Columna Juegos de Poder/Leo Zuckermann
Excélsior, 28 de septiembre de 2009;
Excélsior, 28 de septiembre de 2009;
Medios y público, culpables
De joven asistía a la lucha libre. Me parecía un espectáculo muy divertido. Recuerdo que había luchadores malones pero muy escandalosos. Estaban, por ejemplo, Sergio El Hermoso y El Bello Greco, de los llamados “exóticos”. Se presentaban como una pareja de luchadores afeminados. Explotaban la homofobia del público. Subían al ring ataviados con velos. Aventaban flores y besos. Chillaban y gemían. El público, gozoso, les gritaba todo tipo de insultos. Eran muy populares.
El jueves pasado recordé a los “exóticos” en la comparecencia del secretario de Seguridad Pública federal en la Cámara de Diputados. ¡Vaya show! San Lázaro convertido en una especie de Arena Coliseo. Legisladores mentando madres para gozo de los medios y del público espectador, los que incentivamos la política de vodevil.
Sí, nosotros, los medios y el público también somos culpables.
Conductores, reporteros y analistas privilegiamos la cobertura de legisladores “exóticos”. Cuando aparece un diputado formal, que habla de cosas serias, los periodistas ni siquiera prenden sus grabadoras. Se mueren de aburrimiento. Pero de pronto, el legislador escandaloso se dirige a la tribuna. Cámaras y micrófonos se prenden. Los periodistas se espabilan. “Viene El Hermoso, él siempre da la nota”. Y El Hermoso efectivamente da la nota. Insulta, escupe. Chilla y gime desde la tribuna. Entre más lo hace, más se regodean los medios. Ya hay nota que reportar y analizar.
Del otro lado, el público escucha fascinado los chiflidos y las mentadas que vienen desde San Lázaro. Muchos se indignan. Otros celebran la picardía mexicana. Todos se fascinan por el espectáculo. Los índices de audiencia se incrementan. Es la política de vodevil.
Genaro García Luna contempla el show sentado. Nadie se acuerda de su comparecencia. Los “exóticos” son los protagonistas. Discuten. Patalean. Gruñen. Se indignan. Sólo falta que rompan una silla como solía hacer El Bello Greco.
Al pie de la tribuna aparece un ataúd de cartón. Un diputado pega una cruz en la que se lee “Calderón quiere sangre”. Aparece una manta gigante: “15 mil 361 muertos con Calderón y García Luna”. Los insultos van y vienen. Los matices y la mesura desaparecen. “¿Por qué no lo llamaste García Pinochet?”, pregunta a grito pelado un diputado decrépito que ya no sabe cómo llamar la atención de los medios en el ocaso de su carrera. Otro legislador le grita “asesino” al secretario de Seguridad Pública. García Luna permanece impávido. Heroicamente mantiene la compostura. Él está en el negocio de atrapar criminales, no de convertirse en el patiño de los “exóticos”.
En la radio, un conductor manda la trasmisión en vivo a San Lázaro. El reportero informa de la lucha que se está dando en la arena, perdón, en el Salón de Plenos de la Cámara de Diputados. Se escucha a uno de los “exóticos” insultando al secretario. La trasmisión regresa al estudio. El conductor pide una opinión al analista el cual se rasga las vestiduras: “¡Qué barbaridad! ¡Cómo es posible! ¡Qué falta de respeto!” Pero si ya lo sabemos: los rudos son unos tramposos.
Del otro lado, el público observa. A la estación llega una cantidad enorme de llamadas telefónicas y correos electrónicos. Los índices de audiencia están por las nubes. La política de vodevil es popular.
¿Y los varios cuestionamientos serios a la guerra en contra del crimen organizado? ¿Y la rendición de cuentas del Ejecutivo ante el Legislativo? ¿Y la propuesta que hace el secretario de consolidar todas las policías en 32 corporaciones estatales?
Eso ya lo veremos otro día porque hoy no estamos para aburrirnos. Hoy, señoras y señores, hay lucha en la Arena de San Lázaro. A dos de tres caídas sin límite de tiempo. Sírvase usted una cervecita y disfrute, con cargo al contribuyente, de los lances de Sergio El Hermoso y El Bello Greco. Los delincuentes han de estar fascinados, igual que los medios y el público en general.
