Audiencia general del miércoles 23 de marzo de 2016, en la Plaza San Pedro.
El papa Francisco volvió a hablar sobre los atentados perpetrados en la Capital europea: los
autores tienen “corazones cegados por el fundamentalismo cruel“.
En la
catequesis: “La Pasión de Jesús es compartir con los sufrimientos de la
humanidad“, el Pontífice lanzó, con respecto a los atentados terroristas en Bruselas, un
fuerte llamado a todas las personas de buena voluntad “para unirse en la
unánime condena de estos crímenes abominables que están causando solo muerte,
terror y horror“.
Alrededor
de 30 mil fieles se conregaron en la Plaza San Pedro para seguir la audiencia,
después de pasar todas las medidas de seguridad predispuestas por las
autoridades. El Papa dio su acostumbrada vuelta entre los fieles a bordo del
papamóvil, y se detuvo para besar a muchos niños.
Concluyó
la Audiencia con un apremiante llamado y con su
profundo dolor por los atentados terroristas en la capital belga. Francisco
elevó un Ave María desde la Plaza de San Pedro, junto con miles de peregrinos
de todo el mundo por las víctimas del fundamentalismo cruel.
E invitó a rezar en silencio por intercesión de la Virgen:
“Ahora en silencio recemos por los muertos, los heridos y por todos los
familiares, así como por todo el pueblo belga”, golpeado por este drama.
La audiencia terminó con la bendición de los objetos religiosos
que los fieles han llevado y con el canto del ‘Pater Noster’.
Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la
audiencia del 23 de marzo de 2016
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Nuestra reflexión sobre la misericordia de Dios nos introduce
hoy al Triduo Pascual. Viviremos el jueves, viernes y sábado santo como
momentos fuertes que nos permiten de entrar cada vez más en los grandes
misterios de nuestra fe: la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Todo nos habla en estos tres días de misericordia, porque nos
vuelve visible hasta donde llega de lejos el amor de Dios. Escucharemos la
narración sobre los últimos días de vida de Jesús.
`El evangelista Juan nos ofrece la llave para entender el sentido
profundo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amo hasta el
final”. El amor de Dios no tiene límites. Como repetía con frecuencia veces san
Agustín, es una mor que va hasta el final y sin fin.
Dios se ofrece realmente todo por cada uno de nosotros. Sin
poner ningún límite. El misterio que vivimos en esta Semana Santa es una gran
historia de amor que no conoce obstáculos. La pasión de Jesús dura hasta el
final del mundo, porque es una historia que comparte los sufrimientos de toda
la humanidad. Y una permanente presencia en las situaciones de la vida personal
de cada uno de nosotros. En resumen, el Triduo Pascual es el memorial de un
drama de amor que nos da la certeza que no seremos nunca abandonados en las
pruebas de la vida.
El Jueves Santo, Jesús instituye la eucaristía, anticipando en
el banquete pascual su sacrificio en el Gólgota, y para hacer entender a los
discípulos el amor que le anima, le lava los pies a ellos, ofreciendo a ellos
el ejemplo en primera persona de como ellos mismos deberán actuar.
La eucaristía es el amor que se vuelve servicio, es la presencia
sublime de Cristo que desea saciar el hambre de cada hombre, especialmente de
los más débiles, para volverlos capaces de un camino como testimonios ante las
dificultades del mundo. Y no solamente, al darse a nosotros como alimento,
Jesús certifica que tenemos que aprender a partir con los otros el pan, este
alimento, para que se vuelva una verdadera comunión de vida con quienes se
encuentran en necesidad. Él se dona a nosotros y nos pide permanecer en él para
hacer lo mismo.
El Viernes Santo es el momento culminante del amor. La muerte de
Jesús que en la cruz se abandona al Padre para ofrecer su salvación al mundo
entero expresa el amor donado hasta el final, hasta el final, sin fin. Un amor
que quiere abrazar a todos, ninguno excluido, un amor que se extiende a todas
las épocas y lugares, un manantial inagotable de salvación al cual cada uno de
nosotros pecadores puede ir.
