Viernes
13, terror en París/ Baltasar Garzón y Dolores Delgado, uno es fiscal antiterrorista y el otro jurista.
El
País | 17 de noviembre de 2015
La
vida cotidiana entrecruza alegrías y penas. El día 13 de noviembre de 2015
discurría como cualquier otro viernes. Hasta el comienzo de la noche, los
proyectos de miles de parisinos eran los normales de un fin de semana en
cualquier país; en las esferas oficiales, evaluar los acuerdos de la última
asamblea de la Unesco o los preparativos de la próxima Cumbre del Clima eran
las prioridades. Nada presagiaba lo que, instantes después, escenificaría el
horror en su sentido más amplio e insospechado para los ciudadanos normales y
corrientes. La violencia y su expresión terrorista como negación de la
humanidad hizo, de nuevo, acto de presencia.
La
constante de la violencia terrorista no es irracional, sino metódica y
meticulosamente planeada y ejecutada, atacando a la sociedad en su conjunto,
que no puede blindarse de forma absoluta. Su acción se basa en la certidumbre
del autor y la indefensión de la víctima. El tiempo juega a favor de los
estrategas del terror. Los terroristas han dejado de ser selectivos y su acción
es sistemática e indiscriminada contra quienes no están preparados para
defenderse de la misma. Eligen los objetivos para que los efectos sean
demoledores, porque el ciudadano medio, sin acceso a la información, es más
vulnerable frente a actos de barbarie, especialmente cuando son próximos.
En
París, los terroristas eligieron los escenarios más fáciles, asumiendo que
caerían o serían detenidos en la acción. Rifles de asalto, explosivos y lugares
accesibles; lo demás ya es conocido.
¿Qué
puede hacer la sociedad civil? Los Gobiernos idean planes de prevención,
presentan acciones de emergencia para responder a las atrocidades ya
acontecidas, unas veces desencadenan guerras cuyas consecuencias son
imprevisibles o bastante predecibles y otras responden con el envío de tropas a
zonas de conflicto. Y, cuando esto acontece, nos preguntamos ¿acaso nadie
piensa en las consecuencias posteriores?, ¿nadie se plantea cuál va a ser la
reacción de la otra parte?, ¿alguien pensó que las acciones occidentales en
Afganistán o Irak no iban a tener respuestas sostenidas en el tiempo?
Han
tenido que pasar 12 años para que Tony Blair haya reconocido que la guerra de
Irak está en la base de la generación del terrorismo del Estado Islámico que,
sin aquella acción ilegal y sin justificación, nunca hubiera aparecido. Ahora
nos toca sufrir las consecuencias. Todas las acciones humanas, antes o después,
las tienen para unos o para otros, sufriéndolas los que ninguna responsabilidad
tuvieron.
La
ciudadanía tiene el derecho a ser protegida y protegerse. Los móviles de los
terroristas son tan difusos que pueden acomodarse a todo espacio y lugar y en
cualquier tiempo; siempre tendrán su “justificación” para actuar en respuesta a
la agresión previa, real o ficticia, de la que fueron objeto. Mientras tanto,
se sigue atizando el fuego en Siria, y los países democráticos o con apariencia
democrática siguen perdidos en disquisiciones, intereses cruzados y prioridades
excluyentes que impiden acuerdos y posiciones realmente efectivas frente al
fenómeno. Todo lo más, se distribuyen los espacios para bombardear y exhiben su
incapacidad para hallar una solución pacífica y sostenible en ese país y en
otros. Las condolencias y los lamentos de dolor están muy bien y son necesarios
para acompañar al que sufre y dar salida a nuestra propia frustración, pero
sería mucho mejor si consiguiéramos evitar la causa del dolor.
Es
descorazonador que, a pesar de los atentados que se suceden en forma
sistemática, los líderes de nuestros países no sean capaces de superar sus
diferencias para adoptar un plan de profundo alcance que aborde de una vez por
todas las causas profundas del terrorismo en su versión actual, que no es ni
más atroz ni menos que antes; solo más próximo. En la conciencia de
vulnerabilidad que se proclama es donde tenemos que hallar la fuerza para
avanzar una solución social, política, económica y humanitaria consistente con
este fenómeno, que parte de una concepción del mundo y unos valores diferentes.
La
aparente imposibilidad de comprensión amerita un profundo estudio social
compartido entre los pueblos y no necesariamente entre los Gobiernos sobre las
causas del problema; un análisis económico, que incluya la realidad que subyace
bajo las estructuras del Estado Islámico, así como las redes de apoyo y ayuda y
de los beneficiarios de su acción; un profundo examen de la incidencia del
factor religioso, extremo que nadie quiere abordar públicamente y que, sin
embargo, todo el mundo asume como factor fundamental, y, finalmente, un
análisis sobre la violación sistemática de los derechos humanos en los
escenarios de barbarie.
Debe
darse un paso más, porque si a pesar de los ataques terroristas contra las
Torres Gemelas, los trenes de Madrid, el metro de Londres, los sabotajes de
aviones, los ataques a hoteles, y de las respuestas de Occidente invadiendo
países, potenciando o participando en guerras, la solución no se encuentra, es
que algo se está haciendo mal.
Los
pactos antiterroristas y el diálogo entre partidos políticos están muy bien,
pero la ausencia de aproximación a la fuente del problema hace inútiles esos
esfuerzos. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a combatir las causas? No
olvidemos que las armas y los explosivos utilizados en los seis atentados del
viernes 13 en París estaban en Francia, y que, por muy inhumanos y execrables
que sean los actos, son humanos los ejecutores y humanos los que les han
ayudado y financiado. Frente a esta realidad, creemos que es urgente la
aproximación al problema desde el análisis de las causas y no solo desde la
eliminación de los efectos que, en todo caso, no se está produciendo.
La
confrontación debe ser entre los valores del ser humano y el atavismo de la
violencia. Buscar la fórmula para una convivencia armónica es el verdadero
objetivo. Mientras tanto, el principio de confianza entre países, compartir
experiencias, la acción conjunta y la búsqueda de sinergias entre los pueblos
afectados son las vías para definir una estrategia integral frente a la
barbarie, haciéndole más angosto el espacio y eliminando cualquier
justificación a su actuación. Hoy es el dolor de Francia, antes el del Líbano,
Afganistán, Rusia, Egipto, Israel o Palestina o el de cualquier otro lugar del
mundo en el que la necedad humana gobierne o desgobierne. Para combatirlo es
necesaria la acción conjunta por un futuro de esperanza, superando la
desesperación de este momento.
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