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Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia.
El País, 20 de febrero de 2017
A finales de mayo de 2016 me invitaron a una tertulia en una residencia privada de Nueva York. La anfitriona, como tantos otros, estaba preocupada por la influencia creciente del islam en Europa y quería conocerme porque, en 2005 y 2006, yo había estado en el centro de la polémica de las caricaturas en Dinamarca, uno de los numerosos enfrentamientos entre el islam y los valores laicos de la libertad de expresión y el derecho a criticar y ridiculizar la religión.
De pronto entró un hombre desconocido que se sentó al otro lado de la mesa. Tenía más o menos mi edad, quizá un poco más, era corpulento, pero no obeso, y ligeramente rubicundo. Iba sin afeitar y descalzo, con el pelo largo y canoso.
Durante nuestra conversación, dijo que se llamaba Steve. Luego me enteré de que se apellidaba Bannon y era el director ejecutivo de Breibart News, un medio digital alternativo de Estados Unidos que hoy es uno de los sitios web de noticias más visitados y que acaba de llegar a Europa. Un par de meses después de aquel encuentro, Bannon se incorporó como asesor a la campaña presidencial de Donald Trump, y el resto es historia.
Tras solo unas semanas de la nueva Administración, está claro que la influencia de Bannon en la Casa Blanca es inmensa. Fue coautor del discurso de toma de posesión, en el que Trump prometió detener la “carnicería” que sufre Estados Unidos, recuperar el país de manos de la élite globalizada y reconstruirlo según el principio de “América, primero”. Bannon es el único asesor político presidencial de las últimas décadas al que se ha adjudicado un puesto permanente en el Consejo de Seguridad Nacional. Fue uno de los principales impulsores de la prohibición de viajar a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana y los sirios solicitantes de asilo. Un editorial de The New York Times dijo que Bannon era “el presidente de facto”, y la revista Time le dedicó la portada con este titular: “El gran manipulador”.
Cuando nos conocimos, Bannon acababa de regresar del Festival de Cine de Cannes, donde se había proyectado su película Clinton Crash. Nuestra conversación empezó en un tono tranquilo, pero pronto empezó a caldearse. Al parecer, Bannon suponía que teníamos la misma postura sobre la forma de abordar la amenaza del terrorismo islámico, el problema de las sociedades musulmanas paralelas en Europa y la incapacidad de los países europeos de integrar a muchos musulmanes.
Cuando descubrió que pensábamos distintas cosas, nuestra conversación se volvió intensa. Bannon está lleno de energía, con un lenguaje corporal muy dinámico que ayuda a expresar sus opiniones. Y es bastante mal hablado.
Me sorprendió un poco que una persona a la que no conocía estallara de inmediato en un apasionado ataque contra mis opiniones. Bannon dice las cosas de manera muy directa, sin formalidades ni cumplidos, una sinceridad explosiva que podría ser de agradecer si lo que dijera no fuera tan inquietante, sobre todo ahora que es uno de los políticos más influyentes del país.
Bannon está indignado. El objeto de su ira es la “élite globalizada”. Aquella noche dijo que Trump no es más que el comienzo de una rebelión que en los próximos años será cada vez más agresiva. En cierto modo, explicó, Trump no es el líder definitivo, sino un anticipo de lo que vendrá después. “Espere y verá”, dijo.
Me contó que solía recorrer Estados Unidos y entrevistarse con ciudadanos de a pie que se sienten abandonados, impotentes y traicionados por la clase dirigente. Bannon dice que el capitalismo ha perdido el rumbo y necesita que lo protejan de sí mismo, y que el punto de inflexión lo marcaron la crisis financiera de 2008 y 2009 y el rescate público de Wall Street, cuyas facturas tuvo que pagar la gente normal y corriente.
Roonald Radosh, un historiador social que trabaja en el Hudson Institute, un organismo conservador, escribió hace poco sobre una conversación que tuvo con Bannon en noviembre de 2013. Al parecer, el que hoy es estratega principal de Trump se declaró “leninista”, y —cuenta Radosh— explicó su leninismo de esta forma: “Lenin quería destruir el Estado, y ese es también mi objetivo. Quiero que todo se venga abajo, destruir todo el sistema actual”.
En nuestra charla, Bannon no mencionó a Lenin, pero desde luego que reconocí el fervor rebelde y casi revolucionario. Es evidente que Bannon no es leninista en el sentido ideológico. Todo lo contrario. Pero su idea de que, para construir un mundo mejor, a veces es necesario hacer estallar las cosas, suena alarmantemente leninista.
Lo que más me inquietó cuando hablé con él fue su aparente convicción de que la violencia y la guerra pueden tener un efecto limpiador, que quizá necesitamos derribar las cosas para construirlas desde cero. Me dijo que había dejado de creer en Europa a medida que el laicismo y los inmigrantes musulmanes han erosionado los valores cristianos tradicionales, que son, dice, el pilar fundacional de nuestra civilización. En su opinión, la pérdida de la fe cristiana ha debilitado a Europa, que ni quiere ni puede enfrentarse al poder creciente del islam y a la insistencia de algunos musulmanes europeos en que se dé un trato privilegiado a su religión.
Bannon está convencido de que, para que Europa se salve, es inevitable el conflicto armado. El poder del islam no puede detenerse por medios pacíficos. En resumen, Bannon me dijo categóricamente que Occidente está en guerra con el islam.
Le dije que no estaba de acuerdo. Sí, estamos en guerra con los islamistas violentos y en una guerra fría con los islamistas no violentos que quieren erosionar la democracia laica. Pero no estamos en guerra con el islam. La Guerra Fría se libró en muchos frentes, pero sobre todo fue una batalla de ideas en la que los marxistas de corte socialdemócrata contribuyeron de manera crucial a la defensa de la democracia contra el marxismo-leninismo totalitario de los soviéticos. Es importante ofrecer un espacio similar para que los musulmanes partidarios de la democracia puedan enfrentarse al islamismo. Y eso es imposible si insistimos en que estamos en guerra con todo el islam.
Bannon mostró su rechazo. Meneó la cabeza. Después de otra perorata muy intensa y emocional, me miró, ligeramente avergonzado. Y dijo: “Espero que podamos hacerlo a su manera, Flemming, pero no estoy seguro”.
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