Sobre la invención de la mafia/Gregorio Morán
Publicado en LA VANGUARDIA, 15/03/08;
Sólo los simples y los turistas creen que la mafia es un fenómeno popular arraigado en los sicilianos humildes y orgullosos. En un cuento brevísimo, titulado Filología, sitúa irónicamente Leonardo Sciascia a dos mafiosos discutiendo como dos filólogos sobre la palabra mafia, antes de enfrentarse a los jueces. Desgraciado país donde se denomina hombres de honor a los más deshonestos de los hombres. “La mafia - escribe John Dickie en su Historia de la mafia siciliana no nació de la pobreza y la desolación, sino del poder y la riqueza”. Eso es lo que llevó a ocultar la palabra mafia hasta convertirla en una invención. En el clásico de la literatura siciliana Los virreyes (1894), de Federico De Roberto, aparece la palabra mafia una sola vez y en la página 618 de un libro que alcanza las 642.
La primera ocasión en que la mafia, como organización criminal, se convierte en protagonista literaria de Sicilia será en fecha tan tardía como 1961; una breve narración de Sciascia, El día del búho,que para más inri lleva un epílogo donde pide disculpas por si alguien se da por aludido. ¡No había corrido sangre, ni víctimas, ni mafiosos, ni corrupción, ni muerte antes de 1961! Y luego dicen que la literatura va por delante de la vida.
1961 es también el año de un filme extraordinario en su sencillez trágica, Salvatore Giuliano,de Francesco Rossi. Ahí está, en esa película coral, la mejor introducción a la mafia contemporánea, la que resucita con la llegada del ejército norteamericano a las costas de Sicilia en 1943.
La mafia siciliana se hizo independentista. Las mafias son siempre grandes defensoras del derecho a decidir de los pueblos que controlan; cuanto menos Estado, mejor, ellos hacen de banqueros anarquistas. (Las primeras introducciones mafiosas en Estados Unidos, al filo del siglo XX, son de tendencia ácrata, como la Mano Negra, de Piddu Morello). Y desde la llegada de los norteamericanos (1943) hasta las primeras elecciones al Parlamento autónomo de Sicilia (abril de 1947), la mafia es independentista. La izquierda no; la izquierda, mientras fue izquierda y defendía los derechos de la gente que trabajaba, fue internacionalista siempre. Toda la historia de la mafia contemporánea empezó ahí, en esas vísperas del 47, cuando la izquierda siciliana promueve la ocupación de tierras y la asunción del rigor del Estado, en un país donde la ley la ejercían legiones de abogados a sueldo del único postor. Y resulta que la izquierda arrasa en las elecciones del 47 y es entonces cuando la mafia pacta con la democracia cristiana, la que domina Roma y el Estado. Se despiden del independentismo, señuelo idiota para los tiempos que corrían, y se plantean cómo liquidar a la izquierda socialcomunista que amenaza con cambiar las reglas del juego. Ahí entra el bandido generoso, Salvatore Giuliano, que se aviene a la primera operación terrorista de posguerra, Portella della Ginestra.
Salvatore Giuliano pasa del independentismo radical - tan radical, que propone la incorporación de Sicilia como estado asociado de Estados Unidos; lo que, tratándose de un pastor avispado pero semianalfabeto, nos da la pista de los intereses de quienes le movían- a pactar con la mafia de Sicilia y la democracia cristiana de Roma. Su misión se reduce a meter miedo a un campesinado siciliano que parecía haberse quitado de encima siglos de opresión. Y entonces se produce la matanza de Portella della Ginestra. Días después de la victoria electoral de los socialcomunistas, el Primero de Mayo de 1947 se celebra en la campa de Portella della Ginestra; mítines, música y romería. Estaba mitineando el zapatero Schiró, secretario local socialista de San Giuseppe Jato - el pueblo donde años más tarde tendrá su cuartel general clandestino el capo di capi Totó Riina-, y la gente esperando para ponerse a almorzar, cuando empezó la matanza; como quien caza conejos con armas largas y ametralladoras de peso. Cuarenta víctimas entre heridos y muertos, dos de ellos niños. Pero lo cierto es que la izquierda no volvió a ganar ni una sola elección después de aquello. Se asumió que quien tiene el arma ejerce el poder, la ley y la administración de la justicia. El ministro del Interior a la sazón, el democristiano Mario Scelba, se sorprendía de lo ocurrido y aseguraba que “la mafia es una invención socialcomunista”. Años más tarde, cuando el poder mafioso controlaba la isla, el cardenal Ruffini, máxima autoridad eclesial en Sicilia, solía decir muy serio que la única mafia que conocía era una marca de detergente.
