15 feb 2019

Nicolas Maduro y el Papa Francisco

Nicolas Maduro y el Papa Francisco
Vatican Insider, 13/02/2019
ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ
CIUDAD DEL VATICANO

“No cualquier diálogo, sino el que se entabla cuando las diferentes partes en conflicto ponen el bien común por encima de cualquier otro interés y trabajan por la unidad y la paz”. Con esas palabras, el Papa le contestó al presidente venezolano. Pocos días atrás, Nicolás Maduro había pedido la mediación pontificia para lograr una salida a la crisis que asola a su país. Francisco le respondió recordándole que ya en el 2016 el Vaticano intentó mediar, pero que su gobierno jamás cumplió los acuerdos establecidos.

Una carta de poco más de dos páginas, escrita en español y con, al calce, la diminuta firma del líder católico. Fechada el 7 de febrero; dirigida al “excelentísimo señor” y no al presidente, como indicaría el protocolo. Un texto que aleja dudas y aclara el verdadero pensamiento del Papa con respecto al rol de la Santa Sede en la crisis venezolana.
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Ante todo, el escrito repasó las iniciativas que, en el pasado, involucraron al Vaticano y a los obispos de ese país en un intento por “encontrar una salida”. “Por desgracia, todas se interrumpieron porque lo que había sido acordado en las reuniones no fue seguido por gestos concretos para realizar los acuerdos”, indicó Francisco. Y agregó que “las palabras parecían deslegitimar los buenos propósitos que habían sido puestos por escrito”.
Más adelante hizo referencia a la voluntad de la Santa Sede de ser “garante, por petición de las partes”, de la mediación impulsada a finales de 2016. Según el Papa, aquel fue un esfuerzo por encontrar una salida “modo pacífico e institucional”.
Esa iniciativa no terminó bien, por la voluntad manifiesta de los enviados del gobierno de no dar pasos adelante. Por eso el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, escribió una carta al gobierno fechada el 1 de diciembre de aquel año. Una misiva dura en los términos, que reclamó el estancamiento en el diálogo y estableció una serie de condiciones para volver a la mesa.
Ahora, en su carta, el Papa evocó aquel documento y subrayó que, en él, “la Santa Sede indicó claramente cuáles eran los presupuestos para que el diálogo fuese posible”. Insistió que se trata de “una serie de peticiones que consideraba indispensables para que el diálogo se desarrollase en manera fructífera y eficaz”. Y precisó que esas solicitudes, y “otras que desde entonces se sumaron como consecuencia de la evolución de la situación”, son más que nunca necesarias. Y pidió explícitamente que “se evite cualquier forma de esparcimiento de sangre”.
Hasta ahí las frases de la misiva de Francisco que se filtraron a la prensa, la mañana de este jueves 13 de febrero a través del diario italiano Il Corriere della Sera. Interpelada sobre su veracidad, la Sala de Prensa del Vaticano prefirió no hacer comentarios respecto de una “carta privada” que se publicó en un medio. No obstante, los matices lo son todo. En político y en diplomacia.
Ni los portavoces papales, ni los voceros de Maduro desmintieron el escrito. Por otra parte, confirmarla de manera oficial hubiese resultado inconveniente, desde el punto de vista diplomático y protocolar. Sea como sea, su contenido resulta aleccionador y ofrece importantes claves para comprender el papel de la Santa Sede en todo este problema.
En primer término, de manera sobria y sin estridencias, el Papa le reclama a Maduro su falta de palabra en el anterior proceso de mediación. Todo se remonta a septiembre de 2016, cuando un grupo de ex presidentes (entre ellos el español José Luis Rodríguez Zapatero) hicieron llegar al pontífice una propuesta concreta de intervención, para un diálogo entre el gobierno y la oposición. Francisco se mostró disponible y así lo expresó en cartas dirigidas a Maduro y a la coalición opositora Mesa de Unidad Democrática (Mud).
Eran semanas de febriles contactos en un proceso que se presentaba prometedor, tras semanas de manifestaciones multitudinarias por las calles de las principales ciudades del país.
En ese contexto, Jorge Mario Bergoglio aceptó recibir en audiencia al presidente venezolano, quien había solicitado ver al líder católico como gesto de buena voluntad. Pero en el Vaticano tomaron recaudos. El encuentro se dio por la tarde-noche, en una salita del Aula Pablo VI y no se distribuyó foto oficial. La sala de prensa de la Santa Sede calificó a la reunión de “privada” y la enmarcó en la “preocupante situación de crisis política, social y económica que atraviesa el país”.
Ese evidente bajo tono de la diplomacia papal no impidió que Maduro y sus colaboradores usaran mediáticamente la cita, presentándola como un aval al régimen y publicando fotos de una anterior audiencia para sostener sus dichos. Ese mismo día, en Caracas, la comitiva de ex presidentes anunciaba formalmente el inicio del diálogo entre el gobierno y la oposición. Lo hizo durante una conferencia de prensa, en la cual participó el entonces nuncio apostólico en Argentina.
Emil Paul Tscherrig asistió en representación de Claudio Maria Celli, diplomático vaticano de amplia experiencia y delegado oficial elegido por el Papa para el proceso. Él no pudo viajar a Caracas ese día por el cumpleaños número 90 del cardenal Achille Silvestrini, su gran mentor.
La ronda de conversaciones inició el 30 de octubre de 2016 en la Isla Margarita, pero el proceso realmente nunca despegó. Celli pasó dos meses tratando de sentar a ambas partes a la misma mesa pero jamás lo logró. Una situación que causó gran malestar en Roma, donde los diplomáticos vaticanos intentaban, por todos los medios, mantener en pie una situación de altísima fragilidad. El Papa había puesto su esperanza en el diálogo, sin importar las consecuencias ni reparar en las críticas, pero había sido usado.
En esos términos se gestó la famosa carta de Parolin del 1 de diciembre. Un mensaje extenso y firme en su tono, que buscó dejar en claro los contornos de la participación vaticana en todo el proceso. Esa carta resulta fundamental, porque el Vaticano siempre la consideró (y aún la considera) vigente.
En ella y entre otras cosas, el purpurado recordó que la Santa Sede estaba consciente “de los no pocos ni leves riesgos a los que tendría que hacer frente” al entrar en el diálogo “con la única finalidad de promover el bien de todos”. E insistió en que su rol no era de “mediación” sino de “facilitación” o “acompañamiento”.
Pero, lo más importante, Parolin demandó, “respetuosamente pero con firmeza” el cumplimiento de cuatro condiciones básicas para seguir adelante con el proceso iniciado y que debía continuar con reuniones el siguiente 6 de diciembre. Resumió las exigencias en cuatro puntos muy concretos: Implementación de medidas urgentes para aliviar la grave crisis de abastecimiento de comida y medicinas, establecimiento de un calendario para elecciones libres y democráticas, restituir los poderes quitados a la Asamblea Nacional y liberación de presos políticos.
No resulta casual que el Papa insista ahora, en su respuesta a Maduro, en las mismas peticiones de hace dos años atrás. La posición del Vaticano no ha cambiado desde entonces, y difícilmente cambiará. Pero, en el caso Venezuela, Francisco tiene una preocupación fundamental: Evitar más violencia y sangre. Para lograrlo deberá mantenerse en una posición por encima de las partes. Lo hará hasta el final, incluso a costa de críticas e insultos.





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