Amenaza
permanente y global/ Rogelio Alonso es director del Máster en Análisis y
Prevención del Terrorismo de la Universidad Rey Juan Carlos.
El
Mundo | 24 de marzo de 2016...
El
pasado mes de diciembre, poco después de los atentados terroristas perpetrados
el 13 de noviembre en París en los que fueron asesinados más de un centenar de
personas, se produjo en Bruselas una tensa reunión de jefes de Estado y
Gobierno de la Unión Europea. En ella los dirigentes europeos volvían a
reconocer sus déficits en la lucha contra el terrorismo yihadista al reclamar
en sus conclusiones lo siguiente: «Es preciso aplicar urgentemente las medidas
previstas en la Declaración de los jefes de Estado o de Gobierno del 12 de
febrero de 2015». Los atentados de enero en París habían motivado nuevos y
solemnes anuncios de iniciativas antiterroristas. Las propias autoexigencias de
los mandatarios meses después demostraron que el impulso político tras la
última matanza resultó una vez más insuficiente.
Ahora,
cuando el terrorismo vuelve a asesinar es preciso apelar a esas renuencias y
retrasos en la aplicación de los instrumentos antiterroristas. Debe exigirse
que las declaraciones oficiales se complementen con la aplicación real y
efectiva de iniciativas que han de ser algo más que mera retórica como reacción
a la última tragedia. Tampoco puede ignorarse que una respuesta coordinada
frente al terrorismo entraña notables dificultades debido a las diferentes
percepciones de la amenaza terrorista entre los países-miembro y los
condicionantes políticos de cada estado. Este reconocimiento, pese a los
esfuerzos que ciertamente se están realizando, no debe conducir a la
autocomplacencia y la resignación ante las limitaciones de la respuesta
europea, sino a una mayor autoexigencia, pues nos enfrentamos a una amenaza
creíble, permanente y global.
Efectivamente,
la voluntad de atentar contra nuestras sociedades es real y sólo está
condicionada por la capacidad de los terroristas para hacerlo. Los terroristas
desean seguir atentando y lo harán si disponen de recursos y nuestros servicios
de inteligencia no logran evitarlo. Debemos asumir que la determinación de los
terroristas está llamada a permanecer en el tiempo habida cuenta de su intenso
grado de fanatización aportado por el islamismo radical. Además, los diversos
escenarios en los que se manifiesta la amenaza evidencian su carácter global y
multiforme, pues múltiples son los actores amenazantes. Éstos comprenden desde
individuos autoradicalizados motivados por la magnitud de una violencia que el
Estado Islámico ha elevado a su máxima potencia, a células pertenecientes a
dicha organización terrorista o a otras como Al Qaeda -grupo debilitado pero no
desaparecido- o sus filiales, o con relación con miembros de éstas, o
terroristas retornados de Siria e Irak, o radicales frustrados por no haber
podido viajar a dichas zonas, así como islamistas excarcelados en nuestro país
y otros del entorno, además de yihadistas provenientes de otros países.
Como
revela esta diversidad, la amenaza yihadista posee una triple dimensión debido
a la existencia de un enemigo «inmediato», «próximo» y «lejano» que la dotan de
un carácter tanto endógeno como exógeno. Los terroristas detenidos en España en
los últimos años orientan sus acciones al interior y al exterior, al tiempo que
las actividades de otros radicales más allá de nuestras fronteras refuerzan la
amenaza dentro de éstas. Las respuestas al terrorismo en países como Siria e
Irak, donde el Estado Islámico ha logrado el simbólico control de una
significativa parte del territorio que aún mantiene a pesar de ciertos reveses,
inciden en la amenaza sobre las sociedades europeas. La misma lógica debe
aplicarse a escenarios como Libia y Túnez, donde el yihadismo se afana en
imponer una suerte de «región fallida» altamente inestable en ausencia de
Gobiernos sólidos particularmente vulnerables a la expansión del islamismo
radical y violento.