Lo que vino luego no es más que la aplicación del esquema, así de sencillo. La democracia cristiana italiana pacta con la mafia siciliana como garantía para que la izquierda no vuelva a ganar nunca. Y así sucedió. La única gran victoria electoral, democrática y antimafiosa, fue la de un hijo rebelde de la democracia cristiana palermitana, Leoluca Orlando, en 1985, y acabó como el rosario de la aurora. El poder siguió impune e inmune. El imperio del miedo lo cubrió todo y los resquicios de libertad, de denuncia, se pagaron al máximo precio de la vida. Ahí está el listado de periodistas asesinados. El primero, Mauro di Mauro; su cadáver no apareció nunca, y como ocurre siempre, la mafia tejió mil historias para sugerir algún asunto íntimo. Todo crimen mafioso se cubre con faldas, cuernos, celos o pasiones inconfesas. Es lo que a la gente le gusta creer; los culebrones suplantan a la vida, porque son más vistosos y comprometen menos. Después de Mauro di Mauro en 1970, cayeron muchos, abandonados de todo menos de su dignidad. Bastaría con citar dos casos impresionantes, el de Giuseppe Fava, el periodista y escritor de Catania, y el de Peppino Impastato, del que llegó a hacerse una película premiada en el festival de Venecia que nosotros no vimos nunca, I cento passi,de Ferrara; la historia de un hijo de mafioso al que le volaron en pedazos por tener el valor de ridiculizar a los capos desde su Radio Aut. La mafia, como el poder, necesita reírse de vez en cuando, pero no tiene sentido del humor; por eso contrata a los humoristas para sus fiestas.
Luego vino Giovanni Falcone, un palermitano, orgulloso de sí mismo, audaz y hasta temerario. Él y Borsellino, otro juez de diferente cuña, conservador y monárquico, de esos personajes que también ha dado Sicilia; íntegros y desmedidos, fueron auténticos hombres de honor en su sentido genuino. Falcone y Borsellino llegaron donde nadie jamás había conseguido llegar. A poner entre rejas a centenares de mafiosos, y juzgarlos y promover la serie de renegados, de confidentes profesionales, de mafiosos del más alto nivel convertidos en contadores de historias de sangre y miseria; los secretos de la mafia narrados por ellos mismos. Nadie se puede creer que puedas meter a dos niños en un bidón de sosa cáustica y disolverlos. La imaginación tiene límites, es necesario que quien lo ha hecho se demore en los detalles, para que entiendas que el ser humano, quiero decir, el animal erecto y con dos patas, puede sonreír mientras lo cuenta. El maxiproceso que condenó a 338 mafiosos en 1987 fue una conmoción para el mundo de la Cosa Nostra, del capo al más vil cobrador del pizzo (impuesto). Cuando el Tribunal de Casación, equivalente a nuestro Tribunal Supremo, ratificó las penas en 1992, entró en funcionamiento el aparato militar. Toda organización mafiosa, sea siciliana, vasca o albanesa, tiene siempre dos ramas que trabajan en paralelo. La política y la militar. La vía política había fracasado y se trataba de demostrar al mundo político, a su propio aparato incluido, que tal condena de la mafia no podía sentar un precedente. Los responsables debían morir.
