La
apuesta rusa de Papa Francisco/ Gianni Valente
- La
preparación del encuentro entre el Obispo de Roma y el patriarca Kiril está
llena de señales muy elocuentes. Fuera de los estereotipos sobre las presuntas
«santas alianzas» que desfiguran el encuentro, reduciéndolo a una mera cuestión
de estrategia eclesiástica
REUTERS
La
primera plana del diario cubano Granma sobre el viaje del Patriarca Kiril
Vatican Insider, 11/02/2016.
GIANNI
VALENTE
Nada
de iglesias, monasterios, palacios apostólicos, curias patriarcales. Papa
Francisco y el Patriarca ruso Kiril se encontrarán en las salas de espera de un
aeropuerto. «Pero el aeropuerto», ha hecho notar Alexander Shchipkov, uno de
los colaboradores más cercanos de Kiril, «es una encrucijada simbólica. Y
cuando las personas se encuentran en una encrucijada, sus encuentros son
breves, pero sinceros y profundos». Allí, normalmente, se habla con «franqueza»
sobre las cosas «que son más importantes».
La
unidad de los cristianos, y no solo, encuentra una encrucijada inédita y llena
de futuro en el breve encuentro cubano entre el Obispo de Roma y el Patriarca
de Moscú. Pero ya desde la preparación y de los días que lo preceden se
aprecian muchas señales e implicaciones muy elocuentes. Desenmascarando las
conjeturas que tratan de aplastar el evento clasificándolo como una mera
cuestión de «alta política» eclesiástica.
Sin
condiciones
Con
tal de abrazar a Kiril, Papa Francisco no puso ninguna condición. «Le dije (a
Kiril, ndr.): yo voy a donde quieras. Tú me llamas y yo voy». Lo dijo el mismo
Papa durante el vuelo de regreso de la ciudad de Estambul a Roma, el 30 de
noviembre de 2014. Papa Francisco se sumó a las propuestas que llegaban de
Moscú sobre el lugar y las modalidades del encuentro, así como a las propuestas
sobre los contenidos de la declaración común que será suscrita por ambos. En
este texto, según las alusiones del dominico Hyacinthe Destivelle, del
Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, hay temas y argumentos
sobre los que se concentran desde hace tiempo las intervenciones públicas y
«políticas» de exponentes de relieve del Patriarcado de Moscú: alarmas por la
secularización y la dirección que está tomando la ética en la modernidad, la
defensa de la vida, de la familia y del matrimonio heterosexual, la denuncia de
las persecuciones contra los cristianos en el Medio Oriente.
En
los últimos años, los voceros oficiales de la Ortodoxia rusa han condenado
insistentemente la «decadencia moral» occidental, identificada en fenómenos
como la legalización de las connivencias homosexuales, y han propuesto las
batallas éticas como un terreno privilegiado para la «alianza» con la Iglesia
católica. Al mismo tiempo, los insistentes llamados de los líderes ortodoxos
rusos a la defensa de los cristianos de los países árabes han seguido
perfectamente el ritmo de la agenda de Putin sobre la región, quien pretende
reivindicar el papel (de carácter neo-zarista) de protector de los cristianos
del Oriente.
La
Sede Apostólica de Roma, por su parte, no sigue los tonos de cruzada
antimoderna tapizados de homofobia que utilizan algunos líderes rusos en sus
discursos. Y, en relación con el Medio Oriente, la mirada realista de la Santa
Sede sobre el conflicto sirio ha saboteado en los hechos el «cordón sanitario»
que algunos círculos occidentales quisieran instaurar alrededor de la Rusia de
Putin. Pero en la constante predicación de Papa Francisco sobre el martirio de
los cristianos del Medio Oriente no hay huella del lenguaje de la «Guerra
Santa» que utilizan exponentes del Patriarcado de Moscú para bendecir las
bombas rusas contra el «mal» yihadista.
La
declaración común será documentará el encuentro de Cuba, pero no hay que
interpretarla como clave del encuentro histórico. Papa Francisco se ha sumado
sin dudas a la perspectiva de suscribir un texto predispuesto según la
sensibilidad de Moscú con tal de favorecer el abrazo con el Patriarca Kiril. A
él le interesa el encuentro y lo que de él pueda nacer. Lo demás (el país
elegido para el encuentro, el «anómalo escenario» del aeropuerto, la
declaración común) es secundario.
