Cara
a cara con el ISISUnos
3.000 combatientes kurdos iraquíes defienden la línea de contención frente al
califato. Llevan cuatro meses sin cobrar, pero disponen de Facebook y Viber
JUAN
DIEGO QUESADA
El País, Majmur
20 MAY 2016
Al
final de la carretera comienza un camino de tierra que lleva a las posiciones
más avanzadas que los peshmerga han levantado en el norte de Irak para frenar
el avance del Estado Islámico. Parapetado tras una loma, el jefe de las fuerzas
especiales de los temidos combatientes kurdos, Almi Mosuri, y sus hombres
controlan un posible avance de los yihadistas hacia Majmur. Los radicales han
incursionado en territorio enemigo de forma esporádica con coches cargados de
explosivos y bombas químicas que apenas han provocado en los soldados
irritación en los ojos y prurito en la piel. Sin embargo, hoy todo está
tranquilo, sopla un viento agradable que levanta pequeños remolinos de arena
entre las colinas. Uno de los francotiradores propone acabar con el
aburrimiento: “¿Quiere que dispare?”. Mejor no, no vaya a ser que respondan.
=Controlar
esta zona es clave tanto para los kurdos, que mantienen al Estado Islámico
(ISIS, en sus antiguas siglas en inglés) lejos de Erbil, la capital del
Kurdistán, como para el ejército iraquí, que ha tomado posiciones para tratar
de recuperar Mosul, la tercera ciudad del país en manos de los islamistas desde
junio de 2014. Los dos pueblos que conviven en el mismo país, sumidos en un
enfrentamiento identitario y de automonía que se prolonga desde hace 80 años,
han encontrado en los yihadistas del ISIS un enemigo común. A un lado y a otro
lado del frente se ven decenas de trincheras de ambos bandos, solo distinguibles
unas de otras por la bandera que ondea.
Esta
línea de contención, explica el jefe de fuerzas especiales, discurre 72
kilómetros alrededor de Majmur. Hay casi 3.000 hombres desplegados en la zona.
No solo se enfrentan a terroristas sin formación castrense. El ISIS ha
reclutado a antiguos mandos militares de Sadam Husein, suníes descontentos con
el dominio que tienen ahora los chiíes de las fuerzas armadas.
“Ahí
están, a unos dos o tres kilómetros”, dice Mosuri señalando un punto en el
horizonte que se supone que es la villa de Naser. Asegura que de ahí no podrán
pasar, en parte porque los milicianos que surgieron de la nada para aterrorizar
al mundo con su crueldad serían bombardeados con drones estadounidenses.
A
riesgo de que una de esas bombas le alcanzara, Basam, de 23 años, huyó esta
madrugada de un pueblito tomado por el ISIS llamado Shergat, en los alrededores
de Mosul. Flaco y de piernas largas, corrió un par de kilómetros en campo
abierto. Era una diana tanto para los radicales, deseosos de aniquilar a los
desertores, como para los francotiradores peshmerga, recelosos de que algún
atacante suicida se hiciese estallar en sus trincheras.
Al
remontar una colina y ver a lo lejos ondear la bandera kurda, Basam comenzó a
desvestirse hasta quedar completamente desnudo frente a los potentes
reflectores que lo iluminaban. Quería demostrar al centinela que no llevaba un
cinturón cargado de explosivos. “Eso sí, llevaba la barba larga, y por momentos
pensé que me iban a confundir”, cuenta el joven horas después, ya rasurado.
Al
llegar al puesto lo trasladaron al cuartel, donde fue sometido a un primer
interrogatorio. Más tarde lo enviaron, junto a otros 15 que llegaron a la vez,
al campo de refugiados de Dibagah. Fue a parar a un lugar apartado del resto,
tras una alambrada. “Debemos saber si es de Daesh (acrónimo peyorativo en árabe
para referirse al Estado Islámico) o no. Los servicios de inteligencia lo
interrogarán”, dice uno de los responsables del campo. ¿Cómo van a estar
seguros? “Créame, lo sabremos”.
La
moral de la tropa
Ahí
fuera hace más de 40 grados, pasado el mediodía, pero en el despacho del
general Mahdi hace tanto frío como en uno de esos bares de hielo horteras donde
los clientes son recibidos con un chaquetón. El aire acondicionado está a tope
y el general, con unas gafas Rayban y fumando de una sisha (pipa de agua),
parece disfrutarlo. Debido a la crisis del Gobierno kurdo desde que Bagdad
cortara la financiación y por la imposibilidad de poder recurrir al crédito
internacional como Estado oficial, los peshmerga, al igual que otros
funcionarios como profesores o médicos, no han cobrado desde hace cuatro meses.
—¿Eso
mina la moral de la tropa?
—Claro
que no. Nacemos para combatir. Somos revolucionarios, no mercenarios. ¡Llevamos
cien años luchando por la libertad de nuestro pueblo!
En
unas horas, cuando anochezca, comenzará el usual intercambio de morteros con
los radicales. En este momento, en cambio, el ambiente es relajado y algunos
peshmerga toman una siesta en un barracón, acondicionado con una pantalla de plasma
en la que retransmiten el noticiero de la televisión kurda. Los guerreros que
bajaron de las montañas, donde convivían con pastores y cabras, tienen ahora
Facebook, hablan entre ellos con Viber y utilizan una aplicación del móvil para
aprender algo de inglés, sobre todo los más jóvenes.
Desde
que el Estado Islámico traspasara la frontera de Siria y conquistara pequeños
pueblos kurdos que después fueron recuperando, los peshmerga han registrado
1.500 bajas. Las últimas, el 31 de marzo, cuando un coche bomba explotó en un
checkpoint que hace rato dejamos atrás. La detonación segó la vida de cuatro
soldados y un comandante, Yusin Mamand, condecorado tras haber sido herido tres
veces en combate. Un tríptico con fotos y arengas circula en la base para
glorificar a los fallecidos y, de paso, recordarle a los vivos que la muerte no
es el olvido. Ahí se encuentra un dato esclarecedor sobre la eterna lucha de
estos guerreros: el heroico Yusi Mamand deja en este mundo 17 hijos que,
probablemente, acabarán con un Kaláshnikov entre las manos.
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