Los
atentados de París y Bruselas, juntos a otros ocurridos en los últimos meses en
varios continentes, ilustran a la perfección la simbiosis de esa doble
dimensión endógena y exógena. La existencia de una amenaza inmediata, próxima y
lejana, determina una estrategia de respuesta que adolece de importantes
carencias, como reconocía en diciembre de 2015 el presidente del Consejo
Europeo, Donald Tusk, al afirmar que «el éxito del Estado Islámico es el
resultado de nuestra inacción». Al expresar su autocrítica, reconocía: «Conozco
los riesgos que derivan de la acción antiterrorista y nuestra experiencia con
Libia e Irak puede que no sea muy alentadora, pero el éxito de Daesh es el
resultado de nuestra inacción». Tan revelador cuestionamiento de la respuesta
antiterrorista se produce en un momento en el que ha aumentado la proporción de
ciudadanos que consideran el terrorismo y el extremismo religioso como los
principales desafíos a la seguridad. Esta evolución coincide con la expansión a
territorio europeo del terrorismo perpetrado e inspirado por el Estado
Islámico, pero también con una renuencia a intervenir militarmente en zonas
enormemente sensibles.
Existen
diferentes opciones en relación con el uso de la fuerza contra el EI. Aunque
algunos observadores consideran que la «contención» puede resultar más eficaz,
es cuestionable que incluso esta posibilidad no requiera también de una acción
militar que mine la considerable infraestructura logística y humana del
movimiento terrorista. La consolidación de un «santuario» terrorista en tan
sensible zona condiciona necesariamente los cálculos tácticos y estratégicos
frente al EI haciendo obligatoria la utilización del instrumento militar, ya
sea para «contener» o «asediar». Como ha señalado el académico Bruce Hoffman, el
reclamo e influjo que el EI ejerce hoy no disminuirá a menos que sea derrotado
militarmente y expulsado del territorio que controla.
Ciertamente,
la implicación directa acarrea costes, pero eludir dicha intervención también
los tiene y elevados. No es tarea sencilla cuando se requiere el despliegue de
una fuerza suní capaz de contrarrestar al EI en territorio suní, y degradar al
movimiento terrorista no sólo mediante bombardeos aéreos y adiestramiento de
tropas iraquíes que han supuesto limitados e inconexos éxitos tácticos, pero no
significativos avances estratégicos. Esas constricciones emanan de las
debilidades de una coalición internacional de conveniencia en la que la
competencia de intereses entre sus heterogéneos integrantes impide la claridad
de objetivos y prioridades.
La
intervención de tantas variables condiciona el éxito en ese plano de la
respuesta, pero en otros niveles menos intricados también se aprecian
obstáculos que podrían y deberían resolverse con una mayor voluntad política.
No fue hasta febrero de 2015 cuando el Gobierno anunció el Plan de Lucha contra
la Radicalización a pesar de su elaboración por magníficos profesionales de
policía e inteligencia a comienzos de legislatura. Tan tardía aprobación
impidió la verdadera y efectiva aplicación de un plan que exige una delicada
coordinación en tres niveles de la Administración -estatal, autonómica y
local-.
La
experiencia antiterrorista sugiere que el nuevo Gobierno debería estudiar una
reforma de la estructura policial y de inteligencia con el fin de perfeccionar
la lucha contra el terrorismo, contemplando la viabilidad y beneficios de una
dirección o sistema de seguridad interior que se distinga claramente de otro
exterior. No es un reto sencillo, aunque necesaria su rigurosa consideración
ante los problemas de cooperación y coordinación que se evidencian. Con la
intención de incrementar nuestra eficacia debemos reconocer que nuestras
estructuras policiales y de inteligencia, dotadas de excelentes profesionales,
son susceptibles de mejora, para lo cual requieren un marco político,
normativo, estratégico y operativo más adecuado que el actual.
Conmocionados
por el terror, debemos recordar que el terrorismo es un arma psicológica con la
que el fanático intenta equilibrar un combate asimétrico. Por ello, una
sociedad democrática debe utilizar todas sus capacidades para hacer frente a
atentados como los que estamos sufriendo y a otros con los que el terrorista
intentará ascender un peldaño más en su espiral de brutalidad. Frente al
terror: responsabilidad, firmeza y solidaridad.
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