Dios nos ha demostrado su amor supremo con la muerte de Jesús, y
entonces también nosotros regenerados por el Espíritu Santo podemos y tenemos
que amarnos los unos a los otros.
Y por último el Sábado Santo es el día del silencio de Dios.
Tiene que ser un día de silencio y nosotros tenemos que hacer de todo para que
sea para nosotros, justamente, una jornada de silencio, como fue en aquel
tiempo: el día del silencio de Dios. Jesús depuesto en el sepulcro comparte con
toda la humanidad el drama de la muerte. Es un silencio que habla y expresa el
amor como solidaridad hacia los abandonados desde siempre, que el Hijo de Dios
alcanza colmando el vacío que solo la misericordia infinita del Padre Dios
puede llenar.
Dios calla pero por amor. En este día el amor -aquel amor
silencioso- se transforma en espera de la vida, en la Resurrección. Pensemos en
el Sábado Santo: nos hará bien pensar en el silencio de la Virgen, ‘la
Creyente’, que en silencio estaba esperando la Resurrección. La Virgen debería
ser el símbolo para nosotros, de aquel Sábado Santo. Pensar así, como la Virgen
ha vivido aquel Sábado Santo, en la espera. Es el amor que no duda, pero que
espera en la palabra del Señor, para que el día de Pascua se vuelva manifiesto
y resplandeciente.
Es todo un gran misterio de amor y de misericordia. Nuestras
palabras son pobres e insuficientes para expresarlo en plenitud. Nos puede
servir como ayuda la experiencia de una muchacha, no muy conocida, que ha
escrito páginas sublimes sobre el amor de Cristo. Se llamaba Juliana de
Norwich; era analfabeta; esta joven tuvo visiones de la pasión de Jesús, y
después cuando entro en la clausura describió, con lenguaje simple, pero
profundo e intenso, el sentido del amor misericordioso.
Decía así: “Entonces nuestro buen Señor me preguntó: ‘¿Estás
contenta que yo haya sufrido por ti?’
Yo le dije: “Sí, buen Señor, y te agradezco mucho; sí buen
Señor, que tú seas bendecido”. Entonces Jesús, nuestro buen Señor, dijo: “Si tu
estás contenta también yo lo estoy. El haber sufrido la pasión por ti es una
alegría, una felicidad, un gozo eterno; y si pudiera sufrir aún más lo haría”.
Este es nuestro Jesus, que a cada uno de nosotros dice: “Si
pudiera sufrir más por ti, lo haría”.
¡Como son hermosas estas palabras! Nos permiten entender realmente
el amor inmenso y sin límites que el Señor tiene hacia cada uno de nosotros.
Dejémonos envolver por esta misericordia que viene hacia nosotros; y en estos
días, mientras tenemos fija la mirada sobre la pasión y muerte del Señor,
acojamos en nuestro corazón la grandeza de su amor y como la Virgen el Sábado,
en silencio, a la espera de la Resurrección».
Palabras al final de la audiencia
«Con el corazón dolorido he seguido las tristes noticias de los
atentados terroristas de ayer en Bélgica, que han causado numerosas víctimas y
heridos. Les aseguro mis oraciones y mi cercanía a la querida población belga,
a todos los familiares de las víctimas y a todos los heridos.
Hago un nuevo llamado a todas las personas de buena voluntad
para que se unan y al unísono condenen esto cruel abominación que está causando
solamente muerte, terror y horror. A todos pido perseverar en la oración y
pedirle a Señor, en esta Semana Santa, que conforte los corazones afligidos y
convierta los corazones de estas personas enceguecidas por el fundamentalismo
cruel. Por intercesión de la Virgen María, hagamos una oración: “Ave María…”
Ahora en silencio recemos por los muertos y por los heridos, y por los
familiares así como por todo el pueblo belga».
(Texto traducido desde el audio por ZENIT)
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