Y
Charlie empuñó su lápiz/ José Antich
La
Vanguardia |9 de enero de 2015
En
sus horas más bajas de popularidad y con los medios de comunicación franceses
debatiendo si el recién iniciado 2015 podía dar paso a un renovado François
Hollande en la presidencia de la República, el inquilino del Elíseo habló, con
inusitada gravedad, a sus compatriotas la víspera de la festividad de Reyes en
una entrevista radiofónica a la emisora France Inter: “La crisis de identidad
de Francia es grave, el futuro está amenazado; hacen falta nervios templados,
pensamiento firme y una fuerte convicción republicana”. Las palabras del
presidente sonaron en las redacciones de los medios de comunicación galos como
una advertencia sobre las debilidades actuales que tensan las costuras de la
Francia imperial. Apenas habían transcurrido cuarenta y ocho horas de estas
declaraciones cuando dos hombres armados con subfusiles automáticos penetraban
en el semanario satírico de izquierdas Charlie Hebdo y asesinaban a una docena
de personas, entre ellas varios profesionales de la revista. Los supuestos
combatientes franceses del Estado Islámico (EI) –una evolución del terrorismo
de Al Qaeda– que han proferido amenazas a sus compatriotas en las últimas
semanas a través de las redes sociales, han consumado así su terrible desafío
en medio de una fuerte conmoción de la opinión pública internacional ante el
ataque terrorista más grave que ha padecido la ciudad de París.
Desde
los primeros atentados en Nueva York, Madrid y Londres a principios de este
siglo hasta el del pasado miércoles en París ha transcurrido más de una década
y, sin embargo, no ha avanzado lo suficiente la capacidad de defensa para
minimizar los daños y tampoco la información policial para tratar de evitarlos.
Charlie Hebdo no es un semanario cualquiera, quizás por eso también la
consternación es mayor. Las amenazas eran constantes desde que publicó las
caricaturas de Mahoma, siguiendo la estela del diario danés Jyllands-Posten que
había insertado en el 2006 una docena de dibujos satíricos del Profeta. Se
puede decir que la polémica ha acompañado siempre al semanario desde su
fundación en 1992. Incluso en aquella decisión de publicar las caricaturas, que
unos cuantos criticaron en público y muchos en privado, y que acabó en los
tribunales franceses. La justicia, finalmente, dio la razón al semanario. En el
2011 la redacción sufrió un incendio provocado por islamistas radicales. Hoy se
sabe que aquella acción era tan sólo una advertencia de la gran tragedia de
este miércoles. El principio fundamental de que en lo que atañe a creencias
religiosas el único límite a la libertad de expresión es la incitación a la
violencia sigue siendo válido por más que diferentes colectivos puedan sentirse
lesionados por la crítica a su credo. Esas son las normas y eso dicta la ley en
cualquier Estado laico.
Lo
que sucede ahora es que la globalización y sobre todo la crisis económica ha
puesto en riesgo el modelo de integración francés que hasta el 2005 parecía el
adecuado y que era para sus ciudadanos motivo de orgullo. La revuelta de las
banlieues de aquel año, siendo Nicolas Sarkozy ministro del Interior, y el
trato ofensivo que este dedicó a los manifestantes, a los que tildó de “escoria”,
dejó al descubierto un problema de una magnitud colosal. La segunda revuelta
del 2009 certificó que lo sucedido cuatro años antes no era un hecho aislado y
que las nuevas generaciones de franceses, hijos de inmigrantes que habían
llegado en condiciones precarias, no se conformarían con repetir la situación
de sus padres. Para el visitante acostumbrado a las ciudades del llamado
cinturón rojo de Barcelona, algunos episodios de las banlieues francesas o las
imágenes de campamentos que cobijan en condiciones muy precarias a miles de
personas en poblaciones de alrededor de la capital resultan hoy chocantes e
inexplicables. La combinación de crisis y miedo en amplias capas de la sociedad
francesa explican el crecimiento imparable del Frente Nacional, en primera
posición de todas las encuestas si se celebraran ahora unas presidenciales, y
que ha colocado contra las cuerdas a la derecha de la UMP y a la izquierda
tradicional del PS.
En
una de las esquinas del Jardín de las Tullerías próxima a la plaza de la
Concordia se encuentra la Galería Nacional Juego de Palma, construida por
Napoleón III y que debe su nombre a que allí se practicaba un deporte de
raquetas relacionado con la pelota vasca, precursor del tenis y conocido como
juego de palma. Hasta febrero se puede visitar una exposición de Gary
Winogrand, considerado unánimemente el fotógrafo que mejor retrató la vida
estadounidense entre 1950 y 1980. La muestra, que está repartida en dos
plantas, ha recorrido previamente San Francisco, Washington y Nueva York y
estará en Madrid en primavera. Consta de 300 fotografías realizadas con una
cámara Leica M4, en la que montaba un objetivo gran angular preenfocado y con
la que disparaba una foto tras otra sin preocuparle el encuadre. El objetivo
era potenciar el instante y la rapidez. Decía Winogrand que la fotografía no
trata sobre lo que es fotografiado, sino sobre cómo se ve lo fotografiado. Ello
le convirtió poco menos que en el padre de las fotos callejeras y aunque murió
prematuramente a los 56 años su legado de 250.000 imágenes le sirven como
reconocimiento al fotógrafo más prolijo de la historia.
Aunque
la muestra tiene varias docenas de fotografías excepcionales, muchas de ellas
iconos de carteles y fácilmente reconocibles por el gran público, hay una instantánea
de Winogrand mucho menos famosa que merece un pequeño reconocimiento. Fue
realizada en 1974 en un partido de fútbol en el estado de Texas y aparecen los
22 jugadores en mo vimiento , como si de una coreografía se tratara. La fortuna
permitió una instantánea única y excepcional, imposible de hacer un segundo
antes o después.
No
fue el azar el que ordenó este miércoles la sucesión de las imágenes terribles
de dos de los tres asesinos que perpetraron el atentado de Charlie Hebdo. Era
el rostro de la barbarie infinita lo que aparecía en la dramática secuencia del
policía tendido en el suelo que parece reclamar el perdón de su verdugo
mientras este no duda ni un instante antes de rematarlo sin contemplaciones.
Francia
es hoy un polvorín y la crisis ha alimentado todos los viejos fantasmas. Los
cálculos policiales elevan por encima del millar el número de franceses
vinculados a redes yihadistas, de ellos unos 400 han sido entrenados en Siria e
Iraq. El miedo al fanatismo ha alcanzado París con un gran atentado, igual como
antes lo hizo en otras capitales occidentales. Y aunque todos los atentados son
igual de execrables, el del míércoles supone un salto cualitativo de los
terroristas: las víctimas no son aleatorias como en Nueva York, Madrid o
Londres sino seleccionadas previamente por su ideología. Su culpa: dibujar en
Charlie Hebdo. Un nuevo capítulo de la guerra contra la libertad y la
democracia se ha empezado a escribir. Quién sabe si, en este caso, las muertes
inocentes cambiarán el rumbo de la historia
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