En un lapso de tres semanas asesinaron a los jueces Falcone y Borsellino, a sus acompañantes y a sus escoltas. Sin piedad y sin rubor, como se hacen estas cosas. Inmediatamente después pusieron explosivos en museos e iglesias de Roma, Florencia y Milán. La mafia daba muestra de su fuerza y el Estado italiano de su debilidad. Y la partida quedó en tablas. Cuando se reta a la ciudadanía o al Estado y alguien pronuncia la palabra tablas es que permanece el statu quo. Es decir, que asumes la derrota.
La primera ocasión en que la mafia, como organización criminal, se convierte en protagonista literaria de Sicilia será en fecha tan tardía como 1961; una breve narración de Sciascia, El día del búho,que para más inri lleva un epílogo donde pide disculpas por si alguien se da por aludido. ¡No había corrido sangre, ni víctimas, ni mafiosos, ni corrupción, ni muerte antes de 1961! Y luego dicen que la literatura va por delante de la vida.
1961 es también el año de un filme extraordinario en su sencillez trágica, Salvatore Giuliano,de Francesco Rossi. Ahí está, en esa película coral, la mejor introducción a la mafia contemporánea, la que resucita con la llegada del ejército norteamericano a las costas de Sicilia en 1943.
La mafia siciliana se hizo independentista. Las mafias son siempre grandes defensoras del derecho a decidir de los pueblos que controlan; cuanto menos Estado, mejor, ellos hacen de banqueros anarquistas. (Las primeras introducciones mafiosas en Estados Unidos, al filo del siglo XX, son de tendencia ácrata, como la Mano Negra, de Piddu Morello). Y desde la llegada de los norteamericanos (1943) hasta las primeras elecciones al Parlamento autónomo de Sicilia (abril de 1947), la mafia es independentista. La izquierda no; la izquierda, mientras fue izquierda y defendía los derechos de la gente que trabajaba, fue internacionalista siempre. Toda la historia de la mafia contemporánea empezó ahí, en esas vísperas del 47, cuando la izquierda siciliana promueve la ocupación de tierras y la asunción del rigor del Estado, en un país donde la ley la ejercían legiones de abogados a sueldo del único postor. Y resulta que la izquierda arrasa en las elecciones del 47 y es entonces cuando la mafia pacta con la democracia cristiana, la que domina Roma y el Estado. Se despiden del independentismo, señuelo idiota para los tiempos que corrían, y se plantean cómo liquidar a la izquierda socialcomunista que amenaza con cambiar las reglas del juego. Ahí entra el bandido generoso, Salvatore Giuliano, que se aviene a la primera operación terrorista de posguerra, Portella della Ginestra.
Salvatore Giuliano pasa del independentismo radical - tan radical, que propone la incorporación de Sicilia como estado asociado de Estados Unidos; lo que, tratándose de un pastor avispado pero semianalfabeto, nos da la pista de los intereses de quienes le movían- a pactar con la mafia de Sicilia y la democracia cristiana de Roma. Su misión se reduce a meter miedo a un campesinado siciliano que parecía haberse quitado de encima siglos de opresión. Y entonces se produce la matanza de Portella della Ginestra. Días después de la victoria electoral de los socialcomunistas, el Primero de Mayo de 1947 se celebra en la campa de Portella della Ginestra; mítines, música y romería. Estaba mitineando el zapatero Schiró, secretario local socialista de San Giuseppe Jato - el pueblo donde años más tarde tendrá su cuartel general clandestino el capo di capi Totó Riina-, y la gente esperando para ponerse a almorzar, cuando empezó la matanza; como quien caza conejos con armas largas y ametralladoras de peso. Cuarenta víctimas entre heridos y muertos, dos de ellos niños. Pero lo cierto es que la izquierda no volvió a ganar ni una sola elección después de aquello. Se asumió que quien tiene el arma ejerce el poder, la ley y la administración de la justicia. El ministro del Interior a la sazón, el democristiano Mario Scelba, se sorprendía de lo ocurrido y aseguraba que “la mafia es una invención socialcomunista”. Años más tarde, cuando el poder mafioso controlaba la isla, el cardenal Ruffini, máxima autoridad eclesial en Sicilia, solía decir muy serio que la única mafia que conocía era una marca de detergente.
