El papa a Erdogan: La libertad
religiosa frena el fundamentalismo
En su primer discurso en Turquía, el
Santo Padre hace un llamamiento por la paz en Oriente Medio, pide no resignarse
a los conflictos y elogia la acogida de los refugiados de Siria e Irak
Francisco aterrizó a las 13.00
hora local en el aeropuerto de Ankara. Desde allí se ha dirigido directamente
Mausoleo de Atatürk, fundador de la Turquía moderna, donde ha colocado una
corona de flores y se ha detenido en silencio.
En la sala "Tower of
National Pact" del Museo, el Santo Padre ha firmado el Libro de Oro con
estas palabras: formulo los deseos más sinceros para que Turquía, puente
natural entre dos continente, sea no solamente un cruce de caminos, sino
también un lugar de encuentro, de diálogo y de convivencia sean entre los
hombres y mujeres de buena voluntad de cada cultura, etnia y religión.
Al finalizar la visita al Mausoleo, el
papa ha viajado en coche hasta el Palacio Presidencial. Allí ha llegado a las
14.30 y ha tenido lugar la ceremonia de bienvenida con los honores militares y
se han escuchado los himnos nacionales. El presidente de la República de
Turquía, Recep Tayyip Erdogan y el Papa se han reunido en una sala para un
encuentro privado.
A continuación, el Pontífice ha
pronunciado en italiano su primer discurso en la nación turca.'
Pero
las razones de la consideración y el aprecio por Turquía no se deben sólo a su
pasado, a sus antiguos monumentos, sino también a la vitalidad de su presente,
la laboriosidad y generosidad de su pueblo, el papel que desempeña en el
concierto de las naciones.
Es
para mí un motivo de alegría tener la oportunidad de continuar con ustedes un
diálogo de amistad, estima y respeto, en la línea emprendida por mis
predecesores, el beato Papa Pablo VI,
san Juan Pablo II y Benedicto XVI, diálogo preparado y favorecido a su vez por
la actuación del entonces Delegado Apostólico, Mons. Angelo Giuseppe Roncalli,
después san Juan XXIII, y por el Concilio Vaticano II.
Necesitamos
un diálogo que profundice el conocimiento y valore con discernimiento tantas
cosas que nos acomunan, permitiéndonos al mismo tiempo considerar con ánimo
lúcido y sereno las diferencias, con el fin de aprender también de ellas.
Es
preciso llevar adelante con paciencia el compromiso de construir una paz
sólida, basada en el respeto de los derechos fundamentales y en los deberes que
comporta la dignidad del hombre. Por esta vía se pueden superar prejuicios y
falsos temores, dejando a su vez espacio para la estima, el encuentro, el
desarrollo de las mejores energías en beneficio de todos.
Para
ello, es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen
– tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los
mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. De este modo, se
reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose
cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el
entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente
garantizadas para todos, impulsará el florecimiento de la amistad,
convirtiéndose en un signo elocuente de paz.
El
Medio Oriente, Europa, el mundo, esperan este florecer. El Medio Oriente, en
particular, es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que
parecen nacer una de otra, como si la única respuesta posible a la guerra y la
violencia debiera ser siempre otra guerra y otras de violencias.
¿Por
cuánto tiempo deberá sufrir aún el Medio Oriente por la falta de paz? No
podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible
cambiar y mejorar la situación.
Con
la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz. Esta
actitud lleva a utilizar con lealtad, paciencia y determinación todos los
medios de negociación, y lograr así los objetivos concretos de la paz y el
desarrollo sostenible.
Señor
Presidente, para llegar a una meta tan alta y urgente, una aportación
importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el
fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla
gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión.
Es
preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias
irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad
de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana, de
la libertad religiosa – que es libertad de culto y libertad de vivir según la
ética religiosa –, el esfuerzo para asegurar todo lo necesario para una vida
digna, y el cuidado del medio ambiente natural. De esto tienen necesidad con especial urgencia los
pueblos y los Estados del Medio Oriente, para poder «invertir el rumbo»
finalmente y llevar adelante un proceso de paz exitoso, mediante el rechazo de
la guerra y la violencia, y la búsqueda del diálogo, el derecho y la justicia.
En
efecto, hasta ahora estamos siendo todavía testigos de graves conflictos. En
Siria y en Irak, en particular, la violencia terrorista no da indicios de
aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas
contra los presos y grupos étnicos enteros; ha habido, y sigue habiendo, graves
persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente – aunque no sólo – los
cristianos y los yazidíes: cientos de miles de personas se han visto obligadas
a abandonar sus hogares y su patria para poder salvar su vida y permanecer
fieles a sus creencias.
Turquía,
acogiendo generosamente a un gran número de refugiados, está directamente
afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la
comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a
los refugiados. Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede
permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias.
Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre
el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la
resolución del problema a la mera respuesta militar.
Es
necesario un gran esfuerzo común, fundado en la confianza mutua, que haga
posible una paz duradera y consienta destinar los recursos, finalmente, no a
las armas sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: contra el hambre y la
enfermedad, en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la
creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco
faltan en el mundo moderno.
Turquía,
por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región,
tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un
significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de
civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso.
Que
el Altísimo bendiga y proteja Turquía, y la ayude a ser un válido y convencido
artífice de la paz.
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