Tristeza
e impotencia/Mahi Binebine es escritor marroquí. Acaba de publicar la novela ‘Los Caballos de Dios’ (Alfaguara), sobre los kamikazes de los atentados de Casablanca en 2003.
El
Mundo |17 de noviembre de 2015
Lo
que más me sorprende es que, a pesar de la insensata acumulación de cadáveres
desde el 11 de septiembre de 2001 hasta hoy, el mundo occidental parece haber
perdido por momentos el sentido cronológico de la Historia, así como también la
memoria definitivamente.
Porque
hay una lógica implacable que guía estos acontecimientos, que supera todas las
medidas de la locura. Una lógica que a muchos les interesa ignorar u ocultar.
Dicha lógica consiste sencillamente en tener en cuenta la perspectiva histórica
desde el final de la colonización.
Las
sucesivas guerras, la derrota de 1948 frente a un Israel naciente, la invasión
del canal de Suez y la debacle de la Guerra de los Seis días fueron marcando
poco a poco y en profundidad el subconsciente colectivo de sucesivas
generaciones de árabes. Y, en aquella época, no había referencia étnica o
religiosa alguna.
Un
grupo de gente alrededor de la palabra 'Paz', en solidaridad con las víctimas
de los atentados de París.
Después,
estos pueblos terminarían arrojándose con armas y bagajes, en cuerpo y alma, en
manos de las promesas de creencias revanchistas religiosas. La invasión de Afganistán,
a pesar de ser legítima tras el 11 de septiembre, no puede justificar la serie
de acontecimientos que llevaron al desmantelamiento de Irak, en estos momentos
fuente de todos los males, y a la destrucción de Libia, para instaurar el caos
y la anarquía. Hoy es Siria la que, por su guerra civil, exacerba los odios
milenarios entre suníes y chiíes.
Como
respuesta lógica a las agresiones, constatamos el nacimiento de un islam
yihadista y nihilista. Los ulemas repiten a quienes quieren oírles que los líderes
de este movimiento tenían razón al ponerse en movimiento para despertar la umma
[la comunidad de todos los creyentes] y revelar la auténtica naturaleza de un
Occidente demoniaco. En éstas estamos. Estados Unidos y Francia parecen
confirmar sus expectativas.
Todos
nosotros sabemos, evidentemente, que todo esto no es más que un delirio y
especulaciones gratuitas y que hay otras razones mucho más presentables que
imponen la destrucción y el caos en la región. Podemos citar, por ejemplo, los
valores occidentales rápidamente declarados universales, la democracia copiada
conforme al tipo occidental, las exigencias geoestratégicas y económicas, como
el petróleo, los miles de millones de las monarquías del Golfo o la seguridad
de Israel.
En
París, como en otras partes, se hace como si no se entendiese nada. Se cuentan
los golpes y los cadáveres, bebiendo algo, y se pasa a otra cosa.
El
cinismo de los Estados ha apartado nuestra vista de los millones de muertos que
se cuentan desde la invasión de Irak. Millones de muertos y toda una región que
está siendo obligada a retroceder varios siglos y a arrojarse en brazos ávidos
de odio destructor, que nos conduce cada día un poco más hacia una guerra total
de civilizaciones.
El
terrorismo no es una fatalidad. Ni un tifón, como los que se producen en
diferentes lugares del mundo y con los que aprendemos a convivir, minimizando
sus efectos devastadores. Dense una vuelta por los barrios marginales de
nuestras grandes metrópolis y verán correr descalzos entre el polvo a las futuras
bombas humanas.
No
detendremos esta plaga instaurando el caos en Irak, en Siria y en Libia durante
un tiempo que sólo Dios y los que guerrean en su nombre saben. 500.000 niños
muertos y ante cuya muerte la señora [Madeleine] Albright [secretaria de Estado
de Bill Clinton] hablaba así: «La elección es difícil, pero el precio vale la
pena».
No,
señora. Nada puede justificar la muerte de un inocente ni en París ni en Madrid
ni en Tel Aviv ni en Gaza. En ningún sitio. Repiensen el mundo de otra manera. Gasten
menos en misiles y más en educación y en alimentación. Autoricen medicamentos
genéricos para las poblaciones devoradas por el sida. Sean más justos con los
pueblos oprimidos. Dejen de incriminar al islam como una ideología de
violencia, porque eso sólo añade agua en el molino de los oscurantistas.
Alabar,
a todo trapo, la democracia y los derechos humanos, mientras se apoya, por
interés, a los regímenes que niegan las libertades elementales; utilizar las
acciones humanitarias (ese servicio postventa de los mercaderes de armas, como
decía el difunto Mohamed Arkoun) en las regiones en conflicto, y, al mismo
tiempo, vender furtivamente armas de destrucción (que son siempre de
destrucción masiva); utilizar el «derecho» de veto en las Naciones Unidas como un
derecho divino de las monarquías de antaño o como un derecho de pernada de los
señores feudales.
Todo
eso es lo que nos hace muy difícil defender la libertad a nosotros, los
demócratas africanos, árabes y musulmanes, enamorados de vuestra libertad y que
lloramos hoy a las víctimas inocentes de los atentados de París, como antes
lloramos a las de Madrid o las de Casablanca.
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