Lo que vino luego no es más que la aplicación del esquema, así de sencillo. La democracia cristiana italiana pacta con la mafia siciliana como garantía para que la izquierda no vuelva a ganar nunca. Y así sucedió. La única gran victoria electoral, democrática y antimafiosa, fue la de un hijo rebelde de la democracia cristiana palermitana, Leoluca Orlando, en 1985, y acabó como el rosario de la aurora. El poder siguió impune e inmune. El imperio del miedo lo cubrió todo y los resquicios de libertad, de denuncia, se pagaron al máximo precio de la vida. Ahí está el listado de periodistas asesinados. El primero, Mauro di Mauro; su cadáver no apareció nunca, y como ocurre siempre, la mafia tejió mil historias para sugerir algún asunto íntimo. Todo crimen mafioso se cubre con faldas, cuernos, celos o pasiones inconfesas. Es lo que a la gente le gusta creer; los culebrones suplantan a la vida, porque son más vistosos y comprometen menos. Después de Mauro di Mauro en 1970, cayeron muchos, abandonados de todo menos de su dignidad. Bastaría con citar dos casos impresionantes, el de Giuseppe Fava, el periodista y escritor de Catania, y el de Peppino Impastato, del que llegó a hacerse una película premiada en el festival de Venecia que nosotros no vimos nunca, I cento passi,de Ferrara; la historia de un hijo de mafioso al que le volaron en pedazos por tener el valor de ridiculizar a los capos desde su Radio Aut. La mafia, como el poder, necesita reírse de vez en cuando, pero no tiene sentido del humor; por eso contrata a los humoristas para sus fiestas.
Luego vino Giovanni Falcone, un palermitano, orgulloso de sí mismo, audaz y hasta temerario. Él y Borsellino, otro juez de diferente cuña, conservador y monárquico, de esos personajes que también ha dado Sicilia; íntegros y desmedidos, fueron auténticos hombres de honor en su sentido genuino. Falcone y Borsellino llegaron donde nadie jamás había conseguido llegar. A poner entre rejas a centenares de mafiosos, y juzgarlos y promover la serie de renegados, de confidentes profesionales, de mafiosos del más alto nivel convertidos en contadores de historias de sangre y miseria; los secretos de la mafia narrados por ellos mismos. Nadie se puede creer que puedas meter a dos niños en un bidón de sosa cáustica y disolverlos. La imaginación tiene límites, es necesario que quien lo ha hecho se demore en los detalles, para que entiendas que el ser humano, quiero decir, el animal erecto y con dos patas, puede sonreír mientras lo cuenta. El maxiproceso que condenó a 338 mafiosos en 1987 fue una conmoción para el mundo de la Cosa Nostra, del capo al más vil cobrador del pizzo (impuesto). Cuando el Tribunal de Casación, equivalente a nuestro Tribunal Supremo, ratificó las penas en 1992, entró en funcionamiento el aparato militar. Toda organización mafiosa, sea siciliana, vasca o albanesa, tiene siempre dos ramas que trabajan en paralelo. La política y la militar. La vía política había fracasado y se trataba de demostrar al mundo político, a su propio aparato incluido, que tal condena de la mafia no podía sentar un precedente. Los responsables debían morir.
En un lapso de tres semanas asesinaron a los jueces Falcone y Borsellino, a sus acompañantes y a sus escoltas. Sin piedad y sin rubor, como se hacen estas cosas. Inmediatamente después pusieron explosivos en museos e iglesias de Roma, Florencia y Milán. La mafia daba muestra de su fuerza y el Estado italiano de su debilidad. Y la partida quedó en tablas. Cuando se reta a la ciudadanía o al Estado y alguien pronuncia la palabra tablas es que permanece el statu quo. Es decir, que asumes la derrota.
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