Adolfo
Sánchez Rebolledo/José
Woldenberg
Reforma, 11
Feb. 2016
En
el proceso antediluviano de los primeros esfuerzos para revertir la atomización
de la izquierda y fundar una organización unificada (del MAP al PSUM al PMS y
al PRD), Sánchez Rebolledo fue un militante y dirigente con una voz acertada,
aguda y crítica. Acertada, porque entendió y explicó el significado de cada
paso, de cada tarea; aguda, porque nunca se mimetizó a la propaganda fácil que
anunciaba con bombos y platillos un futuro sobre rieles aceitados; y crítica,
porque desmenuzó, quizá como nadie, los pros y contras, los haberes y los
déficits, lo nuevo que aparecía en el horizonte pero también lo que estábamos
dejando atrás, en muchas ocasiones, de manera insensible y precipitada. Ahí
está su libro La izquierda que viví. El instante y la palabra, que recoge buena
parte de sus artículos, y que es -hasta donde yo alcanzo a ver- el recuento y
la cavilación más filosa y sugerente de medio siglo de historia de la izquierda
mexicana.
Sánchez
Rebolledo nace a la política impregnado de los fenómenos que dieron tinte a una
época. Hijo de refugiados españoles en México, lo marcan además -él lo
escribió- las movilizaciones de solidaridad con Vietnam, el movimiento por los
derechos civiles en Estados Unidos, el feminismo, la experiencia China, el
movimiento estudiantil en París, "el canto del cisne de la Revolución en
Occidente", el triunfo y derrota de la Unidad Popular en Chile, el
eurocomunismo, pero sobre todo, la Revolución Cubana. Y por supuesto, los
acontecimientos mexicanos: el movimiento ferrocarrilero encabezado por Vallejo,
el magisterial con Othón Salazar, los electricistas de Don Rafael Galván, las
movilizaciones estudiantiles de 1968 o la emergencia de grupos guerrilleros.
Sobre ello reflexionó y escribió.
Sánchez
Rebolledo era una voz singular porque combinaba una serie de virtudes que no
son comunes: una erudición enciclopédica junto con una fina capacidad para
desmenuzar eso que llaman "la coyuntura"; una sensibilidad política a
flor de piel que le permitía observar lo que para muchos pasaba desapercibido
junto con una rigidez moral que invariablemente lo hacía confiable. Era, en una
palabra, un político de causas que entendía, sin embargo, que los métodos para
alcanzarlas nunca resultaban anodinos. Todo lo contrario: por ello ni
pragmatismo amoral ni moralidad sin política. Lo primero conducía al cinismo,
lo segundo a la pontificación autosatisfecha. Su militancia fue claramente
intencionada: socialista y democrática.
En
sus últimos años estuvo interesado en reconstruir la contribución de los mexicanos
en las Brigadas Internacionales que participaron en la Guerra Civil española.
Escribió por lo menos tres capítulos que en su momento aparecieron en Nexos y
Configuraciones. Fue colaborador de La Jornada desde 1988 y dirigió un
suplemento para La Jornada de Morelos, el Correo del Sur, donde domingo a
domingo publicaba materiales sobre México y el mundo, un esfuerzo excepcional e
ilustrado.
Su
magisterio fue suave y directo. Su método: la conversación y la escritura. Sus
convicciones: arraigadas y generosas. En una novela de Graham Greene leí algo
que ahora comprendo: suele suceder que el odio hacia una persona muera con él,
mientras que el cariño y el agradecimiento, en el momento de la muerte, parecen
estar más vivos y continúan creciendo a pesar del silencio final.
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