La
brújula de la unidad
El
Obispo de Roma ha dicho en varias ocasiones, con palabras que dejan pocas
dudas, cuáles son las esperanzas que lo animan con respecto a los hermanos de
las Iglesias ortodoxas. El 30 de noviembre de 2014, hablando en el Fanar frente
al Patriarca ecuménico Bartolomé, Papa Francisco dijo que para llegar a la
plena unidad con los cristianos ortodoxos la Iglesia católica «no pretende
imponer ninguna exigencia, si no la de la profesión de la fe común». También en
año pasado, en el mensaje enviado al Patriarca ecuménico por la fiesta patronal
de San Andrés, el Papa repitió que entre católicos y ortodoxos «ya no hay
ningún obstáculo para la comunión eucarística que no pueda ser superado
mediante la oración, la purificación de los corazones, el diálogo y la
afirmación de la verdad».
La
plena unidad sacramental, y no solo la ratificación de «santas alianzas» en
contra de enemigos comunes, representa el horizonte hacia el que los cristianos
deben dirigirse. Y solamente caminando juntos, según el Papa, desaparecerán las
hostilidades y los equívocos, para que surja la certeza, tarde o temprano, de
que ya existe la unidad. «La unidad —dijo el Obispo de Roma el 25 de enero de
2014— no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la hace
el Espíritu Santo en el camino… Ella se hace en este camino, en cada paso, y no
la hacemos nosotros: la hace el Espíritu Santo, que ve nuestra buena voluntad».
El
«Ut unum sint» en práctica
Para
facilitar el camino, Papa Francisco pone en práctica en los hechos la «forma de
ejercicio del primado» abierta a «una situación nueva» que se evocaba en la
encíclica wojtyliana «Ut unum sint» como cambio ecuménico exigido en el
presente, después del Concilio Vaticano II. El actual sucesor de Pedro no
impone las propia «línea» de pensamiento, deja caer cualquier condición
teológica y cualquier reivindicación de preeminencia jurisdiccional en relación
con los Primados de las Iglesias de Oriente. Se archivaron ya las
preocupaciones de «administrar» las diferencias y las rivalidades entre las
diferentes realidades de la Ortodoxia. La Iglesia de Roma renunció desde hace
tiempo a la política «de los dos hornos» en relación con el Patriarcado de
Moscú y la Iglesia madre de Constantinopla. Papa Francisco quiso advertir con
una carta al «Hermano Bartolomé» sobre el encuentro con el «Hermano Kiril»,
pocos días antes del anuncio oficial. La misma premura dedica a todos los jefes
de las Iglesias de Oriente, sin importar su «peso» político, siguiendo los
criterios de esa eclesiología sinodal que el Pontífice argentino quiere
favorecer también dentro de la Iglesia católica.
Para
Papa Bergoglio, la red de amistades que se va extendiendo con los jefes de las
demás Iglesias no se mide según las relaciones de poder. El encuentro con Kiril
será mucho mas que el encuentro con el líder de la entidad más grande de la
Ortodoxia, será el abrazo con el líder de una Iglesia de santos y de mártires,
que custodió la fe en las décadas del ateísmo forzado, que ha ofrecido a toda
la cristiandad tesoros de fe y de espiritualidad de valor inestimable. Y que
ahora, a pesar de las ambigüedades y sombras, está viviendo un innegable florecimiento,
que no puede sino alegrar al Obispo de Roma y a todos los demás cristianos.
El
tiempo y el espacio de la unidad
Papa
Francisco abraza a los hermanos ortodoxos tal y como son, con sus límites, sus
riquezas, sus conflictos e inclinaciones no siempre compartidas. No tiene
ninguna «línea». Sabe bien que la unidad no llegará como efecto de
negociaciones doctrinales y anima al mismo tiempo el diálogo teológico, tan
importante para Ioannis Zizioulas, el Metropolita del Patriarcado ecuménico (no
muy bien visto por los rusos), quien, según el Papa, es «el más grande teólogo
vivo». También sabe que la unidad entre los cristianos no se puede reducir a
una «alianza neorigorista» contra la modernidad. Sin embargo apoya todo lo que
comparte de las denuncias de los líderes ortodoxos rusos, preocupados por la
dirección que está tomando la secularización. Según Bergoglio, la unidad con
los hermanos en Cristo no es ninguna homogeneización, sino una «diversidad
reconciliada», realizada por el Espíritu Santo, y que debe ser descubierta
haciendo camino. Para esto servirá el encuentro en Cuba, fuera de las lógicas
de los ‘mega eventos’ que acaban por apagarse a sí mismos; para él, lo
importante es reunirse con Kiril, para caminar juntos con la mirada fija en el
futuro. Todo lo demás es secundario. Por ello está bien un aeropuerto cubano,
como habría estado bien cualquier otro sitio. Porque para la unidad entre los
cristianos vale el principio bergogliano de que el tiempo es superior al
espacio. Y que lo importante es «poner en marcha procesos, más que ocupar
espacios».
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