Demasiado
tarde/ Manuel Castells
La
Vanguardia |10 de enero de 2015
El
bárbaro asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo es un atentado contra la
libertad de expresión. Y por tanto contra la libertad de cada uno. Todos somos
Charlie. Aunque algunos pensemos que publicar dibujos de Mahoma con el culo al
aire es una provocación de mal gusto que exacerba la rabia de los ofendidos.
Pero no puede haber excepciones al ejercicio libre del periodismo, fundamento
de una sociedad democrática. Sin embargo, el ataque yihadista de París tiene un
significado más profundo: es una escalada en una guerra iniciada hace dos
décadas y que ha cambiado el mundo. La estrategia diseñada por Bin Laden está
dando resultados en gran parte por la falta de inteligencia de los países
occidentales que caen en todas las trampas.
El
principio es muy sencillo: hurgar en las llagas de la injusticia social, la
humillación cultural y los enfrentamientos religiosos hasta desencadenar la
violencia entre los bandos resultantes de esa división. Ese fue el objetivo del
ataque a Nueva York: provocar a Estados Unidos a llevar la guerra a Afganistán,
una guerra de la que no saldrán victoriosos. El genio de Bush añadió un
regalito extraordinario a la nueva yihad: ocupar Iraq y destruir el régimen
baasista que era enemigo del islamismo. Una vez Iraq en guerra, la táctica de
Al Qaeda, inexistente antes de la invasión, fue organizar matanzas de chiíes en
nombre de los suníes y de suníes achacándoselo a los chiíes. Y como Estados
Unidos confió el gobierno a la mayoría chií que utilizó el ejército contra los
suníes, se crearon condiciones para el surgimiento de diversos grupos
yihadistas en el origen del Estado Islámico. Algo semejante ocurrió en Siria,
una vez que el movimiento democrático contra El Asad se enfrentó a una feroz
represión llevada por la minoría alauí dominante contra la mayoría suní. La
espiral de violencia entre milicias prooccidentales, el Frente al Nur (cercano
a Al Qaeda), el Estado Islámico y las tropas del dictador forzó a miles a
definirse buscando protección. Paralelamente, la estrategia en Europa consistió
en aprovechar la discriminación de las minorías musulmanas y el no respeto a su
cultura para fomentar la rebelión entre los jóvenes hartos de humillaciones y
exclusiones aunque fueran ciudadanos. La hostilidad creciente entre jóvenes
musulmanes y la mayoría de los ciudadanos se alimentó recíprocamente. Y ahí
incidió eficazmente la propaganda yihadista, tanto desde algunas mezquitas como
mediante internet. Lo que llevó a estigmatizar las mezquitas (en Suiza se
prohibieron los minaretes).
Las
restricciones a su culto religioso agravaron el resentimiento musulmán de tal
forma que contribuyó a la radicalización de círculos vinculados con las
mezquitas. Tal fue el caso de Chérif Kouachi, que empezó sus andanzas en la
mezquita Addawa, en uno de los lugares de concentración musulmana en París.
Internet, que no tuvo ningún papel en la preparación de atentados hace una
década, ahora sí se ha convertido en el lugar de encuentro de yihadistas de
todo el mundo, no en términos organizativos sino como soporte de relaciones
sociales, de información, de debate, de proyectos. No son circuitos secretos
sino webs abiertas a las que todo el mundo puede acceder y en las que se
expresan todo tipo de quejas, protestas, ideas y propuestas de acción. Así como
expresiones musicales, sobre todo rap, con contenidos directamente violentos
que encienden el entusiasmo de los jóvenes guerreros.
La
otra dimensión clave de la estrategia yihadista ha sido la expansión mundial de
los grupos terroristas en forma de red con casi total autonomía de cada nodo en
esa red, porque se generan espontáneamente. De ahí la importancia de internet
para mantenerse informados y sentirse parte de un movimiento global. La
estructura en red hace muy difícil su represión. Porque aunque se destruyan
nodos importantes, por ejemplo Bin Laden y la mayor parte de la primera
generación de líderes de Al Qaeda, surgen otros líderes (como Al Bagdadí) y
otros nodos que acumulan recursos, experiencia y capacidad de reclutamiento.
Ahora bien, la forma de red requiere nodos territoriales donde se pueda
recibir, entrenar y adoctrinar a los reclutas. Ese fue el nacimiento de Al
Qaeda (que quiere decir La Base) en Afganistán contra la Unión Soviética, con
apoyo de la CIA. Y luego en Afganistán con los talibán, apoyados por Pakistán.
Y en Iraq en alianza con los resistentes suníes. El Estado Islámico es la
culminación de esa territorialización del yihadismo. Controlar un territorio al
que puedan acudir los candidatos al martirio de todo el mundo. Y en último
término, de esa experiencia de las brigadas internacionales yihadistas surgen
los combatientes que retornan a sus países para sembrar el terror en base a su
propia iniciativa.
Así
se ha establecido un canal permanente de comunicación entre sectores de la
juventud musulmana (o conversa) marginada y humillada en Occidente y la tierra
liberada en el Oriente Medio. Lo cual conduce a una guerra interminable en los
territorios que van cayendo bajo control yihadista por la incompetencia y
corrupción de gobiernos como el de Iraq. Y a un estado de alerta permanente en
Europa y EE.UU. Poco a poco nuestras sociedades se están israelizando, es
decir, viviendo en el miedo cotidiano y en el imperativo de la seguridad por
encima de todo. Y una parte de los ciudadanos europeos empieza a adoptar la
islamofobia (una forma extrema de racismo) como bandera identitaria, como
demuestra el auge de Pegida en Alemania.
Por
eso el ataque a Charlie Hebdo representa un paso decisivo y ominoso en el
proceso de hostilidad recíproca que se retroalimenta con cada acto de
violencia. Claro que la solución es la tolerancia cultural y religiosa, la
integración social de los jóvenes, la cooperación internacional. Pero es
demasiado tarde. Hemos entrado en la barbarie.
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