se atrevían a denunciar porque se echarían
de enemigos a los Cahori y se desquitarían con los maestros. De por sí hubo el
caso de un maestro quien logró impedir que le secuestraran a un hijo, pero no
quiso denunciarlos por temor. No sabemos realmente el número de víctimas ni el
de familias afectadas.
“Modus
operandi”
Además
de Leslie Cahori –la única mujer–, la banda estaba compuesta por otros ocho
jóvenes: Luis Gerardo Gálvez Orihuela, El Güero; Marco Antonio de la Sancha
Orihuela, El Marco; Josué Méndez Orozco, El Tío; Luis Enrique Abaunza Salazar,
El Cuajo; Seth Jaramillo Romero, El Zetín; José Roberto Juárez del Carmen, La
Cuija; Fernando Arizmendi Cruz, El Chiche; y Alexis Monsalvo Jaramillo, El
Lalas.
Varios
de ellos se conocieron desde que estudiaban bachillerato en el CETIS 116. La
mayoría ingresaría después al ITA, donde se consolidaron como banda. Según sus
declaraciones, contenidas en la averiguación previa FECIS/004/2013, cada uno
tenía asignada una función específica en el grupo:
La
función de Cahori era “poner a sus conocidos que tengan dinero para poder pagar
un rescate”. También “darles de comer a sus víctimas una vez que las tienen en
la casa de seguridad”.
El
Güero –considerado jefe de la banda– decidía “qué hacer con los secuestrados y
la cantidad de dinero que se va a pedir”. También negociaba con las familias.
El Marco recogía el rescate. El Tío se encargaba de matar a las víctimas. El
Chiche, El Zetín y La Cuija disponían de los cadáveres.
En
su declaración ministerial, El Marco relató cómo operaban y ejemplificó con el
secuestro de Érika Lizbeth Chávez Victoria, en octubre de 2010 y uno de los
primeros crímenes del grupo.
Cuenta:
“Cahori llevó bajo engaño a Érika a una casa de seguridad… Como en todos los
secuestros, era llevar bajo engaño a las personas a la casa de seguridad y ya
en el interior las amarrábamos. Y como las víctimas eran conocidas de nosotros
las teníamos que matar. Érika era una estudiante del tecnológico. También a
Érika decidimos matarla… (por su rescate) únicamente dieron la cantidad de 30
mil pesos… yo nada más vigilaba o halconeaba al momento del rescate”.
En
sus declaraciones por separado los jóvenes detallaron los casos de otros
secuestrados a quienes también asesinaron: entre otros Brian Moisés Dorantes,
Alder Uriel así como “un homosexual de apellido Gervasio”, e incluso “un niño y
una muchacha” cuyos nombres no proporcionaron.
Solían
ahorcar a sus víctimas con un cable de luz o una soga. A veces las
descuartizaban. Usaban un hacha para cortar la cabeza y un machete para
desmembrar el resto del cuerpo. Usualmente metían los cuerpos descuartizados en
bolsas de plástico para luego tirarlos.
El
Zetín contó que a Brian Moisés lo tuvieron “cuatro días secuestrado”. Luego decidieron
que “lo íbamos a despedazar”. Pero primero El Cuajo y Cahori “lo ahorcaron con
cables”, mientras lo mantenían amarrado de manos y pies con una cinta
industrial gris. Después “El Tío lo descuartizó con un hacha”. El cuerpo lo
fueron a tirar a “la colonia Libertad en tres costalillas, mientras yo les
echaba aguas”.
La
casa de seguridad donde tenían en cautiverio y mataban a sus víctimas está en
la calle Gabriel Cruz Díaz, lote 1, manzana 2, de la colonia Balcones de Costa
Azul, en Acapulco. Pagaban 6 mil pesos mensuales de renta.
Influyentes
En
el expediente también aparecen los informes de los peritos en criminalística de
campo que inspeccionaron la casa, así como los estudios de química forense y
dactiloscopia. Con la prueba de luminol detectaron diferentes rastros hemáticos
en las recámaras, la cocina, el baño, los lavabos, las tuberías y especialmente
en el “hacha con mango de madera” que encontraron en el lugar.
También
se les hicieron estudios psicológicos a los detenidos. El de Leslie Cahori –de
20 años, estudiante de ingeniería en gestión empresarial en el ITA– dice
textualmente:
“Posee
una preocupación por sí misma, ansiedad, dependencia, inseguridad, aislamiento,
agresión, preocupación ambiental, persona con defensas sanas, con angustia y
con sentimientos de inferioridad, timidez y de desvalorización, teniendo una
actitud atenta, participativa ante la entrevista, coherente y congruente, con
lenguaje adecuado.
“Persona
que viene de una familia disfuncional, actualmente vive con su mamá, ocupa el
cuarto lugar de cinco hijos; no toma ni se droga.”
Con
excepción de Luis Gerardo Gálvez Orihuela, quien ocasionalmente bebía alcohol,
los demás integrantes del grupo no consumían tabaco, alcohol ni drogas, y todos
se declaraban creyentes, según sus fichas criminales. A algunos de ellos los
avalaban constancias de buena conducta expedidas por la universidad y grupos de
vecinos.
Incluso
el pastor Ricardo Bibiano le expidió una “carta de buena conducta” –fechada el
14 de enero de 2013 y con el membrete de la Confraternidad de Iglesias
Cristianas Evangélicas de la República Mexicana– a Luis Enrique Abaunza, de
quien dice: “Es un joven honesto y de buena conducta al cual conozco desde su
niñez, y no tengo inconveniente en declarar que es un joven respetuoso de la
doctrina y ha crecido dentro de los lineamientos del evangelio”.
Los
familiares de las víctimas coinciden en que, en efecto, los muchachos eran
estudiantes responsables y sin vicios, algunos provienen de respetables
familias acapulqueñas. Y a Leslie Cahori la veían como una “jovencita tierna y
cariñosa” que solía ir a visitarlos a sus casas.
La
Banda de los Cahori está detenida en el Centro Regional de Reinserción Social
de Acapulco y sujeta a un proceso que se ha ido demorando.
Los
familiares de las víctimas sospechan que el retraso obedece a que los Cahori ya
lograron comprar a las autoridades judiciales guerrerenses. Por ello hacen
gestiones para que el caso lo atraiga la Procuraduría General de la República
(PGR).
Comenta
la señora Elisa: “Algunos miembros del grupo son hijos de gente con
influencias, incluso tienen abogados en la familia. Sabemos que en prisión
gozan de privilegios. No se les ha dictado sentencia siendo que son asesinos
confesos y todas las pruebas los inculpan. Las autoridades de Guerrero están
retrasando el proceso sólo para favorecerlos”.
–¿Qué
maniobras utilizan para provocar este retraso?
–Llevan
meses diciéndonos que todavía les falta reproducir y analizar los videos y los
mensajes que la banda tenía guardados en sus celulares. Nos prometen que pronto
vendrán unos peritos a realizar esa prueba pericial. Son puros pretextos para
bloquearnos. Pedimos un proceso justo. Por eso ya realizamos gestiones para que
la PGR atraiga el caso.
Doña
Leonor comenta: “Así como son de corruptas las autoridades de Guerrero, existe
el riesgo de que los Cahori queden libres. ¿Y sabe qué nos pasará entonces a
nosotros? Esos muchachos vendrán a matarnos, como ya lo hicieron con nuestros
hijos”.
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