Insultos van y vienen. Los matices y la mesura desaparecen.
De joven asistía a la lucha libre. Me parecía un espectáculo muy divertido. Recuerdo que había luchadores malones pero muy escandalosos. Estaban, por ejemplo, Sergio El Hermoso y El Bello Greco, de los llamados “exóticos”. Se presentaban como una pareja de luchadores afeminados. Explotaban la homofobia del público. Subían al ring ataviados con velos. Aventaban flores y besos. Chillaban y gemían. El público, gozoso, les gritaba todo tipo de insultos. Eran muy populares.
El jueves pasado recordé a los “exóticos” en la comparecencia del secretario de Seguridad Pública federal en la Cámara de Diputados. ¡Vaya show! San Lázaro convertido en una especie de Arena Coliseo. Legisladores mentando madres para gozo de los medios y del público espectador, los que incentivamos la política de vodevil.
Sí, nosotros, los medios y el público también somos culpables.
Conductores, reporteros y analistas privilegiamos la cobertura de legisladores “exóticos”. Cuando aparece un diputado formal, que habla de cosas serias, los periodistas ni siquiera prenden sus grabadoras. Se mueren de aburrimiento. Pero de pronto, el legislador escandaloso se dirige a la tribuna. Cámaras y micrófonos se prenden. Los periodistas se espabilan. “Viene El Hermoso, él siempre da la nota”. Y El Hermoso efectivamente da la nota. Insulta, escupe. Chilla y gime desde la tribuna. Entre más lo hace, más se regodean los medios. Ya hay nota que reportar y analizar.
Del otro lado, el público escucha fascinado los chiflidos y las mentadas que vienen desde San Lázaro. Muchos se indignan. Otros celebran la picardía mexicana. Todos se fascinan por el espectáculo. Los índices de audiencia se incrementan. Es la política de vodevil.
Genaro García Luna contempla el show sentado. Nadie se acuerda de su comparecencia. Los “exóticos” son los protagonistas. Discuten. Patalean. Gruñen. Se indignan. Sólo falta que rompan una silla como solía hacer El Bello Greco.
Al pie de la tribuna aparece un ataúd de cartón. Un diputado pega una cruz en la que se lee “Calderón quiere sangre”. Aparece una manta gigante: “15 mil 361 muertos con Calderón y García Luna”. Los insultos van y vienen. Los matices y la mesura desaparecen. “¿Por qué no lo llamaste García Pinochet?”, pregunta a grito pelado un diputado decrépito que ya no sabe cómo llamar la atención de los medios en el ocaso de su carrera. Otro legislador le grita “asesino” al secretario de Seguridad Pública. García Luna permanece impávido. Heroicamente mantiene la compostura. Él está en el negocio de atrapar criminales, no de convertirse en el patiño de los “exóticos”.
En la radio, un conductor manda la trasmisión en vivo a San Lázaro. El reportero informa de la lucha que se está dando en la arena, perdón, en el Salón de Plenos de la Cámara de Diputados. Se escucha a uno de los “exóticos” insultando al secretario. La trasmisión regresa al estudio. El conductor pide una opinión al analista el cual se rasga las vestiduras: “¡Qué barbaridad! ¡Cómo es posible! ¡Qué falta de respeto!” Pero si ya lo sabemos: los rudos son unos tramposos.
Del otro lado, el público observa. A la estación llega una cantidad enorme de llamadas telefónicas y correos electrónicos. Los índices de audiencia están por las nubes. La política de vodevil es popular.
¿Y los varios cuestionamientos serios a la guerra en contra del crimen organizado? ¿Y la rendición de cuentas del Ejecutivo ante el Legislativo? ¿Y la propuesta que hace el secretario de consolidar todas las policías en 32 corporaciones estatales?
Eso ya lo veremos otro día porque hoy no estamos para aburrirnos. Hoy, señoras y señores, hay lucha en la Arena de San Lázaro. A dos de tres caídas sin límite de tiempo. Sírvase usted una cervecita y disfrute, con cargo al contribuyente, de los lances de Sergio El Hermoso y El Bello Greco. Los delincuentes han de estar fascinados, igual que los medios y el público en general.
Insultos van y vienen. Los matices y la mesura desaparecen.
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